sábado, 5 de julio de 2025
Europa
Europa no tiene denominador común. Pasa del cenicero de pie y del mueble bar a personas que tienen protocolos para los sueños de sus hijos (que ya han soñado el mismo sueño), va de fanzines de institutos y de la posibilidad de viajes temporales, de canciones de Sinatra y de Johny Cash. Pero es mucho más. Eso solo es la escama de un pescado que es adictivo pero puede resultar entre repulsivo y venenoso, y eso lo hace más atrayente. El nombre viene de una luna, de una luna de Júpiter, según nos dice Luis López Carrasco en la segunda píldora de esta medicina literaria hecha de imaginación (mucha imaginación) y, porqué no decirlo, de derrota. Aparecen, o eso me da la impresión a mí, personajes derrotados que pasan del videojuego a pensar en un lugar o una fecha imposible a la que volver. Y esos sueños, los de Europa y el resto de relatos de este libro, “son incontrolables”. Y añade LLC: “Al menos, hasta su generación, lo eran”. De estos relatos, me quedo, en primer lugar, con el titulado como Todos los finales posibles. Será por la Historia, eso que me paga las facturas y que antes era atrayente y ahora un mal necesario que explicar una y otra vez para evitar otros males mayores y no necesariamente obligatorios. TLFP nos mete en un berenjenal apocalíptico, de esos que tanto dicen llegar y afortunadamente no llegan, aunque el miedo es que lleguen y tengamos que cambiar de calculadora: “Y todo el mundo se acostumbra, tras días de bombardeos, a que la cuantificación ahora, en tiempos de guerra, se realiza en unidades de millón”. En esa posibilidad de viaje de la que hablan los dos protagonistas de TLFP, “la máquina solo podía viajar al pasado y solo podría realizar un viaje”. Podía, podría, por ese orden. Apostilla el autor en la página 73: “Y había sido Daniel, padre de una adolescente sombría, quien le había disuadido de intentar enderezar a los hombres, convencido de que ese cataclismo era el mejor de los posibles”. Cataclismo y mejor en la misma frase, para que se entienda, y es verdad que así se entiende. Añade LLC: “Estamos viviendo el diluvio universal con retraso. Y vuelvo sobre la idea de que muy probablemente el pasado sea inmutable. Es una misión condenada al desastre”. Como no nos miramos al espejo (lo suficiente) no nos hemos dado cuenta de que “quizá nosotros seamos la plaga, quizás siempre hemos sido la plaga, las siete plagas”. Jesucristo, Sócrates, San Pablo. La arrogancia del canon occidental y entender “El Imperio Austrohúngaro como el hogar del pensionista”. Da mucho que pensar TLFP. Pum, pum. Y entre el resfriado de las gallinas (yo todavía recuerdo cómo los vecinos del Campillo las emborrachaban dentro de las jaulas, y como mi padrino castraba los marranos encima del Renault 5), en segundo lugar me quedo con la pildorita titulada Donde los enemigos esperan sentados junto a cubos de basura, unas letras de encuentro entre el desencanto, la decepción y la escapada, y donde leemos que “el que viene a hacer el caos se acaba cansando, se muerte y se va”. Decía el hombre de la camisa verde que si le ponemos empeño podríamos llegar a ser invisibles. De eso, o quizás no, va DLEESJACDB, ya que “los cadáveres digitales desaparecen a los pocos segundos”. En definitiva, un buen libro que se entiende (aún mejor) cuando en la página 165 llegas al final de los agradecimientos y lees sobre la “velocidad caníbal” de la incertidumbre y de la precariedad, y como el autor reconoce en primera persona “que no podía apoyarme en el recurso que hasta entonces nunca me había fallado: la imaginación”. Que viva la imaginación. Siempre.
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