miércoles, 25 de julio de 2012

Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus

Es un problema cuando un monigote de la puerta de un váter se convierte en uno de los tipos que dejan sus pensamientos en un libro. Siempre he dicho que Fernández Mallo es un encantador de serpientes. Nos ha dado libro por cromos, nos ha engatusado. Tal que así. Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus es anterior a lo mejor de su obra, como fue Nocilla Dream, de su época candallística y antes de creérselo de esa manera en que se lo tiene creído. Y hace bien. Su éxito, con tan poco y tan bien hecho, cualquiera lo hubiera firmado con una Mont Blanc y con una buena ginebra. La ginebra hembra, que no macho, es también protagonista del libro, como lo es Mahón, aunque yo tengo mejores referencias del día de San Juan en Ciudadela. El bautismo y todo lo demás, que diría el otro. Este Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus es un libro de desamor, abandono y soledad, de un tiempo intermedio en el que las sombras hacen su agosto y te encuentras con seres raros, con borrachos que dejan su impronta y su olor dentro y fuera de los bares. Los libros de Fernández Mallo son como una cama a medio hacer, una ilustración que no sabes en que dirección se mueve, si son un avance o un retroceso en ese cuaderno de bitácora que es cada una de nuestras vidas. Quizás es que yo espero que aparezca la música de Fernando Alfaro en vez de la de Brel, aunque un par de referencias al Maestro Borges siempre lo congratulan a uno con el mundo. Y acierta al referirse a los borrachos de las islas, a pasar inadvertido, a no tener que dar explicaciones, a lanzar botellas vacías al mar. Islas de un archipiélago de desesperación y de falta de esperanza. Pero siempre sale el sol en las islas, y siempre aguanta en horizontes de grandeza. O tal vez sea una simple percepción equivocada, y, los geniecillos locos, con su bata blanca, solo nos engañaron con el sueño nocillesco. Y todo lo demás.

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