miércoles, 2 de noviembre de 2016
Black Mirror. Tercera temporada.
Nada como el paso del tiempo, nada como las nuevas y viejas costumbres. Seis partes, seis trozos de tarta en esta tercera temporada de Black Mirror. Muchos la idealizamos con aquel primer capítulo: el cerdo político parabolizado con el cerdo de toda la vida. Pero hay muchos tipos de cerdos y, en modo zapateril, cerdas. El primer tozo de tarta, Caída en picado, tiene un cierto aire de caverna platónico. Individuos con trajes blancos, todo bien clarito, todo bien caramelizado, para la gran mentira del me gusta y no me gusta. Hay que gustar a los demás, que los demás nos valoren, que los demás dejen un pulgarcito positivo. Pero la caverna es cabrona y nos hacen caer en desgracia o visitar las alturas. Pero la caverna no es perfecta, tiene imperfecciones, y si siempre hay un gordo al que desprestigiar, un ángel caído, una oveja negra, un bulimia que no reconocer. Y cuando la caída es definitiva, no hay posibilidad de salvación ni paloma picassiana que te rescate. En Playtesting, el segundo trozo de tarta, otra vez sin vela, los recuerdos y la realidad virtual se hacen fantasma de la navidad del presente, recordando la lucidez de Línea mortal, aderezados con salpicaduras de Alzheimer, con dolor en 3d, con criaturas que nos devuelven lo peor del pasado y un futuro en el que no recordaremos nuestro nombre, ni el color de nuestros ojos ni la saliva que generamos en un pasado remoto. Jugar es divertido y peligroso, jugar es salir derrotado porque como nos enseñó Juegos de Guerra, "la única manera de ganar es no jugar". El compañero de clase que nos pegaba, el bufón en que nos convirtió, la araña en que se convirtió y el cuchillo que nos clavo. O tal vez, todo fue una invención nuestra, tal vez fue un dolor de muelas pasajero, una piedra imposible de orinar, un tumor imposible de extraer. La tercera pieza no empieza con tarta, sino con patatas fritas sobrantes en una hamburguesería en Cállate y baila. El horror de la web de tu ordenador hecho paranoia, hecho asunto robotizado, haciendo pesadilla los minutos siguientes. La cuarta porción no es de tarta, ni de patatas, ni de oxígeno que no riega las células: saltos temporales, películas cambiantes, estrellas caídas en desgracias, maquinitas que solo te meten en líos aunque esté presente el espíritu de H&CF. Pero deja un regusto de dolor que se te queda en el alma. Todo es mentira hasta en la muerte. Todo. Absolutamente. Y la quinta pildorita es La ciencia de matar, reflexión entre retinas sobre lo que queremos ver, lo que nos obligan a ver, lo que no queremos ver. Mentiras y verdades, medias tintas, jodiendas con drones y cacharritos que nos joden (aún más) la vida. Y el postre en este sexto menú de Black Mirror es Odio nacional, la joya de la Corona, el diamante pulido, la abeja asesina perfecta. El mal, como el infierno, es una cosa muy personal. Pero hay muy listos, o que se creían muy listos. Odio nacional es el Apocalipsis, invento que lleva la maldad en su interior. Y todo lo demás, también.
No la he visto.
ResponderEliminarTodos los capítulos hacen pensar. Auténticas películas independientes unas de otras.
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