martes, 17 de julio de 2018

El Chapo. Segunda temporada.

Desde el principio, la segunda temporada de El Chapo cumple las expectativas. Sangre, venganza, cárcel, política, mierda y más sangre, y más venganza, y más cárcel, y más mierda. Una y otra vez. En bucle. ¿Quién encuentra a quién? Gringolandia, miedo y asco en Sinaloa, cambio presidencial, cerveza sin moscas. Sombreros y jodiendas con vistas al golfo mejicano. ¿Quién caza a los cazadores? ¿Quién busca una huida sin pretensiones? Dinero, narcos, diferencias nada comprensibles, olor a miedo. Y la política manchándolo todo. Otra vez. La segunda temporada de El Chapo no deja títere con cabeza: los aliados se convierten en los más irreconciliables enemigos. No hay medias tintas: se asesinan esposas, se matan a hijos, se acaban con hermanos. Partidos corruptos hasta la médula, policías que venden a sus madres, presidentes asquerosos hasta más no poder. El mal no es el Estado, es cada una de las personas que forma el Estado. Y no son solo las muertes. Muy graves son las desapariciones. Estos doce episodios son un pulso entre cárteles, una particular Escuela de mandarines sin Miguel Espinosa. Y queda hilo para dar(le) a la cometa de la tricolor mejicana con jota. Y todo lo demás, también.

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