miércoles, 29 de enero de 2020
The Morning Show. Primera temporada.
Cuando dijo FJL que la habían jodido con el último capítulo de The Morning Show pensé en no verla. Otro día, en un 15, me quedé durmiendo viendo el primer capítulo. Luego, después de llegar de una noche de Arrixaca, vi el primer capítulo. Un círculo vicioso, un círculo que no va a ningún sitio. O tal vez, sí. De las mentiras institucionalizadas. Y no: esto no empezó con el andador de Weinstein (vaya tela lo del andador de Weinstein, eso si que es un Mee To, #MeeTo, Yo también o lo que sea ese invento. El personal ha dejado de saludar a los compañeros, ha dejado de dar dos besos a alguien cuando te presentan, ha dejado de tomar copas con los compañeros después de una comida de empresa. Si es difícil elegir a quien te ponen enfrente en una celebración, hay que imaginar la locura del falso Mee To. Porque esto ha pasado siempre: compañeros con compañeras. Y no hay que vender humo porque tengamos aire camino del Lugar de Don Juan... pero siempre había humo. Siempre. Hay una frase que he repetido esta semana en clase hablando sobre la formación del Estado Liberal en España hablando del Carlismo: "No podemos dejar que nos ganen aquellos que nos intimidan". Y no. La frase no es sobre The Morning Show, sino de la tercera temporada de Okkupert, que todavía no la he visto entera. Es una frase del cuarto episodio. ¿Podemos culpar a alguien de lo que hacen otros? Todo es mentira en The Morning Show. Todo. La presentadora que se hace mayor y le buscan sustituta, el acosador señalado, el jefe sin escrúpulos, la carne fresca con voz insultante. Todo mentira en esta vida, también en The Morning Show. Mentiras que se hacen montañas cuando, en grupo y en voz alta, sale la mierda a relucir y salpicar y el ventilador de semen de mono (Tarantino al poder) alcanza a todas, a todos, a todes. Vaya cantidad de mierda que hay que soportar, soportor, soporter. Y esas relaciones truncadas de raíz por la envidia, por el qué dirán, por las influencias, por los tejemanejes, por los cuernos nacidos antes de nacer. Ahora, en el trabajo, en cualquier trabajo, en cualquier ámbito de la vida, hay que pensar mil veces antes de hacer cualquier cosa: antes de dar una mano, antes de dar dos besos, antes de ir a comer con compañeros, compañeras y compañeres... Todo es mentira, pero en las relaciones personales, mentiras podridas. Pero la pregunta que siempre siembra la duda es la siguiente: ¿Eso es verdad? Como puedo yo atestiguarlo sabiendo que es mentira. ¿Se puede creer en la palabra de un hombre? ¿Se puede creer algo de un hombre en 2020? Y todo eso pesa en cualquier relación profesional, en cualquier relación personal, en cualquier relación con personas con las que compartes una habitación, un pasillo, un edificio. Lo que sea. Todo está viciado de raíz, todo analizado desde fuera, todo pasado por una lupa morada que celebra cada aullido ajeno como dolor propio. ¿O era al revés? Y si hay que recurrir al comodín de Nixon, se recurre. Sí que es cruel el tiempo, sí que lo es. Y sí que los jóvenes se quejan. Y la mierda, con más mierda se tapa. ¿Tragamos mierda? ¿Tragamos suficiente mierda? ¿Tragamos suficiente mierda para ascender? ¿Alguien lo duda? Y luego el control del relato. Es importante contar los dramas, pero mucho más importante es utilizar el modo correcto de contar. Las medias mentiras, las medias verdades, la capacidad de ir a la raíz del problema, la necesidad de contar los asuntos más turbios pero del modo preciso y con precisión quirúrgica. O tal vez, no. Tal vez vivimos en una equivocación impenitente durante milenios y esto simplemente vaya a peor. Y el Infierno sigue siendo, antes y después del #MeeTo, una cosa muy personal.
Coda: Bien lo dijo Federico que faltó un paso más, faltó cerrar mejor el último episodio, llegar a las últimas consecuencias y no dejar tantos puntos suspensivos. Pero no se puede tener todo en la vida.
Ya lo dice el refran, donde tengas la olla no metas la... Ni tampoco las ganas de sentirte realizado.
ResponderEliminarUna asunto hipercomplejo
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