sábado, 3 de octubre de 2020
Honour. Primera temporada.
No he contado las veces que dicen la palabra honor en los dos capítulos de la primera temporada de Honour. Sin parar. El honor. El honor en una familia kurda en la Inglaterra de la primera década del siglo XXI. El honor en una familia que tiene de todo menos honor. Se da uno cuenta, a los pocos minutos de Honour, que algo huele a cañería rota y piedras y carne humana podrida. Muy podrido. Personas podridas, ideas podridas, tradiciones podridas, policías podridas, gentuza podrida. Pero todavía hay gente que tiene entrañas y lucha y no duereme porque la verdad salga a relucir. Justicia, injusticia y vistas a una jodienda inclasificable. Chusma varia que hace lo que lleva la gentuza en su ADN: perrerías. Honour da para muchas reflexiones, para pensar que hay tipos que no tienen ni una chispa de humanidad en su asquerosa existencia. Con Honour pasa como con The State, que se te revuelven las tripas pero sigues viendo hasta el mismísimo epitafio. O con Kalifat. Y merece la pena verla.
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