jueves, 17 de junio de 2021

La casa del ahorcado

Lo viejo es obsoleto. Si fuera solo lo viejo… Todo es infantilizado sin remedio. Todo está martirizado. Todo es un Getsemaní cuando toca hacer sangre. O no. Quizás sea una perspectiva, quizás estemos equivocados, quizás nos toque pensar en qué nos estamos desviando. Puede ser. En La casa del ahorcado, Juan Soto Ivars reflexiona llevando la situación a un extremo en el que no hay vuelta atrás, en el que la derrota ya viene de fábrica porque hay cosas ante las que no se puede luchar. Incide JSI en el el culto a la novedad que tanto nos marca y nos pone entre el mapa y la diana, entre la observación y la brújula, entre el desmadre y la vergüenza. Y el factor islam, ese que lo ha cambiado todo y que no estaba hace 28 años cuando nos divertíamos en una pachanga de basket por las tardes en el colegio. No estaba y tampoco lo esperábamos de tal magnitud. La conversión de la blasfemia en justificante de atrocidades. Y no solo la blasfemia. Tabú, Hawái, Tonga, Fiyi y prohibido. Pero no todo ocurre en 1779, en un mes de enero muy lejano. Y tres años antes La riqueza de las naciones y Adam Smith, ese apellido de grupo y números británicos. Vampiros y momias como metáforas de muchas cosas. Y mete en la ecuación la geografía científica, para entender lo que suponen el Frankestein de M.S. y El corazón de las tinieblas de J. C. Y pone el acento en el lugar donde tenemos que poner atención: “Mediante el tabú, el salvaje dejará de ser concebido como tal”. Y siguiendo ese hilo de la cometa, que ya estaba mucho antes de la existencia del tuit del momento, indica el autor que “el tabú es una manifestación de la cultura, de la civilización, no de lo salvaje”. Y entonces apareció el COVID. Le digo a mis alumnos si alguno se imaginaba con mascarilla hace año y medio y se ríen, y piensan que no hubieran aguantado sin salir. Hoy todo es distinto y casi que nos acostumbramos a cualquier cosa. Escribe JSI: “No es tabú aparcar en doble fila, pero sí está prohibido”. Reflexiona el autor sobre la palabra tabú relacionándola con el miedo, la cerrazón ideológica y la ignorancia. Y entonces aparece la etiqueta, la diferenciación, el epíteto, los adjetivos (tanto calificativos como especificativos) y el chascarrillo de La Casa Blanca (antes y después de El Ala Oeste) al hablar Trump, como nos recuerda el autor, de “virus chino”. ¿Pero alguien lo duda? ¿Alguien dudaba en 1348 que lo llegó a Mallorca y Levante era una debacle? Y entonces, los herejes son señalados, antes y después de las crisis, ya sean energéticas, económicas o sanitarias. ¿Quién pijo se acuerda del 15M? Cuando hablaba de él este año en clase, ninguno sabía nada. Ninguno. Y cita el autor a J.G. Frazer al referirse al tabú como “un objeto cargado de un poder contagioso”. Y si hay que hablar de Harvey Weinstein, también se habla y no se le perdona que fuera el productor de Pulp Fiction. También les puse a mis alumnos la noticia del perro llamado Exkalibur, y tampoco les sonaba de nada. Lo pone como ejemplo JSI, aquel sacrificio, aquel momento de lucidez taciturna. Hay muchos opinadores, tertulianos y gentes que hablan si motivo aparente (aparte del dinero), que piensan que con el PP en el gobierno (tras el asunto Exkalibur) se hubiera cerrado España a cal y canto para evitar otro show como el del perro y la enfermera. No lo sé. Tengo dudas, estando el 8-M por allí. Nunca lo sabremos, y no sé sí es tabú preguntárselo en voz alta. Pone también JSI el ejemplo de las drogas como tabú, aún más latente con sus primos hermanos tolerados (alcohol). Siempre es tabú, como es tabú reconocer que vas al psicólogo o al psiquiatra. Subraya JSI ese relación, esa definición que pasa de la ambigüedad al tabú, pasando por estadios intermedios muy personales y difíciles de asimilar. También se refiere el autor a la situación de los judíos cuando aparece Hitler en la escena política alemana y más aún cuando llega al poder. Nos hace reflexionar sobre el comportamiento, nuestras actitudes, ante los mendigos (nada comparable a los que me insultan al salir de la iglesia de San Pablo porque no les doy un euro). A veces no sabes si agachar la cabeza, ponerte las gafas de sol, tocarte las mascarilla… ¿Hay límite? En el tercer capítulo JSI se refiere al psicoanálisis. He de reconocer que tengo prejuicios con el psicoanálisis. Muchos. Nos hablaba de él un tipo que decía que era nuestro profesor de Filosofía (yo aún tengo dudas) y se refería Sigmund PutiFreud y añadía palabrejas raras hablando del asunto. Siempre podemos pensar de ás con la Matanza de Quíos de Delacroix, y luego volver al psicoanálisis. O no. Este capítulo me gustó por lo que define como “cultura de la cancelación”, en la que analiza ejemplos de campañas de censura como las que practica la izquierda posmoderna (anglosajona) y que llegan a todos nosotros (y no solo por Twitter). ¿Qué comportamientos son nocivos o son considerados nocivos? ¿De qué podemos quejarnos? ¿Tenemos la piel fina o muy fina? ¿Finísima? Pone JSI el ejemplo de La primera tentación de Cristo y la figura de un Jesucristo gay ( no tenía ni idea, válgame Dios). Soy católico y eso no me molesta. ¿Tengo la piel fina o todo lo contrario? Incide JSI en las guerras culturales, en los espectros ideológicos, correcciones políticas que no no llevan a ningún sitio. O sí. Cita JSI a Jon Sistiaga: “Tabú es lo que no nos dejan decir y, a veces, también lo que no nos permiten pensar o sentir”. Recuerdo que en el curso 2011/2012 tuve que ejercer (obligadamente) de profesor de Educación para la Ciudadanía porque los profesores de Filosofía no querían o no podían o no debían (y uno de ellos era descendiente de Espinosa) y hablé, con mucho cuidado, de esos temas a los que se refería Sistiaga como la eutanasia. Y de ahí también me hace reflexionar JSI sobre la neurosis obsesiva y el trastorno obsesivo compulsivo. Y que debemos llevar mucho cuidado con los chistes. Y que me pierdo con lo cotidiano y que no me había enterado de que un tipo se ensañó con un cuadro de Picasso al grito de ¡Viva Murcia! (que eran unos baretos que estaban bien, por cierto). A veces, la rutina nos hace no prestar atención a noticias, a hechos, a la velocidad de la luz. Y llevando el antipacifismo a la enésima potencia, también se refiere el autor a la destrucción del arte por parte del Estado Islámico en lugares de Iraq, Libia y Siria desde el año 2014. Decía Manuel Alcántara que ningún loco se daba con dos piedras en los huevos y que tampoco cortaban billetes de 50 euros. No. Les da por joder la marrana y llamar la atención. Viva Murcia. Con un par. Con un par. Igual que el asunto de la destrucción de monumentos con la historia del Black Lives Matter en 2020. Bastante historias sobre el asunto me tragué en la burbuja de la NBA en Disney en Florida, como para aguantar estas historias. ¿Qué se gana tirando una estatua primero en Yankilandia y luego en el resto del mundo? ¿Qué pijo conseguimos analizando situaciones y actitudes de siglos pasados en el presente? El contexto, pijo, el contexto. Lo sacamos todo de contexto. ¿Qué culpa tienen Washington o Jefferson o Leopoldo II de Bélgica? ¿Eso es tabú o estupidez? Da que pensar. Se refiere el autor a la expresión “revolver las tripas” cuando ponemos a sacar o relucir un determinado tipo de asco. ¿Pero cómo narices se revuelven las tripas? ¿Es físicamente posible revolver las tripas? ¿Metiéndome en una lavadora? No lo sé, pero sí pone el ejemplo de David Hume (otro filósofo) y el emotivismo moral y muchas cosas más. Escribe JSI que “los tabúes serían el mecanismo con el que la cultura y el individuo han impuesto límites para lo que le resulta tolerable a sus estómagos”. Es una buena forma de resumirlo. En el siguiente capítulo, titulado “Si no hay tabúes, hay guerra, revolución y violación”, se refiere al asunto de la revista Charlie Hebdo de 2015 y el atentado en su redacción que causó 12 muertos. Aquello fue un shock, pero como bien indica JSI, esa batalla la ganaron los fundamentalistas y los fanáticos. Salieron ganando. ¿Para eso no salimos a manifestarnos? ¿Dónde estábamos? También indica JSI que “lo cierto es que no existe la democracia sin algunos tabúes”. ¿Se puede hablar tranquilamente en una sociedad tolerante de asuntos como el incesto y el asesinato? Pues, según mi opinión, va a ser que no, al más puro estilo Xoel López. Y sigo sin ver El verdugo de Berlanga. Hay temas complejos, hay temas chungos (más allás de las elecciones) y luego está plantear la despenalización de los crímenes sexuales. El tabú al poder. Y pone el autor un ejemplo desgarrador el Alemania occidental en los 60’s y 70’s de un tipo que sugirió dejar niños sin familias o de familias desestructuradas (o como se diga ahora) para que una serie de pedófilos ejercieran de cuidadores de las criaturas. El resultado fue el esperado, claro está. ¿Esto sería posible hoy? ¿Estaría el tal Helmut Kentler en la cárcel? Y también reflexiona JSI sobre el asunto. Sobre ese asunto del que todo el mundo lee pero del que mucha gente no quiere hablar. China, Cataluña, Asia Argento. Hay para todos. Y citar a Robespierre, y a alguien más para recordar aquella frase de “toda revolución convierte en tabú una parte de la verdad, y eleva al altar sagrado una parte de la mentira”. Y de la revolución a la represión únicamente hay un paso y podemos poner miles de ejemplos. Y trae la vieja comparación, del hombre de la camisa verde, de la cuaresma y el carnaval (cada vez que me veía disfrazado de verdugo medieval). Y hablando del medievo y de herejías, cita JSI a don Eduardo Mitre Fernández, casi nada y nos lleva al asunto Damore y Google (que yo desconocía por completo) y a la figura de Robert Shattuck, y Einstein y aquella misiva a Roosevelt alertando de la posibilidad de una bomba nazi que los llevara a El hombre en el castillo. O no. Ni idea tenía de que Fulton y Napoleón hubiesen tenido contacto (vivan los estudios de los licenciados en Historia). Pero creo que el libro se hace un poco largo, y que hubiera sido mejor sintetizarlo más. O bastante más. Habla de tabú, de herejía y de narcisismo. ¿Quién se acuerda de Calvino, Ginebra y Servet? Muy poca gente. En tiempos de ficción distópica como en el que estamos, de mascarillas y pactos de lazos amarillos, de huidas hacia adelante y de estanterías vacías, siempre es posible otro capítulo de Black Mirro. Escribe JSI: “La historia ficción es una pérdida de tiempo tan estéril como tentadora”. Tampoco sabía que Goebbels había estudiado Filosofía, aunque siempre que pongo en 4º de ESO el final de El hundimiento los alumnos se sorprenden de la muerte de sus hijos. ¿Acaso no se lo esperaban? También reflexiona el autor sobre ese fenómeno de la caza de brujas, que según él “se desata cuando el pavor a la herejía se contagia entre la comunidad”. ¿Cómo explicar el éxito de Orbán? ¿Y el de Vox en El Ejido? ¿Y qué ocurre con Alternativa por Alemania? ¿De estos fenómenos también nos sorprendemos en 2021 o ya no lo hacemos? ¿Y después del fenómeno Trump qué? ¿Y cómo salimos del atolladero del BLM? ¿Con camisetas como los chicos de liga profesional de baloncesto americana? ¿Cómo le explico a mis alumnos el éxito del Frente Nacional en Francia mientras en su equipo nacional juegan en punta un tal Karim y otro Antoine? ¿Seguro? En el epílogo, el autor subraya que ya hay una parte importante de los habitantes del planeta Tierra que pasan (él utiliza “desconfían”) de los políticos, de las Cortes, de los juzgados y de las fuerzas de seguridad. Pero no únicamente de la división de poderes, sino que también lo hacen, según el autor, de los colegios, de las lenguas y de las tradiciones y culturas, de lo que nos ha contado la historia y hasta del método científico que vemos en 1º de ESO en Iniciación a la Investigación. Al final, merece la pena leer La casa del ahorcado (Cómo el tabú asfixia la democracia occidental), o por lo menos, reflexionar sobre lo que sus páginas contienen. Coda: Siempre está bien recordar a Los Soprano, ese bar, esas conversaciones, ese mundo...

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