domingo, 18 de julio de 2021
Bosch. Cuarta temporada.
“¿Puede un viejo amigo convertirse en un enemigo?”. Farsa, mentira, trola. Como la vida misma. La cuarta temporada de Bosch se va de las manos en el buen sentido, en el del clásico: “Los viejos amigos se convierten en nuevos enemigos”. Entonces, todo era mentira, gran mentira, como otra frase boschiana: “Pasar página es mentira”. O algo así. Rojo profundo, el color de la traición. No todo el mundo sabe la fórmula del dolor, pero casi todo el mundo prueba el dolor. Vuelve a incidir en la asquerosidad de la política, en las infidelidades laborales, en las pérdidas maternales, en la protesta con motivo aparente, en el color de unos sueños convertidos en pesadillas. Pero sí, el pasado se vuelve a repetir, con fórmulas parecidas, pero se repite. No conviene confundir el dolor con la mentira, la traición con el disparate, la flor de cactus con la puñalada trapera. Bosch, ese tipo que saca las garras pero es capaz de recordar el infierno de una noticia en una piscina, la Guerra del Golfo con una fosa en la memoria, la embajada de China con el peor de los chinos cudeiros. O no. O únicamente nos hemos acostumbrado al agua cuando nos merecemos de verdad ese Rojo profundo de variantes cartujas. O vivir bajo tierra, mirando al suelo. La fraternidad, al igual que la igualdad y como anteayer, no es únicamente meterle a alguien un tiro en el culo o un lápiz en la oreja. No. La fraternidad es mucho más. Se trata, como en el Génesis, de buscar para encontrar, de salir para no volver nunca más porque la vuelta siempre es una derrota.
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