lunes, 8 de noviembre de 2021
El sermón sobre la caída de Roma
Por culpa de la recomendación de Sergio Belmonte he abandonado el SPQR de Mary Beard y he acabado en El sermón sobre la caída de Roma de Jérôme Ferrari. Un tipo que repite, más de una vez a lo largo de ESSLCDR que a las tinieblas le sucedan las tinieblas, que tras las tinieblas van las tinieblas. ¿Y qué significa eso? Pues dice allá por el final del libro que quizás no signifique nada. O sí. Yo que sé. Con la apariencia de lo que no es, o no está, Ferrari reflexiona desde el principio con la ausencia, y con una foto que da tumbos nos mete de lleno en la historia de una saga familiar que esconde secretos y decepciones, llantos y entierros, muchos entierros (¿qué pueden tener en común las familias más que entierros?). Con esa foto de 1918 (vaya añito, rodeado de otros buenos añitos), con bautizos y vida cotidiana y con referencias continuas al Altísimo y a lo que nos espera: “Nada se agota tan de prisa como la improbable misericordia de Dios”. La misericordia de Dios da para muchos sermones, antes, durante y después de las caídas romanas y bizantinas, de este imperio y del otro. He hecho con este libro lo que no había hecho en años: un árbol genealógico de la familia protagonista, de hermanos que son primos y de paracaidistas que van de Indochina a Argelia, de abuelos que tienen andanzas y de nietos que montan bares en Ajaccio, de mujeres que mueren en África y de hermanas que no consiguen lo que el amor debe dar. O sí. Y como hablamos de familia (ahora que he hecho un alto también entre The Americans), me ha recordado el inicio, hablando de huevos y cerdos y escrotos, la imagen de mi padrino Víctor castrando cerdos encima del Renault 5 blanco en un periquete, en un hola y adiós, que traducido al habla de las bestias de la ESO, es eso que pasa entre que te escupen bajando por la escalera del instituto y llegas al departamento de turno y alguien te dice que te quites el lapo de la espalda del jersey (añorando el instituto estoy). ESSLCDR hace pensar (y mucho) sobre las maldiciones que caen sobre personas y bares, sobre estirpes y sitios, sobre temporadas altas y depresiones de meses sin turistas, pero también (con lo que estoy muy de acuerdo) con lo de no aspirar a nada, con esa frase que Ferrari subraya tan ricamente (“nadie está obligado a ser ambicioso”). Nadie. ¿Por qué empeñarnos en hacer cosas que hagan felices a los demás? Dice Alsina en la radio que en cuanto pueda se larga a su casa y deja de madrugar para trabajar (y estoy totalmente de acuerdo). Con el pretexto del arrendamiento de un bar y su funcionamiento (casera, jefes, empleadas, cantantes a noche parcial en el establecimiento), JF monta una familia paralela al protagonista, un hermano que no tiene pero que cree sentir, unas hermanas con las disfrutar del trabajo y del tiempo libre (¿se puede decir ocio en 2021?), una clientela con la que confraternizar en distintos idiomas y un paisaje de evocación (o tal vez, candidez) que no quieres que se acaba. Pero todo lo bueno se acaba (o todo lo que tú crees que es bueno). Escribe JM: “El reino de la ilusión jamás puede ser perfecto”. Cuando tenía alumnos que me escuchaban y todavía tenían que aprobar todo para titular, les decía que no se acogieran a la euforia de una gran alegría, que después siempre venía una mala noticia o algo que les iba a entristecer. Y es que es así, porque nada es real y todo es mentira. Aquí pone a unos zanguangos a regentar un bar olvidándose de un tal Frege y de otros filósofos, y aparece en escena San Agustín, sus restos y sus escritos, su búsqueda y sus palabras y La Ciudad de Dios que alguien dijo alguna vez que leyó. ¿Quién ha leído La Ciudad de Dios? Zanguangos, amigo vagabundo y pedir dinero a la familia, un cóctel sin Tom Cruise a la vista, pero siempre con el deseo de no crecer, de seguir sin querer obligaciones y seguir el principio de Kevin Spacey en American Beauty: “Quiero la menor cuota de responsabilidad en mi vida”. No queremos responsabilidades, pero nos vienen y a veces apechugamos y a veces, como en Carnivale, ahuecamos el ala. Puestos a pensar, también Ferrari nos lleva a pensar (más de la cuenta) en los condicionantes de nuestra tierra natal (sea cual sea), aunque algún punto y seguido más no estaría de más. En esa mezcla y saltos en el tiempo, aparece citado Pétain, la zona libre, Hitler, Marsella, Argelia, Casablanca, Tolón, los partisanos y el tío Benito, no vaya a ser que nadie se enfade. A veces esperas al último libro de la Biblia, pero no llega y mientras, empiezas a creer que eres fruto de una futura matanza, en la insignificancia que somos (y no queremos asumir que somos), en la parodia existencial que suponemos y en la lucidez taciturna que queremos alcanzar y nunca conseguimos. Además, ESSLCDR te hace volver al diccionario y buscar el significado de gemonía y de majada, y te pones a buscar el diccionario para buscar en él palabras sobre un bar de Ajaccio, esa es la maravilla de la literatura. Y en ese mundo de perfección ilusa, esa perfección que creemos tener y que no dura ni la cháchara de Pablo Laso en un tiempo muerto, no asumimos nuestra vida paródica, de nuestro teatro de supervivencia, de nuestra negación de la realidad. Ahora que todos somos expertos en grandes apagones, los zanguangos nos recuerdan que debemos ser prácticos y que hay que vender lo que te desean comprar, no al revés, aunque para ello hay que seguir unas normas, simples pero normal al fin y al cabo. Y hay mucho hijo de Satanás suelto y no te puedes fiar de nadie, porque nadie es de fiar. Antes que tarde, la despreocupación desaparece y todo son preocupaciones, todo son jodiendas con vistas a la bahía o al cementerio. Y llega Semana Santa, y aunque no seamos cristianos, vamos los Santos Oficios de Jueves Santo, y queremos que nos lave el cura los pies, que vamos al cielo. También nos hace preguntas, de Jueves Santo a Navidad, sobre el tiempo que somos capaces de no movernos, de no cambiar de aires, de no mover el rabo y buscar nuevos dueños… O no. Quizás siempre hemos sido esclavos y sin Espartaco que nos lleve a la crucifixión, morimos esclavos. Buenas reflexiones deja Ferrari sobre el funcionariado público, ya sea en la metrópoli o en las colonias (ponga latitud y longitud a su gusto, visite nuestro bar y cante himnos atemporales) mientras aspira a ser policía, o cura, o ministro (en España, ministra o ministre también vale), o médico borracho. Bárbaros, visigodos, gentes del norte. En esa canción de Hombres G, Esta es tu vida, canta David Summers: “ahora hay abuelos que no hablan de la guerra, pero todo sigue igual…”. O algo así. ¿Para qué hablar de la guerra con los niños que se asustan? No. Y el colonialismo también tiene su cucharadita en ESSLCDR: “Compañeros transparentes de tantos años inútiles”. Y apostilla: “¿Así mueren los imperios, sin exhalar siquiera un gemido?”. Déjate de gemidos, y vuelve al pueblo a enterrar más muertos: eso es la vida, volver y enterrar gente de tu familia. Escribe JF sobre la “sabiduría del registro civil”, que no siempre es matemática, que no siempre se cumple en orden. Y la comparación entre animales y hombres, que no somos tan diferentes en costumbres y modas, y cuando no encontramos el tesoro, lloramos y buscamos un plan b, un equilibrio que es imposible mantener, una irrealidad de pies de barro. Un gran libro para creer que lo que tenemos no es nuestro y que lo que no tenemos, tampoco.
Coda: ¿De verdad es eso cierto que Dios perdona la vida a quien quiere?
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