jueves, 9 de diciembre de 2021

Anna. Primera temporada.

¿De qué tiene miedo Dios? ¿De una serpiente en una nave abandonada? ¿Saltar de una iglesia olvidada a medio construir? ¿De una persecución de niños pintados de azul y blanco? Salir, cruzar trapos, aires venenosos, aire que no sabes que contiene en época de pesadillas como la actual no nos viene mal un cuento como Anna. Contagios, frontera, Palermo no es Roma. Máquinas de coser. Cuentos de 2015 que nos estallan en la cara como melones que caen desde un décimo piso y asusta hasta los helechos. Ventanas que se hacen cuadros. Bélgica no es Roma, faltaría más. Complot, vacuna. Todos al campo. ¿Trabajar si no hay futuro? El Cristo y la urna, el poder y la reja, la iglesia dormida. El hombre de la camisa verde me decía que cuando se murieran los viejos me iba a quedar solo en la iglesia. No se murieron todos pero las iglesias se vaciaron durante un tiempo y los curas hacían las misas en la intimidad de la soledad. Nada como Cenicientas en etapas de locura e hinchazón. Déjese querer por una epidemia; volvamos al Paleolítico, inventemos el fuego, escupamos en nuestro propio apocalipsis. Fábulas, que no hay tocino para todos, que no hay mañana sin profanación. No hay rezos sin catarsis, no hay milagro sin expiación. ¿O era al revés? Hace pensar Anna en el legado de los arquitectos. Pregunta número uno que se hacen los niños y los jovencitos en Anna: ¿Quedarán adultos vivos? ¿Cuál es el límite? Caballos, esqueletos y mermelada. La etiqueta de los envases, el olfato desarrollado, la nueva Revolución Industrial del vapor de las epidemias. Y niños que descubren no estar bien, y dejar frases que hemos escuchados a los enfermos toda la vida: “Esto es lo peor de la enfermedad: no tener hambre”. Persecuciones, ejércitos de niños, bautismos tintóreos, entierros en atún, ejercicios masterchéficos de salto. Dictaduras a pequeña escala. Y si hay que recordar la presentación de los Bulls de Jordan (con su musiquilla), se imita, o se crea una danza y un vestido de novia y lo que haga falta. Brazos ausentes y tormentas en un partido en mitad del escombro. Vivan los sastres, sean o no hermafroditas. Habría que preguntar al ministerio igualitario si el asesinato de una mujer a manos de algo que no es hombre o mujer (o los dos géneros a la vez) es violencia machista. Preguntas que deja Anna. La basura, las gaviotas, los lavabos acumulados, los perros comiendo carne humana, los colchones olvidados, las fuentes muertas. De todo nos muestra Anna. Y nada como Las meninas para ilustras la muerte de la madre con el hijo, el alma luminosa que se escapa entre lirios. Y si el volcán no va a buscarte, búscalo. Rápidamente. Y si la península está en el horizonte, a por ella. Todo eso y mucho más es Anna.

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