lunes, 13 de diciembre de 2021
Succession. Tercera temporada.
“No quiero tener termitas en los puñeteros cimientos”. Revoluciones napoleónicas en imperios mediáticos. ¿Cómo pensar en el inicio de la tercera temporada de Succession? Huesos, harina, matas de habichuelas y llamadas de teléfono padre/hijo. “Todo es un riesgo si no hay huevos”. Siempre hay que tener una frase presente, como decía el hombre de la camisa verde: “Nunca hay que decir lo siento”. Miradas y cuellos y gestos y jaleos varios. “Nos vamos, que nos estamos eternizando”. ¿Cuánto tarda uno en eternizarse? Batallas familiares aunque no tengamos infarto para empezar pero si helicópteros. ¿Qué sería de una serie de televisión actual sin teléfonos móviles? ¿Podríamos imaginarla? Plan A, Plan B, pasito adelante, pasito atrás, cambio de cromos, barniz en la fachada: mentira sobre mentira. “Si aún tienes las manos limpias es porque en tu casa de putas también hacen la manicura”. Mentiras y más mentiras, como “el puré caducado”. Del jamón york no hablamos, que eso no es jamón. Libros sobre aviones y decisiones, y “que broten las 100 flores”. O un millón. Viva Bosnia. “¿No te marcarás un Judas?”. Viva el miedo, vivan las corbatas largas, vivan las patillas mal afeitadas, vivan las preguntas que se dicen en familia: “¿Crees que te has atado la chorra a un tren en marcha?”. Salas, jarras de agua, ascensores que traen al caballo sin Helena, marionetas y fraternas puñaladas en familia. Está bien eso de “meter un millón de arañas venenosas en la uretra”. En esta historia de la dinastía Julio-Claudia contemporánea, de pavos reales e hijoputas, no hay nadie bueno. No se salva nadie, ni la ensalada de los platos, ni las putas hojas de lechuga. Pero los padres prefieren lechuga, y los díscolos, hinojo. ¿Qué pijo es el hinojo? También subraya la tercera temporada de Succession ese feminismo tan de ahora, de valer doble por el hecho de ser mujer, marioneta sobre marioneta y tiro porque me toca. Todo mentira hasta la caja de pino, hasta el acuerdo prenupcial, hasta el abrazo paternofilial. De tuit a tuit y tiro porque me toca. Pero por primera vez desde el inicio de Succession, hay un bajón en el nivel de los capítulos (demasiado) sobre todo entre el tercer y el octavo capítulo para, de golpe, en el noveno, volver a Shakespeare, volver al drama y a las puñaladas, al llanto y a la muerte asistida (aunque no siempre se produce), a la traición y a los Judas: Judas en el matrimonio, en la fraternidad, en la cornamenta, en un sí que quiere decir quizás, un quizás que significa y un no, que siguiendo a Don Manuel Alcántara, te evita ser un buen diplomático. En Succession no vale la diplomacia, no vale el miedo porque el ogro siempre gana. No vale ir de guay en tu cumpleaños, no vale mandar fotitos, no vale aspirar a la plata olímpica porque luego ni ganas diploma y acabas, como Roman, “eyaculando polvo”.
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