lunes, 3 de enero de 2022

Hierve

No me meto en tecnicismos porque no sé de cine ni de video, no tengo ni idea de editar ni de montar. Me da igual un plano secuencia de hora y media que plano y contra plano. La historia es lo que me interesa de una película. Hierve va de un restaurante y de lo que pasa en él durante hora y media, desde que no hay ni Dios hasta que está petado de imbéciles y de gente interesada, de gente que se cree que está en Benavente pidiendo cordero al punto y de tontas que van a un restaurante a chisparse, de gente que bebe alcohol en una botella de plástico y de cocineros que se rascan la nariz de forma inconsciente mientras un inspector de sanidad te hace preguntas. Hay momentos en los que Hierve no es creíble, como tantas otras cosas en la vida. Lo que pasa es que ahora todos somos expertos en MasterChef, o como se escriba el nombre de ese programa. El más tonto te hace un guisado a la manera versallesca, con garbanzos que saben a pétalos o al revés, que a fin de cuentas todo te lo paga la estrellita verdinegra: todo es mentira hasta que una puerta se cierra, que es como acaba Hierve. La película es ante todo estrés, del primero al último del restaurante, menos al más julandrón del asunto que pasa de todo. ¿Podemos estar estresados continuamente independientemente de nuestro rol en nuestro puesto de trabajo? ¿Queremos más o menos responsabilidad en nuestros trabajos? Hierve es un ejercicio de velocidad, de tránsito de un infierno previsible a otro irreal, pero la vida cotidiana es eso: algo que creeríamos con lo que disfrutaríamos y acaba siendo una puta mierda.

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