viernes, 4 de febrero de 2022
Ruido de fondo
Tiene un inicio confuso Ruido de fondo. Quizás quiso hablar de muchas cosas en pocas páginas, o quizás yo lo entendí mal en ese momento, o quizás yo soy más borde que los bordes y más ultra que los ultras. Siempre me ha gustado la parte gamberra, la parte del fondo sur de La Condomina, la parte bestia de los City Boys (independientemente de la ideología, del equipo, de lo bestia y lo salvaje). Pero a pesar de esa confusión, me gusta la muerte del gato (he sido testigo de muchas, cuando España era España y no este chiste). Siendo sinceros, en un Bayern contra el Real Madrid lo raro es que no pasen más cosas porque nos ponemos, todos, muy bravos (cada uno en su sitio). De Gistau me gustaban sus columnas, y como a él, me gustaba el consejo del barman y desconfiaba de folclóricas con sentimientos (¿o era al revés?). Pese a todo, pese a la confusión, me ha gustado mucho Ruido de fondo. Mucho. Lo de los cuadros y las nostalgias esteparias, suena bien; lo de la gotita de semen, mejor todavía. Y ojalá tener un aspecto de Soprano a la hora de lanzar el comewhiskas al contenedor de basura. Y ese “cerrado como coño de monja”, para enmarcar. Y el Volvo para aparcar, también. Joyas que lees y, de tarde en tarde, relees, como ese “detector de pobres” del bar. La vida es así y hay que describirla. Y si vas con el punto no es que pienses como Homero, sino que ya eres carnal de Bartolomé. Y en plan Nick Hornby, nos deja perlas de las que hacen pensar, de esas que nos hacen preguntarnos si no queremos volver a casa porque estamos solos o porque no hay nadie esperando en la madriguera. También nos hace David Gistau reflexionar sobre la forma de comportarnos, sobre si somos imbéciles esperando aprobación por todo o vivimos en un estado permanente de sopor o de control, ajeno o propio, de libertad vigilada sin poder levantar los ojos detrás de un culo ajeno o de una buena chica pulmonada. Gistau era un cabrón de esos que escribía bien, frases cortas de las que memorizas para soltar como si fueran tuyas, como si fueran cosecha propia, como si lo de decir que los niños aprobaban exámenes en dos idiomas lo soltara todo el mundo. Ahora que estoy casado tomo nota de eso de no volver a retrocesos evolutivos ni añoranzas bárbaras, aunque no siempre haga caso. Y esa tontería que se acumula y que no sabes si es la falta de alpiste alcohólico o los años. Y el recuerdo de los 90’s, y las peleas, y los viejos amigos del grupo que Gistau los llama Gepeto, Pasoatrás y Pancho pero que podrían ser otros a los que cualquiera conocíamos, y las peleas en los bares, y las sillas voladoras, y escaparte por consejos y olvidar tu pasado hasta que te lo vuelves a encontrar. Recuerdo que hubo un tiempo que daba miedo salir por Murcia, y se daban de palos y la policía, durante una temporada, iba mucho por el Miguel Espinosa (el instituto) y un día un compi con el que no tenía mucha confianza me dijo que si me preguntaban el domingo yo había estado con él viendo el partido. Luego estuvo unos días sin volver al instituto y no me sacó el tema, pero la policía siguió apareciendo durante un tiempo por el Espinosa. Qué tiempos, pijo. Gistau hace del recuerdo y la frase corta algo que, por momentos, no queremos volver a poner en nuestra mente pero que nos lleva a momentos de tensión y disfrute. La avalancha en el fondo sur de La Condomina y jodiendas varias. Y esas frases propias del hombre de la camisa verde que aparecen allá por la página ciento y pico: “CSNVDC”. Grandes frases, grandes momentos, grandes recuerdos. Volver a los amigos del pasado cuando tienes un lío es un desmadre, es un rato de Casi Famosos, es mucho Led Zeppelin y ruido del copón. Y aprender del verbo aproar, aunque sea tarde, no está mal. Y dejarte crecer el pelo, y las camisas y los polos, y que se rían de ti en tu cara y te tengas que tragar los sapos. Todos los sapos. Y nada como el personal diciéndote que pareces un socialdemócrata (si me lo dijera Ángel Calvo, me supondría un alago, pero no siempre tenemos el placer de escuchar aquello de que casi gana el PCI). Pero al final, todos traicionamos. Siempre. Y Ruido de fondo es un gran ejercicio para reflexionar sobre nuestras traiciones y nuestras falsas amistades.
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