martes, 12 de abril de 2022

Carne de sirena

Lo primero que me llamó la atención de Carne de sirena fue su portada con una especie de Borges joven descamisado, con heridas en la cara como si la pelea entre Vargas Llosa y García Márquez hubiese acabado en su rostro. Ese Borges de portada, con el pelo negro hacia atrás, es desconcertante. Te deja herido antes de empezar. Y luego, pues empiezas y Montero Glez habla de nubes y del pellejo de bacalao seco, y de tipos que entran en el mar en su último día de vida. Bueno, de Andrés Bouza y de un chaval que mira una gaviota y tiene intenciones como las que tengo yo con las palomas o con las que tenía en el patio del Jiménez de la Espada cuando, a la hora del recreo, ya estaban las gaviotas merodeando el patio del instituto para pelearse por los restos de los bocadillos de los alumnos. Y el camino a Lisboa, y las sonrisas que no rompen en las caras. Y los ruidos del mar, y las certezas de este Charolito de barco, que es consciente de que “la muerte era el único acontecimiento de su existencia que tenía la garantía absoluta de cumplirse”. Carne de sirena deja frases que nos recuerda que la brújula no sirve si no tenemos futuro, pero que rara vez buscamos más allá de la hora siguiente: “Un hombre que navega solo, navega en buena compañía”. Parecen frases del hombre de la camisa verde, pero realmente son de Montero Glez. Barcos que deciden escapar, posadas que muestran a ciegos impenitentes, a jugadores de todo menos de ajedrez, a antiguos secuaces metidos a dionis, a cervezas fría y a soledad ante la muerte. Como cazador de ocas, o tipo que extraía hígados de ocas, no tocaba escupir en el mar, sino escuchar sentencias que te dejan reflexionar en esos instantes en los que la lucidez es lo último que se tiene: “El pasado, aun el más doloroso, nos pertenece, tanto como nosotros le pertenecemos a él”. También, recordando charolitadas, podríamos decir que “o se olvida o se magnifica”, pero no estamos hablando de toros ni del crimen de Cieza sino de barcos y espumas de distintos tipos. De muchos tipos. Y como nada es casual, el Borges de verdad, el ciego y con la señal marcada, aparece en la posada, mostrando sus credenciales carnales y vitales, convertido en cura cabrón que retratado por Tarantino se haría icónico. Y hablando de sacerdotes y diablos, siempre viene bien recordar la frase de Federico Volpini: “El diablo es un agente doble al servicio de la Providencia”. Montero Glez, apostilla: “Todo ángel no es más que un demonio bien dominado”. Y en ese bar de mil demonios, aparecen las biografías y los actos del cura, del Chiruca y de todo Cristo, que Carne de sirena es ante todo una historia bíblica, con versión propia de la visión de los pastorcillos que vieron a la Virgen y que luego provocó lo que provocó. Y de Santiago, mejor no hablar. No. Carne de sirena nos muestra los arreglos gallegocubanos, la intrahistoria de la Modelo de Barcelona, asesinatos y corbatas colombianas, el fuego de San Telmo y lo peor y lo infame de la Costa de la Muerte, las bodas que empiezan mal y acaban peor, las peores familias, los odios fraternales, la mentira disfrazada continuamente de engaño. Una buena novela, de ritmo lento y conversaciones que hay que leer y entender, para luego reflexionar sobre cosas que no son verdad, porque todo, en la vida y en las novelas, hace mucho tiempo que dejó de ser verdad.

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