viernes, 24 de junio de 2022
Hacks. Segunda temporada.
Hacks da un puñetazo en el autobús y en el crucero lesbiano para ir contra los tópicos, para ir contra la kombucha, contra los menús veganos, contra la ceniza del familiar en bote de pelotas de tenis Wilson. O no. O quizás es todo mala baba, malas interpretaciones del espectador, mala leche bien entendida hasta que deja de ser entendida. Es difícil ser subalterno, o creerte superior, o cambiar de tema y dejar para luego lo que toca ahora. La dificultad de lo cotidiano, de llevar bien la relación con alguien cuando no es fácil. Toca girar, pero no suenan Los Planetas. Cuando cambias el cuadro, el marco no siempre sigue intacto. Siempre hay problemas para mantener la intensidad, para guardar la chispa, para volver a fantasmas del pasado, a la madre con extensiones, a funciones nuevas que no funcionan. ¿Cómo se puede hacer reír constantemente? Todo mentira, como siempre. ¿Todo el mundo sabe que el Perrier lleva gas? ¿Seguro? ¿Qué hemos hecho para merecer agua sin gas? El Tour sin bicis no es lo mismo. Nada como reflexionar sobre el robo entre hermanas, sobre el dolor ajeno visto desde la dramedia. Porque Hacks va de guay, va de mujeres guays que se creen perfectas, pero son diamantes agrietados, son joyas imperfectas, son rocas que talladas hubieran sido objeto de deseo de las mejores joyerías pero que acabaron en una tienda de empeños de carretera. Lo mejor de todo, poder reírse de uno mismo, poder buscar en ese espejo que nos defoma las peores de nuestras deformaciones. Somos cobardes, pero salir de la retaguardia cuesta un mundo. Y cuando salimos, no siempre sale bien. No siempre sale. No siempre. No.
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