martes, 19 de julio de 2022
Los alpinistas de Stalin
Cita Cédric Grass a Stefan Zweig para empezar Los alpinistas de Stalin: “Porque no hay nada superior a una verdad que parece inverosímil”. Los alpinistas de Stalin es un libro de una Geografía macabra, de cimas que te dejan helado, o cojo, o con mutilaciones varias y te llevan a la muerte en sus múltiples variantes, y también es un libro Historia, de esa Rusia que mutó de zarista a leninista y cambió de señor feudal, pero también fue macabro y se portó muy mal con sus vasallos, e inventó purgas y gulags y muchas desgracias más. Los alpinistas de Stalin cuenta la historia de dos hermanos, los Abalákov, llamados Vitali y Yevgueni, que sufrieron mil perrerías y tuvieron altibajos y fama y desgracia y muchas pesadillas, en vida, en la montaña e incluso después de muertos. LADS es también una historia de fantasmas que te persiguen, te humillan, hacen cambiar tus principios y te mutan la piel y los muñones. Escribe CG al principio de LADS: “La Unión Soviética generó una potente dramaturgia, hecha de destinos conmovedores y de una providencia caprichosa”. Ahora se habla mucho de la Rusia putineja, de la Ucrania zelenskiana, pero escribe Gras que “la Rusia de Putin esconde a las víctimas del estalinismo debajo de las alfombras”. ¿De verdad hay tantas alfombras en Rusia? Con el régimen había que estar hasta que te perseguía o te perdonaba la vida. Montañismo en época de la URSS, pero en la Unión Soviética todo era política. Cédric Gras utiliza el orden cronológico para ir contando los sucesos y montañas que vivieron Vitali y Yevgueni, desde la primigenia detención de su tío Iván, cuando ellos tenían 13 y 14 años, que fue detenido por los chicos de la Revolución de Octubre por “obstrucción a la justicia de los obreros y los campesinos”. Con esto Pearl Jam te hacía un disco, pijo. Señala CG que “los iconos del comunismo debía ser proletarios en potencia”. No es así en el comunismo del XXI, cuyos líderes destacan por todo menos por eso. ¿Por qué la escalada y por qué Rusia y después la URSS? Porque la escalada, el alpinismo, era (y es) más que un deporte. Sé muy poquito de este asunto. Lo único que me acuerdo es de escuchar en Onda Cero a César Pérez de Tudela y poco más. No es un tema que me interese, eso de andar y escalar y pasar frío solo por llegar allí arriba. ¿Para qué? Pero no es esa la pregunta ahora mismo, ni en muchos momentos. Subraya CG que “un espíritu subversivo se remonta a la época de los zares, cuando la escalada hacía sus pinitos junto a la utopía. Por aquel entonces, la utopía de moda se llamaba socialismo”. ¿Qué ha quedado de aquella utopía socialista y comunista en el socialismo y el comunismo de ahora? ¿Ha quedado algo ¿Ha quedado? Los hermanos Abalákov se marcharon de Siberia a Moscú, pero con matices, como indica CG: “Se inventan una nueva biografía por obra del anarquismo. Un pasado carente de antepasados burgueses y de parientes socialmente malditos. Se abren a esa revolución que ha desclasado a su tío y ha nacionalizado sus bienes”. Añade el autor: “Se entregan a la construcción de ese socialismo victorioso” porque, además, “el arte ya no debe ser patrimonio de la burguesía”. Pero había trampa, porque “el realismo socialista prepara una emboscada”. Todo mentira, igual que eso que dice Gras que “la revolución pretende forjar un ciudadano modélico, al igual que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”. Me gusta esa sorna que utiliza el autor cuando empieza a enumerar las jodiendas a las que te llevaba el régimen de la URSS pese a que quisieras pasar desapercibido o no meterte en jaleos políticos, porque todo, absolutamente todo, era política. Y como la nueva constitución garantizaba vacaciones, lo del alpinismo y la escalada sube en interés, y aparece la Sociedad de Turismo Proletario, fundada por compañeros de Lenin en el exilio de Suiza. Montaña sobre montaña y tiro porque me toca. O nos toca, que “el pesimismo se considera una tara pequeñoburguesa”. Y esos hermanos comienzan sus aventuras, y suben al Dij-Tau en el Cáucaso, y Yevgueni hace arte en invierno, y monumentos a Lenin, porque “Stalin ha decidido plantar el comunismo en el paisaje”. Siempre eufemismos para poner esculturas en las plazas, en los pueblos, en las aldeas olvidadas de la mano de Marx. Y de Engels, que Engels también tuvo parte de culpa y se nos olvida la parte importante, que sin Bioy Casares no tendríamos Borges. O sí. Pero ya da igual. “La altitud no podía ser contrarrevolucionaria”. Y más montañas: Bezengi, Jangi-Tau, Gestola y Katin-Tau. Y las novias, que los alpinistas también tenían novias, y luego madres de sus criaturas. Y la ciudad de Stalinabad, y el pico Stalin, que sale a relucir en LADS en bastantes ocasiones, porque entonces, como anteayer, “todo debe llamarse Stalin”. Y poco a poco, empieza a hablarse en el libro de represión. Y llega 1933 y Stalin colectiviza campos y los obreros empiezan a apiñarse en suburbios y todo es mentira, menos el estalinismo: “El desafío del ascenso del pico Stalin era sustituir a Dios por el marxismo en el altar de la Tierra”. Claro que sí, y a -45ºC, mejor todavía. Y los hermanos empiezan a resaltar, y a Yevgueni se le tilda como “hombre-máquina”, alpinista por encima de los alpinistas, tipo que como escribe CG “encarnaba al hombre soviético, inquebrantable y victorioso; también modesto, al menos aparentemente”. Y las cuitas en el pico Lenin. Poco a poco también va dejando pildoritas el autor sobre la comparación entre los alpinistas soviéticos y los alpinistas nazis, así como al final del libro lo hace comparando soviéticos y occidentales. Esos bustos de Lenin multiplicados hasta la extenuación como grandes Cristos rojos. Y los círculos artísticos, y ser reconocidos en Izvestia y Pravda, y el paso por Samarcanda camino del Turquestán y esa imagen y “el alpinista es un proletario como cualquier otro, un obrero del vértigo”. Antes se hablaba de los curas obreros, que también hacía obra (de Dios) e, incluso algunos, en el andamio. Pero sin pasarse, “que admirar el paisaje se considera una tara pequeñoburguesa”. Y todo se enrarece en la segunda mitad de los 30’s, y se disuelve la Sociedad de Turismo Proletario por ser “potencial tapadera de los enemigos del pueblo”. Es más, indica Gras que cualquier salida exterior tenía que llevar una autorización y “tiempo de control”. Apuntilla Gras: “Los extranjeros, aunque se declaren comunistas internacionalistas, están en el punto de mira de Stalin”. Y llega 1937 y los viejos héroes de la revolución del 17 son asesinados, porque “en su lugar, Stalin quiere a jóvenes sin cabeza, sin ideas propias, de un servilismo ciego”. O dicho de otro manera por el mismo autor: “Para muchos rusos, lo único que cambió en 1918 fueron los señores y el yugo”. Y desde ese momento, la locura: “Nikolái Yezhov, el Comisario del Pueblo de Interior, establece unas cuotas de detenciones para los meses venideros”. Y la detención del viejo tío de los Abalákov, fusilado sin informar a la familia. “En la década de 1930, todos los caminos llevan al gulag, incluidos los de las cumbres”. Se multiplican los expedientes y las detenciones y las deportaciones y los asesinatos. Un 4 de febrero de 1938 Vitali es detenido, “delatado” por otro compañero de montaña, Oleg Korzun, acusado de querer montar un atentado en la Plaza Roja por el 20 aniversario de la revolución. Interrogatorios, vejaciones, malos tratos, paso por distintas cárceles. Escribe Gras: “El miedo es una gran musa”. Añade a continuación: “Nadie logra resistir los métodos del NKVD”. Todos condenados por el artículo 58 acusados de terrorismo, espionaje y sabotaje. Pioletea Gras: “Los amigos más fieles se han convertido en feroces delatores. La cordada se rompe bajo tortura”. Y más: “No existe mejor policía que el miedo”. Y la llegada de Laurenti Beria al frente del NKVD en noviembre de 1938, y otra vuelta de tuerca en la locura antes de la guerra. Vitali acusado de espionaje en beneficio de Suiza y Alemania ya en 1939, y en un juicio raro, el 20 de febrero de 1940 Vitali es puesto en libertad, pero siempre habrá una sombra de duda sobre él, y no será posible su salida a escalar fuera de la URSS. Y hablando de piolets, llega la muerte de Trotski y recuerda CG que “más de la mitad de la élite del alpinismo soviético fue purgada”. Y la llegada de la guerra, y las movilizaciones y los alemanes llegando a las puertas de Moscú, y el Invierno convertido en general que los frena a más de -50 grados centígrados. Y los trabajos tras la guerra, y el ascenso al pico Karl Marx de Yevgueni, y su última subida al pico Stalin antes de fallecer el 24 de marzo de 1948 en extrañas circunstancias. Y la viuda que “nunca aceptó la tesis del accidente”, ni posteriormente, el hijo. Y el cambio del hermano que queda, Vitali, que siempre había tenido “celos” del hermano. Vitali funda la sección de alpinismo del club Spartak de Moscú, de la que es el primer director, compitiendo contra otros equipos y convirtiéndose en auténtico “homo soviéticus” y haciendo gala de su amor a la patria: “La montaña está politizada”. Y la muerte de Stalin en el 1953 y la llegada al Everest de Sir Edmund Hillary y Jruschov y su “deshielo ponderado pero tangible” y la llegada al pico de la Victoria un 30 de agosto de 1956, también conocido como el congelador o devorador de hombres. Relata Cédric Gras los procesos de rehabilitación de los condenados, llegando incluso al tío de los escaladores, siendo “absuelto post mortem”. Con un par. Describe CG la preparación de la expedición sinosoviética que pretendía llegar al Everest, pero que por problemas internos chinos no se materializa (proyecto “Everest 1959”), además de la acusación de Mao a Jruschov de revisionismo. Le quedaba a Vitali una tercera ascensión al pico Stalin que ya no se llamaba Stalin sino Kommunizm porque “todo lo que recuerda al bigotudo georgiano ha sido borrado del mapa”. Relata también CG las primeras expediciones binacionales entre soviéticos y británicos y acaba el libro con el final de Vitali, los homenajes, los reconocimientos y el drama que supuso la muerte de grupos de mujeres alpinistas en el imaginario colectivo. Los rusos finalmente llegaron al Everest en 1982 y Vitali fallecióen 1985, “un mes después del accidente de Chernóbil”. Los alpinistas de Stalin es un ejercicio de comprensión y recelo, de medias verdades y oscuros paréntesis que no sabes muy bien si llenar. O pensar en llenar.
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