viernes, 12 de agosto de 2022
For All Mankind. Tercera temporada.
¿Cómo no tomarse en serio algo que nos ponen en clave de videoclip para empezar una sucesión de imágenes con Jordan, la luna, Maradona, China, Clinton, doña Margarita, Reagan, Corea del Norte o los Beatles? ¿Cómo no tomarse en serio algo que puede mezclar con diferencia de minutos el Alright de Supergrass con el Mary of Silence de Mazzy Star? ¿Cómo no pensar cuando la fusión nuclear suena a música celestial? For all Mankind va creciendo como serie a la vez que nos va a hacer replantearnos las eternas preguntas sobre la utilización y reutilización sobre si somos seres manipulables o simples fantoches que somos marionetizados desde las esferas de poder. Pasan los años, llegan los kilos y las canas, llega el turismo espacial, llega el Hotel Polaris (y yo que pensaba que en Murcia ya tuvimos varios con ese nombre) pero hay mentiras que no cambian: “La NASA debe estar cambiando, pero el espacio sigue siendo un cabrón implacable”. Esa NASA, como cualquier ente gubernamental, que “nos hace ver las cosas como quiere que las veamos”. Nos lleva esta tercera temporada a incluir en la carrera espacial al genio bezosiano de turno, pero más oscuro, a lo privado en un ámbito de maratón entre estados que no se sabe muy bien qué son: enemigos, archienemigos, enemigos íntimos, recelo cotidiano o jodienda con vistas al fin de semana o a Marte. Porque ahora toca Marte y sigue con ese empoderamiento femenino tan de For All Mankind. La astronauta metida a presidenta de Gringolandia, la latina que llega a un puesto de responsabilidad en la NASA, la exmujer del astronauta en función de jefa de hotel espacial y cuarenta referencias entre astronautas y cargos (o cargas, o cargues) que, todo hay que decirlo, cansan un poco. No se mide solo por el valor, o por el color, o por ser ruso o yanki o de una empresa privada de la que no sabemos muy bien su procedencia. Ahora que vivimos en una eterna crisis energética, For All Mankind también nos mete con calzados en el zueco (¿por qué ya no llevan zuecos las dependientas de El Corte Inglés?) el problema de los trabajadores del petróleo y el carbón que pasan al paro (¿se puede decir paro en el tiempo en el que llamamos desaceleración a la crisis galopante?). Nada nuevo bajo el sol, bajo Marte, bajo lo que haga falta con un chantaje, con una carrera electoral, con un ruso haciendo de espía, con el divorcio como emblema, con la crisis matrimonial como ejemplo, con la crisis sin misiles, pero con una cubana que cae por el bien de la humanidad. Todo es simbólico en For all Mankind, todo tiene una explicación, todo una pildorita de Oxicodona a destiempo o una visita nocturna a la piscina equivocada. Aunque no siempre podamos “construir el Partenón en un día”. ¿Entonces en cuánto tiempo? ¿Podemos volver a caer en los amores del pasado? ¿Por qué falsear una carta? ¿Por qué no querer que crezcan los que están a nuestro alrededor? Y la sucesión de desastres, porque todo lo que sale mal tiene una explicación, como cuando votas a un tipo apellidado Zapatero, Rajoy o Pérez-Castejón: lógica matemática. Todo cuadra hasta que en la cuadra hay demasiado bestiario, hay mucho cerdo comiendo cerdo continuamente, porque For All Mankind es una carrera de cerdos por llegar al establo, pero no para comer pienso sino para hincarle el colmillo a la carne humana, aunque ya esté putrefacta. Y como decía el hombre de la camisa verde, hay más antiestadounidenses en Estados Unidos que en cualquier otro lugar del mundo. Todos espías, desde el tuétano al armario, desde el destierro al nuevo amigo/enemigo, desde el espacio al último rincón terrestre. Un buen lienzo para volver a recrearnos en los peligros de la ambición y de los sueños, de la lucidez que nunca llega entre el escarmiento y la desilusión.
Coda: Vivan las odas al inconformismo. ¿Por qué somos unos eternos inconformistas?
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