sábado, 25 de marzo de 2023
Servant. Cuarta temporada.
Estoy pensando en Cerdos y diamantes después de digerir, entre chinche y chinche, los primeros capítulos de la cuarta temporada de Servant. Todavía, como tito Brad, tengo el picor de la sangre en la boca. El picorcito de la noche, de la secuela de la escalera, del traje breakingbadiano, de la videollamada sin motivo aparente, de la cuota china de la vida, del desamor televisado y convertido en mierda chefiana. Pero no. Servant es un mucho más. Con empleadas nuevas, con lazitos en el pelo, con habitaciones por ocupar, con pijamas que olvidar. El caos y lo grosero. Ayudas inesperadas y héroes de camiseta que acaban siendo malhechores. Espiritismo y cartas de ajuste, maratones de un paso que se hacen eterno, calabazas que pisar, rollo sobre rollo, parche en el maniquí. “No hay sitio para todo en nuestra memoria”. Y cada capítulo, una historia, un sofá que recordar, un tramo de asidero que recuperar, un trauma que superar, una muñeca que disfrazar. ¿Somos más de Degas o de Manet? ¿Dios en femenino? Secta sobre secta, que decía el hombre de la camisa verde. “Es un alivio tener hijos aburridos”. Y para no caer en el aburrimiento, se abre la baraja, se amplía el abanico del terror y de la compasión (y no solo hablamos de los Sixers, por supuesto). Pero todo, en la buena secta, tiene un hilo conductor, un fuego pascual, un apocalipsis interior. Y si el plasticucho debe arder, que arda, y si la verdad debe salir en la tormenta, todos a Patmos.
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