domingo, 2 de abril de 2023

Mayor of Kingstown. Segunda temporada.

En el séptimo episodio de la segunda temporada de Mayor of Kingstown se escucha, entre vallas carcelarias, la siguiente afirmación: “La política es una zorra sin compasión”. Faltaría más. También se escucha: “Si no hay uno malo, ¿cómo podemos seguir siendo nosotros los buenos?”. Todo mentira. “La discreción es un lujo para tiempos de paz. Y ahora estamos en guerra”. Y apostillamos, todos a una: “La guerra solo acaba cuando firmamos el tratado de paz”. Pero es mucho más. Es el odio hecho personas, la negación figurativa, los esclavos de un mundo en el que no hay horizonte porque es un hoyo. Un simple hoyo: “A todos nos pasan cosas malas. Solo somos ítems en la lista de tareas del diablo”. Y una mole de color negro, hablando de seres bíblicos, añade: “Imagino que no rezáis a Dios por aquí, porque si lo hicierais no estarías mirando al demonio”. Quizás sea eso, o quizás hemos aguantado demasiado. O no. Quizás lo peor esté por llegar: un llanto en un hospital, en otro hospital. En una sucesión de hospitales, en unas tiendas de campaña convertidas en cárcel, en una vida de pesadillas porque somos prisión dentro de prisión: “Kingstown no tiene sueños, así que debe ofrecer pesadillas”. Y ya puestos a hacer nuestro Waterloo particular, hay recordatorios en esta segunda temporada de Mayor of Kingstown de Napoleón, sus cartas, sus batallas, su ausencia de respuestas, de los manicomios que controlan los internos, de suicidios que son escapes, del recuerdo de una noche en un barco y de la existencia de un verbo que se llama dormir aunque casi nunca se ponga en práctica: “La mentira era tan perfecta como lo puede ser el amor. Una perfecta ilusión para quien lo recibe. Y aún más para quién lo da, porque el que lo da recibe adoración y poder, ambas cosas. La mentira nunca te traiciona. Nunca te abandona, nunca envejece, nunca enferma de cáncer. Es perfecta cada vez que la fabricas”. En Kingstown no hay plan porque “todo el mundo tiene un plan hasta que le pegan un puñetazo en la cara”, y de pequeños empezaron todos a sufrir golpes. O a sufrir, a secas. Y eso es lo que nos queda, porque “un mundo amable no existe, lo único que haces es postergar lo inevitable”.

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