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miércoles, 31 de agosto de 2022
Mayor of Kingstown. Primera temporada.
Cada uno tiene sus propios altares, o cree tener sus propios altares, o piensa que puede llegar a tener sus propios altares. Luego llega Taylor Sheridan, con sus tiros, sus frases, sus silencios, su grupo, su familia llena de lágrimas, su hermano muerto en el primer capítulo y te cambia los altares, el descreimiento sobre los altares o los pensamientos sobre la posesión de supuestos altares propios. Todo es Yellowstone pero hay vida más allá de Yellowstone, pero al final siempre vivimos en una cárcel, en un corral ajeno. Creemos que nuestro cortijo va a ser infinito, pero en cuanto te das la espalda todo cae, todo se desmorona, todo se va a hacer gárgaras y el zumo no es de granada. Antes o después, toda la mentira sale a la luz. El problema de Mayor of Kingstown es que pone el listón excesivamente exigente (en calidad de la historia) desde el primer capítulo. Y tiene de todo, para exprimir junto a ese jugo de granada, que a veces se convierte en la hiel de la venganza o en azúcar de los dioses, porque, aunque “no hay policías buenos”, también hay policías con su corazoncito, o su pequeño hueco de honor en un mundo de deshonor. Mayor of Kingstown nos muestra los gusanos en el cementerio, pero no solo los gusanos. MOK va un paso más allá, nos muestra a las hormigas comiéndose el bicho muerto que se ha alimentado de muertos en el cementerio, y cada vez que hay zanja nueva hay bichos nuevos, hay rambla nueva que llenar con los restos viscerales de turno. “El enemigo de mi enemigo no es mi amigo, solo es otro desgraciado del que preocuparme”. Y la tentación de la venganza, y la tentación del bebé que se espera en el vientre adorado, y la tentación de exagerar una clase de historia rodeada de reclusas, y la tentación hecha Iris. MOK mezcla demasiados pasajes bíblicos en un isla de cárceles, en una sucesión de historias que no son de terror porque cualquier informativo vespertino supera al peor de los sueños de Bram Stoker. Y de repente, con Jim Morrison de fondo, antes del ecuador, nos deja TS un final de tercer capítulo de los de recordar, de los de recreo y adoración en el altar propio o ajeno, que ya está bien de hablar de altares con minúscula. Todo es una cárcel, y la cárcel el mayor de los negocios, el capitalismo puro y duro. Pero, de tarde en tarde, nos sale la vena sensible, un angelito delicado nos hace creer en la pureza de la cosas…hasta que le destrozan sus alas y hasta la última de sus plumas. “¿Sabes qué es la locura? Repetir lo mismo esperando un resultado distinto”. Quizás sea ese nuestro error, multiplicado a lo Bart en la pizarra, el de esperar resultados distintos en infiernos semejantes. “Nunca creí en el cielo o en el infierno. O en Dios o el Diablo. Sigo sin creer en Dios. Pero sí creo en el Diablo, porque me miró directo a los ojos. Y cada sueño, cada temor, cada dolor, los ignoró, y lo que pudo tomar, lo tomó. El Diablo es lo que todos somos. Tú, yo, todos somos unos malditos monstruos”. Palabra de Taylor Sheridan.
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