sábado, 27 de agosto de 2022

Abisal. Libro de zonas y de figuras.

No conocía la existencia de Álvaro Cortina Urdampilleta ni de su obra Abisal. Libro de zonas y de figuras pero ya, desde el Exordio inicial, merece la pena. ¿Qué es Abisal? Se encarga el autor de presentar la obra en ese preámbulo, aunque de forma confusa y con palabras raras: habla de barroco, pero también del tiempo que perdemos en Internet, habla de conversaciones y de paseos por casa y calle, habla de autores y de citas, pero lo hace de forma atrayente, con un estilo que llama la atención y que te deja por igual sorprendido y perplejo. O perplejamente sorprendido. Al primer capítulo lo llama Todomosaico, y empieza con una cita de Hans Blumenberg en la que aparecen las palabras historia, prehistoria, recuerdo y leyenda. Y empieza con la tele e Iker Jiménez, y novelas de Houllebecq (no había leído nada de él cuando empecé Abisal). Lo de abrir la Biblia al azar ya lo hacía mi catequista de confirmación, tampoco es nuevo. Cita a San Agustín y a Dante y la confusión reina en mí. Habla el autor del problema de la concentración. Nos pasa a casi todos. Escribe el autor sobre lo oculto y las esencias hablando de Cuarto Milenio (tampoco lo he visto nunca). Como si del Todo modo sciasciano se tratara, habla de ejercicios espirituales mientras se refiere a El imperio contraataca (que, si vi, pero como si no la hubiera visto, tampoco cuenta). Aparece Robert Mitchum y Perseguido y habla de Yeats y de poetas y de canciones de Twin Peaks (vi las dos primeras, pero he querido olvidarlas). Y también encontramos a San Buenaventura, a una Internet como personaje cíclico, citas a Raymond Chandler y preguntas y más preguntas. El segundo capítulo lo titula En torno a una frase del romanticismo y empieza con una cita de Schelling, y referencias a la mitología, en la que los símbolos son importantísimos. Reflexiona sobre lo bello y lo importante, sobre Dioses con nombres concretos sobre los que edificamos una serie de contenidos (y si hay que acordarse de El fugitivo y La tapadera, el autor lo hace [esas dos si las vi y me gustaron mucho, pero es que Grisham, o los negros de Grisham, lo hacían bien]). Y a través de esa imaginación pasa de Schelling a Unamuno (del que no recuerdo si he leído nada). Y la caída de Roma y el cristianismo llegando al poder y toda una serie de mentiras institucionalizadas. Pasan por el filtro también referencias a Lucrecio, al Quijote cervantino (acaso hay otro que mis alumnos recuerden), a Goethe. Del ingenioso, leído obligado por Isabel Cuadrado, me acuerdo para mal; de las cuitas wertherianas, tampoco tengo buen recuerdo pero lo cita en CDME alguna vez. Y Beatriz, siempre Beatriz en el horizonte. Escribe ACU una frase propia de Ginés Caballero, que yo creo escuchársela al hombre de la camisa verde: “No hay arte sin obsesión”. Pero hay que poner los asuntos en valor, hay que simbolizar lo realmente importante, hay que subrayar (con boli rojo) aquello que queremos que se corrija. Subraya (no sé el color del boli) los estados de ánimo y otras cualidades que resaltan y, que poniendo ejemplos dantescos, entronizamos. Y vuelve a sacar ACU el asunto de la “barroquización” para citar a Poe y a Cronenberg, y se refiere a nosotros, sus lectores, como “postpaganos” (al que ya no nos quedan mitos mundiales o patrioteros). Y sin dioses, cada uno que se busque su estampita que adorar. Citando las confesiones agustinianas comienza el tercer apunte titulado La velocidad de los gules y el diablo de la prisa, hablando de imágenes y subjetividad, de zoológicos y bonobos, de tertulias y mensajes telefónicos del nuevo reloj, de Frankestein, Pío Baroja y Ortega, de zombies y de 28 horas después (que tampoco he visto), de la dicotomía entre infectados y zombies. De todo hay en la viña. ¿Van lentos o demasiado lentos los zombies o infectados? Gran pregunta de sobremesa, gran pregunta de tertulia, dando argumentos para ello con la gótica novela Vathek de 1782, aunque asegurando que la primera en la que se habla de zombies es La pata de mono de 1902. Por supuesto que cita a Stephen King y El cementerio de animales. Y puestos a diferenciar, el autor (de buena manera) distingue entre el que ya está en el suelo y al que casi nadie presta atención (mendigo), con el que está en proceso de caída y da con sus dientes en el asfalto o acera (al que si prestan atención, como buen ángel caído desde bici, patinete o caminata espuria). El siguiente apartado empieza citando a Paléfato y se titula Una tertulia y un fragmento de vida. Hay, según el autor, unos “tardobolcheviques letraheridos”, aparte de más personal. La que hoy es mi esposa llamaba a mis compañeros de facultad y de la licenciatura de Historia los “filósofos”, no sé si con buena intención. No lo sé, pero de bolcheviques algunos también iban, aunque no sé yo si son más leninistas, trotskystas o estalinistas. El problema de las etiquetas es atemporal, siempre estará ahí. Habla sobre la tertulia de Vallín y ¡Me cago en Godard!, y de Abisal entendida como ensayo de películas, cuadros y novelas (o eso entendí yo), y de La locura del arte y de Henry James y, con mapa incluido, de La isla del tesoro. El siguiente apartado, titulado Le dégoût de l’infini, es utilizado también para citar a José Luis Villacañas y su ensayo Los latidos de la polis y reflexionar sobre el modo en el que integran las bibliotecas a las personas (aunque según el autor algunos parecen que acompañaban a Mel Gibson en Mad Max). A diferencia de otros, se atreve a citar a Spengler (otra lectura que tengo pendiente). Detenidamente, el autor nos habla del desierto citando el Génesis, el Levítico y el Deuteronomio, pero desde un punto de vista teológico como un lugar de cultura y humanista. Después sigue con el tema del desierto en otros libros bíblicos, como el Libro de Oseas o el Evangelio de San Mateo. El siguiente apartado lleva el título de Abro Moby Dick en el capítulo 42: Macrocosmos en el que subraya la palabra soledad y los, según él, tres diablos del espíritu moderno (disolución, prisa angustiosa y tedio). Tres buenos cabrones, que diría el hombre de la camisa verde. Cita varios precedentes de la obra melvilleana en autores como Carus, Rousseau, Senancour o Lord Byron. Pasa el autor del mar al desierto, aunque yo diría en primera persona masculino singular que eso es pasar del pánico a la desolación. Se recrea en los paisajes de obras como las de Rousseau y en sus obras en las que habla de él en tercera persona (aquí Salvador Juan es el mayor ególatra, no Jean-Jacques, ese tipo que también sufre manías persecutorias por todos los costados). Cita también a Schopenhauer y vuelve a San Agustín, citando la Carta de San Pablo 13, 13-14, con aquella historia que nos dice de evitar las jaranas… Y entonces se pone con Moby Dick, con un capítulo muy atrayente, con quijotescas referencias y bíblicas consideraciones (apunto para futuras reflexiones Lo santo de Rudolf Otto). Habla de gnosticismo y de terror, con alusiones al blanco y a Poe, a albinismo y a los personajes de una novela que creo que también tengo pendiente. Abro las inquietudes de Shanti Andía por el inicio: Microcosmos es el título del siguiente apartado en el que empieza hablando de casas y hogares, aunque he leído poco de Pío Baroja (más de su estudioso Miguel Sánchez-Ostiz) y poco también de Ortega y Gasset. Indaga el autor sobre el origen, forma y contenido de la novela. Centrándose en Baroja se refiere a Jon Juaristi y Los pequeños mundos, y en la película documental de Guerín Innisfree. A continuación, titula un apartado como Un encuentro fortuito con el autor de Emporio. La cultura como rebasamiento y apropiación, en el que habla de encuentros en bares, recuerda la obra de un tal Simmel y de lo que supone la idea del todomosaico. Otros trabajos del mito. Los viajes del alma, la siguiente pieza, en la que va a Platón, el creador de esa palabra que es la mitología. Las dos simas, una parábola, es el siguiente de los apartados, en el que se recrea, otra vez, en El Quijote, más concretamente en los capítulos 32, 33 y 55 de la segunda parte, y en El resplandor, con el que acaba con el Todomosaico y da inicio a Las zonas, el capítulo II de Abisal, que empieza con citas del Génesis y de Poe, y con el apartado titulado Elogio de las cartografías. Y empezamos a cantar El mapa de Family y todo lo demás. Apela el autor a los cuentos de hadas y las geografías y mapas de autores y escritores. Y siguiendo a Ortega habla de la importancia de la caza, la guerra y la fiesta, y de los lugares que ilustramos para nuestros mitos y no está de más recordar El silencio de los corderos (la película) y aquel descenso a los infiernos (físicos y espirituales) de Clarice Starling viendo al doctor Lecter. El siguiente apartado del segundo capítulo, Todo son pantallas, empieza con un recordatorio a El día de la bestia (recuerdo que la vi en el cine Floridablanca). Y te hace pensar en el rojo de los gules, o en los gules rojos, lo que sea ese color. Y con una ilustración de 1845 de Hansel y Gretel empieza Aparece el bosque, citando a Rodríguez de la Fuente. Reflexiona el autor sobre especies animales y vegetales, sobre lindes y ese bosque germánico y su relación con el Imperio Romano, recordando la olvidada (por muchos) batalla de Teutoburgo del año 9 por el cuadro titulado Varus de Anselm Kiefer (de esta batalla tengo pendiente la serie realizada al respecto, llamada Barbarians). Siguiendo con el bosque, siguen las referencias cinematográficas que van desde David Lynch a Fritz Lang, pasando por el Parque Jurásico de tito Steven, por el Prometheus de Ridley Scott o por El proyecto de la bruja de Blair. Y aparecen comentarios sobre Wagner, sobre Hansel y Gretel, sobre Tristán e Isolda, sobre El profesor chiflado. Dedica a continuación el autor unas páginas al Twin Peaks de Lynch y su relación con el bosque, de gran interés. Y aquí, un paréntesis. Volvió el curso, o mi vuelta al curso, o a eso que llaman curso escolar y dejé olvidado Abisal en una cómoda que es envidiada por don Andrés Serrano del Toro, y no volví, como el curso, a Abisal hasta el mes de agosto, y la vuelta, otra vez, al páramo estético, y escribía entonces el autor sobre El hombre de los bosques, dejando frases sobre religiones masivas: “El cristianismo es una fuerza de restricción”. Hasta del brezo escribe ACU, ese brezo que me enseñó en El Bierzo Ana Belén Raimóndez Yebra. Y como el viento hoy en La Manga es de levante, curiosamente hay una referencia en la lectura a la España vacía: “Es más bien una pradera, aunque sin Bisontes”. Bisontes, entre otras cosas, fumaba el hermano del Pepelín (Celtas cortos sin boquilla, también), pero de eso hablaremos otro día, que ahora me pilla el recuerdo de Unamuno, de Azorín, de La ruta del Quijote, de tomillo y romero, del viaje de España a Francia en el tren de Ortega y Gasset, y de Eduardo Martínez de Pisón y su imagen del paisaje, de Zuluoaga, de Robocop y Terminator 2 (me gustan mucho las dos), de Judas Iscariote, de Danko (Calor Rojo), de Arma letal, de La jungla de Cristal. Recuerdos que llegan desde una altura 15 en un mar que es recuerdo, también, de Balzac, de Víctor Hugo y de Poe. He tenido discusiones últimamente, en este agosto de calor incesante, sobre el abandono de Murcia, y mi negación a hacerlo. Página 222: “Los hábitos nos convierten en autómatas de la ciudad”. Leo esta frase mientras escucho a Donovan y su Season of the Witch, que aparecía en la banda sonora de Dark Winds. Indios en ciudades de indios mientra ACU nos hace reflexionar sobre la ciudad subterránea, sobre las cloacas como hábitat, con alcantarillas y ratas (parece un instituto, o me recuerda a un instituto), y cita el autor a Roberto Bolaño por El policía de las ratas, y los suburbios lo vuelven a llevar Víctor Hugo. Y de ahí, a las alturas, a las azoteas como hábitat. Escribe en la página 243 el autor: “Toda ciudad desierta tiene algo de templo abandonado”. Y citas recordando a Chesterton y más frases para subrayar: “El mundo más próximo se enrarece de guerra”. La semana pasada, cuando acabó Better Call Saul, ya hablamos sobre ella. Sobre el antecedente, sobre Breaking Bad asegura ACU que “es un hecho que esta serie televisiva es un drama de piscina”. Nos vuelven los lunes por la mañana a la mente, aprovechando los huecos que dejaba el instituto (más ratas, más alcantarillas) y aquellos accidentes aéreos y aquella piscina y aquel bar y aquellos juguetes flotando. Y desde este piso 15, pienso en las escaleras como el autor lo hace recreándose con Borges, con Kafka, con Ciudadano Kane, con Fortunata y Jacinta. Y no solo escaleras, también pasillos, patios y porches: “El patio de un gran edificio es como la parte de atrás de una nevera titánica”. Y como si fuera lunes noche, o ahora viernes noche, momento Garci: “Debería meditar, en este punto preciso del porche, sobre el cine de porches de John Ford y sobre el cine de mecedoras”. Vivan las mecedoras. Y en mis oídos se filtra Beck y noche de buitres. Y en Abisal aparece la casa, y dentro de la casa, la mesa y todo lo demás: “Subimos por fin en ascensor, el ataúd vertical, la sala luminiscente de los espejos, la caja mágica”. Y recordando a barbas de distintos colores, y a la profesora Martínez Carrillo, se mezcla todo: “Toda filosofía tiene su cruzada”. El autor escribe sobre sus manías, y vuelve a Pío Baroja y a Las inquietudes de Shanti Andía, y la casa llamada Aguirreche, y el torno sigue a lo suyo: “El salón es un lugar para las colecciones, los objetos raros y también para la reminiscencia”. Y como en Breaking Bad, surgen errores, o por llamarlo a la forma de ACU, “el universo cuenta, en verdad, con accidentes felices”. Y los interiores de Poe, y los hermanos Coen, y la alfombra encumbrada por El Nota, y pensar en la censura: “Toda censura empezaría por un juicio de gusto y que todo juicio de gusto es subjetivo”. Y en esas que se mete el autor a la competencia por la inhospitalidad que se traen en el calendario noviembre y febrero y aparece el grupo genético: “Es un ambiente familiar, siciliano o catalán, con todo lo que esto implica”. Y volviendo al 15, o al 10, o al 1, reconozco mis manías, mi obsesión por la limpieza y por los pelos y no solo en el baño: “El pelo en el baño pasa de lo siniestro a lo asqueroso, de lo asqueroso a lo amenazante”. Amenaza es poco. Y como todos creemos en algo, o dejamos de creer en todo, en los refritos historicistas cabe todo, como escribe ACU al respecto:” La operación de la modernidad de procurar un nudo calor separado de las llamas prehistóricas originarias, se me hace tan retorcida como pretender extirpar la espuma de la cerveza de la cerveza”. Y en esas, o en otras, suena Copas de Yate en mi aparato de música mientras leo el papel del agua en el cine que aparece en Abisal, y las referencias a Alien, y a capítulos de la segunda temporada de Twin Peaks (16), y las penumbras de las casas (el autor se fija más en las penumbras de salones y dormitorios). Y no recuerdo El resplandor de Stanley Kubrick, pero el autor se recrea en ella, y en la novela de King: “Las casa, en especial las grandes, contienen un elemento ajeno, un rasgo no hogareño: los pasillos. Éstos remiten a dos figuras arquitectónicas: los laberintos y los hoteles. Un laberinto es un pasillo con segundas intenciones”. Y continúa el autor de Abisal en Abisal: “Los pasillos parecen todos extranjeros desarraigados, como un bolchevique agazapado, esperando a dar el golpe en un país capitalista explotador”. Cita ACU, para que visualicemos un rato, El Gatorpardo para acabar el apartado de las zonas y comenzar con las figuras. De este apartado recuerdo escribir en mis apuntes otra frase de ACU: “Es preciso mantenerse frío, tanto en la guerra como en la calle o en el herbolario”. También apunté, a continuación, otra frase de Abisal: “Lo fantástico es como una estético de lo irresuelto”. Y vuelve la presencia omnipresente de los linajes, de Kafka, y de Pío Baroja, y de Dante, y de Azorín y de condes no siempre olvidados: “Drácula es un bucle gótico: proviene de un linaje demasiado antiguo, decadente, pero al mismo tiempo, él es responsable de su propia cara, de su propio pecado”. No sé si me vale rezar lo que rezo por las noches, la verdad. Y vuelve a la familia, a la que nos desagrada: “Pensemos en un familiar ya no vergonzante, sino mas bien peligroso. Ese familiar puede representar la fatalidad en la sangre”. Y reflexiona Álvaro Cortina sobre perros y osos y sobre Deborah Kerr y sobre Vértigo y sobre Doce monos de Terry Gilliam y sobre las medias parte, o lo incompleto: “El ser a medio hacer es el monstruo de los monstruos, porque es la transformación en sí mismo”. Apostilla el autor: “Los monstruos híbridos nos recuerdan esa naturaleza a medio cocinar, origen preciso de nuestro pavor o de nuestra repulsión”. Y los gatos, y Harrison Ford en Frenético y en El fugitivo, y las ciudades, y como “las azoteas son lugares propicios para los bailes macabros” y como eso nos lleva al último concierto de los Beatles y a aquellos pantalones verdes. Y puestos a llenar el bestiario, aparece el mono, no podía ser de otra manera: “El mono es la bestia casi erguida, es un jorobado, o un tarado”. Y hasta aparece San Pablo, y la I Carta a los Corintios (7,20). Y el teatro, y volver a 2001 de Kubrick, y cita a Sartre y a Galdós y su obra Misericordia de 1897, y otra vez Pío Baroja y La Busca (ese libro lo leí varias veces en la despensa de casa de mis padres). Y cuadros que analizar, como La Pesadilla de Füssli, y su relación con Goya y con Schiller y con todo lo demás. Y después del mono, el cerdo y a ovejas asesinas, y a cerdos que no acaban nunca: “El cerdo es, quizá más que el hombre, pura carne. El cerdo es un ser cárnico. Existe la posibilidad de que este poblador de los establos sea carne que devora carne, lo cual nos lleva casi al gore”. Y cita a nuestro referente, a Ángel Ganivet, tan presente siempre antes en Gintonicdream. Y el recuerdo de Luces de bohemia y Sawa y sus reencarnaciones postmodernas. Pero no he visto Toy Story ni he leído a Vila-Matas, aunque si, y mucho, El Show de Benny Hill. ¿Qué dirían hoy nuestros políticos (y políticas, y polítiques) si se pusiese en abierto y en horario de máxima audiencia ESDBH? Y del cerdo pasa el autor al vampiro (esto me recuerda a muchos consejos de ministros de muchos países) y de ahí, a reflexiones varias: “Me figuro que todo escritor urbano ha poetizado más o menos la hospitalidad de los bares y otras cosas de los bares, que hace un siglo eran cafés”. Y de ahí, siguiente estación con parada, el zombie, y las citas a William Seabrook y referencias a figuras que emergen: “El líder, un bohemio barbado, como San Pedro, le da su bendición”. Y como en Sin perdón, siempre hay un Eastwood: “De hípsters no tienen nada: son sandinistas ortodoxos”. Y más referencias visuales, Adán y Eva expulsados del paraíso terrenal de Masaccio y El bautismo de los neófitos de , y Vasari y Breton, y Piero di Cosimo y las máquinas como insectos, y El escarabajo de oro de Poe, y la película Aladdín, y los cacharros disfrazados de máquinas, que aquí, el que más y el que menos, suscribe que está “chapado a la antigua, reaccionario agropecuario”. Y cita a Ernst Jünger y su Tempestades de acero y aparece la I Guerra Mundial, y luego surge el pantano y como “todo lo vivo tiene algo de pantano: lengua, vísceras, cerebro, aparato reproductor y aparato digestivo”. Y los aeropuertos, y Félix Rodríguez de la Fuente, y Ferrer Lerín y si sonaba Beck era por algo: “Los buitres son muy Pleistoceno y muy Medioevo al mismo tiempo”. Y el retrato de las personas, espejo en mano me valdría en primera persona masculino singular: “Debía de ser de trato complicado, como se suele decir, enfática y eufemísticamente, de los indeseables”. Y apostilla con el tema: “Este carácter difícil, como se suele decir, enfática y eufemísticamente, de estos tipos conocidos como intratables”. Y el peligro de confundir lechuzas con búhos, y las citas sobre El Mago de Oz, y El hobbit y la trilogía de Jeese Creepers que no he visto. Y David Cronenberg en su múltiples versiones, aunque para mí siempre primero La mosca o Videodrome, que para ACU “son películas somáticas, que versan sobre la carne”. Y sobre lo que pensamos y no siempre decimos: “Cuando una persona nos asquea, en un instante la olvidamos como un ser moral responsable y la pasamos a concebir, apestosa, liquidiza o salida de un agua largamente estancada”. Y Kafka, otra vez, y los bichos y el recuerdo del cine de los 80’s y su abundancia en cambios y metamorfosis. Y en el mismo espejo de antes, se refleja lo que puede reflejarse: “El cuerpo es la vía de la reproducción sexual y de la muerte natural, es el cuerpo la vereda del placer, pero también de las enfermedades incurables. Del gusto del cuerpo y de la belleza del cuerpo proceden el hedonismo, la alegría y los descendientes, y en ese sentido, es un aliado. Del cuerpo proceden las enfermedades mortales, y en ese sentido, no qué hacer con él. Tiene algo de mar, el cuerpo, que tan pronto nos eleva como nos engulle. El cuerpo es un emisario, ciertamente, de informaciones confusas, que seguramente no sean ni azar ni providencia”. Y luego llegué a las consideraciones madrepóricas y “el tiempo, eso que nadie ha visto en seco”. Y La vida de Pi, y el uso que hace Unamuno de la madrépora. Y me gusta eso de “románticos de segunda, tercera o cuarta hora”. Habla el autor del gótico literario como género “que psicologiza”. Poe, su poesía, su música y todo lo demás: “Poe quiere llevar su arte a su máximo nivel de autoconciencia, quiere licuar el gótico en una música poeniana esencial”. Y ese gótico literario y Horace Walpole y El castillo de Otranto. Sobre este asunto, ACU escribe: “Según el historiador Juan Bravo Castillo, a comienzos del siglo XVIII decir gótico o pintoresco tenía un componente crítico y despreciativo claro. Lo gótico era algo bárbaro en el mundo ilustrado inglés”. Vivan los castillos, las mansiones, Lecce, los príncipes, las prometidas sin prometido… Vivan las Cruzadas, que no nos falten nunca, siempre “lo medieval, mundo pre-ilustrado”. Y las influencias, como la de Don Guillermo Shakespeare, y hablar de lo “meduseo”, y Un cuento árabe de Beckford y esas estelas llamadas medievaloides. Me gusta de Abisal ese tono contemporáneo de comparación: “El tiempo del género gótico o de terror es un autobús que debería circular, al final del relato, muy muy rápido”. Sobre la obra cumbre de Mary Shelley, escribe: “Pero esta novela no es terrorífica, sino más bien sublime. De nuevo: ¿Nos da miedo? No. Nos impresiona”. Y apostilla ACU: “Lo sublime es, en mi imaginario, vasto, nos eleva. Lo terrorífico siempre nos aplasta”. También opina el autor sobre su libro, convertido para él (y él mismo) en formas de impertinencia), antes y después de llegar a Santiago de Compostela por alguno de sus caminos… o a La Meca. Nunca se sabe, que, hasta este próximo curso, en segundo de ESO se ve de todo… Y vuelta a lo originario: “El bautismo, por ejemplo, nos traslada al diluvio universal y la eucaristía a la última cena. Estos son rituales propiamente dichos”. El apocalipsis llegará, pero el autor nos dice su forma de afrontarlo: “Yo he escogido una manera católica furibunda y otra gótica fatalista para intentar mostrar esta música orquestal del fin de los tiempos”. Y yo me río mucho solo, quizás también sea repelente (la ex de otra medievalista ejemplar no veía con buenos ojos que me estuviera riendo, cosas que pasan antes y después de Leonor de Aquitania). Y a vueltas con Léon Bloy, y preguntas atemporales, pero de reloj en mano: “¿Cuántas veces pensamos que vamos a morir cada día?”. Y otra vez Poe, y su Eureka, y La revelación mesmérica y La verdad sobre el caso del señor Valdemar que también ilustró con sonidos Juan José Plans. Y Lovecraft, y Houellebecq, y los apocalipsis contemporáneos que a todos nos llega, aquí o en un vuelo de Ryanair. Y me he puesto, al hilo de Abisal, Desolation de Morricone de la banda sonora de La Cosa. Siempre Morricone en nuestro equipo, como aquel verano de 2007 en la plaza de toros de Lorca, hoy olvidada. Y Daniel Ausente y su Mataré a vuestros muertos, aunque yo prefiero, hablando de Morricone, Svolta Definitiva. Y con ese do menor, antes del cine de filmoteca, suena en Abisal Franco Battiato y se refiere a Mircea Eliade, y se vuelve uno contra Nietzsche y nos recreamos con Wagner y con lo que haga falta: “La ciudad, lo hemos visto, es opaca, pero tiene ventanas”. Y surge Delacroix, y perdemos mucho tiempo con esas aplicaciones que, como las mayorías de Valcárcel en su día, casi deberían estar prohibidas: “WhatsApp, el medio que nos pide tan solo 24 horas al día de nuestro tiempo”. Añade ACU que “cada poeta fabrica su vía de escape”. O lo que haga falta. Y Yeats, y Dunsay, y Joyce, y todo es mentira, hasta los agujeros del exprimidor: “Sobre el tiempo que habitamos, lector, que se esfuma cada vez que se nombra”. Y al principio del final del libro, Unamuno nos hace concentrarnos en el asunto, “de la fiera amenaza y de la esperanzadora regeneración”. Y hablando de misiones, cita también el autor a San Buenaventura, y como en el tema 20 y 21 de las oposiciones, podemos utilizar el calzador y hablar de la intrahistoria de Unamuno: “El término está ligado a la comprensión unamuniana de la historia, cuando este tema interesó al vasco, en los años 90 del siglo XIX. Creo que su rastro, su efecto de todomosaico llega, al menos, hasta sus obras de 1905, hasta su interpretación del Quijote. Es decir, sin el experimento de la intrahistoria no existiría esa boutade de libro anticervantino”. Y el recuerdo de Jon Juaristi y de Navarro Villoslada y la omnipresencia de Paz en la guerra, aquella novela sobre la tercera guerra carlista que empecé y no terminé. Escribe ACU sobre este asunto de visiones históricas: “La intrahistoria puede entenderse también como una filosofía de la historia, muy dependiente del concepto romántico de pueblo”. Y la comparación con la obra de San Agustín, y recordar fragmentos de En torno al casticismo, y los escritos de Unamuno del 1936, repensando su obra, o intentando repensar su obra, que no siempre hacemos lo que pensamos. Y Jaime Balmes, y José Donoso Cortes (en algún número de Campos de Morsas Esféricas lo citamos) y en mitad del lío, que siga el tumulto: “Unamuno gustó de confundir la intrahistoria con la ética”. Y más lío: “Unamuno sostiene que Cervantes es inferior al mito que despierta su cultura, sencillamente”. Y apostilla ACU: “Cervantes no vale lo que su Quijote, que no es suyo, sino de todos”. Y cita a Sergio del Molino y el cambio de su “España vacía” a la “España vaciada” que se ha venido utilizando por muchos, incluso en política, aunque Unamuno se refería a la “España eterna”. Cita a Pi i Margall, a Galdós, a Lucas Mallada, el epílogo de Guerra y Paz de Tolstoi y reflexiones sobre la figura del aldeano, y de esas casas que llevan dentro el olor a vaca, a estiércol, a helecho, y Annihilation, y cuadros de Zuloaga como Mujeres de Sepúlveda: “Está resignado, eso sí. En fin, como todos en la aldea, vacas incluidas”. Y Muerte de un viajante de Arthur Miller, y La ciudad sumergida, y frases que dan para varias tesis: “En Unamuno Madrid es algo así como la nueva versión de Taxi Driver”. Y recuerdos de don Federico, el primero: “En algún lugar de Más allá del bien y del mal (1886) dice Nietzsche que el espectáculo regular y doloroso en la Hisotria es ver caer a los mejores. En el mundo del joven Unamuno, los mejores son Unamunos”. Y ahora que vamos a lugares insospechados, o volvemos al lugar del crimen, o de la repetición del error, que vamos a la espera algo revelador, siempre nos queda Abisal y el recuerdo de Unamuno: “Pero Unamuno no se toma este aburrimiento muy a la tremenda (la vida como una trama huera y absurda, mera repetición de acciones vacías, alcanzará su cota de oscuridad terrible en Niebla, publicada en 1914). En la ciudad está el vicio y también está la monotonía plomiza. Esto no lo va a llenar nadie”. Y vivan los adoradores del incienso (anda por ahí una foto mía en una iglesia dándole al incienso con una camiseta de Los planetas con el planeta), y los santos bebedores, y el cuadro Un Mendigo de Pedro Irureta, y Todas las almas de Javier Marías, y las ciudades sin nombre hasta que tienen un nombre como puede ser Aljucer o la plaza de las Salesas en Madrid: viva Fernando VI. Y esa intrahistoria que nos lleva locos, siempre presente: “Yo mismo pienso en mí, con facilidad, como un futuro mendigo intrahistórico sin techo, con un todomosaico que se emborrona por la ginebra u otro alcohol de alta graduación”. Y a vueltas con las citas, el asunto o trasunto, se va cerrando con Romance de Lobos de Valle-Inclán, Misericordia, Nazarín y Desheredada de Galdós, Schelling y la pregunta del millón: ¿De verdad queda alguien vivo en España que asistió en el cine al estreno de Gilda? Al final, Abisal nos sirve para reflexionar sobre materias que nos engatusan o que odiamos pese a que nos llevan a la locura, o en palabras del autor: “No siempre uno elige lo que le influye. En realidad, para ser francos, no siempre a uno le gusta lo que le influye”. Y nunca había pensado yo ordenar mi pequeña biblioteca por… calidad. Siempre pensando, y hasta la palabra nostalgia sale al final, como Goethe, como su Werther, como Río Grande de John Ford. En definitiva, Abisal. Libro de zonas y figuras es un buen artefacto que nos lleva a pensar sobre temas y argumentos para seguir viviendo, aunque las humanidades no nos den para mucho, seamos tardobolcheviques o lo que seamos: “Ya se sabe que las letras no dan dinero. Los profesionales de las humanidades son todos, sin excepción, apocalípticos”. Lo dicho, viva Abisal, viva Morricone y viva el Apocalipsis, con o sin San Juan.

2 comentarios:

ciervo dijo...

Al estreno de Gilda no sé, pero mi padre sí que fue al estreno de "Siete Novias para Siete Hermanos".

supersalvajuan dijo...

Un estreno así no se olvida