jueves, 11 de agosto de 2022

El cuento de la criada. Cuarta temporada.

¿Cuánto puede alargarse una pesadilla? ¿Hay una medida exacta para una pesadilla? ¿Hay un dólar o una libra para una pesadilla? Miles de pesadillas. O no. O es todo mentira. La huída, mentira; el escape, otra mentira; el dolor, la única verdad. Decía Manuel Alcántara, o creo que decía Manuel Alcántara, que después de una buena noticia suele aparecer una que te dan un sopapo (ahora habría que escribir sopapa, o sopape, que no sé el sexo de los sopapos). Pues eso pasa con la cuarta temporada de El cuento de la criada, que crees vivir en el recuerdo del final de la tercera y te llevan un buen bofetón (o bofetona, o bofetone). Te crees que todo es del color de un Ministerio Igualitario y Ultra y es mentira. Como Cuéntame. Todo mentira. Y de golpe llegas al tercer episodio, un episodio de horror y espanto (y para más inri dirigido por Elizateth Moss) te das cuenta de que lo peor sigue siendo una cosa muy personal y que hay cicutas que saben mal y luego está ese episodio: vaya sucesión de dolor. Episodio de los cebollentos chilenos, de los de acabar en el diccionario de la RAE buscando palabras para definirlo y no repetirte, de esos de verlos y mandar mensajes y preguntar si ya lo han visto y la opinión al respecto: es un homenaje al retrato de una dictadura, de todas las dictaduras, de todos los horrores y de todas las paranoias. Y una vuelta a una especie de seminormalidad es imposible. Canadá como salida, pero salida incompleta, traumática y engañosa. Barcos al poder. Redenciones en ambos bandos. El recuerdo materno siempre presente. Declaraciones y supermercados de agobio (imagen demasiado recurrente que nos recuerda a otras cintas). Recuerdo del encierro, de cada golpe, de cada violación. La Biblia y los versículos, y las habitaciones, y las tres noches consecutivas y siempre hay un chófer como segunda opción. Y la violencia continuada y los dedos cortados y la posibilidad de una salvación imposible. Vaya invento el de la justicia a posteriori (siempre pensamos lo mismo, y frases catárticas: “Todo el mundo necesita un pasatiempo: tú disfrutas infringiendo dolor”. Todo mentira, idealizando lo macabro, buscando una catarsis: “Los ausentes caen el olvido”. Pero siempre hay buscarla, aunque no se encuentra: “A los que somos perros viejos solo nos permiten ladrar”. Y más calvario, en mitad del calvario: “No van a parar de hacerte daño, es su trabajo”. Siempre se repite que no existe la ley, que existe un tipo que interpreta la ley, pero está bien eso de criar cuervos que, antes o después, te comerán como mereces. Una gran temporada la cuarta en El cuento de la criada, aunque no sepamos utilizar muy bien las preposiciones.

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