viernes, 30 de diciembre de 2022

Crashing. Primera temporada.

Hágase querer por un ukelele; hágase querer por un viaje en autobús; hágase querer por un viejo hospital; hágase querer por un hospital reconvertido; hágase querer por una oficina llena de secretos; hágase querer en una fiesta de cumpleaños; hágase querer por una entrada triunfal, por algo no consumado, por algo por descubrir, por alguien al que, realmente, conocer. Con velocidad de vértigo comienza Crashing, nexo de personajes diversos pero que aceleran en sus vidas, que hablan rápido, que viven al día y que buscan un motivo por el que sobrevivir en este asqueroso mundo. Pero en Crashing también hay silencios incómodos, que no solo los hay en Pulp Fiction. No. Hay vida más allá de Tarantino y Phoebe Waller-Bridge es un ejemplo de ella, con o sin ukelele, con viaje en autobús o sin él, con reencuentro con el amigo “de toda la vida”. Aunque a veces se pasa de cafre, está bien que sea mordaz y lenguaraz, cortante y distinta a todo, porque todo ya huele demasiado a naftalina. Nada como trabajar pensando que algún día tu vida no seguirá siendo una ciénaga. ¿Y todo para qué? Para retrasar las decisiones realmente importantes, las que nos cambian la vida. Al final todos fingimos, todos vendemos una mentira para no dejar escapar a alguien aunque realmente no lo necesitamos porque solo nos creemos necesarios nosotros mismos. Y nos lleva, bajo esa apariencia de superficialidad y carreras, de descontrol y dudas continuas, a la pregunta de la formación del átomo, a la de la posibilidad de elegir y a la del razonamiento más simple de todos: ¿Me estoy preguntando realmente si me están utilizando?

jueves, 29 de diciembre de 2022

Infiniti. Primera temporada.

“El universo es una enorme guerra. Y en la guerra debes luchar”. Infiniti desconcierta al principio, pero también llama la atención y atrae a partes iguales. Los asuntos del espacio nos desbordan la imaginación, ponemos etiquetas a botellas y errores, ponemos tildes innecesarias y no resaltamos lo realmente increíble. Cuando hay temas pendientes entre países, cualquier chispa nos monta un tsunami de sangre y venganza, de pesadillas del pasado y órbitas de descontrol. Pero Infiniti nos muestra dinero y miseria, nos muestra dolor y parafernalia, nos muestra delirios y personajes que son incorruptibles hasta que dejan de serlos. Traición al poder, disparos en mitad de ningún sitio y cuando hay rusos, hay distintos tipos de medición de la justicia. Pesca de arrastre para todos, vodka propio para el mal de todos los días. Dos meses y un día después de ver los dos primeros episodios, volví a Infiniti como el que vuelve a un lugar que busca, pero no encuentra, después de una noche de duermevela pero sin cirios, que eran interiores. Los cirios siguen al final, en la serie y en la vida, porque “una bomba atómica no es más que un sol pequeño”. Infiniti también es alianza contra natura, en las que hay que saltarse las normas porque no hay otra opción. Y más preguntas: “¿Por qué siempre tienen que ganar los rusos?”. El hombre de la camisa verde hubiese dicho, se hubiera preguntado el motivo por el que no deben ganar siempre los rusos. Todo es sabotaje en la vida, todo bomba por explotar, todo traición familiar, aunque “es mejor olvidarse de los muertos”. O no. Y el gato de Schrödinger, y muertes necesarias, y realidades paralelas (casi como nuestros llantos) y búsquedas que hacemos aunque nos dé miedo aprender: “Me asusta lo que vamos a descubrir y que la historia se repita”. Siempre se repite, como siempre salimos perdiendo. Y en esta Persia particular que es Infiniti no falta la cara b, no falta el zoatar con rostro quemado, no falta la bruja y los que no son los que dicen ser. Arena para todos porque “el desierto recuperó lo que era suyo y siempre gana”.En Infinti, con sus zonas radiactivas y sus viajes a lugares con cadena, a 400 kilómetros de altura y a 40 kilómetros dentro del infierno estepario, hacen falta pastillitas para el corazón y el ADN, pero debemos observar lo que no hemos visto con atención, o no hemos querido ver: “Mira el cielo. ¿Has visto alguna vez alguna vez un negro tan negro? ¿Has visto alguna vez alguna vez un blanco tan blanco?”. Y frases que creemos que podemos enmarcar, o debemos enmarcar, o simplemente ponerlas en un lienzo para que pensemos en ellas: “Todos sabemos que el infinito existe fuera de nosotros. Pero he descubierto que también hay un infinito en nuestro interior y que está lleno de estrellas. Pero todas esas estrellas son, en realidad, una sola estrella. Son como las hojas de un árbol, cada hoja es única y, a su vez, es idéntica a todas las demás, cada hoja está conectada a un tallo, cada tallo a una rama, cada rama a un tronco. Las ramificaciones representan los numerosos rumbos que nuestras vidas podrían haber tenido. Por cada ramificación de nuestras vidas existe una nueva versión de nuestra existencia, tantas versiones como las hojas de un árbol, tantas hojas como universos, tantos universos como estrellas en el firmamento. Pero todas esas estrellas, al final, solo forman parte del mismo árbol y forman al único e inigualable sol”. Lo dicho: “Solo tenemos una opción: mentir”.

miércoles, 28 de diciembre de 2022

martes, 27 de diciembre de 2022

No me gusta conducir. Primera temporada.

Nada como los putos regaladores de consejos. Sácate el carnet. ¿Qué haces sin carnet? “No soy buen alumno porque soy profesor”. Y un 850 blanco dando saltos, y montarte en el coche con las alumnas, y creer que la universidad es más de lo que es. O lo que es. No me gusta conducir va a lo sencillo de lo macabro, a las preguntas sin respuesta, a las esperas porque hay que esperar. No es para pirotecnia de San Juan, ni de Mahón, pero de vez en cuando, viene bien. 22 años sin presentarse a un examen. O no. “Con 18 años todo es más fácil”. Aunque no sabes si JDB está un poco ido, mareado o drogado sin saber si estuvo o no casado, si firmaba papeles con derecho a algo. O no. Y esas alumnas ejerciendo de alumnas lumbreras sin puerto. Dante para todos, que no va a ser todo el Marqués de Santillana. Y un profesor para prácticas que parece García Albiol, y encima, dando lecciones: “No se conduce con las manos, se conduce con los pies”. Con el pijo le hubiera contestado yo. 45 años y que te den lecciones. Las lecciones os las podéis meter por el pijo. Por el agujerito, concretamente. Viva Enya. Vivan los profesores, que no es lo mismo ser profesor que nostálgico. Y el profesor con sus faldones por dentro, y su camisa abierta dejando ver la camiseta interior. Vivan los perfiles. Y leer en los autobuses, y que te miren raro por leer y por ir en el autobús. Nada nuevo bajo el sol. Vivan los antisociales. Y escribir para las nubes, porque nadie te lee. Y nada nuevo bajo el sol. Vidas lexatinizadas en un mundo de relojes y prisas, de honores oscuros, de errores continuos y viajes de turismo porque no sabemos hacer otra cosa que no sea turismo. O no. Empieza bien No me gusta conducir, pero alarga demasiado una historia agridulce que podía ser más redonda con una horita menos. Pero si nos hacen recordar a Astrud,o al Sr. Chinarro lo perdonamos todo. O casi todo. El infierno sigue lleno de buenas intenciones.

lunes, 26 de diciembre de 2022

Un reino oscuro

Otra historia de Alejandro Hermosilla sin nombres aunque los nombres son reconocibles, tanto o más que los perros enfebrecidos en Casi famosos. Siempre están ahí, siempre aprovechan sus entreguerras para ocupar su lugar predestinado, su trono sin rey, su ascenso divino a una sociedad de reemplazo. Porque la historia de Un reino oscuro va de cambios y huidas, de reemplazos y abandono, de exilio y muros en los que enclaustrarse en una clausura autoimpuesta, porque no siempre es mejor esconderse que morir. O sí. Siempre he tenido dudas sobre la clausura y el exilio, sobre el silencio o la escapada, sobre si pisar cadáveres o salir corriendo del cementerio. O quedarte en él. Empieza Un reino oscuro con una cita de Chateaubriand: “Casi todos los crímenes que castiga la ley se deben al hambre”. Están los estómagos vacíos y los otros, pero los otros no nos interesan, los dejamos al margen, porque como indica bien UR, “no existe un reino más poderoso sobre la tierra que el cementerio”. Siempre podemos inventar un motivo, una excusa, para mirar para otro lado cuando nos viene mierda, cuando gobiernan los que no queremos, o nos imponen que gobiernen otros que no queremos, o son los que queremos, pero no gobiernan como esperábamos. No es lo mismo. También cita AH a Maquiavelo: “Es menester ser príncipe para conocer a fondo la naturaleza de los pueblos”. Yo creo que es mejor no conocerla al 100%, porque siempre salimos asqueados, siempre corriendo, siempre huyendo. Siempre. Me choca lo de la lluvia de inverno (¡malditas latitudes!), me choca el trabajo con los artistas, pero no me choca leer pasajes bíblicos a cualquier hora. ¿Alguien no lo hace? Y volvemos a empezar, porque nada como remodelar una casa, aunque sea de personas desequilibradas, de personas con rémoras, de personas extravagantes (al fin y al cabo, sin gata, todos lo somos, que decía el hombre de la camisa verde). También cita a de Nerval: “El odio es el más resistente escudo de los monarcas”. Hablando de escudos siempre le digo a mis alumnos, entre susurros, que nos hacen falta más tipos como Vic Mackey en nuestras vidas, reyes desgraciados en un mundo pequeño y muy particular, con cúpula incluida, porque en todas las abadías nos encontramos alguna. Pero amigos de paletos aparte, en URO vemos reyes y sombras, personas rodeadas de personas maliciosas pero necesarias, como ese marchante en torno al paisajista que es descrito como el mal en persona, pero como buen parásito de envidia, necesitamos. O creemos necesitar, o creemos recrear. Ayer, hablando de arte con un tipo nacido en mayo de 1936, nos recreamos en Botticelli y en cuadros de mujeres del renacimiento, en la tentación de Santo Tomás de Orihuela y en menipos velazqueños, en tipos muertos en explosiones de Delft y en violines ingresianos, porque al final el arte nos lleva a la abstracción pero también a la perversión. Escribe Hermosilla sobre “el fracaso absoluto de Occidente, el delirio total, la extinción de la naturaleza, la destrucción religiosa y la angustia divina” mientras reflexiona sobre los reyes y sus vástagos, ya sea Gustavo I de Suecia (y su hijo Erico), o Carlos VII de Francia, o Luis XV, o Felipe IV, o los bizantinos Constantino VI o Justiniano II. Como con mi conversación con el de 86 años, pintor para más señas, nos obsesionan los retratos, aunque ya no estén de moda. En la página 56 de Un reino oscuro, leemos: “No había pasado, sin embargo, más de veinte años desde su fallecimiento y el retratista de la corte parecía ya un vestigio del pasado. Un fantasma. Su concepción del arte y la educación se encontraba completamente aniquilada. En nuestro reino, la pintura había dejado de existir. Era una sombra”. Pensemos en La esclusa, en La vicaría, en el arte como elevación, hasta que deja de serlo: “La pintura ya no era pintura y probablemente no lo sería nunca más. Ahora era una mancha. Una bruma. Un apagón interminable porque ninguna de aquellas bestias que estaban dispuestas a destruir el arte a cambio de unas monedas, pintaba. Ninguno de ellos veía”. Apostilla Hermosilla: “Un oscuro colegio donde no se enseñaba más que a escupir en la tradición”. Empiezas con un cuadro, con una imagen, con un pensamiento, y acabas con toda la política y la tradición de un tiempo. Subraya el autor palabras como locura y deterioro, y el amor por los conflictos, y los violines salvajes, y el ocaso y el vicio, y la ausencia de barba y la búsqueda de lo que se perdió entre las pamplinas del día a día: “El paisajista admiraba a esos hombres capaces de convertir la guerra en un banquete sangriento, el trabajo diario en un venerable placer y su honor en un vendaval”. Y cuando hay dejadez, llega el desastre, el arrastre, una pesca de bajura en la que solo quedan piedras en las redes y no hay San Pedro que arregle la llegada al puerto: “Los reyes modernos se habían convertido en marionetas del pueblo. Animosas muñequitas que no se imponían. No alzaban su voz como los antiguos. No se atrevían a romper los protocolos o a quebrar alguna regla porque querían ser reyes de novela. Príncipes de cuento. Reyes perfectos. Por lo que ya no estaban interesados en reinar. No sabían, de hecho, reinar. Desconocían qué era reinar, para qué reinar, para quién reinar”. Y en su lecho, marionetas con zapatillas de marca: “Las reinas modernas no se vestían, se perfumaban. Las reinas modernas no dormían, se perfumaban. Un delirio moderno que obviamente, había provocado que muchas de ellas enloquecieran”. Ya lo decía el hombre de la camisa verde: ¡Viva Sarajevo! O no. Quizás la doble efe fue solo un error, una piedrecita en nuestro zapato histórico, un desnivel antes de una autopista perfecta. Escribe AH: “Los reinos modernos se habían llenado de hijos bastardos de arañas y nadie sabía ya si existían tan siquiera los reyes, si los reyes eran margaritas, pétalos de rosas o arañas”. Y en nuestro particular viaje a Éfeso, con viento y acompañados, encontramos calvario y más calvario: “No buscaban lienzos para reflexionar sino para distraerse y abstraerse, para huir de la realidad y no para afrontarla”. Subraya la palabra crepúsculo el autor, porque “como consecuencia de esa inmensa tormenta crepuscular, todos los integrantes de nuestro reino nos habíamos convertido en suicidas potenciales, ciudadanos sin orgullo, carácter ni sentimiento religioso que podíamos acabar con nuestra vida en cualquier momento por los motivos más superficiales”. Viva la superficialidad y los himnos de John Cipollina. También enfatiza el autor la conversión del ocio en religión, y del placer en un deber: “Cualquier cosa por huir de esa odiosa atmósfera que no más que remitía al crepúsculo, invitaba al suicidio y anunciaba el ocaso total de Occidente”. Y como todo es mentira, podemos llegar al Barroco, o a Madrazo, o a La mujer barbuda, o recrearnos en Carel Fabritius, o en La Inmaculada de Murillo, o a lo que escribe Hermosilla: “Durante el Barroco, en los palacios reales, era frecuente que alguien pronunciara una palabra y se interpretara lo contrario. Cuando alguien decía la verdad se pensaba que era mentira y si se mentía se solía creer que había dicho la verdad, porque nadie estaba seguro de nada de lo que se decía. Nunca se sabía si una afirmación era verdadera o falsa, ni tan siquiera si existían la verdad o la mentira”. Y entonces, en el paisaje vemos personajes oscuros que nos dominan, o que hemos dejado que nos dominen entre la crueldad. Y de los pintores a los duques, y tiro porque no me toca y me salto el turno: “Una absoluta abominación que llevaba al duque a considerar profetas de la miseria a quienes despreciaban o minusvaloraban a nuestro rey, como era el caso de los sátrapas ilustrados”. Añade MH: “Los ciudadanos ilustrados y demócratas eran completamente crédulos. Eran muy fáciles de engañar”. Y en esa tragicomedia, casi como Conte en el Tottenham, llegamos a lo que no queremos: “Eran seres medianos. Víctimas que se creían moralmente superiores al resto de sus semejantes. Eran individuos átonos y abúlicos que no se atrevían a incinerarse para defender a un rey ni tampoco a traicionarlo”. Todo mentira, como el día a día: “Un enorme engaño ilustrado. Una gigantesca comedia ilustrada que no escondía más que crueldad”. Y entonces, la venta de lo que los aguafiestas ahora llaman relato, la compraventa de una narración ficticia que nos mete con calzador una moraleja con la que martirizarnos y llevarnos al caos: “Habían convertido la existencia en una fábula destructiva, una fábula emergida de una pesadilla”. Y en la artificiosidad de esa mentira, escribe el autor: “Hablaban maravillas de la vida moderna, aunque el mundo se había convertido en un manicomio ateo, un oscuro convento ilustrado”. Reflexiona también el autor sobre la confusión entre puntos de vista y perspectiva, sobre la mentira de la falsa igualdad: “Porque para los nobles demócratas e ilustrados lo de menos eran los argumentos, lo de menos era el contenido de las ideas, la razón que había en ellas, la verdad que exponían. Lo importante era la igualdad y estaban, desde luego, dispuestos a defenderla e imponerla de la manera que fuera”. Y la figura del verdugo, siempre al acecho. Y el pianista que “creía al rey capaz de todo”, y que nos muestra una opinión sobre lo que se analiza y se recrea: “Pero si existe una mano peligrosa es la de nuestro rey, ya que nunca se sabe si cuando roza o apunta a alguien lo hace como señal de amistad o de enemistad. Esa mano no es cálida ni fría. Es incolora. Desprende hedor, pero no huele concretamente a nada”. Y la desconfianza, y la mediocridad, y el suicidio colectivo, y Wagner, y la delegación y los alarifes convertidos en otra cosa, y Nietzsche, y Celine, y Musil, y Kafka, y Canetti y las referencias a Hitler y a Stalin, y Edipo rey, y Alexis de Tocqueville, y Cioran, y los buitres que acechan nuestra quijotera y las quijoteras de todos. Escribe AH: “Según Canetti, Adolf Hitler y Iósif Stalin eran la viva imagen de los nuevos monarcas de Occidente anunciados por Nietzsche. Reyes nihilistas, reyes negros, reyes oscuros, reyes asesinos educados entre la plebe cuya enorme sombra permitía rememorar la figura de los viejos soberanos míticos y ancestrales”. Un reino oscuro nos describe un pasado reciente, una contemporaneidad que no debemos olvidar porque cada día se repite, y como repetía más de una vez Ginés Caballero refiriéndose a los Balcanes, “tenemos la guerra a un viajecito corto de avión”. No sé si la vida es una manzana como decía el personaje que escribió dos novelas y un ensayo (“Un fruto que siempre acaba siendo mordisqueado o cayendo de una rama”), pero si que “la existencia se había convertido en un eclipse continuo”. Y Un reino oscuro nos viene bien para tener presente que todo es un eclipse continuo y que todo es mentira.

"Hazte un Nuevas sensaciones"

Hazte un “Nuevas sensaciones”. No sé el nombre (bueno, sí lo sé, pero no quiere nunca que l o diga) de la persona que, en determinadas situaciones, decía que hiciéramos un “Nuevas sensaciones”. Ante mayor responsabilidad, mayor pasotismo; ante mayor indignidad, mayor pasotismo; ante mayor mierda, mayor pasotismo. Lo que hizo Jota, consciente o inconscientemente, en aquella grabación en playback de Nuevas sensaciones, es memorable. Un ejemplo a seguir, un modelo, equidistante, pero modelo a fin de cuentas, y si sumamos esas cuentas (las de la vida, la del paripé, la de la jodienda con vistas a la bahía en la que vivimos) siempre salimos perdiendo. Y como siempre salimos perdiendo, mejor hace un “Nuevas sensaciones” que seguir viviendo como borregos, como rebaño camino al matadero que nos merecemos. Nos lo merecemos, pero no de ahora. No. De hace mucho tiempo. ¿Qué fue de la rebeldía? ¿Qué fue? ¿Qué?

lunes, 19 de diciembre de 2022

14 (de Jean Echenoz)

No tenía conocimiento de 14 de Echenoz hasta que el amigo Sergio dijo que se lo mandaba a sus alumnos para que se lo regalaran por Reyes. Un buen regalo para algunos; lo de siempre, para la mayoría. Salvo una ínfima parte, esa es una guerra perdida, y no solo la del catorce, no solo en la que llaman a rebato las campanas de un sábado, no solo por el recuerdo de tallas ajustables únicamente para los primeros. Nada como recoger tu mortaja, tu ropa de muerte, tu cuadro sin lienzo, tu gran mentira sin mentira. Volví el jueves 17 a poner en clase los primeros minutos de 37 días, pero los bostezos del personal eran indicativos: ni Francisco Fernando, ni Sarajevo, ni telegramas desde los Balcanes, ni embajadores con bigotito. Nada les interesaba. Vuelvo a 14. Bigotitos de una generación que murió con su bigotito generacional. La guerra del ruido se llevó a los bigotitos. Con fotos, pero se los llevó a casi todos. A muchos. Habla Echenoz de velocidad, de reservistas viejos (de los 34 a 49 años), Resaca, bebida y disfrute de una noche por si es la última noche. O la penúltima. Precoces todos antes del infierno, desfilando todos como en un acto de sumisión valiente, como un árbol podrido que se resiste a caer pese al viento y las inclemencias. Tiza e himno nacional, ingenuidad hasta el tuétano. La confianza, ese asco del que todos nos enorgullecemos y nos lleva a la barbarie: “ Pero en general la gente sonreía confiada, pues a todas luces aquello duraría poco, regresarían enseguida”. Hágase querer entre Nantes y las Ardenas, o entre unas vías demasiado estrechas, o con un rictus de felicidad más falso que el penúltimo cómic de moda. Y la burguesía y sus cuitas y sus libros y sus cuadros y sus preocupaciones sin necesidad: perfumes y medias que tienen su utilidad hasta que dejan de tener su utilidad. Cartas que se esperan, en paralelo, para aumentar la mentira de la mediocridad burguesa. Y sale un jardinero, cojo y sordo y riegue aunque no pidan agua esas plantas, como bebemos sin sed y respiramos sin motivo aparente. Todo es un otoño eterno, y hay demasiada hoja muerta en el suelo. Demasiada. Patriotismo y objetos perdidos, simbolismo de una guerra que dura hasta hoy. Y el tiempo, siempre medido con irregularidad, con prejuicios, siempre mirado por encima del campanario, aunque no sea sábado: “También todo está más tranquilo porque hay menos gente, sobre todo hombres jóvenes en la calle, o muy jóvenes, pues estos, convencidos en su mayoría de que el conflicto será muy breve, lo ignoran y no quieren preocuparse”. Hace Echenoz un listado de los lisiados y miopes que, temporalmente, se escaparon de la barbarie porque la barbarie física ya estaba en ellos de alguna manera. Pero todo era cuestión de tiempo, de que los reservistas viejos cayeran entre estruendos, de que los jóvenes de bigotito cayeran entre estruendos, de que las fábricas de ataúdes se quedaran sin madera y sin ataúdes. La oscuridad de los enchufados y la soledad de las cervecerías y las promesas de capitanes que se quedan en el camino, o en Las Ardenas. Y frases para repetir antes del frente: “Si mueren hombres en la guerra, será por falta de higiene. Lo que mata no son las balas, sino la falta de aseo, que es nefasta y que es lo primero que deben ustedes combatir. De modo que lávense, aféitense, péinense y nada tienen que temer”. Y las preocupaciones cotidianas, las de toda la vida, las que no salen en los libros de Historia pero son Historia porque no hay otra cosa que lo nos pasa por la garganta: “Algunos se quejaban ya de que no encontraban nada que comer, ni cerveza ni siquiera cerillas, y de que el vino que vendían los lugareños, quienes habían pillado al vuelo la oportunidad de aprovecharse de los acontecimientos, estaba a precios imposibles”. Y zapatos para todos, porque no entendemos la vida sin zapatos. Y la medicina y la concejalía, casi como un concejal de Deportes en Murcia llevado al cambio, o a la dimisión, o a nada de ello porque todo se confunde. O casi todo se confunde. O todo es confusión. Y hay asuntos de nueve meses que pueden solucionarse en quince días, si es que no queremos que los nueve meses sean cuarenta y tantas semanas. Pero esas preguntas, con o sin mano en el vientre, son infiernos personales, en 1914 y en 2022, que los siglos solo entorpecen las cosas. Y los meses pasan, y llega el frío y la lluvia donde todo era sol y calor. Y ciruelas para todos. Y la sed, ese invento bíblico para tiempos postapocalítpticos: “Aquello no podía seguir así, el estado mayor no tardó en comprender la ventaja que suponía saciar la sed de unos hombres, toda vez que la ebriedad aletargaba el miedo, pero todavía no se había llegado a ese punto”. Trueque, pueblos abandonados, cartas en el suelo, perros enfebrecidos (¿o eran abandonados?) y todo tipo de bazofia al alcance de todo tipo de gentes. Me quejo, últimamente, demasiado sobre la falta de comodidades, sobre las incomodidades, sobre lo que no es cómodo en general (y no solo en Gladiator), y me llegan otras indicaciones sobre lo que en realidad no es cómodo, sobre la falta de comodidad, en sermones de un cura que no parece un cura o en 14.Y las mochilas y el aguardiente, y lo que es necesario y lo que es superfluo, peso y más peso sobre lo seco y lo mojado, multiplicando el dolor y el pesar, la ausencia que no terminaba de desaparecer. Y la descripción del vuelo y de la observación, del insecto y el calor, y las novedades con nombre y apellido, máquinas para hacer daño en un momento en el que todo suponía hacer mucho más daño. Bayoneta y Marsellesa, aunque a veces el orden nos da igual, aunque cuando se unen en una misma frase esas dos palabras la tercera en la asociación es sangre. Campo de avena y enemigos se funden con el fuego amigo, el propio, deseos de acabar con todo lo que se movía. Orquestas reducidas. Y de ahí, a la robotización del soldado: “Aquel recorrido se prolongó durante todo el otoño, al cabo del cual pasó a convertirse en algo automático; los soldados acabaron no siendo casi conscientes de que andaban”. Y la paralización, peones contra peones, ajedrez macabro bajo una lluvia que no paraba y un frío que se hacía eterno noche tras noche. Palas y picos que pasaron de mochila a tierra, que las funciones tienen una función. Y las barrigas y sus frutos, y las mentiras que, con la ausencia, son más mentira. Y las elecciones, y las preferencias equivocadas, y nunca se sabes si el aire o el suelo son más peligrosos que la vida cotidiana. Quejas, censura, cartas. Y la distancia entre los que sabían y no sabían leer, clasismo lector antes que real, que la guerra casi todo lo iguala. Viva el boche. Proyectil, gas, infierno. Y túnel e infierno. Y más infierno. Y no hay nariz rota que no se mantenga firme ante el infierno nasal: “Los soldados se aferran a su fusil y a su machete, cuyo metal oxidado, empañado, oscurecido por los gases, apenas reluce ya bajo el fulgor helado de las bengalas, en un ambiente corrompido por los caballos descompuestos, la putrefacción de los hombres caídos y, en la zona donde están los que se mantienen más o menos derechos en medio del lodo, el olor de sus orines, de su mierda y de su sudor, de su mugre y de sus vómitos, por no hablar de esos pegajosos efluvios a rancio, a moho, a viejo, cuando en principio están en el frente y se hallan al aire libre”. Escribe Echenoz que quizás no tengamos que pararnos en esta “apestosa ópera”. Pero si hay que hacerlo. Una y otra vez, que no se olvide, que no se repita, que no quede al margen de un videojuego que ahora todo es historia de red social pero no Historia. Las palabras que utiliza exactamente Echenoz son las siguientes: “Además, quizá tampoco sea útil ni pertinente comparar la guerra con una ópera, y menos cuando no se es muy aficionado a la ópera, aunque la guerra,como ella, sea grandiosa, enfática, excesiva, llena de ingratas morosidades, como ella arme mucho ruido y con frecuencia, a la larga, resulte bastante fastidiosa”. Y pasó el sol, y la lluvia, y llegó la nieve, juguete natural en época de juguetes sangrientos. Y ya sabemos el párrafo en el que Nick Hornby encontró la inspiración para su frase del pop y la tristeza: “Ya, pero lo peor, insistió Padioleau, es que no acabo de saber si me siento abrumado porque me duele la barriga (estás empezando a tocarnos las narices, observó Bossis) o me duele la barriga porque me siento abrumado, no sé si me explico”. Y la carnicería preparada para la explosión de casquería, sangre, vísceras y trozos variados. Y el manco y Verdún, y el carricoche y las preguntas incómodas. Y los subsidios, y la sustitución fraternal (once, ni más ni menos), y la erección perruna, y los años sumando años de par en par, y 500 días de mierda y asco, y mentiras desde los despachos para que los del barro y el avión comieran el polvo, porque poco más había que comer: “...embriagar al soldado contribuye a incrementar su valor y, sobre todo, disminuye la conciencia de su condición”. Y el hambre haciendo nuevos amigos en las tripas, o en las mascotas, en el desbarre, aunque dice Echenoz que “no todo es comida en la vida”. Piojos y ratas todos, o casi todos, que en los palacios presidenciales se comía de lujo, se bañaba uno con agua caliente. Y en la locura, en la mediocridad del error de una guerra, la automutilación que a veces acababa en traición (aunque la frase del JFK stoneano siempre nos vuelve a la cabeza), aunque Echenoz lo describe muy bien: “Algunos han intentado administrarse por sí mismos la benéfica herida, sin llamar mucho la atención, disparándose una bala en la mano por ejemplo, pero por lo común han fracasado: los han descubierto, juzgado y fusilado por traición. Ser fusilado por los propios, mejor que asfixiado, carbonizado, despedazado por los gases, los lanzallamas o los proyectiles del enemigo, podía ser una opción. Pero también podía fusilarse uno mismo, dedo del pie pegado al gatillo y cañón en la boca, una manera de irse como cualquier otra, podía ser una segunda opción”. Pum pum, que diría el amigo Andrés. Y reflexiones sobre la amistad, o la falta de amigos, o lo irreemplazable de ciertas actitudes, de ciertos axiomas convertidos en humo sobre una superficie en la que solo hay muerte. Y los enemigos, muchas veces (incluso antes del matrimonio), están en casa. Y la inspección inquisitorial siempre juega de local en un campo infernal donde la palabra ultra se queda corta. Cortísima. Y siempre ganan los mismo, aunque no suene Que no sea Kang, por favor. Y la pregunta del millón: ¿Cuánto pesa un brazo? ¿Por qué no pensamos las preguntas antes de realizarlas? ¿Por qué empeñarnos en mentirnos ante ese ventilador que nos aleja constantemente de la realidad? Y los actos vacíos pero reconocibles, y el olvido en lo más extraño de nuestro ser, y la jodienda de reescribir en la mente el origen de la escritura bíblica, porque hace falta un Mesías para salvar a los vivos tras una guerra, que con los muertos ya cumplió de sobra. Y el recuerdo como único punto en común de unos supervivientes que, alejados de la guerra, ya no tenían nada en lo que sustentarse, porque después de una guerra el abismo es enorme. Y los finales, ya sean agonías vitales o epílogos de guerras, arrasan con todo, con la carne fresca del reclutamiento y la ropa que la envolvía. Una buena recomendación la del amigo Sergio Belmonte García, pero no hay esperanza con parte de esta generación del XXI porque como me decía hoy una de mis alumnas de 4º de ESO, “no me he leído un libro en la vida”. Pues eso, sigan el camino de la hierba, introdúzcanse en el bosque a la espera de que tres esbirros, secuaces del ministerio de la mentira de turno, arrasen con todo. O quizás sea mejor que los sigamos aprobando y que lleguen a ingenieros. Y que la mentira siga triunfando.

Entre el segundo y el tercer toque

Siempre hay que saber encontrar las palabras adecuadas.

domingo, 18 de diciembre de 2022

El jardinero

Llevaba mucho tiempo sin sentarme en mi sala de estudio, usurpada por la distancia y el trabajo, males no solo bíblicos aunque la Biblia sea todo. Siempre busco, tardomedieval siempre, escapes a esta vida sin solución. Llevaba, digo, mucho tiempo, sin empezar del tirón un libro con el que buscar una tierra libre, exenta de cargos, cuyo titular (el conde) pueda venderla, alquilarla, legarla y llegué, entonces, a la obra titulada El jardinero, de Alejandro Hermosilla. En esta historia, de escaleras y jardines, de seres condenados y condenas que no acaban, hay confusión y locura, hay creencias falsas y lenguas que no se entienden, personajes principales sin nombres y herramientas que, utilizadas en su justa medida, nos salvan del manicomio o nos llevan a él. Con una portada sugerente, El jardinero nos lleva a un mundo cerrado y de reclusión, aunque nos advierte el autor al inicio que va dedicada la obra “a aquellas personas que han levantado falso testimonio en un juicio”, y la hace extensible a “todos los frustrados y vanidosos”. Después, se inicia el libro con una cita del Libro de las Lamentaciones (1: 1-10), y se recurre al Génesis para el epílogo (15: 3-4). Ahora que tanto recurrimos al Génesis en el cubo, no está mal subrayar que EJ nos muestra relaciones familiares especiales y perversas, aunque hay relaciones especiales que son más perversas que especiales. Pero de todo hay en el jardín del condado, en la viña del señor, en la cualidad del obrero y en la objeción del que lee. En esa cualidad del jardinero, valora tanto la narración que sepa Historia Antigua (viva 1º de ESO), y esgrima, y tarot, y pintura, y que tuviera disponibilidad total. Ahora que estoy recluido en tierras alejadas donde escucho campanas solo las mañanas de quietud, son más necesarios que nunca estos personajes, siempre personajes. Pero no nos centremos en el hoy ni el Génesis, centrémonos en esta joyita llamada El jardinero. ¿Más cosas sobre el jardinero? Más. En la página 20, podemos leer: “…y en lo posible, que tenga un hijo, porque su paternidad permite prever que no desviará su trabajo, cuya remuneración, por otra parte, no será más que la estrictamente necesaria para su mantenimiento, dado que es importante que sea dependiente de sus señores”. Estamos casados con nuestras mujeres y con nuestras profesiones, recordando a Montes ahora que estamos en jardines. Pero no solo hay referencias a la Historia Antigua, también a la Baja Edad Media gracias al rastrillo, que también nos lleva a la Revolución Francesa, como lo hace la raedera con la Revolución Industrial. En El jardinero también debemos fijarnos en los simbolismos (la flor de malva lo es del condado), y en las orgías, o en las reuniones de nobles que acababan en orgías (y podríamos pensar en Jacques de Molay, y en las explicaciones que dio la profesora Martínez Carrillo al respecto, pero no estamos en la latitud correcta, ni se ha incendiado la biblioteca, ni se han perdido mapas ni pergaminos). El jardinero nos lleva también a reflexionar sobre la esterilidad, pero todo es mentira, como lo fue la muerte del infante don Carlos que salpicó de mierda a Felipe II. Pero como nos da igual, y disfrutamos con las preguntas que continuamente nos hace la narración, y disfrutamos subiendo y bajando escaleras una y otra vez, porque el infierno es así: “No he engendrado jamás un hijo ni lo engendraré. ¿Cómo hacerlo mientras ese horripilante ser siga vivo?”. No nos preguntamos, y deberíamos, si estamos viviendo una vida acorde a lo pensado: no nos vemos desde fuera (o no queremos vernos, o nos fastidia vernos y nos damos asco): “Toda relación tiene defectos, incluso la nuestra”. Nos deja también AH en EJ pildoritas para nuestra salvación temporal, invitaciones a futuras lecturas de Francis Bacon, de Pierre Le Lorain de Vallemont y otras más, y nos lleva a tener presente la azada y sus funciones, el estiércol y sus funciones, los contratos y sus funciones. Nada como atarse en un papel, nada como caer en la herejía, nada como confundir padre, hijo, paloma, espíritu santo y dogma convertido en chiste ambulante. ¿O era al revés? Más frases en las que mirarnos: “Sé que goza aplastando e hiriendo gusanos. Probablemente porque eso es lo que nosotros seamos para él: larvas a las que aniquilar”. En este espejo de grillos kafkianos que es El jardinero, la sequía se hace presente, como los perros y sus aullidos, su servilismo y su docilidad hasta que dejan de serlo. Y en esas relaciones, entre padres que no se desean y hermanos que desaparecen, entre amigos olvidados y relaciones recuperadas, nos perdemos en la brújula de la jardinería. Hay veces que es un poco caótico todo en El jardinero, pero bendito caos: “¿Qué son, entonces, el bien y el mal? ¿Son la misma cosa, por medio de la cual testimoniamos con rabia nuestra impotencia y la pasión de alcanzar el infinito, incluso por los medios más insensatos? ¿O bien son dos cosas diferentes? Sí. Es mejor que sean una misma cosa, pues de no ser así ¿en qué me convertiría el día del Juicio Final?”. Y nos da igual el condado, el jardinero, el odio de una persona a otra, porque todo es mentira: “Cuesta ahora encontrar a dos personas dialogando o una tienda abierta, pero si uno insiste y es persistente puede lograrlo. No resulta extraño, de todas formas, hallar en las tabernas a varias personas reunidas. Aunque, generalmente, se encuentran en silencio. Con el ánimo bajo. Ahondando en el vacío. Pendientes de sí mismos”. Somos ombligos andantes, en busca de enemigo cuando somos el enemigo, en busca de una muerte ajena cuando es la nuestra la que desea la mayoría. Y, a veces, nos siguen con o sin motivo, sean perros o soldados, sean nubes con ánimo de tormenta o soles que martirizan: “No existe un solo signo que confirme que la noche cerrada vaya a abrirse y que este eclipse continuo vaya a finalizar”. ¿Quién nos guía? ¿Quién nos muestra el futuro? ¿A quién escuchamos? Tenemos muchos problemas, y nos buscamos más problemas: “Hoy ha vuelto a pronunciar un discurso. Una de sus habituales arengas proféticas que hablan de la llegada de un elegido que cambiará el destino de estas tierras, gracias al cual volverá a salir el sol, los pastos reverdecerán y el orden se restablecerá en el condado”. El jardinero nos lleva a buscar salida del Luis Valenciano y del Román Alberca, pero luego nos damos cuenta que allí dentro estábamos más seguros, entre la oscuridad y el desánimo, entre las tinieblas y la falta de luz, que la poda de la tortura no solo era en la Edad Media. No. Cada uno encuentra las suyas, sea en las muertes de los familiares, sea en las luchas por una herencia, sea en el enfrentamiento por una mujer, sea en las cuestas de la escalera, sea en el cuadro sin mujeres, sea en los tragos de anís: “No sé a veces si mi esposa es real o simplemente un ensueño fabricado por mi mente cuando bebo anís y aspiro el aroma de las plantas que los criados traen a manos llenas de los jardines”. Y en ese panorama, la guerra, la batalla eterna, y la luz después de la oscuridad, y la destrucción y creerte más que nadie cuando eres el último de los últimos: “Al fin y al cabo, soy el conde y todo me está permitido”. Y los ejercicios espirituales, convertidos en aquelarres y en bodas, en atenciones desatentas, en criados que ocupan puestos que no son los suyos, en creencias convertidas en herejías y perseguidas por yugos con forma de raedera: “Sé que he nacido para poner el castillo bajo mi yugo, doblegarlo, porque todos hablan de ello. Todos saben que yo, únicamente yo, soy el elegido. Yo soy quien dotará de descendencia a su estirpe”. En mitad de las mentiras, en mitad de los libros sagrados que da miedo tocarlos (no digo leerlos), siempre podemos buscar equivalencias, y no solo en El jardinero: “Me fascinan las historias en las que los santos son torturados enfrente de sus opresores y están a punto de renegar de sus creencias pero, finalmente, resisten. Y me seducen también los libros sagrados en los que egregios profetas vaticinan los futuros castigos de los seres humanos si estos no corrigen su comportamiento”. Elegidos todos, entonces. O ninguno. O la negación, o las ramas como instrumentos de castigo, o las citas de Francisco Fariello, y las llamas y la continua decepción: “No he podido derramar una lágrima en el entierro de mi padre. Pero no sé si ha sido de tristeza o de alivio”. En definitiva, El jardinero no es un libro fácil, pero está muy bien tenerlo presente en estos días en los que todo parece oscuridad y, de tarde, muy de tarde en tarde, sale el sol en nuestro condado particular.

sábado, 17 de diciembre de 2022

Ya falta menos para la hora de misa

Paris Police 1900. Primera temporada.

La división de Francia. “El antisemitismo es una causa sagrada”. Y los leños, también. Libertad y salir libre y vender mierda, y contar mierda, y encontrar la diferencia entre un 15 y un 13. Lugares equivocados en el país equivocado. “Es más que decepción: es derrota”. Claro que sí. “El cielo nos ha salvado. Lluvia: apaga incendios y calma disturbios. Si hubiera llovido en julio de 1789, Francia seguiría siendo una monarquía”. Beber mucho para enjuagar las palabras propias, creo recordar que nos dicen al principio de Paris Police 1900. Buenas historias, buena ambientación, buenos fármacos, buena prensa para una serie que aspira a mucho y, quizás, eso sea demasiado. Muchos gallos en el corral. También hay zorras, desde el principio y arrodilladas ante el presidente Faure, pero como ahora los empoderamientos que se ponen en valor son otros resaltamos a la abogada de la portada y ponemos altavoz a alguna de sus frases: “El control: esa cualidad masculina que me falta para ser abogada”. Y el teatro, y los periódicos con matices, y la justicia, y la corrupción policial, y l a droga, y las palizas, y los judíos financiando la anarquía según algunos. Y la movilidad fronteriza tras la guerra de francoprusiana del 70, y los alsacianos que un día fueron franceses y al siguiente, alemanes. Paris Police 1900, al principio, desconcierta por ese exceso, por tanto argumento de sopetón, por el affaire Dreyfus y la burguesía con vicios, y el antijudaísmo y las familias numerosas, y la prostitución como hecho cotidiano. Todo de golpe. No valen ni las recetas de Chef Pacuco para frentar el ímpetu inicial. Poco a poco, conforme pasan los capítulos, el desconcierto sigue pero la niebla, poco a poco, va desapareciendo mientras nos muestran fogonazos a la luz de las fotografías con las que soborno (lo del soborno empezó mucho antes de las redes sociales y los videos comprometidos). Y con pretensiones no solo está la abogada, están policías y políticos, vanguardia convertida en retaguardia (ahora también toca mucho espabilado esa tecla) y los hijos bastardos que viven aislados de la alta marejada que los sitúa en el centro del tsunami de la historia, Entre incestos y achuchones, entre heridas mortales y de las otras, Paris Police 1900 es una serie compleja, llena de ambición aunque quizá es misma ambición la lleva a la dispersión. Pero bendita dispersión.

Una jirafa /Undécima mancha

jueves, 15 de diciembre de 2022

The White Lotus. Segunda temporada.

Empezamos, para acabar, con dos frases del séptimo capítulo de la segunda temporada de The White Lotus: “Cada uno debe hacer lo que sea necesario para no sentirse una víctima de la vida. Utiliza la imaginación”. En la segunda, seguimos con la reflexión junto a la Sicilia de olas y cruces con flores en los islotes: “No hace falta saberlo todo para querer a alguien”. Esta segunda temporada es distracción y sospecha, es utopía y prostitución, es piano forte y aullidos caros, es champán y viaje, es decepción familiar y oportunidad perdida, es capitulación matrimonial y excusa, es cambiar de vida para volver a la rutina. A veces, cuando nos escapamos creemos que latitud y longitud cambiantes hacen olvidar. Nada más lejos de la realidad. Se puede estar muy lejos sin separarte un momento de alguien que, en teoría, lo era todo. En época de vacaciones morales, siempre recordamos la frase de Casi Famosos: “La gente guapa no tiene valores”. Siempre salimos perdiendo cuando nos hacemos preguntas profundas, cuando nos creemos por encima del mal y del peor. Salimos del dormitorio habitual para meternos en otro que sigue siendo otro infierno. Mismas situaciones, distintos problemas, jodiendas eternas. Y tenemos el mismo ventilador de ideas, seguimos siendo, como escuchamos en el sexto episodio, “demasiado jóvenes para ser tan viejos”. Este escape, esta huida, esta desesperación, esta canción sin melodía ni acorde que nos atormenta es lo que vivimos: la mentira de un naipe sobre otro, de otra casa sin cimientos, de gente que convive solo porque hay que tirar el ancla en algún sitio después de una travesía sin rumbo. Lugares raros, gente perdida, lugares cálidos para gente con el alma fría. Y si nos despistamos está Tapia de Veer para sacarnos la cera de los oídos y un gato sobre una columna romana nos mira desafiante, y sale Michael Imperioli, y el mar es una constante y todo se enturbia ante un Jónico. O no. Todo mentira en esta vida.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

Natalia dice

martes, 13 de diciembre de 2022

Himno de brasas

El Geniecillo de las Tentaciones

Me dedica el amigo Jesús Manuel García Gómez su última obra, El Geniecillo de las Tentaciones, en la que me habla de “esta historia crapulesca” para que tenga “siempre muy presentes los peligros de la tentación”. Nos lleva a la villa romana de Los Cantos, en Bullas, en el siglo III d.C. Me gustan estas letras mayúsculas escogidas para EGDLT, aunque al principio las viñetas hablen del trabajo de algunos (no de todos, que siempre hay un Fulvio en nuestras vidas). El hambre y las ganas de comer, las tentaciones y los altares, la comida fresca y la eternidad: “Asume con resignación el castigo que te han impuesto los dioses y cúmplelo, hasta que de alguna manera los agrades y llegue el perdón”. Los saqueos bárbaros son siempre un aditivo, una historia con la que meter miedo o ilustrar con mentiras nuestra triste existencia: “No es robar, sino realmente guardar en un lugar mejor las cosas. Por momentos, en la huida del personaje, el tebeo parece un videojuego, un Super Mario Bros o un Wonder Boy intentando escapar… y todo por un asunto de monedas. Y los saltos en el tiempo, y los hallazgos, y las catedrales atemporales, y la avaricia del coleccionista, y las típicas tabernas, y los golpes de suerte, y los papeles del divorcio, y las ciudades de los dioses convertidas en esclavitud eterna: “Me niego a aceptar esta condición, son seres estúpidos, que solamente trabajan para pagar facturas”. Menos mal que tenemos siempre a mano algún divertimento, como la lectura de la penúltima aventura de Megacuarenteno. Menos mal que no todo es pagar facturas. O casi.