jueves, 15 de diciembre de 2022

The White Lotus. Segunda temporada.

Empezamos, para acabar, con dos frases del séptimo capítulo de la segunda temporada de The White Lotus: “Cada uno debe hacer lo que sea necesario para no sentirse una víctima de la vida. Utiliza la imaginación”. En la segunda, seguimos con la reflexión junto a la Sicilia de olas y cruces con flores en los islotes: “No hace falta saberlo todo para querer a alguien”. Esta segunda temporada es distracción y sospecha, es utopía y prostitución, es piano forte y aullidos caros, es champán y viaje, es decepción familiar y oportunidad perdida, es capitulación matrimonial y excusa, es cambiar de vida para volver a la rutina. A veces, cuando nos escapamos creemos que latitud y longitud cambiantes hacen olvidar. Nada más lejos de la realidad. Se puede estar muy lejos sin separarte un momento de alguien que, en teoría, lo era todo. En época de vacaciones morales, siempre recordamos la frase de Casi Famosos: “La gente guapa no tiene valores”. Siempre salimos perdiendo cuando nos hacemos preguntas profundas, cuando nos creemos por encima del mal y del peor. Salimos del dormitorio habitual para meternos en otro que sigue siendo otro infierno. Mismas situaciones, distintos problemas, jodiendas eternas. Y tenemos el mismo ventilador de ideas, seguimos siendo, como escuchamos en el sexto episodio, “demasiado jóvenes para ser tan viejos”. Este escape, esta huida, esta desesperación, esta canción sin melodía ni acorde que nos atormenta es lo que vivimos: la mentira de un naipe sobre otro, de otra casa sin cimientos, de gente que convive solo porque hay que tirar el ancla en algún sitio después de una travesía sin rumbo. Lugares raros, gente perdida, lugares cálidos para gente con el alma fría. Y si nos despistamos está Tapia de Veer para sacarnos la cera de los oídos y un gato sobre una columna romana nos mira desafiante, y sale Michael Imperioli, y el mar es una constante y todo se enturbia ante un Jónico. O no. Todo mentira en esta vida.

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