jueves, 23 de enero de 2025

Landman. Primera temporada.

Hágase querer por un saco en la cabeza, por unas manos atadas a la espalda. Así termina y comienza la primera temporada de Landman, la penúltima cruzada visual de Taylor Sheridan en su oeste particular, en el que todos se “saludan cuando coinciden, porque todos van armados”. Hasta hay abuso estadístico sobre la importancia del petróleo. El señor lobo de esta historia lo resume al principio del primer episodio: “La industria del petróleo y del gas genera 3000 millones de dólares al día de beneficio, genera más de 4,3 trillones de dólares al año en ingresos. Es la séptima industria más grande del mundo, está por encima de la producción alimentaria, la de coches y de la minería de carbón. Con 1,4 millones de trillones de dólares la industria farmacéutica ni siquiera se sitúa entre las 10 primeras. Las industrias que figuran por delante del petróleo y del gas dependen completamente de ellos, y, cuanto más crecen, más crecemos nosotros. Esa es la escala. Así de grande es todo esto. Y no para de crecer. Este puto trabajo... Pero antes de conseguir este dinero hay que conseguir el alquiler. Hay que asegurar los derechos y reservar la superficie. Hay que cuidar de los propietarios y de sus equipos. Y hacer que la policía y la prensa se ocupen de ellos cuando no se quieren sentar a hablar. Ese es mi trabajo. Asegurar el terreno y gestionar a la gente. Lo primero es muy sencillo; lo segundo es lo que puede hacer que te maten”. Aparte de números y estadísticas, también cuestiona nuestro modelo de funcionamiento, porque como decía el hombre de la camisa verde, “sin petróleo no somos nadie”. Y con calzadores varios, nos hace reflexionar sobre el valor de vida y la familia (todo tiene un precio), se cuestiona las relaciones personales y de convivencia, se pregunta si somos una sociedad lo suficientemente madura como para pasar de un modelo a otro. Y como en todas sus producciones, TS hasta nos inquieta con el cuidado de la alimentación, de nuestra supervivencia y de nuestro estilo de vida no siempre saludable (“no estar de humor es mi puto día a día”). Y llevando el modelo americano al límite, pone en evidencia (y no solo el modelo americano) el tratamiento de nuestros ancianos y el olvido que ejercemos sobre ellos. Y todo eso con la excusa del petróleo, ese mundo en el que se encuentran los perdedores y no despiertos de toda la vida: “Hay dos tipos de personas trabajando aquí: los soñadores y los fracasados. Antes todo el país era así. Los fracasados se fueron al oeste para morir o triunfar”. Del maldito petróleo, ese negocio que “está en una crisis constante interrumpida por breves periodos de éxito”. Pero siempre hay una explosión en nuestra vida, sea once de mayo o seis de junio, que lo cambia todo y aparecen nuevos personajes y hasta los mayans más olvidados salen de sus cuevas defendiendo a sus viudas. Y el poder de las drogas como contrabalanza, y un Don Draper de corazón roto (ese tipo al que “eso es lo que lo está matando, tratar de ser inmortal”), y una Demi Moore que hace largos en una piscina de incalculable de valor. Y siempre hay subalternos que hacen su trabajo, aunque no siempre lo hagan bien. Y hasta en los camiones de la basura de Landman hay mensaje en este oro negro interminable: “Nosotros creemos en Dios”. Habrá que seguir creyendo.

miércoles, 22 de enero de 2025

Crimen de Irvine Welsh. Primera temporada.

“La ignorancia es una bendición. Vivimos en la ignorancia y nos burlamos de la maldad porque suena a algo religioso. La ignorancia nos ayuda a seguir con nuestras vidas sin enfrentarnos al hecho en cada esquina, debajo de cada cama. Los incautos e ignorantes quieren hacerte creer que los monstruos son una excepción, que sufren enfermedades mentales, que están locos. Siempre quieren ver lo bueno de las personas y están convencidos de que en el fondo todos tenemos arreglo. Pues siento aguarles la fiesta, pero me he topado cara a cara con la maldad y los malvados no quieren cambiar ni redimirse. Siempre se ha dicho que el infierno está lleno de buenas intenciones, pero a mi entender no es así. El infierno está lleno de ignorancia”. Con estas palabras empieza la adaptación de Crimen, de Irvine Welsh, serie que no deja indiferente y que nos pone delante a un raro, de esos que dicen en voz alta que no conducen porque les gusta pensar y observar. Y volver a pensar y observar, y cuestionarlo todo. Están mal vistos en muchos trabajos estos personajes que lo cuestionan todo. ¿Qué sería de nosotros si no lo cuestionáramos todo? Nada como pensar en voz alta. Y volver a pensar, aunque nos meta en líos: “Si algo está en el lugar que no debe será que está ahí por algún motivo”. Y viva la luz como desinfectante. “Los niños no desaparecen, se caen a un río, se quedan atrapados en algún sitio o los secuestran”. Y con esa madeja, el hilo de la serie no para, y no hay motivos juanlanescos para pararlo. Y el personaje, pensando, deja clara su visión del mundo, su rol en la vida, su presencia entre nosotros con una clásica camisa azul y la clásica gabardina: “Esto es la guerra. No va de resolver crímenes sino de erradicar el mal de la faz de la tierra. Y por eso tenemos que descartar sospechosos”. Y junto al personaje de camisa azul, una voz femenina que lo complemente y, a su vez, cuestiona al tipo que lo cuestiona todo. Y el crimen y el fútbol siempre van de la mano, que “cuando los futbolistas se hacen mayores se dedican a entrenar, así se quedan dentro del mundillo”. Y el personaje habla de perversidad y poder, enseña piruletas, tiene adicciones, no soporta el trabajo pero le apasiona: “Siento que trabajar en este puto empleo me destroza el alma. Cada día tengo que lidiar con despojos humanos y mis compañeros, la gente que me rodea a la que el Estado emplea para perseguir a la escoria de este mundo… estoy rodeado de payasos mire a donde mire, y lo único que quiero es olvidar, lo único que quiero es olvidar, cada célula de mi cuerpo me pide olvidar: cada célula de mi cuerpo me pide olvidar, quiero beber hasta dejar seca esta ciudad, esnifar la puta selva tropical de Sudamérica y quisiera arrasar este maldito lugar”. Secretos, pedantería, condescendencia, sonidos, vocecitas. Pero sigue el personaje reflexionando: “Lo malo de la ignorancia es que siempre llega un punto que la realidad te la arrebata. Algunas personas no buscan la redención, saben que van a ir al infierno. Tan sólo quieren arrastrar con ellos tantas almas como puedan”. Pero este ser atormentado, tiene lecciones para todo: “Si uno se vuelve inmune a los horrores, el alma muere. Pero a la vez, ser testigo de ellos, es una puta tortura”. Es lo que hay. Hasta para cuestiones políticas de unidad de Escocia con el Reino Unido tiene este Crimen de IW. Hágase querer por un panfleto, por una pinta, por un whisky. Hágase querer por un inspector loco y por un jefe necesario, que no es lo mismo tratar a Stam que a Cantona siendo Ferguson, aunque siempre recordamos que Ferguson perdió mucho en sus primeros años en el United. Añade el personaje, el mismo que confunde amarillo con blanco, poniendo a Sade en sus labios: “La imaginación humana es alucinante, no se nos resiste nada. Tenemos los medios para perpetrar todo tipo de crímenes y los empleamos, multiplicamos el horror por cien”. Rezar para volver a caer. Vodka para todos. Fútbol para escapar. También retrata bien este CDIW a la escoria política como la escoria política que es: “Los miembros más inteligentes del Partido Conservador siempre han utilizado a los liberales como amortiguadores de la ira de la clase trabajadora”. O algo así decía la perorata, Y siempre, la escoria salpica y aplica sus modelos en los demás: “Hoy en día los trabajadores no dan golpe, por eso Gran Bretaña es un país de mierda. Pero es normal, lo entiendo, está todo amañado para que sólo triunfen los ricos”. ¿Acaso triunfan los que no son ricos? Y las preguntas del millón de neutrones, que nunca hay electricidad suficiente: “¿Cómo se atrapa a un monstruo que mata a sangre fría? Pensando como ellos. Pero si lo haces, han ganado la partida antes de empezar”. Reflejos de Bowie, zanahorios encarcelados, desnutrición, palabras y gestos ante tumbas de menores. De todo hay en los parrales de CIDIW: “Se suprime la lógica porque la gente pide sangre”. Y la adaptación, que no queda otra: “Para vencer al sistema, compórtate según el sistema. Todo sistema es injusto”. Pero luego nos hacemos preguntas sobre todo lo que nos rodea, porque ya sólo el hecho de salir a la calle es un peligro, y si es el caso de una niña, peligro hasta el infinito: “¿En qué momento hemos pasado de matar para sobrevivir a matar por placer?”. Y los teléfonos, y los hoteles, y el daño hecho y por hacer, y todo multiplicado en el pasado hasta límites no sólo matemáticos. Hágase querer por las mentiras, por lo que no podemos cambiar, por lo que está por llegar. Y si no hay que dormir, no se duerme. Terapias, lazos de colores en el pelo y esa forma de engañar que inventa nuevos modos de dolor. El abuso, las malas hierbas, las familias complejas, la dependencia, la vidriera en el bar. Hágase querer por un Mesías, aunque no volveremos a tener otro. Y aquellos partidos, aquellas derrotas, aquellos ferrocarriles. Viva el 86. Pero todo cambia, y todo lo controla el dinero. Comprar para ganar: “Y vino el neoliberalismo, el fútbol, la música, la política, también la gente, todo pasó a ser mercancía de compra y venta”. Pero entre el Mesías, los Judas, las Magdalenas y el huerto de los olivos (convertido en sala de interrogatorio), este CDIW deja un rastro más que positivo, digno de alabanza. Incluso, hasta para bajar la persiana deja el listón por las nubes: “Una vez que miras al mal a los ojos ya no hay vuelta atrás, te sumerges en la oscuridad y los muros se cierran, muros de terror”.

viernes, 17 de enero de 2025

Get Millie Black. Primera temporada.

Viva la Jamaica de la primera temporada de Get Millie Black, los callejones, las tartanas, las brujas del pasado, los niños como juguetes de los mayores, la ropa cara y los rizos indomables, las tradiciones, los vuelos hacia ninguna parte, las monjas que no conocen el hambre, el chico convertido en hermana y los colegios falsos. Secuestros. Bombarderos y frases de blancos que ponen en tensión a los negros: “Lo que sabe un delincuente es más importante que la vida de un niño negro”. Pero el viento remueve las olas, y lo que no se pudo salvar, no se salva. Oda a los niños muertos. La culpa, intentar arreglar algo que está destrozado. Voces distintas en cada episodio para mostrar un drama que no puede acabar bien, porque nada está bien en el mundo: “Crecí en un rincón oscuro de esta ciudad sin nada ni nadie. Cuando tienes que aguantar a gente que no tiene nada, ahuyentar a las ratas que quieren compartir tu cama y quedarte sin cenar cuando tus padres no tienen trabajo y están en la trena, creces con hambre. Cuando naces sin nada tienes hambre de todo. De elogios, de amor, de hogar. Pero hay una cosa que la gente que tiene todo no tiene: suficiente”. Y en tierras negras, los blanquitos dejan su huella, y, como no, hablan de sombras: “Solo soy otra sombra, y lo que pasa con la sombra es que a veces la tienes delante y no puedes atraparla”. Y en esta historia de planes que no salen bien y de llamadas al otro lado del mundo, nos queda claro que “la gente se conforma con lo malo porque cree que es mejor que nada”. Incluso llegando a la puerta de salida, todo es mentira: “Si la salida tiene un precio alto, piensa que ya lo has pagado”. Y no nos podemos creer nada, porque “cuando toda tu vida es un secreto, no dices más que mentiras”.

martes, 14 de enero de 2025

Tenemos que hablar

Pese a comprarlo en una librería salvaje un 13 de diciembre de 2024, no empecé a leer Tenemos que hablar (La conversación en tiempos de la censura, la soledad y la tecnología) de Rubén Amón hasta la primera semana de enero de 2025, con asuntos campaneros en primeras planas, audiencias medidas y desmedidas y otras cuitas que no nos quitan el sueño pero que ya son repetitivas. Este ensayo de RA nos lleva a esa actualidad que no descansa, a esos telediarios que han dejado las noticias y nos llevan al cotilleo cotidiano y, otra vez, a las audiencias, o a los motivos de un motorista para salir antes en una emisora o en otra. Se pregunta desde el principio Amón “hasta que extremos se ha deteriorado la calidad de la conversación”. Es más, ahonda en la necesidad de “reflexionar sobre la crisis de la conversación”. Este curso, con mis alumnos de Formación Profesional Básica, casi no explico materia pero hacemos bastantes ejercicios y charlamos mucho en clase. Y está muy bien. Aunque no tengan un perfil para conversaciones profundas, se aprende mucho de ellos, de sus experiencias, de sus quehaceres, de sus inquietudes. Escribe RA: “Nunca hemos leído y escrito tanto en la historia de la Civilización, pero los canales que utilizamos -WhatsApp, Telegram y las demás vertientes- redundan en la superficialidad de las experiencias”. Se refiere a la famosa Ley de Godwin y describe como “la amalgama es la especialidad del tertuliano radiofónico y televisivo”. Pero no hace falta ser tertuliano: sabemos más que nadie y no lo ocultamos, aunque hagamos el mayor de los ridículos. Y si nos calientan, seamos tertulianos o no, nuestra “nuestra pérdida de argumentos acostumbra a provocar el insulto o la alusión al defecto personal”. En los últimos institutos por los que he pasado creo que me han puesto el apodo de autista. Hay veces que es mejor no hablar en ciertos lugares de trabajo, bajar la cabeza, escuchar al personal y no posicionarse. No es solo política o fútbol. No. Es más. Escribe RA: “No hay peor antídoto de un buen conversador que un charlatán”. Y añade: “Y no hay mejor procedimiento constructivo en una charla que saber escuchar”. Y en estos contextos, pone en el debate el autor al teléfono móvil: “El móvil sobre la mesa es una amenaza”. Mis alumnos, cuando les mando actividades con el móvil en clase para sus aulas virtuales (hasta ahí hemos llegado, que no se llevan el libro a casa porque no pueden) se ríen de mi ladrillo de 2019. Un superviviente precovid. Añade RA que “la experiencia de conversar implica tomar riesgos y aceptar frustraciones”. También explica que “la conversación relativiza los dogmas y las certezas”. Y muchas veces le comemos la oreja a la persona equivocada, o eso creemos. No siempre están a la altura, o nosotros a la altura del otro: “Hablar con el barman ha sido la alternativa laica a la confesión -contarle los pecados a un desconocido-”. Y hablando de bares concluye el autor que “está bastante sobrevalorado el ingenio de los borrachos”. En la segunda cápsula del libro, referente a “La tecnología y la palabra: aislados en la sociedad de la hipercomunicación”, se deja claro desde el principio que el “smartphone ha adquirido la dependencia de un marcapasos”. Tic, tac, tic, tac. Pero el problema son los pajaritos y las caras, los selfies (con palo, sin palo, con mamones cerca o lejos) con los que “hemos decidido convertir internet y las redes sociales en un escaparate de exhibicionismo”. Y añade RA: “No hacemos otra cosa que delatarnos y confesar”. Tenemos que hablar nos sirve para para reflexionar sobre “el trauma de la desconexión como una suerte de muerte civil o de eutanasia social”. Y en esa reflexión, habla de la capacidad de tiranizarnos con mensajes, del secuestro del móvil a la persona, de la forma en que “nos hemos convertido en yonkis del teléfono”. En malditos yonkis que no prestamos atención, que nos arrastramos con respuestas memorizadas y sin sentido, tanto o más que muchas horas de nuestras vidas junto a los perversos aparatitos. Y pensamos que leyendo más sobre todo sabemos algo, y ese algo es la nada más absoluta, y eso “no soluciona nuestros problemas, sino que los empeora”. Y llega al extremo de mostrar el peligro de los clientes solitarios que tiran de llamada a atención al cliente como hace 25 años otros lo hacían del teléfono de la esperanza. Algoritmos, la brevedad de la capacidad de atención, el origen chino de TikTok y como todo “a la par que ha aumentado la capacidad de hacer varias cosas a la vez, decrece la de hacer misma mucho tiempo”. Y el chateo, y los emoticonos, y los pantallazos, y perder el tiempo que no tenemos en WhatsApp. Y metiéndose en política, analiza cómo los nuevos populistas han aprendido de los errores de los populistas de anteayer: “Vox cuenta a su favor con la ventaja del escarmiento populista de Podemos. Iglesias había estimulado la expectativa de una revolución política. Significaba la alternativa al sistema. Y ha malogrado cinco millones de votos a costa de su mesianismo, ubicuidad y carbonización mediática”. Además, aparece la referencia a tópicos, a lugares comunes y como “el dogmatismo de la tolerancia ha terminado coartando la tolerancia misma”. Y mientras nos miramos el ombligo, nos adelantan y nuestro carricoche no arranca: “La estilización de la corrección ha transformado Occidente en un templo pacato, mojigato, de forma que la ferocidad y los peores instintos se amontonan en las redes sociales, como subconsciente de nuestra cultura y como el magma justiciero que está al acecho”. Y ese carricoche nuestro, chirría hasta girando a la que no es diestra, como hace Alejo Schapire en su libro La traición progresista: “¿En qué momento la izquierda se hizo puritana y moralista? ¿Por qué cierta izquierda es tan generosa con la libertad de expresión propia y tan restrictiva con la libertad de expresión ajena”. Y se añade a continuación: “Solo la derecha capitaliza la evidente miseria del progresismo”. Y al final, para acabar la cápsula, nos dice el autor que “el miedo a ofender ha terminado por otorgar el púlpito a los patriarcas del populismo”. La siguiente sección se refiere a cuando hablamos sin decir nada, con clichés y tópicos, y del gusto español por presumir de dolencias, enfermedades y asuntos similares “desde perspectivas victimistas y pesimistas”. Hace RA un inciso para hablar de la supervivencia a las conversaciones familiares, de la obsesión sobre la vecindad y nos deja una gran definición sobre ese momento en el que compañeros se reúnen antes de las fiestas: “Se llaman comidas de empresa porque el personal termina devorándose”. Faltan las flechas, aunque no termina ahí el trasunto: “Cuando hay amigo invisible porque amigos visibles no puede haberlos en estas ceremonias de sonriente sordidez”. Y por ahí aparecen menciones a Vujadin Boskov y a Alberto Olmos, a Roberto Bolaño y a José María de Areilza. En el cinco romano nos da una lección de historia desde Sócrates y Platón hasta el recordatorio de Reinhard Heydrich y aquel 20 de enero de 1942 con la reunión en la que se terminó de organizar la solución final entre 14 individuos. Y la lluvia de ideas, y las tertulias y los cafés y Hume y Virginia Woolf. Pero sobre todo, me quedo con el cuadro de Piero della Francesca (La Sagrada conversación). Después, con la sexta, se hace en el libro un elogio del silencio, recordando al rey Juan Carlos en aquel agosto de 2007 ante Hugo Chávez. Escribe RA: “Hablamos por encima de nuestras posibilidades. Nos opinamos encima. Y recurrimos a Twitter, Instagram, TikTok o WhatsApp como mecanismos de protagonismo”. Y añade: “El jaleo nos ensordece”. Y en eso aparecen mencionados San Bruno, Rojas Marcos, las fábulas de Iriarte, Pamino y Pamino (esos que le encantan a mi hijo en su libro con música), La Venganza de Don Mendo, Erasmo, Kierkegaard o José María Pemán. Y ante esa adicción, “más que buscar, limosneamos para lograr la aceptación, el sentimiento de pertenencia, la popularidad”. Hasta de los pinganillos del Parlamento hay reflexión y hablando de Sánchez y Puigdemont se nos dice que “hay una estrecha relación etimológica entre amnistía y amnesia”. A continuación nos habla de la conversación como terapia, habla de la misma en grupo y hasta nos recuerda esas palabras de la misa que provienen del Evangelio de San Mateo (8:5-11). Y en esas terapias, hemos visto rastros de todo tipo, personas que no eran personas tras una guerra o tras una desgracia. Y las confesiones religiosas, y la soledad y la forma en que “hemos encontrado en las mascotas el placebo de la compañía”. Y citando a Víctor Lapuente nos recuerda que “la derecha ha matado a Dios y la izquierda ha matado la patria”. Y hasta de los enjaulados tipo Salinger hay referencia. En el siguiente capítulo, Hablar sin hablar, nos recuerda que “podemos entendernos sin necesidad de abrir la boca”, y la forma en que los españoles utilizamos el gesto para casi todo. El fin lo pone la figura del tertuliano, convertida en categoría social, en auténtica “todología”, aunque nos cita a Alsina a la hora de elegir candidatos: “Una buena tertulia debe tener a protagonistas instruidos, que se sepan los temas y que no teman ni discrepar ni coincidir”. Reflexiona sobre la tiranía de las audiencias y acordándose del profesor Rodríguez Braun, acierta a subrayar que “el mejor amigo del hombre es el chivo expiatorio”. La descripción que hace de Sánchez y la sanchosfera de la página 237 hay que leerla, y para eso está este buen libro que nos viene muy bien para pensar lo que decimos antes de abrir la boca. O, directamente, no abrirla.

domingo, 5 de enero de 2025

Celeste. Primera temporada.

No hay nada que mejor resuma la figura del inspector de hacienda que la legendaria canción de Barón Rojo que el Ibáñez ponía para desconcentrar a sus oponentes del ajedrez. Del jodido Ibáñez. Esa figura, alfil de ese escenario de escaques de persecución, de izquierdas y derechas, es señalada en dianas por el común de los mortales. "La gente prefiere un bulto en la ingle a una carta de hacienda en el buzón", se dice, o algo parecido se dice en la primera temporada de Celeste. El hombre de la camisa verde decía que la cara es el espejo de otras partes del cuerpo, pero no del alma. En Celeste se ven a los encargados del tinglado hacendístico con una cara de amargados que no pueden con ella. Bache, ramas, sonrisa, monedas. Viva Barón Rojo. Siempre. Más frases de Celeste: “¿Por qué crees que hay tantas parejas entre los inspectores de hacienda? ¿Por qué se gustan entre ellos? Porque no les gustamos a los demás”. Hágase querer por un gintonic en la noche, por un buen calendario, por unas patatas bravas con las que sacar las garras, porque la soledad no es suficiente. Nada como una perra, rodeada de más perros, siguiendo a otros perros que ladran y defraudan. Pulseras, Judas, locos, amaños, remordimientos, bailes, caras con agujeros, cartas, donaciones, broncanadas, hijas preocupadas, madres preocupadas, abuelos conscientes. Y al final todo queda en Panamá o en algún sitio que lleva la palabra Islas, o Vírgenes, en su nombre o en su código postal. Sitios reconocibles en todos los capítulos, momentos repetidos y algún que otro punto suspensivo para darle cierre a una primera temporada en la que los malos son los mismos. Y siempre ganan los malos.

Dice que Mercurio

sábado, 4 de enero de 2025