martes, 23 de julio de 2024

Sugar. Primera temporada.

Empieza Sugar con una razia japonesa, con una razia que nos muestra a un tipo dedicado a encontrar a desaparecidos/raptados. Pero Sugar va a su aire, aguanta el alcohol como nadie, tiembla como nadie, está obsesionado por el cine clásico como nadie y se comporta como un caballero como nadie (hasta que deja de comportarse). Deja pistas sobre el lado oscuro la serie desde los créditos, porque nada es lo que parece, o lo que parece ser, o debiera parecer. Los secretos ocultos del viejo y el nuevo Hollywood, con encuentros con entidades que van dejando pildoritas de lo que podría ser el centro de la historia. Pero no vale desviarse del tema, que entonces Sugar saca los puños, las balas, el móvil o lo que haga falta. Aquí hay adicción (“un yonqui lo es para siempre”), pero si en este mundo hemos venido a sufrir, habrá que buscar una alternativa (“en este mundo ya hay suficiente sufrimiento sin que yo contribuya”). Vuelve a plantear Sugar la eterna pregunta de etiquetar, de poner el papelito adhesivo a algo que es difícilmente clasificable. Viejo aroma a cine negro con pinceladas fantásticas.

viernes, 19 de julio de 2024

Hombres fósiles

Kermit Pattison, al comienzo de Hombres fósiles, nos dice: “Este libro es tanto una historia de la ciencia como una historia de detectives acerca del mayor misterio de todos: ¿de dónde venimos? Como buen misterio, empieza con un cuerpo”. Pero es más que eso. Son esqueletos, son cerebros, son pies, son dientes (“los dientes son cápsulas del tiempo”), son sexo (“era una estrategia de apareamiento: los ancestros humanos adoptaron la marcha bípeda para volverse monógamos”), son relación intermembral, son geología, son sabanas, son domesticación (“mucho antes de domesticar a otros animales, los seres humanos se domesticaron a sí mismos), son caníbales (“los carniceros humanos rompían los cráneos para devorar los sesos, que son ricos en proteínas y grasas”), son zonas volcánicas, son fotosíntesis, son paleoclimas, son cenizas y son cenizos enfrentados a otros cenizos. Ardi, ese esqueleto incompleto de 4,4 millones de antigüedad de la especie Ardipithecus Ramidus, lo cambia todo. Escribe el autor: “Cuanta más información obtenía, más intranquilo me sentía, ya que Ardi parecía refutar muchas de las teorías predominantes sobre la evolución”. Sorpresa sorpresa, pero hoy, sin mermelada: “Ardi fue una mujer inoportuna que sorprendió a los estudiosos de los orígenes del hombre más de lo que muchos estuvieron dispuestos a admitir”. ¿Éramos más de la Gemio o de Puente? Y en 2009, se publicitó a Ardi, y “tanto Ardi como el equipo que la descubrió parecían ser personas non gratas. Llegaron a referirse a una de ellas como el-que-no-debe-ser-nombrado”. Y apostilla Pattison: “Se despertó mi curiosidad. Cualquiera que no deba ser nombrado, sin duda, debe ser entrevistado”. Y ahí, justo ahí, aparece el señor White: “Tim White, líder del equipo de Ardi, es un paleoantropólogo, un científico del registro fósil humano con fama de contar con un agudo intelecto, poca paciencia para las tonterías -ante las que salta a la mínima-, una larga lista de descubrimientos y un listado aún más largo de enemigos”. He de reconocer que no me gustan los robapiedras. Me generan recelo. Pero esta historia de robapiedras va más allá del expolio y el señor White, como si fuera un personaje más de Reservoir Dogs, es atrayente: “Tenía una mente enciclopédica, era sarcástico y escandalosamente poco diplomático: tachó a un colega de idiota, a otro de carroñero y a otro de payaso, y a muchos colegas los redujo a la categoría de cabronazos”. Pero no era un recién llegado, y, los que lo rodeaban, tampoco: “Varios investigadores de Ardi eran veteranos del equipo que interpretó el esqueleto de Lucy en las décadas de 1970 y 1980”. Toda esta historia se trata “de una odisea científica que comenzó antes de que existiera algo llamado internet y que abarcó la carrera de seis presidentes de USA”. Más por parte de KP: “Esta historia es un viaje al pasado remoto para encontrar ancestros, animales, entornos e incluso un árbol de la vida diferente a los que reconocerían en nuestro mundo moderno”. Entornos. Vivan los entornos. Vivan las canciones de David Holmes. Pattison, sin prisa y con muchas páginas, habla del pasado de White, de su pasado con los Leakey, de su pasado con Lucy, de su pasado en Laetoli, de su pasado con el jefe de expedición Desmond Clark. El autor también se recrea en los cambios políticos de Etiopía, en la guerra Etiopía-Eritrea y de los cambios sociales y de mentalidad del país: “Los ideólogos marxista-leninistas no veían con buenos ojos la idea de que el comportamiento humano tuviera un origen biológico”. Ni más, ni menos (o dadme unas esposas, que decía EHDLCV). Resalta también de distintos personajes como Berhane Asfaw, Suwa, Owen Lovejoy, Johanson, de amigos, colaboradores, enemigos, secuaces y robapiedras de distinta calaña y diarreas varias. A veces, leyendo con interés, no sabes si el protagonista es Ardi o White. Más sobre White: “Para evitar que lo reclutaran y enviaran a Vietnam, White dejó de comer para que su peso estuviera debajo del mínimo exigido por el ejército”. Personaje, geniecillo loco o escapado de manicomio: “Solo quería conocer el pasado, fuera cual fuese. Exigía datos, hechos concretos y fríos, y no tonterías académicas o gesticulaciones teorías”. Y apostilla KP: “En lo que a White respecta, no existe más que una versión de la verdad”. Y con el libro aprendes mucho, la verdad. Sobre dientes (y no solo sobre la muela del juicio); sobre piedras (“La historia de la vida está escrita sobre todo en roca sedimentaria, pero su cronología está escrita en su mayor parte en roca volcánica); sobre carbono 14; sobre la evolución del cerebro; sobre los dedos y sobre el espíritu de Jerry García (vivan los Grateful Dead). Pero también entiendes el odio entre estos tipejos sin escrúpulos, que luchan por su nombre y por lo suyo. ¿Entonces? ¿Con quién estamos? ¿Con los malos o los muy malos? Escribe KP al respecto: “Imaginemos que la evolución humana fuera una obra de teatro. Los tradicionalistas, como el equipo de Ardi, se centraban en la progresión general de la trama, mientras que los cladistas, como Tattersall, lo hacían en el elenco de personajes y sus relaciones: mientras más, mejor”. ¿Y el árbol? ¿De verdad es ese árbol nuestro de todos los sueños? Hay que seguir leyendo: “Nuestra familia no siempre fue tan homogénea. Al menos otros cuatro ancestros humanos arcaicos de todo el mundo coexistieron en algún momento con Homo Sapiens”. Repetimos: ¿entonces? Piedras, huesos, no queda otra, solo podemos robar una cosa porque “los fósiles valen más que mil palabras”. Resulta, entonces, como en el Dirge de Death in Vegas (si no es imposible bailar así), que “los humanos somos zanquilargos, y la longitud aproximada de nuestras extremidades anteriores es del setenta por ciento de las posteriores” (sigamos bailando). Columna, pie, pelvis, problemas lumbares, vértebras. De todo aprendes con este libro, si es que consigues no pararte a buscar información de cada línea, de cada párrafo, de cada recreación. Pero desde la negación ajena se pasó al reconocimiento, porque “poco a poco, la profesión empezó a enfrentarse a la dura realidad de que los hombres más odiados de la paleoantropología podían tener razón en muchas cosas”. En definitiva, un libro con el que aprender muchísimo.

jueves, 18 de julio de 2024

Perder el juicio

En la última frase de la contraportada de Perder el juicio, se puede leer: “Como dice Harwicz, se escribe una novela cuando se está en desacuerdo con el sentido de las palabras, cuando dejar de mentir es imposible”. Cierto, porque todo es mentira. No hay ningún tipo de límite en Perder el juicio. Ariana Harwicz lo deja claro desde la página 12 de esta edición de Anagrama: “Nunca se puede saber de antemano en lo que alguien puede convertirse”. Con el hombre de la camisa verde, siempre se repetía lo mismo: “De tarantinianos a chistes ambulantes”. Todo mentira. Tanta crisis existencial para acabar haciendo actos primarios. Apostilla AH: “No se decide nada a lo largo de una vida, uno va siguiendo con debilidad la propia vida por los caminos que te van indicando, las vas tratando de alcanzar sin firmeza siempre a unos pasos de caer en un barranco, pidiendo ayuda a la persona equivocada, haciendo autostop en una carrera peligrosa, huyendo de donde había que quedarse, quedándose por error”. Como todo es mentira, somos irrelevantes (“Podría no haber nacido nunca y todo sería igual”). Perder el juicio nos lleva a esos lugares comunes de la desesperación, de la huida con rémoras, de las cucarachas que comparten mesa contigo, del pelo en el consomé: “Puedo sentir la desconfianza del cerdo cuando se da cuenta de que lo van a seccionar vivo pero no todavía”. Y siempre nos equivocamos (lo sabemos, y seguimos fallando), y escuchamos como “el sonido de la peor opción de todas ya resuena”. Pero entonces surge el maldito listón (lo que mide, lo que esperamos que mida, lo que mida ponía en las camisetas). Y en ese listón, con ese maldito listón (con y sin Van Morrison de fondo), “tarda mucho la vida en volverse real, a veces nunca termina de volverse real”. Y apostilla AH: “Es que todo termina siendo menos de lo que pensábamos”. Reflexiona AH sobre el miedo (y su cambio de tercio, de bandada, de jauría, porque esta es una novela de caza y evasión, de religión con plan b y sin él, con canciones ausentes y otras que tararear). Ahora, con el jaleo francés (“siempre ha sido el jaleo francés”, decía EHDLCV) no está mal leer párrafos enteros de PEJ (“Todos atentos al color de la piel porque mucho universalismo y multiculturalismo pero para los de enfrente”). No está mal, porque “Francia está destinada a vivir amurallada”. Y luego, el flujo: “Hay que combatir esta adicción porque después de una gota viene el sorbo, el vaso, la botella y la intoxicación de etanol”. Y en esas seguimos, en ese inconformismo (sin capaces de vernos desde fuera): “A nadie le alcanza con el amor convencional”, porque, a final de cuentas (suma y sigue), “el amor es la indefensión máxima”. Y el conejismo llevado al extremo, y en ese extremo, todo mentira: “Cómo cambian las expresiones de los esposos cuando están solos”. Añade Harwicz, con razón total: “Tantas cosas se dicen a lo largo de un matrimonio, tantas cosas se hablan y casi nada es cierto”. Y en ese realismo de Perder el juicio, sobran espejos, porque todo se ve reflejado, absolutamente todo: “No es solo que el amor se fue, es que también se va el ensayo, la repetición, los celos, el sarcasmo del amor”. Y en este títere magistral que no exige mucho tiempo de lectura, no hay espacio para dejar fuera a nadie fuera de la diana (“amar a una madre es como entrar en una secta”). Pero todo es mentira, porque “la vida es a veces un error completo”. Y en esta novela maravillosa, hasta en el final hay píldoras mágicas: “Siempre están los que encubren un crimen haciéndolo pasar por accidente y siempre están los cínicos de su tiempo”. Que no muera el cinismo.

miércoles, 17 de julio de 2024

The Bear. Tercera temporada.

Comienza la tercera temporada de The Bear llevándolo todo al estrés, al reproche, al sermón, al dolor, a la incomprensión, al grito. Cuando todo se lleva al extremo no hay medias tintas. Siempre hay malos. Responsabilidad y éxito, estrellitas en un horizonte deseado pero imposible de pagar. Platos rotos en todos los sentidos. Vasos que hieren. Imágenes que imponen. El intento de explicación de lo inexplicable lleva a los guionistas a tejer enlaces que ni las arañas arquitectas. Pero no siempre lo hacen con triunfo, no siempre hay un Merino para rematar en Merkelandia al final del tiempo extra. Y The Bear, con este tiempo extra (¿sobra todo después de esa cena de la segunda temporada?) intenta alargar una comida que no siempre es digestiva. En este embuste con platos de menú a 115 dólares, no solo todo es mentira, sino que piden mandil limpio y planchado, manos sobrantes, embarazos delirantes y huidas hacia ninguna parte. ¿Y entonces su éxito? Solo se explica con el relato de los hechos, yendo a causas fuera del fogón, a nórdicos escenarios, a bíblicas respuestas (todo tiene una bíblica respuesta, no sé porque recordarlo una y otra vez). Y de golpe, un cuarto golpe, de frenazo en seco, de armarios que vaciar y cuartos que llenar de sofás de segunda mano, de palabras no dichas y cicatrices por hacer, de ollas de dolor y cuentas que no cuadran, de computadoras hechas de nombre y de la explicación de un presente que no se puede explicar. Y en ese viaje, en esa transición de la tortura a la felicidad, resulta que no hay felicidad: todo es estrés, todo es una foto falsa, un correo no contestado, una imagen borrosa que no se puede focalizar (o se puede focalizar y no queremos hacerlo). Y barrigas que pueden explotar, pero esperan al momento exacto para no cortar el relato, para no cortar el hilo de esa madeja que es el bocadillo nuestro de todos los días. Siempre habrá que bajar la persiana, siempre habrá que poner punto y final a ese Imperio bizantino que ni es imperio ni es bizantino, pero que se jacta de ello. Siempre habrá que intentar huir antes del funeral, antes de soportar a la madre mezcla de payasa y borracha (o payasa borracha, que no es lo mismo), siempre habrá que esperar a los cítricos que, con su jugo, envenenan todo el ruido. Siempre habrá que superar lo que somos (“Soy un boceto grabado”). Almax para todos.

jueves, 20 de junio de 2024

El simpatizante. Primera temporada.

Arrugas, espías, Charles Bronson, la reescritura de la historia, La guerra de Estados Unidos o La Guerra de Vietnam, intérpretes y contribuciones: “No apartes la mirada de la acción”. Nunca. “La mitad de orgulloso es mi máximo”. ¿Cómo medimos esa mitad? ¿Cómo cuantificar las mitades? ¿Sylvia Kristel? ¿Era esa de verdad? ¿Qué hacer? ¿Lenin? Trotsky? ¿Serna no jugaba en Croacia? ¿Krivchevski? Vaya usted a saber. Símbolos, amistad y bombas por doquier. Y la pregunta del millón, a cargo del vietnamita de turno: “¿Por qué estos ricachones presumen de ser en parte negros?” ¿Qué mitad es la buena de una dieciseisava parte? Aviones para todos, porque siempre hay que escapar a tiempo. “Yo no abandono, me retiro por un tiempo”. Muerte a los gallinas, y fuego para que no queden pruebas. Y las elecciones, siempre en torno a los capaces y a los leales, que se jodan los demás, pero “nadie puede sustituir a una madre”. Y antes del intento de escapada, ahora que Los planetas son tendencia, vivan las birras: “Hasta los cojones de los comunistas. Los comunistas podrán cambiar la cerveza por pis comunista, podrán cagarse en la belleza y la clase que tiene esta ciudad, pero no podrán borrarnos los recuerdos”. Y claro, “la patria está sobrevalorada”. Mucho. Hemingway no se podría contener ni ante la primera temporada de El simpatizante. Vivan los descontentos. Nada como un campo de refugiados para volver a la realidad. Norte, Sur, infiltrado, saber te lleva a preguntas que es mejor no hacerlas. Viva el amor a América. ¿Qué hacemos con las contradicciones? “El quid de la cuestión siempre ha sido la contradicción. Mi parte occidental siempre ha visto la contradicción como algo que hay que superar, pero la parte oriental como algo que hay que soportar. De ahí que mi parte oriental nunca tema aceptar la contradicción ante un giro inesperado de los acontecimientos y diga me lo esperaba”. Pum, pum. Vivan los marcos mentales y el feudalismo de los 60’s (¿acaso no seguimos en el feudalismo?). “Confesar secretos es lo más emocionante del mundo”. O no. Vivan los calamares. “El mundo sería un lugar mejor si nos sonrojara la palabra asesinato tanto como la palabra masturbación”. Pero como todo es farsa, toca readaptarse y pasar de general a vendedor de licor, pero sin tristeza, sin amargura, que todo con alcohol pasa mejor: “¿Cómo pueden estar tan felices? ¿Cómo pueden estar tan felices por dejar su tierra, como cobardes, y venir aquí? Alguna vez fueron soldados”. Pero no hay plan alternativo: “Las segundas patrias no existen. Una patria es una patria porque solamente hay una”. Y frases de H.C.M que llevan a enlazar conversaciones sobre lo importante de la biología, del amor a esa patria comunista, pero desde lejos, porque “no hay historia pequeña”. Pum, pum. “El amarillo no es bueno. Como la orina, asiático y con una tienda es como un tiro en el pie”.Pum, pum. “Solo el espía dirá que no hay espía”. Lagunas para todos, pero la cuestión es la siguiente: “¿Puede una pregunta hacer la veces de orden?”. Al final siempre mandan los mismos, siempre nos aterran los mismos, los que desde su poltrona controlan el cotarro: “La criatura más peligrosa de la tierra: un hombre blanco con traje y corbata”. Conforme va avanzando El simpatizante, el delirio es mayor. Cine dentro del cine, horror dentro del horror, parodia que roza lo hilarante sobre Apocalypse Now, El padrino o El último tango en París. Si, podemos intentarlo, pero “la vida es una misión suicida”. Pero ese delirio degenera en vuelta atrás, en escape sobre escape, en un horror indeterminado, en no saber cerrar un círculo. Lástima, las agonías largas, como bien escribía Manuel Alcántara, nunca son buenas.

Lo raro y lo espeluznante

Lo raro y lo espeluznante es un ensayo que te hace buscar información continuamente por alto número de referencias en el texto. Mark Fisher asegura que empezó a fijarse en lo raro tras un simposio sobre H.P. Lovecraft, y lo espeluznante es el tema central de un audioensayo (On Vanishing Land) de 2013. ¿Qué los une? Escribe Fisher: “Lo que tienen en común lo raro y lo espeluznante es una cierta preocupación por lo extraño”. La parte de lo raro empieza con “Fuera de lugar, fuera de tiempo: Lovecraft y lo raro”, en la que el autor asegura que “lo raro es un tipo de perturbación particular”. Pero da muchísimos matices: “No es que lo raro sea erróneo, sino que nuestras concepciones deben ser inadecuadas”. MF dice que “cualquier debate sobre ficción rara tiene que empezar con Lovecraft”. Es más, dice que con sus publicaciones en revistas pulp, “inventó el cuento raro”. En ese contexto, dice que “las historias de Lovecraft tienen una fijación obsesiva con la cuestión de lo exterior: un afuera que irrumpe a través de encuentros con entidades anómalas desde un pasado lejano, en estados alterados de conciencia o en giros extraños de la estructura temporal”. En ese sentido, añade palabras como conmoción, psicosis, placer, dolor y que la obra de Lovecraf (y está bien) no da miedo: “La fascinación es una sensación que comparten los personajes de Lovecraft y sus lectores”. Y para acabar, subraya: “En Lovecraft hay interacción, intercambio y, sin lugar a dudas, un conflicto entre este mundo y los demás”. Y siempre, la guerra, poniendo el trauma de lo nuevo (IGM) [hasta cita a Escher]. La segunda píldora, “Lo raro frente a lo mundano: H.G.Wells”, se centra en la lectura de su obra La puerta en el muro, con una “ficción rara que siempre nos muestra un umbral entre dos mundos”. Y en esas, sale la puerta verde, ya que “la puerta siempre ha sido un umbral que conduce más allá del principio de placer, al mundo de lo raro”. La siguiente aportación, sobre lo grotesco y lo raro, nos lleva al grupo The Fall, sobre todo a su etapa entre 1980 y 1982, porque según MF, “como en lo raro, lo grotesco nos habla de algo que está fuera de lugar”. Añade el autor: “Desde el punto de vista de la cultura oficial burguesa y de sus categorías, un grupo como The Fall -de clase obrera y experimental, popular y modernista- no podría ni debería existir, y en The Fall destacan por la manera en que esbozan un política cultural de lo raro y lo grotesco”. En su disco de 1980 (Grotesque), según Fisher, nos encontramos “cuentos, pero contados a medias”. Con la cuarta pildorita, el autor se acerca a Tim Power (Atrapado en el círculo de uróboros), citando Las puertas de Anubis en la que TP hace “una propuesta fabulosamente imaginativa sobre la paradoja del viaje en el tiempo”. Hace mención al rizoma desarrollado por Deleuze y Guattari en su obra “Capitalismo y Esquizofrenia”. Cita Matrix, Stars Wars y se pregunta: “¿No será que todas las paradojas tienen un toque de rareza?”. En el siguiente apartado (Simulaciones y alienación: Rainer Werner Fassbinder y Philip K. Dick), nos habla de las imágenes de Escher y de que “hay otro tipo de efecto raro: el que generan los bucles extraños”. Añade referencias a la adaptación como película para televisión de Fassbinder de El mundo conectado y de la novela de Dick Tiempo desarticulado en la que “la novela aborda el realismo literario como una especie de disneyficación”. Y, como no, acaba citando a Jameson y su obra El postmodernismo como lógica cultural del capitalismo tardío. Reflexionando sobre David Lynch titula la siguiente píldora como Cortinas y agujeros. Habla de Terciopelo azul y de la serie Twin Peaks con la constante de la “oposición entre un Estados Unidos de pueblecitos idealizados y diversos mundos subterráneos o ajenos (criminales, ocultos)”. Escribe Fisher: “Las cortinas ocultan a la vez que revelan; no marcan un umbral, sino que lo constituyen: son una salida al exterior”. Sobre Mulholland Drive, escribe que “cualquier realidad aparente reside en un sueño”. En la segunda parte del libro se acerca a lo espeluznante, que para el autor “merece ser, por derecho propio, un tipo particular de experiencia estética”. Añade que “se adhiere a ciertos espacios y paisajes físicos” y que se “constituye por una falta de presencia o una falta de ausencia”. En este particular, cita el final de la versión de El planeta de los simios de 1968, habla de Stonehenge y de la Isla de Pascua y asegura que “Lo espeluznante tiene que ver con lo desconocido; cuando descubrimos algo, desaparece”. En otro apartado se refiere Daphne de Maurier y Christopher Priest, con sus cuentos que fueron llevados al cine como en el caso de Los pájaros de 1952, en el que tiene un papel fundamental la radio: “Hacia el final, la BBC deja de emitir. Y el silencio significa que estamos de manera definitiva en el espejo de lo espeluznante”. Obras como La afirmación y El glamour, de Priest, “se articulan alrededor de ausencias, vacíos que deberían estar ocupados por ese algo que realiza la acción”. En las siguientes piezas (Algo donde no debería haber nada. Nada donde debería haber algo) y (Acerca de la tierra que desaparece: M.R. James y Eno), cita la versión de 1978 de La invasión de los ladrones de cuerpos y lleva el asunto a su terreno de estudio: “El puerto es un signo del triunfo del capital financiero; es parte de la infraestructura pesada que facilita la ilusión de un capitalismo desmaterializado. Es lo espeluznante que se esconde bajo el relumbre mundano del capital contemporáneo”. A los sucesores de James (Nigel Kneale y Alan Garner) les dedica el siguiente capítulo (El tánatos de lo espeluznante), asegurando que “muestran demonios inorgánicos o artefactos que han sido exhumados y que actúan como motores fatídicos que arrastran a los personajes a compulsiones mortales”. Y añade: “La jugada típica de Kneale es darle una vuelta de tuerca científica a lo que antes se había considerado sobrenatural”. Resumiendo, “la vida es un reino de muerte”. Se centra en la saga Quatermass, cita la obra de Ballard (El mundo sumergido) y ya comienza a referirse al 2001 Una odisea en el espacio de Kubrick. Cita la novela Red Shift, de Alan Garner y asegura que “no leemos la historia como una serie de acontecimientos aleatorios, sino como un brazado de sucesos traumáticos”. Refiriéndose a Margaret Atwood y Jonathan Glazer (De dentro afuera, de fuera adentro), no lleva a la novela de la primera de 1972, Resurgir, hablando del enigma del padre perdido y en la que “lo que nos acecha no son los espíritus de la historia, sino los espacios exteriores o que se encuentran en las lindes de lo humano”. Añade Fisher sobre la novela de Atwood que “podría leerse como un amargo despertar tras la euforia militante de los sesenta”. En cuanto al film de 2013 de Glazer, Under the skin, “la contribución final de la película es recordarnos la sensación de lo espeluznante que es intrínseca a nuestras inestables concepciones de sujeto y objeto, cuerpo y alma”. Hablando de huellas alienígenas se refiere a Kubrick, Tarkovski y Nolan, aunque “lo espeluznante sea, para nuestra decepción, uno de los grandes ausentes de la mayoría de obras de ciencia ficción”. De estos autores habla sobre 2001, El resplandor, Solaris, Stalker e Interstellar, asegurando que esta última “consigue la posibilidad al amor espeluznante”. Para acabar (... lo espeluznante permanece: John Lindsay) analiza la novela de 1967 titulada Pícnic en Hanging Rock, poniendo énfasis en unas desapariciones que dan mucho que pensar. En definitiva, un libro para volver a recrearnos en escenarios de ficción que nos llevan a esos momentos que meten el miedo en el cuerpo.

sábado, 15 de junio de 2024

Amarilla

Amarilla toma la excusa de la literatura para hablar de uno de los temas fundamentales de la vida contemporánea: los celos. Los celos por lo que tienen los demás, la envidia de comprar cosas que no necesitamos, pero no tenemos dinero ni para necesitarlo. Y el mundo editorial, retratado tan a menudo por una élite caprichosa, es descrito por Rebecca F. Kuang como un nido de víboras, como un pozo del que pocos se salvan dentro del agua insalubre. Anguilas para todos. Elitismo, postureo y sobre todo, Twitter cuando se llamaba Twitter. Kuang escoge la red del pájaro como escenario del escarnio, de la persecución, del señalamiento. Escribe RFK que “los celos para los escritores se acercan más al miedo”. Al miedo al descubrimiento. Al robo, al ocultamiento, al momento en el que te ponen en una diana y eres foco de ciertas miradas, aunque tú creas que eres el foco de todas las miradas. Pero en este mundo en el que todo es objeto de suspicacia, todo étnicamente estudiado, todo perfilado por mentes ajenas llenas de envidia, nada queda fuera de sospecha. Puestos a vender basura, “los superventas son elegidos de antemano”. Apostilla Kuang: “Da igual lo que hagas”. Y en ese escenario, “no hay mejor venganza que tener éxito”. Reflexiona la autora sobre la mentira de la nueva diversidad “porque la diversidad se vende muy bien ahora”. Pum, pum. Añade: “Los editores se desviven por las voces marginadas”. En esa gran mentira que es el mundo editorial (como todo en la vida), “cuanta más popularidad gana un libro, más popular se hace el hecho de odiar dicho libro”. Pero como decía al principio, en este nuevo mundo de redes (anti)sociales, en estas sectas de perversión, todo es meme, todo es risotada, todo es nido de buitres, todo es objeto de burla, todo es ataque desmedido: “Que te pongan de vuelta y media en internet es una especie de rito de iniciación que todo escritor debe vivir”. Y en ese hábitat, en ese digisistema, sentencia Kuang: “Nunca puedes doblegar a un trol racista por medio de argumentos”. Retrata también la autora a los grupos que intentar dogmatizar el asunto desde posturas que no son realmente altruistas porque “Twitter nos convierte a todos en ávidos jueces no cualificados”. Y respecto al autoritarismo, también encuentra su espacio que subraya con bolígrafo rojo: “No era una verdadera marxista, sino que era, como mucho, de la izquierda caviar”. Ya puestos a señalar, se recrea en la nueva persecución que acaba con la bajada de la persiana, con o sin motivo aparente: “Mi bonita cara anglosajona y yo nos hemos convertido en la víctima perfecta de la cultura de la cancelación de los fascistas de la izquierda”. Pero como todo es canción de Pink Floyd ($$), siempre hay que verle el lado económico a la disputa, siempre hay que ver lo positivo en la desgracia: “¿No deberíamos celebrar el hecho de poder sacarles los cuartos a los paletos racistas siempre que surja la oportunidad?”. Una buena novela para entender el nuevo escenario contemporáneo en el que nos movemos, el de sospecha continua.