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domingo, 4 de junio de 2023
El silencio. Primera temporada.
Hay un problema en la ficción contemporánea que se está haciendo demasiado común como es la falta de credibilidad. Buenas historias no se materializan, o no se materializan como deberían debido al exceso de embrollo, al exceso de imaginación. Es ficción, pero llevarla a ciertos límites tienta al espectador a saltar por la borda, a abandonar el barco en mitad de un océano de citas bíblicas e invernaderos que esconden secretos. Demasiada burguesía, demasiada pastillita, demasiado drama televisado. O quizás, en mitad de la costumbre nuestra de todos los días, todo sea mentira y todos nos estemos acostumbrando a la falta de credibilidad. El silencio, bajo unas premisas bastante sólidas, se va perdiendo en una red de complicaciones que hacen a algunos de sus personajes totalmente irreales. O eso es lo que seguimos creyendo hasta el último salto. O hasta el penúltimo.
jueves, 1 de junio de 2023
El affaire Arnolfini
El affaire Arnolfini nos lleva a hacernos muchas preguntas porque “nos gustan el ilusionismo y los juegos de magia”. El cuadro de Jan van Eyck es analizado por Jean-Philippe Postel o, mejor dicho, interpretado desde perspectivas que llevan al que lee a contemplarlo “en la situación que se encuentra el lector de una novela policíaca a la que le faltase el último capítulo”. Añade Jean-Philippe Postel las palabras “enigmático, extraordinariamente bello, sin precedente en la historia de la pintura”. El affaire Arnolfini va de viajes y tablas, de fechas y comparaciones, de imágenes que van más allá de una retina y de una lupa, y va de supervivencia porque el cuadro “escapó al furor iconoclasta de los calvinistas”. Esos 84,5 por 62,5 centímetors de tabla de roble pintada al óleo habla lo que está y no está, de santos de cornudos (San Arnulfo) y de rumores que no se pueden verificar, de padres putativos que no dejan a sus esposas y de animales que una vez aluden a la felicidad conyugal y otras a la lujuria, de espejos convexos y de imágenes que se quedan grabadas y ya nunca se verán igual: “Van Eyck reproduce en él la alcoba con una minuciosidad de miniaturista y una exactitud de geómetra, que alcanzará su grado máximo en el reflejo del paisaje que se ve por la ventana”. Y entre esos “detalles milimétricos”, entre ese “espejo de enigmas” (habla Jean-Philippe Postel de “ilusión, simulacro, visión, apariencia”) mete a Dante y al purgatorio, a la Iglesia y a las velas que lucen de día, a medallones con escenas de Cristo y velas consumidas, a Cristo muerto y a Cristo vivo, a chancos y citas del Éxodo que nos hacen quitarnos las sandalias en lugar sagrado. Seamos partidarios de la teoría que sea, aquí el autor nos lleva a su terreno, a su idea, a ritos y días de cerezas de una primavera o de un verano, a un mediodía entre las diez y las dos, a un día de frío como esos mayos finales que nos sorprenden con lluvias todos los días. O momentos de preparto, de sillas con respaldo que preparan para lo que hay que asumir, de maternidades próximas o de muertes recientes que nos llevan a “la prosaica realidad de las cosas”. Un librito que nos hace ponernos siempre a favor de la fábula, porque “el doble sentido es el motor del cuadro, lo que le confiere su maravillosa y paradójica unidad”.
Succession. Cuarta temporada.
Todos están con jaqueca pendientes del que tiene la operación a corazón abierto. Todos pendientes de alguien que no quiere morir, que se resiste, que no da la última oportunidad por perdida. Pero con Succession lo mejor está por llegar, lo mejor está por esperar. Todos son despreciables, pero siempre, antes o después, aparece una sonrisa o una puñalada trapera. Siempre queda un comodín, una última carta debajo de la mesa. Y de la jaqueca pasamos a la migraña, y de la cirugía final a la convocatoria de gracia. Jalea real para todos, vinagre para todos. “Más serio que una enfermedad”, le dice el gran jefe indio a su círculo de confianza. Siempre hay un dedo que leer, y unos hijos que no van al cumpleaños paterno, y unos perdedores sin plumas ni caballos que se creen comanches pero están vendidos, en cuanto pueden, o se dejan vender, a Custer. Todo mentira, incluido el general Custer. Números y convicción, o falta de convicción, camisas de rayas, diademas de perversión, trajes con color de mierda de gato: todo eso es Succession. Pero de pronto, la muerte que se preveía desde el principio, irrumpe con fuerza, acelera los sucesos, los llantos, la falsedad, el apretón de manos. Todo cambia y todo nos muestra en la crudeza porque todo se va a la mierda. O te mandan a la mierda. Y luego, con la mayor consonante todavía caliente, las vocales se ponen tiesas, sacan un momento las tildes y luego se demuestran como lo que son, las dueñas del alfabeto. Pero siempre hay un idioma superior, con unas tónicas que dejan al resto en gruñidos de libélula mortecina. Y escuchando a The Stone Roses, te crees único, pero no eres único (esa pelea conyugal ya la habíamos visto en HBO, ya la habíamos visto con Tony Soprano). Pero toda esa parafernalia, toda esa lejía para limpiar las mierdas de los pañales sin pañal de los niños ricos, tenía plan B: el plan electoral. En esa octava bomba, Nagaskai sin Anteto aunque nos lleven a Wisconsin, explota porque tiene que explotar. Muchas veces nos han sentado en la mesa de los adultos, pero deberíamos seguir en la guardería. En el jodido jardín de infancia. “No sabemos lo que vota la gente”, aunque lo correcto sería decir que la gente no sabe lo que vota. Las brujas, el fuego, el miedo por lo que vendrá, porque siempre viene algo con lo que salimos perdiendo. Con Florida en aquel horizonte (en el que se pierde todo), siempre da tiempo para ir un trono, y retransmitir (siempre bajo palio), el asunto. La cuestión. El relato. El fuego y lo tendencioso, aunque en un revés cruzado, siempre rolandgarrosesco, todo es posible: “¿Qué tal si te ofrezco dejarte todos los órganos intactos antes de sacártelos por el culo? Lárgate, chusma”. La palabra chusma no se utiliza lo suficiente. Debería utilizarse mucho más. Mucho. Los discursos de derrota y ese momento de perdedor de Connor Roy en el que, vaya novedad, augura lo que augura de la tómbola de elefantes y burros: “El sistema bipartidista zombie corrupto seguirá”. Pero los convertidos, con o sin guerra televisada, parece ser que, en el universo connorroyano, volverán. Pero siempre queda la opción del caos, la opción de no saber, de no anticiparse al diluvio aunque te llames Noé (sin Gaspar): “A lo mejor viene bien una gran dosis de miedo”. El miedo, la muerte, las lápidas y lo que pasa antes de un oficio: “Papá murió y el país es un gran coño esperando que se lo follen”. Pum, pum, que se repita mucho. Pum, pum: “¿China viene fuerte? China ya está aquí”. La Biblia, Poncio Pilato, y personajes que parecían geniales y ahora nos parecen tristes. Y cojan los libros, o los tuits, o las aplicaciones y escriban: “Igual debemos llamar a un historiador, no sé, a un cerebrito, a un sabelotodo, que diga que estas cosas han ocurrido en el pasado y que todo irá bien”. Todo irá bien. Y los ganadores, sacándose la polla en directo, para que todos vean longitud y grosor, aunque sea una puta marioneta (y me acuerdo de Weeds, y los calcetines, y las tuberías, y de sus fotos perrymasonianas): “Yo soy un defensor de la democracia. Pero la democracia exhibe una tendencia de la que debemos desconfiar para convertirnos, en una mera transacción: yo te doy esto, tú me das aquello. Yo he ido suplicando vuestro voto, apostando por el bienestar social”. Y sigue, con la gran mentira, el primero en hablar desde su poltrona recién estrenada: “Todos se han convertido en tiranos gracias al Estado”. Pum, pum, pum: “El modelo que yo sigo no es el del mercado arrasado donde los astutos regatean por el mejor precio”. Ja. Y al final siempre hay un traidor, acompañado de traidora, siempre hay un bárbaro que, en su llegada a Roma, busca concubina o ejemplo de concubina, o consorte y que deja frases a los yanquis para su reflexión: “Como democracia sois tan veteranos como Botsuana”. Como la puta Botsuana. Y claro, en ese duelo, en ese velatorio que parece no acabar nunca, “está todo Tiananmén”. Y crecer, subir, aunque sea “emocionalmente lisiado”. Y es cierto que los muertos pierden influencia (aunque para el chico gallego del PP Piqué todavía esté disponible). Y esos secuaces, siempre tienen un precio, sea o no el collar de oro o tenga una piececita roja para dejar lejos el mal de ojo: “Tú serás mi perro, pero las sobras de la mesa serán millones”. Y el consorte, ahora que el linaje está asegurado, sube su cotización en la bolsa de la bazofia, aunque para algunos siempre será ese pedazo de mierda “que deberían haber degollado en la cuna”. Tie-break, y no queremos comer arcilla, casi como Medveded. Y todo es mentira, pero queremos mentiras que no huelan, que sean agradables, queremos cagar tan fino que no nos haga falta ni limpiarnos, ya sea en la cotización postmortem o en el divorcio: “Sí, yo quiero que sea una cosa agradable. Debemos hacerlo como Checoslovaquia, una separación de caminos adorable y afable”. Viva lo afable, vivo la muerte desde la distancia, viva la hermandad de los crápulas, viva Eslovenia, viva la crisis de las dos semanas en todo matrimonio, vivan los siervos que se despiertan ante la llegada del señor feudal: “Somos una farsa. No tenemos nada”. Y una vez hecho el reparto de las veinte monedas, Judas sigue ahí, y Jesús, y sus discípulos han sido retratados (¿cuál de los discípulos hubiera hecho un selfie en Getsemaní?), y alguien ofrece una mano a alguien, porque todo esto va de comprar (un niño, una empresa, un oficinista para inseminar, un dolor ajeno) y el coche arranca y las derrota,s y no solo las electorales, son vendidas como victorias. Y en Succesion, como en la vida, seguimos deseando que muchos hubieran sido degollados en esa cuna, aunque no sabemos con seguridad si hubiese sido filicidio.
martes, 23 de mayo de 2023
El puente de los suicidas
El puente de los suicidas, libro de A. J. Ussía, es una colección de frases de las que hacen pensar. Historias entrelazadas entre bares y sotana de catedral, entre churros que alegran mañanas hasta que dejan de hacerlo y buenas intenciones que no siempre se materializan. O, quizás si se materializan, y no nos damos cuenta, y nos quedamos en la anécdota. Al acabar de leer El puente de los suicidas, puse de fondo (muy bajito) el Love Song de Simple Minds, porque en ese epílogo se muestran verdades como puños y números que no solo nos llevan al diván, sino a muchos sitios más. Creo que eran once. Once suicidios al día. Y los jóvenes y la pandemia y todo lo que eso ha traído (y seguirá trayendo), todos esos intangibles que vemos los que trabajamos en los institutos (y en otros muchos sitios también se ven) y que no siempre se pueden valorar porque muchas veces no dan la cara, o no preguntamos lo suficiente, o si preguntamos no lo hacemos con el suficiente énfasis. El puente de los suicidas nos lleva a refugios que no solo son refugios, sino santuarios de café y Fanta, nos lleva a capillas y cartas que esconden secretos, a heridas hechas con cuchillas y tribus urbanas, y telediarios llenos de etarras que nos quitaban el sueño y las esperanzas y muchas cosas más. “El dolor incomoda y quién sabe si contagia”, escribe Ussía. Reflexiona el autor sobre si no entendemos o no queremos entender, o no hacemos esfuerzos por entender: “Para sobrevivir hay que ocultar lo malo”. Habla del suicidio como “una indecente normalidad”. También nos lleva El puente de los suicidas a la problemática de las vocaciones tardías, las del hambre y el escape de ella, y de la carne equivocada que llega a los colmillos equivocados. Siempre salimos perdiendo, decía Ginés Caballero, que era drogota, y pastillero, y que vio marchar a sus padres y luego se marchó él mientras su hermana lo ignoraba como los políticos a sus votantes el día después de los comicios. Siempre hay una noche más, y canciones de Nacho Vegas, y personas de codo sabio con las que compartirlo todo. “A cada poco se acercaba más la primavera y con ello, a la escalofriante época en que los suicidas, como el calor, aumentaban”. Escribe A.J. Ussía que al final “solo somos carne, pecado, decepción”. Cierto, y la carne se pudre, los pecados se reproducen en un curioso fenómeno de ósmosis y la decepción vive con nosotros continuamente. Y en ese charco, sea cual sea y del color que sea, no es fácil salir sin botas de agua, y puede ser en la capital o en el último pueblo de España: “Este Madrid sin mar, pero con tantos ahogados”. Pero al final reseteamos, volvemos a Vegas y recordar a Michi Panero y a creer que “lo más oscuro es lo que no se cuenta y por eso los secretos nublan la verdad impidiendo que entre la luz”. Una gran novela de otro de esos temas de los que no siempre queremos hablar, aunque nos toquen de cerca.
miércoles, 17 de mayo de 2023
La mala víctima
“Lo que se lee gratis no se valora”. Todo es mentira, pero hay mentiras que no valoramos lo suficiente, porque con tanta información no siempre pasamos el filtro. El gran filtro. La mala víctima (de la que esperaba más) nos lleva a ese ajetreo de los veranos en los que no hay noticias en plural hasta que llega una en primera persona femenina singular y nos estampa un sopapo en la cara. Una muerta. Una muerta guapa. Una muerta guapa en verano tira mucho. Pero ahora todo son clics: “Uno de los medidores de su trabajo, además de la credibilidad, eran los clics”. Los putos clics. Pero esa mirada de Landaluce y Belmonte, o de Belmonte y Landaluce, nos lleva a esa información que no solo es sensacionalismo, o amarillismo, o Margarita con pipa de las que salía en la tele los lunes por la noche (¿tan mayores somos?). Quizás demasiado mayores, y no queremos asumirlo, porque “las gilipolleces se exportan muy bien”. O demasiado bien. Y como todo se resalta entre pájaros y sitios de fotos, “el sóviet más ideologizado de las redes sociales” es el que manda, el que manda en todo. Recuerdo cuando empecé el segundo ciclo de periodismo en 2008 lo mucho que me aburrió ese principio de curso hasta que en febrero decidí abandonar, entre profesores que dictaban y dictadores que se dedicaban a la docencia sin vocación (como casi todos). Decía García que se sorprendía (y mira que hace años que no está en la radio) de los pocos alumnos de periodismo que iban con periódicos bajo el brazo cuando llegaba a las facultades a dar conferencias (ahora, ni Dios). Deja buenas frases La buena víctima: “Ahora el comprador de periódicos era un espécimen raro y en peligro de extinción”. Un bicho. Un alien. La mala víctima va también de inseguridad y miedo, de élites convertidas en chistes y en chistes que no puedes soltar porque se malinterpretan. O no se entienden, y se prohíben, y se malentiende la palabra alcohol y diferenciar, como dicen en la 93, entre fama y relevancia. O relevancia y fama, que ya no me acuerdo. También ponen en una misma frase a la vez cariño y finiquito. La gran mentira del periodismo se resume en que “el éxito del periodismo es ser oportuno”. Bendita palabra la oportunidad, y el aceite perdido del Prestige, y los que parecen Carrère y no lo son, aunque El reino nos llevó a un nivel superior y como “el morbo es directamente proporcional al miedo”. Con La mala víctima recordamos a Dexter, y a Walter White, y aprendemos sobre el GHB (¿eso existe?), y sobre el midazolam, y sobre esas familias del Hola (o que creíamos del Hola) y que han quedado para un rato de Sálvame (aunque no sé de que color). Y mucha razón con lo de “criticar une mucho”, o como decía el amigo Segura, esos “cítricos” que te amargan y a la vez te dan vidilla. Y esas habitaciones convertidas en reboticas, y como, a veces, “uno confiesa lo menor cuando lo acusan de lo mayor” (gran invento el de las confesiones, incluso antes de las bodas con esos curas mirando al techo). Y ese vocabulario que ahora utilizamos todos para los presuntos, presuntas y presuntes: “Presunto es una palabra con tantas capas de polvo que a los ojos del público no significa nada”. Bueno, casi nunca. Y si hay que recordar el Jeremy de Pearl Jam, se recuerda (aunque siga siendo mentira, o casi mentira como todo lo que sale en los periódicos): “El periodismo es publicar aquello que no quieren que publiques”. Y la peste (vulgo, olor desagradable, como el humo que entraba hoy por la ventana de clase), siempre llega, en forma de novela o de epidemia, y te pilla en la habitación contigua o en el ascensor: “Los invitados, como los muertos y el pescado, huelen a los pocos días”. Y la idealización de los malos recuerdos, casi siempre de la mano de los primeros jefes (eso si que se merece una buena novela, la de los malos jefes), y las empresas familiares convertidas en cortijos con pies de barro y fachadas que parecen relucientes y solo son barniz de los que utilizaban los viejos marineros en sus más viejas barcas. Y contar, y volver a contar, y comparar la justicia, la creatividad y la contabilidad (¿sigue siendo lo mismo?). Le digo mucho a mis alumnos que pensar te mete en líos, como en Casi famosos, y en La mala víctima nos dicen las autoras que “las cosas a veces salen mejor pensando menos y confiando en el instinto”. Y decir adiós a eso que piensan los demás, porque “la moral está muy bien, pero lo que a ti te convenga está mejor”. Un buen libro para recordar que muchas veces, las cosas no son como parecen, pero otras, hilando y no solo en Twitter, es mejor ir de víctima, aunque sea mejor hacerlo con el periódico debajo del brazo.
martes, 16 de mayo de 2023
Perry Mason (HBO). Segunda temporada.
En su alegato final, en esta segunda temporada, Perry Mason junta en una misma frase ilusión y justicia, porque todo es mentira. Es mentira el juego y el barco; es mentira lo que nos cuentan las fotos; es mentira cuando mientes a tu pareja y dices que estás en el lugar que no estás; es mentira el ruido de una motocicleta, y lo que dice una solterona sin principios, y lo que hace un negro para sobrevivir en un mundo de blancos, y lo que hace un marido por su heroinómana esposa, y los trenes de juguete que no cesan de girar, y el sueño de unos hermanos convertido en pesadilla de pistola, y el odio de un padre hacia su hijo, y el petróleo que va a Japón aunque la Sociedad de Naciones no quiera. Todo es mentira, todo es ilusión, nada es justo. O quizás, todo sea ilusión de cuando somos chicos, de cuando creemos que podemos salirnos con la nuestra, o robar al de al lado y que nadie se entere. Pero al final, todo se sabe, y los arreglos, en la justicia y en la vida, salen caros. Vivan las mentiras. Viva Perry Mason.
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