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lunes, 23 de junio de 2025
The Studio. Primera temporada.
Cuando una panda de payasos borrachos se pone a pegar gritos, aunque estén rodeados de viejas glorias, o estrellas, o muros de cartón piedra, da igual que tengamos al profe de química en un sillón caro o volando de una cuerda en un escenario babeando. O a Scorsese sin levantarse de la silla. Todo mentira. Tanto grito, cansa. Visualmente, ya estamos cansados de videojuegos. O no. The Studio pone a los primates a hacer de primate. Da igual todo. El principio de Peter hecho serie. O no. Juego sucio para un tipo que se ríe de sus propias gracias, aunque te vuelvas loco viendo una cámara loca que no para. Nunca. Y las arrugas de Steve Buscemi en el cuello. Casi nada. Aunque pretenden arreglarlo acordándose de Ray Liotta atravesando una cocina. O varias cocinas. O todas las cocinas del mundo: “Es lo que más me gusta de este trabajo. Los de fotografía y la directora dando vida al guión”. Y se hacen preguntas sobre los trajes. ¿Hace falta saber el nombre de las personas que nos pagan la nómina? Habla The Studio sobre la posibilidad de meter chimpancés en virus o virus en chimpancés. O lo que sea: “Los buenos copian y los grandes roban”. ¿Quién todavía no ha visto El club de la lucha? ¿De verdad? ¿Alegatos a favor del golpe? O no. Más frases: “¿Verías El séquito religiosamente o te era demasiado familiar para disfrutarla?”. Esa pregunta, hecha al protagonista en una cena benéfica, resume bien ese tiovivo de locura, no siempre bien) entendido de The Studio. Y ya no entendemos la vida, porque hay gente que todavía duda de El padrino, y prefiere The Bear. ¿Somos más de médicos o de películas? Hágase querer por unos premios en los que no es nombrado, o quiere ser nombrado y no lo consigue. O por unas setas en una Venecia de mentira.
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