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martes, 10 de junio de 2025
Martinete del rey sombra
Por estudios de mi esposa he visitado unas cuantas veces Villaviciosa de Odón. Con las prisas, las carreras, los autobuses, los trenes, la alta velocidad murciana en autobús hasta Albacete, los taxis y esas cuitas, no entré en ninguna de las ocasiones a ver el castillo de Villaviciosa. Entre carrera y carrera, siempre fallaba la visita. Solo por fuera, con el carricoche de la niña o errando tras volver a caer. Y alguna vez, en Los libros salvajes, estuve tentado de comprar Martinete del rey sombra, pero hubo otras elecciones. Ha tenido que ser la sexta edición la que cayó en mis manos después de mi última visita a VDO, y, precisamente, MDRS y su historia acaba en VDO. Esperaba otra lectura de MDRS (o me vendieron otra cosa cuando leí sobre ella, o yo creí entender otra cosa). No es una lectura fácil, pero si instruye mentalmente a la hora de entender ese siglo XVIII y otros siglos, porque es un pequeño manual de información variada que ilustra a esos personajes a los que Raúl Quinto pone en su particular tablero de ajedrez político. La historia del arresto de los gitanos a partir del 30 de julio de 1749 es secundaria en este libro, aunque siempre alguien apellidado Cortés que aparece en nuestra historia, o pasando lista al alumnado en una clase, antes o después. Esa “misión de limpieza y servicio al rey al progreso” era una puzle que no encajó bien desde el principio. Sobraban piezas, faltaban medios. MDRS es una historia borbónica, con todo lo que eso conlleva, con sus matrimonios concertados y sus líos de primos y tronos, y el parentesco, y los relojes y las joyas, y los maquillajes y las pelucas, y el amor en cortes que son muchas cosas menos el amor. Centrándose en esos primeros borbones de España, nada podía ser perfecto, pero nunca nada es perfecto. Deja buenas frases RQ en esas primeras hojas hablando de ese proceso de limpieza ensenádico, pero ya desde la página 18, todo gira en torno al rey: “El reino es el rey, y la Corte es una prótesis del rey, necesaria e incómoda. No hay nada fuera de ella, y dentro de ella todo es política y ciencia bastarda”. En esos cuadros que cita RQ, y con los que nos hemos recreado, con los que hemos preparado oposiciones o que directamente lucían las carpetas de nuestros compañeros de promoción universitaria, vemos lo que escribe RQ: “Hay días en que asiste a dos o tres misas más, para que Dios se entere, para que lo mire y lo cuide. Y nadie sabe nunca si Dios mira o no”. Y en esos cuadros no siempre sale la camarilla: “Al rey no hay que atosigar con datos y vericuetos. Eso lo sabe la camarilla que mueve los hilos tras las cortinas: el cura, el marqués, el eunuco y la reina”. Y los que cantaban, que aunque no compusieron como Clint Mansell, siempre estaban haciendo el gorrión y gorroneando, conspirando y copiando en do menor cualquier coplilla cortesana con la que traficar y ganar. Escribe RQ sobre la esposa de Fernando VI, Bárbara de Braganza, “su única y verdadera cómplice en el complicado ejercicio de vivir”. Y apostilla: “La luz portuguesa en la trinchera recurrente del rey”. Decía el hombre de la camisa verde que las cortes borbónicas eran como una cuadrilla de procesionarias entre pino y pino. Y empezando a contar esas historias cortesanas, RQ va soltando perlas sobre esa persecución a los gitanos, ese “reflejo torcido en un espejo que hay que romper”, esa “maraña de espectros y harapos que gritan y hasta cantan, rodeados de ojos y armas, de miedo y excrementos”. Y vuelta a la necrológica sucesión borbónica en España, con ese Luis el Breve (¿no era Pipino?) y como “la vida va pasando entre funerales de hermanos y bautizos de hermanastros”. Pero entre velatorio y alborque tras el funeral, recuerda RQ a Alfonso V de Aragón y el primer gitano documentado en España, y ese Egipto Menor y todos esos chipriotas que no caben en Chipre. Y ese trasiego de Zenón Somodevilla y Bengoechea a Marqués de la Ensenada, a todopoderoso hombre para todo. Y los arsenales, porque MDRS es una historia de arsenales y espías, de hombres de negocios y de tintes para las telas de una revolución industrial que crece en océanos y factorías. Y no había Lux Aeterna como no había mejora en el asunto de los gitanos porque “no va a ser fácil encontrar una solución cristiana y útil para el reino”. Y el inicio borbónico, con aquel Robert de Clermont que no se cita en los libros de texto ni en los manuales ni casi en ningún sitio, y esa Iglesia con ese Benedicto que muchos dicen que era bueno, y esa guerra que era por una oreja pero no por la de Malco y como todo, antes o después, puede ser “un monumento al desierto de la derrota y al poder”. O no, que también decía mucho EHDLCV. Y sobre esa partida, escribe RQ: “La política es un ajedrez monstruoso donde uno no sabe cuántas piezas está moviendo o son movidas por otros, y donde el tablero cambia de tamaño y de lugar a cada momento”. Y en ese martilleo, añade el autor: “El día a día en la partida de ajedrez del siglo son espías con cien ojos y tres bocas, confeccionando informes falsos para confundir a los otros espías y que nadie sepa a ciencia cierta qué es real y qué no”. Todo es mentira. Y el juego de contrapesos entre Carvajal y Ensenada, y los recién llegados y el postrero indulto de 1767 y esa locura en VDO que no era solo locura sino muchas cosas más. Un buen libro para reflexionar sobre las decisiones tomadas, no siempre entendidas sin comprender a personas y contextos, sin creer en anhelos y en errores repetidos, sin llegar a escuchar una sinfonía de verano un 10 de agosto de 1759. Y el espíritu de Rosa Cortés, y ya veré si vuelvo a VDO. O no.
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