jueves, 30 de septiembre de 2021

miércoles, 29 de septiembre de 2021

lunes, 27 de septiembre de 2021

El italiano

Empecé a leer El italiano después de ver el segundo capítulo de Kin, un capítulo sobre el drama y el luto inmediato, el de la pérdida inmediata, el de la muerte reciente, el del llanto y la sed de venganza. De mucha venganza. Y a la vez, ese mismo día, se estrenó el quinto capítulo de Vigil, una serie inglesa sobre crímenes y submarinos. Y, tirando del hilo, El italiano de Pérez-Reverte, una novela sobre barcos y tipos que intentan hundir barcos, un libro sobre mujeres que encuentran nuevas pasiones y luchan por volver a sentir y salir de la atonía interior, un conjunto de páginas sobre tipos que bajo distintas banderas intentan defender unos ideales o, simplemente, ganarse el jornal entre un Gibraltar y alrededores en plena Segunda Guerra Mundial. ¿Nada nuevo bajo el sol? Quizás, aunque habría que decir nada nuevo bajo las procelosas aguas gibraltareñas. El libro se lee rápido, aunque tarda demasiadas páginas en contar el inicio de la historia, en contar los antecedentes y los desencadenantes. No. No es un cuento de Borges aunque con la extensión de una novela de Bioy Casares hubiera estado mejor. O quizás, nos hemos vuelto exigentes leyendo y no nos vale una obra simplemente por el nombre del autor o por la historia que nos engatusa. Pedimos más, o, mejor dicho, creemos que podemos pedir más. Releí fragmentos de El Tango de la Guardia Vieja para un club de lectura hace unos meses, y me parece una obra más redonda. Pero quizás es lo que nos toca en 2021, un sucedáneo, algo que no es lo que esperas pero te entretiene un rato. ¿O pedimos más a una lectura? Quizás, definitivamente, no. Y Vigil me ha gustado más.

miércoles, 15 de septiembre de 2021

miércoles, 8 de septiembre de 2021

Recordando calles de Baltimore

Todo modo

Empiezo diciendo 15 de 149, luego sigo… He vuelto a leer, más de veinte años después, Todo modo de Leonardo Sciascia. ¿Motivo? ¿Hay que dar un motivo para volver a leer a Sciascia (tengo pendientes Los apuñaladores y El Caso Moro)? Creo que no, pero me vino a la cabeza moviendo papeles de trabajos de la facultad, de 3º y 4º, y encontrarme citas de Sciascia de aquella casa de putas disfrazada de hotel-ermita… O lo que fuera aquello de Zafer, como la inmobiliaria de Juan de Borbón en Murcia, que el ZaHer (viva Zaragoza, viva Hernández) ya no es lo que era, los pasteles de carne no son los mismo, ni los camareros (el Valiño mayor, vaya personaje)… En fin. Lugares de soledad, curas leyendo cómics y revistas (aquel Linus), apariciones de presidentes de bancos, de ministros, de senadores, de diputados, de industriales, de la mafia con sotana y de traje, de cadenas y cocineros con pasado (siempre me acuerdo de la pregunta del dinero que llevamos encima y la policía con el cocinero de Todo modo. Gaetano, ese padre paradigma de tantas cosas, en Italia y en el Mediterráneo austral, y los ejercicios espirituales como farsa de una gran tragedia. ¿Qué es la historia italiana contemporánea? Es Todo modo. Y la Iglesia, como base de reflexión, de jodienda con vista a un campanario. Y las citas: “Me abandoné a reflexiones sobre la Iglesia, su historia y su destino. O sea, su pasado esplendor, su mediocre presente y su inevitable final”. Reinvención y engaño, crucifijos y rezos del pasado que huelen a humedad. Y el precio: “Solo las cosas que se pagan son auténticas, si se pagan con la inteligencia y el dolor”. Arriba Italia, Ciao Italia. Y, de fondo, o en primer plano, siempre atento, el diablo. Muchas veces buscamos al enemigo cuando realmente hemos convivido con él desde el Paleolítico: “Cualquier instrumento que ayuda a un bien, solo puede ser obra y oferta del diablo. Quiero decir para ustedes, para la Iglesia”. Y, usando la parodia, o el sarcasmo, o la etiqueta que queramos ponerle a la comunista Iglesia, siempre comunista. Ya se sabe: “Las cosas que no se saben no existen”. Y alfil y torre, partidita y escaques: “Las cosas que no se saben no existen”. Y antes o después, con Benedicto o Francisco (o mucho antes, que el mejor fue Alejandro VI… eso se merece un yepa valenciano, Rodrigo), más frases para enmarcar: “Los papas no solo mueren en buena salud sino de buena salud”. Lo dicho, nada como buscar el reclinatorio y el agua bendita, el incienso y esa copa (ahora los curas no dicen cáliz), para recordar más frases: “Los sacerdotes buenos son los malos. La supervivencia, y, más que la supervivencia, el triunfo de la Iglesia a lo largo de los siglos, se debe más a los sacerdotes malos que a los buenos”. Y, en mitad de ese Mar Menor que es la Iglesia, siempre hay que sacar agua de la sentina y remar, buscar un puerto que nos ilumine con su faro a través de la tormenta: “Yo, que soy un sacerdote malo, le digo: la Iglesia es una balsa, La Balsa de la Medusa, si quiere, pero una balsa”. Sí, esa era la de 15 de 149. Y Sigmundo superputifroid y evitar los encuentros con gente con la que se pasó tiempo en el pasado: “Haber pasado unos meses en la misma aula no significaba gran cosa respecto a las afinidades o los afectos”. Víboras y bichos y el bien y el mal y todas esas palabras manidas que no llegan a ningún sitio: “Y en su verdadera esencia, el cristianismo es esto: que todo está permitido. ¿Cree usted que serían posibles el crimen, el dolor, la muerte, si Dios no existiera? Y la caída y el crimen, imposible (o muy difícil) de parar y la mentira del Estado, y existir en el error y en mitad de la equivocación. Muerte y solemnidad, todo tiene cabida en Todo modo. Gran libro, incluso recordando que en aquella balsa, de 149 solo se salvaron 15.

lunes, 6 de septiembre de 2021

Himnos, himnos, himnos...

La casa de papel. Quinta parte (primera mitad).

Mejora La casa de papel en los primeros cinco episodios de su quinta parte. Aunque sobran por su ñoñismo algunas reminiscencias del pasado, se dejan ver sus capítulos de acción, más de terremoto mediático y de hormigón, de cemento saltando y cristales hechos añicos, de agujeros en los pies y partos, postpartos o pueperios, que de todo hay en el Banco de España. ¿Hacía falta estirar tanto el serial? Quizás sí, quizás no, pero esto es la industria del entretenimiento y la factoría, del fordismo del ocio en estado puro. ¿Quién dijo que Ford vendía coches por diversión? La verdad es que la publicidad ha hecho mucho por La casa de papel, pero tiene ciertos momentos por los que merece la pena verla (y no deja vivo a todo Cristo, la verdad, que los apóstoles también fueron crucificados e, incluso, algunos boca abajo).

Calomarde. El hijo bastardo de las luces

No tenía ni idea de la figura de Calomarde. Ni puñetera idea. Ni carrera, ni facultad, ni libros de texto, ni oposiciones. Nada de nada. Ha tenido que ser vía La cultureta, como descubrí a Sergio del Molino y el recuerdo de este tipo a través del relato breve pero intenso de su vida en su publicación en Libros del K.O. Calomarde cuenta el ascenso al poder y las cloacas estatales de un tipo aragonés, ministro y covachuelista profesional en tiempos de Fernando VII (¿se puede decir covachuelista cuando ahora si eres novio, novia o novie de un político tienes puestecillo [o puestecilla, o puestecille] asegurado?). Estaría bien que la peña no buscase un buen refugio, una ayudita, un empujoncito en su vida. Del hambre a los cielos, del enjambre aragonés de tierras fértiles pero sujetas a las inclemencias temporales a Ministro de Gracia y Justicia, mandamás entre mandamases, camarilla sobre camarilla, impostor y jugador de barajas varias, de jodiendas con vistas a los papeles, a las Indias, a los golpes de Estado, a las jugarretas políticas, a los chascarrillos, a los matrimonios que no funcionan, a las familias reales, a las consortes y a las hermanas de las consortes. Siempre hay un momento de renuncias y huidas, siempre hay un momento en el que Calomarde se retrató: pa-ta-ta (¿o era tubérculo comestible?). Calomarde no hizo ascos a hacer alarde de peloteos varios, de palabras de homenaje a gente que se merecía hoguera, todo por el ascenso, todo por el puesto, todo por olvidar una parte de su pasado (aunque no toda, que Aragón tira mucho). Empieza Sergio del Molino hablando de una iglesia, de un monumento, de un párroco. ¿Cuántas personas han escuchado el apellido Calomarde? Yo pensé en Bob Esponja, la verdad, cuando vi el título del libro: Calomarde. El hijo bastardo de las luces. Lees bastardo y luces, y puedes pensar en Hoyo 19 o en un jeta (o un superviviente). En ambos casos, en el Hoyo 19 y en la Ilustración a la española, bastardo va bien. Combina, que dicen en las boutiques (o bouticos, o bouticas, ministra, que estamos hablando de un ministro). Me estoy imaginando a una de nuestras ministras leyendo (es mucho imaginar, pero es lo que tiene estar viendo calificaciones de mis alumnos de tutoría de la evaluación extraordinaria de septiembre) y quedarse en plena invención bioycasarística viendo lo que hizo Calomarde con su esposa. Recuerda también SDM el modo de reflejar al personaje por Buero Vallejo (tampoco lo he leído), y también escribe SDM la imagen que se tiene Calomarde: “monstruo infame y soez”. Casi nada. Infame y soez. También dice el autor que a Calomarde le hace falta un film o un libraco como el de Scurati sobre el Duce (tampoco los he leído, voy sumando y la calculadora no es el móvil, es una calculadora). Hablando con los compañeros de estudios (que no se como me retratan ahora que ya no quedo físicamente con ellos, quizás me llaman el “calomarde”), Andrés Serrano del Toro me dijo si no sabía lo del “manos blancas no ofenden”, y aquellos sucesos de La Granja, y la infanta Carlota, y 1832… Pues no. Tampoco lo había leído. No. SDM se refiere a Galdós y los Episodios Nacionales y el retrato que se hace del aragonés allí, pero tampoco he leído esa referencia. Tampoco. Toma libros y olvídate del mundo. Mesonero Romanos también es citado por SDM para las citas que se refieren al tipo nacido en 1773, y de Villel y su escuela paso a Zaragoza a seguir estudiando Derecho en 1788, y escribe el autor sobre una Zaragoza totalmente distinta a la que destruyeron los franceses, y donde se podían encontrar libros ya que su producción era abundante. Siempre los franceses, siempre sus destrucciones olvidadas, siempre todo perdonado porque había que dejar que la Revolución Francesa y sus Ideales (viva los locales de Murcia y sus antiguos nombres) llegaran a todos los rincones del mundo conocido. Y sin poner copas en Ideales, pero Calomarde sobrevivió a la experiencia zaragozana trabajando en casa ajena, y con ideales de ser, desde joven, ministro de Gracia y Justicia. Un Belloch adelantado a su tiempo, ni más ni menos. Viva Zaragoza, viva La Costas Brava, viva Muy Poca Gente, viva el CAI de los Arcega pero no el Real de Victor Fernández ante el Real Murcia de Mesones, (todo tiene un límite). Y de ahí, trepando y con amistades, al Madrid de Godoy a trabajar en Secretaría de Indias, con papeles y más papeles. SDM escribe sobre Godoy, sobre ese tipo convertido en Dios en un país lleno de creyentes con hambre y sed, de creyentes piojosos olvidados del Dios de las alturas y que tuvo su Trafalgar y su invasión napoleónica, y que tuvo a un sinvergüenza Fernando como rey. Y ahí sale el médico de Godoy, y su hija, y los matrimonios que había que inventar para salir adelante. Y salen, muchos salen, aunque rana, y cada uno en su casa y el Dios de los piojos en la de todos. Y una vez llegados los gabachos, todos a Cádiz, y si no funcionaba con unos tocaba arrimarse a los otros, que ya sabemos que la política es el arte de lo posible y siempre había unos Ciudadanos que buscan su lugar en el mundo. O no. Y entonces surgen bodas reales, y hay que arreglarlas y siempre hay tipos que tienen que sacar el cieno de la acequia: siempre hay que mondar la cequia (nada de acequia a partir de ahora). Y en esa cequia, y en ese fango, Calomarde se las arregló para que los peces nadaran y el supiera hasta de la contaminación del Mar Menor, de la cual todos somos expertos (tanto o más que sobre el COVID, todos expertos). También se refiere SDM a Goya, su casa, sus pinturas, su Aragón y su marcha a Francia, donde murió Calomarde. Y después de ese Sexenio Absolutista fernandino, el Trienio que empezó con Riego y en el que Calomarde empezó a funcionar a pleno rendimiento con la Regencia de La Seo de Urgell a partir de 1822. Y de ahí, a las alturas, siendo ministro de Gracia y Justicia desde 1824. Antes me refería a Belloch, también conocido como el chófer de Drácula; pues Drácula ya existía, y se apellidaba Calomarde y se montó su chiringuito donde lo controlaba todo hasta que el rey empezó a chochear y dejó de ser útil y se tuvo que marchar a Francia después de que en el 1832 lo largaran de ministro. Cuenta el libro también su final, sus cartas, sus apuros económicos y todo lo demás. Un libro pequeño pero bueno, corto pero sobre un personaje grande que si estuviera hachebeoizado sería materia de visionado obligatorio en los institutos, pero para eso habrá que esperar.

viernes, 3 de septiembre de 2021

Los amnésicos. Historia de una familia europea.

Hacía mucho tiempo que no leía un libro casi seguido, con una escala entre Totana, Murcia y La Manga (salió ganando el silencio de Totana). El libro en cuestión es Los amnésicos. Historia de una familia europea. El libro es de Géraldine Schwarz, y dice Sergio Belmonte, categóricamente, que “ese libro hay que leerlo”. Géraldine Schwarz, desde su perspectiva francoalemana, analiza y reflexiona sobre las responsabilidades y los silencios que hicieron un tipo tan enano como Hitler llegase tan alto. Y en ese análisis, se centra en su familia, en su pasado, en el presente y en lo que viene con ejemplos como orbaniana Hungría (y el anterior caso de Haider en Austria). Es un libro exhaustivo, de datos y cifras, pero que engancha y vuelve a enganchar. Incide GS en una “idea”, la de si las personas que ayudaron a crear el régimen nazi simplemente obedecían órdenes (muchos se libraron después de sus responsabilidad y se sumaron al organigrama de la nueva RFA) o tuvieron iniciativa en la creación del nuevo estado nazi. Habla GS de “amnesia” y de “obsesión”. Cita a Adorno y Horkheimer (al más puro estilo Gregorio Parra, ahora que acaba el Videodrome por otro tipo de historias en Radio 3) y su Dialéctica de la Ilustración, en el que subraya GS que se habla de fascismo como una “racionalización desmesurada la técnica y la burocracia”. Vaya negocio la burocracia. En ese sentido, incide GS en el “asesinato administrativo del Tercer Reich”. Subraya en esas líneas la “organización de las masacres desde las oficinas”. Esas primeras 160 páginas de lectura y relectura. Hay que intentar no olvidarlas, y volver a leerlas. Desde otras perspectivas, surgieron respuestas en la reconstrucción alemana que pervirtieron ese dificilísimo proceso mezcla de venganza e idolatría, y en ese sentido cita GS a la fracción del Ejército Rojo, las Células Revolucionarias, Zora la Roja y el Movimiento 2 de junio. ¿Qué sentido tenía aquella en una Alemania nueva? RAF, IRA, ETA y los puntos suspensivos, aquel esperpento de Munich en el 1972 con los Juegos Olímpicos (ahora resulta que algunos guays o guais o guayanes o lo que sean dicen que no se puede decir Olimpiadas) y la delegación deportiva de Israel. Ese terrorismo de extrema izquierda, ese gran error… Y cinco años después en 1977, asesinato de Siegfried Buback… Y tantos otros que enumera GS. Después, la autora compara otra vez a Francia y a Alemania en cuanto a la interpretación de lo que supuso el nazismo: mientras que la RFA aceptó “oficialmente” esa herencia (o de aquella manera, podría decirse), Francia se vendió como víctima pareciendo que allí nadie colaboró con el del bigotito y que lo de Vichy (ese régimen que no me explicaron en la facultad) fue una imposición alemana y que ningún francés hizo nada a favor del nazismo. Además, la autora contrapone a De Gaulle con su competencia comunista (dice la autora que el Partido Comunista en Francia se autodefinía como “el partido de los 75.000 fusilados”). ¿Quién dirigió la resistencia francesa? ¿Quién puso más empeño? ¿Quién se puso más medallas? A partir de la página 190, añade también el papel para cambiar las mentalidades que tuvo un documental en Francia, titulado La tristeza y la piedad, de Marcel Ophuls, e incide la autora en el “comportamiento ambiguo” de muchos franceses en la Francia de Vichy. Algo mucho mayor fue la repercusión de la serie Holocausto en Alemania en 1978 (serie que venía de fuera), o el libro La Francia de Vichy de Robert O. Paxton en Francia. Siempre los autores jodiendo la marrana, y también refiriéndoles La destrucción de los judíos europeos (obra de 1982). Va soltando nombres de esos ministros hitlerianos como Albert Speer, otro de esos que no se acordaba de nada. Pero lo de Alemania, y también lo de Francia, tampoco era nuevo, y si hay que recordar el Caso Dreyfus, se recuerda (ese sí suele salir en el libro de 1º de Bachillerato). Habla GS de que para Robert Paxton, “a diferencia de los nazis, el antisemitismo de Vichy no era racial, sino cultura y nacional”. Y todo lo hace recordando a sus abuelos y sus familiares, recordando lo que hicieron los cancilleres y los políticos antes y después del régimen nazi, en los discursos de las mentiras y de las reunificaciones, que la caída del muro de Berlín levantó muchas alfombras. ¿Y quién no tiene un pasado? Escribe la autora sobre el libro de Pierre Péan Una juventud francesa en el que se hacía publico las conexiones de Mitterrand con la extrema derecha y Vichy antes de 1943, sobre Jean-Marie Le Pe y la creación del Frente Nacional en 1972, y las leyes de memoria histórica (¿os suena de algo o pensabais que era cosa de ZP, Rajoy y Sánchez?). Pero también tiene el libro su recuerdo para la Stasi y la RDA (habla la autora de 91.000 agentes oficiales antes de la caída del muro de Berlín, más otros 180.000 no oficiales, y de la colaboración de muchos más). Desde otra perspectiva, también intenta la autora ilustrarnos con palabras sobre la arquitectura y los símbolos anteriores y posteriores a las guerras mundiales, y el cambio que hubo en Alemania, distinto del de Francia. Parece curioso todo, que no casual, pero fue caer el muro y salir cabezas rapadas de debajo de ciertas piedras, o de colchones o de todo en general y de casi nada en particular. O quizás nada existió y nunca pasó nada, y que el florecimiento de grupos de extrema derecha (o derecha radical, o yo que sé como hay que definir a esos grupos) y su exaltación llegue un momento que no nos sorprenda. O si nos sorprende pero miramos hacia otro lado, como hicieron con los judíos de Alemania y Francia cuando eran llevados a los campos, y se aprovechaba su vacío para robar la cubertería que habían dejado escondida debajo de una losa en casa, o unas joyas en un armario, o unos cuadros en la pared. Atravesando fronteras, la autora pasa también a Austria y a Italia, y lo que pasó antes y después y lo que pasa ahora. Subraya la autora como después del Anchluss la burocracia se integró en la administración estatal de la Alemania de los nazis. Explica los motivos de la huida de los ganadores de la guerra en Austria (también dividida en 4 tras 1945) tras 10 años, porque había otras preocupaciones, y sobre el surgimiento del FPÖ que empezó siendo dirigido por un tal Anton Reinthaller, un ex SS. Y luego, el Aktion T4, el nombre con el que se definía a ese programa para acabar con locos y enfermos mentales y otras personas que estorbaban. Y de ahí, al papel del partido DÖW y todo lo demás. En Italia, aparte de la relación entre Adolfo y Benito, habla del racismo antieslavo del segundo, con el ejemplo ocurrido en Montenegro a través de las represalias de Prizio Birolina, o en Eslovenia y Croacia con la “italianización del territorio” (pone la autora el ejemplo de Liubliana, que de 360.000 habitantes, unos 70.000 fueron llevadas a distintos campos). Es más, insiste GS que en la zona balcánica los italianos fueron construyendo hasta 200 campos de concentración (pone como ejemplo el de Rab en Croacia, con un mortalidad del 19 por 100). Pero no había que ir a Croacia o Eslovenia, en Italia cita los campos de Goanrs, REnicci, Monigo y Chiesanuova como ejemplos. ¿Y por qué este paso a Italia? Habla de como el cine fue utilizado por el Duce, y después con otro tipo de utilizaciones, hasta que surgen distintos partidos con reminiscencias, ya sean berlusconianas o salvinianas, con Mateo al frente de la Liga Norte y su nombramiento como ministro del Interior. Acaba el libro analizando los peligros contemporáneos en las figuras orbanianas y lepenianas, con un capítulo titulado Los nazis nunca mueren, otro de esos que hay que leer para entender muchaos casos actuales. Un libro muy recomendable.

En septiembre, lo de siempre

miércoles, 1 de septiembre de 2021

La directora. Primera temporada.

Institución anclada en el pasado que tuvo mejores días (casi como la mayoría de las universidades, casi como la mayoría de las facultades de Letas [¿qué son las letras?]); nueva directora de departamento; recortes y reubicaciones y dolores y quebrantos y mociones de censura; profesor de prestigio (¿o era de antiguo prestigio?) que le da a la bebida y al descontrol emocional. Desconcierta el primera capítulo de La directora entre el absurdo y el fascismo, entre Camus y Adorno, entre tuits y chinas que están casi solas tras adoptar una mejicanita, entre ricachones y nieves, entre cochecitos de golf que vuelcan al más puro estilo final de Un buen día. Bajo una estela de comedia, La directora saca sonrojos y dolores existenciales, mierdas varias y pretextos para odiar, envidias de las de toda la vida de gente que se pone un pañal de noche y odia de día a la gente que está a su alrededor. ¿Cómo convivir con el dolor? ¿Cómo convivir con un vacío que es incapaz de ser llenado? ¿Cómo convivir? Buena banda sonora y buena reflexión sobre los falsos mitos y los bulos de toda la vida (ahora etiquetados como simples fake news), sobre los fascismos de verdad y los inventados, sobre la gente rica de distintos colores pero que piensa que es distinta a los de otros colores. Viejos vicios que, ahora con el pajarito de la red social, se dispara hasta la perversión. Nada de chascarrillos, nada de bromas en mitad de una explica, nada de nada sobre la nada. Una buena primera temporada la de La directora y con himnos musicales de los que te hacen reflexionar si vamos en la buena dirección o en sentido contrario. Vivan las señales y los colores de los semáforos.