lunes, 6 de septiembre de 2021

Calomarde. El hijo bastardo de las luces

No tenía ni idea de la figura de Calomarde. Ni puñetera idea. Ni carrera, ni facultad, ni libros de texto, ni oposiciones. Nada de nada. Ha tenido que ser vía La cultureta, como descubrí a Sergio del Molino y el recuerdo de este tipo a través del relato breve pero intenso de su vida en su publicación en Libros del K.O. Calomarde cuenta el ascenso al poder y las cloacas estatales de un tipo aragonés, ministro y covachuelista profesional en tiempos de Fernando VII (¿se puede decir covachuelista cuando ahora si eres novio, novia o novie de un político tienes puestecillo [o puestecilla, o puestecille] asegurado?). Estaría bien que la peña no buscase un buen refugio, una ayudita, un empujoncito en su vida. Del hambre a los cielos, del enjambre aragonés de tierras fértiles pero sujetas a las inclemencias temporales a Ministro de Gracia y Justicia, mandamás entre mandamases, camarilla sobre camarilla, impostor y jugador de barajas varias, de jodiendas con vistas a los papeles, a las Indias, a los golpes de Estado, a las jugarretas políticas, a los chascarrillos, a los matrimonios que no funcionan, a las familias reales, a las consortes y a las hermanas de las consortes. Siempre hay un momento de renuncias y huidas, siempre hay un momento en el que Calomarde se retrató: pa-ta-ta (¿o era tubérculo comestible?). Calomarde no hizo ascos a hacer alarde de peloteos varios, de palabras de homenaje a gente que se merecía hoguera, todo por el ascenso, todo por el puesto, todo por olvidar una parte de su pasado (aunque no toda, que Aragón tira mucho). Empieza Sergio del Molino hablando de una iglesia, de un monumento, de un párroco. ¿Cuántas personas han escuchado el apellido Calomarde? Yo pensé en Bob Esponja, la verdad, cuando vi el título del libro: Calomarde. El hijo bastardo de las luces. Lees bastardo y luces, y puedes pensar en Hoyo 19 o en un jeta (o un superviviente). En ambos casos, en el Hoyo 19 y en la Ilustración a la española, bastardo va bien. Combina, que dicen en las boutiques (o bouticos, o bouticas, ministra, que estamos hablando de un ministro). Me estoy imaginando a una de nuestras ministras leyendo (es mucho imaginar, pero es lo que tiene estar viendo calificaciones de mis alumnos de tutoría de la evaluación extraordinaria de septiembre) y quedarse en plena invención bioycasarística viendo lo que hizo Calomarde con su esposa. Recuerda también SDM el modo de reflejar al personaje por Buero Vallejo (tampoco lo he leído), y también escribe SDM la imagen que se tiene Calomarde: “monstruo infame y soez”. Casi nada. Infame y soez. También dice el autor que a Calomarde le hace falta un film o un libraco como el de Scurati sobre el Duce (tampoco los he leído, voy sumando y la calculadora no es el móvil, es una calculadora). Hablando con los compañeros de estudios (que no se como me retratan ahora que ya no quedo físicamente con ellos, quizás me llaman el “calomarde”), Andrés Serrano del Toro me dijo si no sabía lo del “manos blancas no ofenden”, y aquellos sucesos de La Granja, y la infanta Carlota, y 1832… Pues no. Tampoco lo había leído. No. SDM se refiere a Galdós y los Episodios Nacionales y el retrato que se hace del aragonés allí, pero tampoco he leído esa referencia. Tampoco. Toma libros y olvídate del mundo. Mesonero Romanos también es citado por SDM para las citas que se refieren al tipo nacido en 1773, y de Villel y su escuela paso a Zaragoza a seguir estudiando Derecho en 1788, y escribe el autor sobre una Zaragoza totalmente distinta a la que destruyeron los franceses, y donde se podían encontrar libros ya que su producción era abundante. Siempre los franceses, siempre sus destrucciones olvidadas, siempre todo perdonado porque había que dejar que la Revolución Francesa y sus Ideales (viva los locales de Murcia y sus antiguos nombres) llegaran a todos los rincones del mundo conocido. Y sin poner copas en Ideales, pero Calomarde sobrevivió a la experiencia zaragozana trabajando en casa ajena, y con ideales de ser, desde joven, ministro de Gracia y Justicia. Un Belloch adelantado a su tiempo, ni más ni menos. Viva Zaragoza, viva La Costas Brava, viva Muy Poca Gente, viva el CAI de los Arcega pero no el Real de Victor Fernández ante el Real Murcia de Mesones, (todo tiene un límite). Y de ahí, trepando y con amistades, al Madrid de Godoy a trabajar en Secretaría de Indias, con papeles y más papeles. SDM escribe sobre Godoy, sobre ese tipo convertido en Dios en un país lleno de creyentes con hambre y sed, de creyentes piojosos olvidados del Dios de las alturas y que tuvo su Trafalgar y su invasión napoleónica, y que tuvo a un sinvergüenza Fernando como rey. Y ahí sale el médico de Godoy, y su hija, y los matrimonios que había que inventar para salir adelante. Y salen, muchos salen, aunque rana, y cada uno en su casa y el Dios de los piojos en la de todos. Y una vez llegados los gabachos, todos a Cádiz, y si no funcionaba con unos tocaba arrimarse a los otros, que ya sabemos que la política es el arte de lo posible y siempre había unos Ciudadanos que buscan su lugar en el mundo. O no. Y entonces surgen bodas reales, y hay que arreglarlas y siempre hay tipos que tienen que sacar el cieno de la acequia: siempre hay que mondar la cequia (nada de acequia a partir de ahora). Y en esa cequia, y en ese fango, Calomarde se las arregló para que los peces nadaran y el supiera hasta de la contaminación del Mar Menor, de la cual todos somos expertos (tanto o más que sobre el COVID, todos expertos). También se refiere SDM a Goya, su casa, sus pinturas, su Aragón y su marcha a Francia, donde murió Calomarde. Y después de ese Sexenio Absolutista fernandino, el Trienio que empezó con Riego y en el que Calomarde empezó a funcionar a pleno rendimiento con la Regencia de La Seo de Urgell a partir de 1822. Y de ahí, a las alturas, siendo ministro de Gracia y Justicia desde 1824. Antes me refería a Belloch, también conocido como el chófer de Drácula; pues Drácula ya existía, y se apellidaba Calomarde y se montó su chiringuito donde lo controlaba todo hasta que el rey empezó a chochear y dejó de ser útil y se tuvo que marchar a Francia después de que en el 1832 lo largaran de ministro. Cuenta el libro también su final, sus cartas, sus apuros económicos y todo lo demás. Un libro pequeño pero bueno, corto pero sobre un personaje grande que si estuviera hachebeoizado sería materia de visionado obligatorio en los institutos, pero para eso habrá que esperar.

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