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jueves, 20 de junio de 2024
El simpatizante. Primera temporada.
Arrugas, espías, Charles Bronson, la reescritura de la historia, La guerra de Estados Unidos o La Guerra de Vietnam, intérpretes y contribuciones: “No apartes la mirada de la acción”. Nunca. “La mitad de orgulloso es mi máximo”. ¿Cómo medimos esa mitad? ¿Cómo cuantificar las mitades? ¿Sylvia Kristel? ¿Era esa de verdad? ¿Qué hacer? ¿Lenin? Trotsky? ¿Serna no jugaba en Croacia? ¿Krivchevski? Vaya usted a saber. Símbolos, amistad y bombas por doquier. Y la pregunta del millón, a cargo del vietnamita de turno: “¿Por qué estos ricachones presumen de ser en parte negros?” ¿Qué mitad es la buena de una dieciseisava parte? Aviones para todos, porque siempre hay que escapar a tiempo. “Yo no abandono, me retiro por un tiempo”. Muerte a los gallinas, y fuego para que no queden pruebas. Y las elecciones, siempre en torno a los capaces y a los leales, que se jodan los demás, pero “nadie puede sustituir a una madre”. Y antes del intento de escapada, ahora que Los planetas son tendencia, vivan las birras: “Hasta los cojones de los comunistas. Los comunistas podrán cambiar la cerveza por pis comunista, podrán cagarse en la belleza y la clase que tiene esta ciudad, pero no podrán borrarnos los recuerdos”. Y claro, “la patria está sobrevalorada”. Mucho. Hemingway no se podría contener ni ante la primera temporada de El simpatizante. Vivan los descontentos. Nada como un campo de refugiados para volver a la realidad. Norte, Sur, infiltrado, saber te lleva a preguntas que es mejor no hacerlas. Viva el amor a América. ¿Qué hacemos con las contradicciones? “El quid de la cuestión siempre ha sido la contradicción. Mi parte occidental siempre ha visto la contradicción como algo que hay que superar, pero la parte oriental como algo que hay que soportar. De ahí que mi parte oriental nunca tema aceptar la contradicción ante un giro inesperado de los acontecimientos y diga me lo esperaba”. Pum, pum. Vivan los marcos mentales y el feudalismo de los 60’s (¿acaso no seguimos en el feudalismo?). “Confesar secretos es lo más emocionante del mundo”. O no. Vivan los calamares. “El mundo sería un lugar mejor si nos sonrojara la palabra asesinato tanto como la palabra masturbación”. Pero como todo es farsa, toca readaptarse y pasar de general a vendedor de licor, pero sin tristeza, sin amargura, que todo con alcohol pasa mejor: “¿Cómo pueden estar tan felices? ¿Cómo pueden estar tan felices por dejar su tierra, como cobardes, y venir aquí? Alguna vez fueron soldados”. Pero no hay plan alternativo: “Las segundas patrias no existen. Una patria es una patria porque solamente hay una”. Y frases de H.C.M que llevan a enlazar conversaciones sobre lo importante de la biología, del amor a esa patria comunista, pero desde lejos, porque “no hay historia pequeña”. Pum, pum. “El amarillo no es bueno. Como la orina, asiático y con una tienda es como un tiro en el pie”.Pum, pum. “Solo el espía dirá que no hay espía”. Lagunas para todos, pero la cuestión es la siguiente: “¿Puede una pregunta hacer la veces de orden?”. Al final siempre mandan los mismos, siempre nos aterran los mismos, los que desde su poltrona controlan el cotarro: “La criatura más peligrosa de la tierra: un hombre blanco con traje y corbata”. Conforme va avanzando El simpatizante, el delirio es mayor. Cine dentro del cine, horror dentro del horror, parodia que roza lo hilarante sobre Apocalypse Now, El padrino o El último tango en París. Si, podemos intentarlo, pero “la vida es una misión suicida”. Pero ese delirio degenera en vuelta atrás, en escape sobre escape, en un horror indeterminado, en no saber cerrar un círculo. Lástima, las agonías largas, como bien escribía Manuel Alcántara, nunca son buenas.
Lo raro y lo espeluznante
Lo raro y lo espeluznante es un ensayo que te hace buscar información continuamente por alto número de referencias en el texto. Mark Fisher asegura que empezó a fijarse en lo raro tras un simposio sobre H.P. Lovecraft, y lo espeluznante es el tema central de un audioensayo (On Vanishing Land) de 2013. ¿Qué los une? Escribe Fisher: “Lo que tienen en común lo raro y lo espeluznante es una cierta preocupación por lo extraño”. La parte de lo raro empieza con “Fuera de lugar, fuera de tiempo: Lovecraft y lo raro”, en la que el autor asegura que “lo raro es un tipo de perturbación particular”. Pero da muchísimos matices: “No es que lo raro sea erróneo, sino que nuestras concepciones deben ser inadecuadas”. MF dice que “cualquier debate sobre ficción rara tiene que empezar con Lovecraft”. Es más, dice que con sus publicaciones en revistas pulp, “inventó el cuento raro”. En ese contexto, dice que “las historias de Lovecraft tienen una fijación obsesiva con la cuestión de lo exterior: un afuera que irrumpe a través de encuentros con entidades anómalas desde un pasado lejano, en estados alterados de conciencia o en giros extraños de la estructura temporal”. En ese sentido, añade palabras como conmoción, psicosis, placer, dolor y que la obra de Lovecraf (y está bien) no da miedo: “La fascinación es una sensación que comparten los personajes de Lovecraft y sus lectores”. Y para acabar, subraya: “En Lovecraft hay interacción, intercambio y, sin lugar a dudas, un conflicto entre este mundo y los demás”. Y siempre, la guerra, poniendo el trauma de lo nuevo (IGM) [hasta cita a Escher]. La segunda píldora, “Lo raro frente a lo mundano: H.G.Wells”, se centra en la lectura de su obra La puerta en el muro, con una “ficción rara que siempre nos muestra un umbral entre dos mundos”. Y en esas, sale la puerta verde, ya que “la puerta siempre ha sido un umbral que conduce más allá del principio de placer, al mundo de lo raro”. La siguiente aportación, sobre lo grotesco y lo raro, nos lleva al grupo The Fall, sobre todo a su etapa entre 1980 y 1982, porque según MF, “como en lo raro, lo grotesco nos habla de algo que está fuera de lugar”. Añade el autor: “Desde el punto de vista de la cultura oficial burguesa y de sus categorías, un grupo como The Fall -de clase obrera y experimental, popular y modernista- no podría ni debería existir, y en The Fall destacan por la manera en que esbozan un política cultural de lo raro y lo grotesco”. En su disco de 1980 (Grotesque), según Fisher, nos encontramos “cuentos, pero contados a medias”. Con la cuarta pildorita, el autor se acerca a Tim Power (Atrapado en el círculo de uróboros), citando Las puertas de Anubis en la que TP hace “una propuesta fabulosamente imaginativa sobre la paradoja del viaje en el tiempo”. Hace mención al rizoma desarrollado por Deleuze y Guattari en su obra “Capitalismo y Esquizofrenia”. Cita Matrix, Stars Wars y se pregunta: “¿No será que todas las paradojas tienen un toque de rareza?”. En el siguiente apartado (Simulaciones y alienación: Rainer Werner Fassbinder y Philip K. Dick), nos habla de las imágenes de Escher y de que “hay otro tipo de efecto raro: el que generan los bucles extraños”. Añade referencias a la adaptación como película para televisión de Fassbinder de El mundo conectado y de la novela de Dick Tiempo desarticulado en la que “la novela aborda el realismo literario como una especie de disneyficación”. Y, como no, acaba citando a Jameson y su obra El postmodernismo como lógica cultural del capitalismo tardío. Reflexionando sobre David Lynch titula la siguiente píldora como Cortinas y agujeros. Habla de Terciopelo azul y de la serie Twin Peaks con la constante de la “oposición entre un Estados Unidos de pueblecitos idealizados y diversos mundos subterráneos o ajenos (criminales, ocultos)”. Escribe Fisher: “Las cortinas ocultan a la vez que revelan; no marcan un umbral, sino que lo constituyen: son una salida al exterior”. Sobre Mulholland Drive, escribe que “cualquier realidad aparente reside en un sueño”. En la segunda parte del libro se acerca a lo espeluznante, que para el autor “merece ser, por derecho propio, un tipo particular de experiencia estética”. Añade que “se adhiere a ciertos espacios y paisajes físicos” y que se “constituye por una falta de presencia o una falta de ausencia”. En este particular, cita el final de la versión de El planeta de los simios de 1968, habla de Stonehenge y de la Isla de Pascua y asegura que “Lo espeluznante tiene que ver con lo desconocido; cuando descubrimos algo, desaparece”. En otro apartado se refiere Daphne de Maurier y Christopher Priest, con sus cuentos que fueron llevados al cine como en el caso de Los pájaros de 1952, en el que tiene un papel fundamental la radio: “Hacia el final, la BBC deja de emitir. Y el silencio significa que estamos de manera definitiva en el espejo de lo espeluznante”. Obras como La afirmación y El glamour, de Priest, “se articulan alrededor de ausencias, vacíos que deberían estar ocupados por ese algo que realiza la acción”. En las siguientes piezas (Algo donde no debería haber nada. Nada donde debería haber algo) y (Acerca de la tierra que desaparece: M.R. James y Eno), cita la versión de 1978 de La invasión de los ladrones de cuerpos y lleva el asunto a su terreno de estudio: “El puerto es un signo del triunfo del capital financiero; es parte de la infraestructura pesada que facilita la ilusión de un capitalismo desmaterializado. Es lo espeluznante que se esconde bajo el relumbre mundano del capital contemporáneo”. A los sucesores de James (Nigel Kneale y Alan Garner) les dedica el siguiente capítulo (El tánatos de lo espeluznante), asegurando que “muestran demonios inorgánicos o artefactos que han sido exhumados y que actúan como motores fatídicos que arrastran a los personajes a compulsiones mortales”. Y añade: “La jugada típica de Kneale es darle una vuelta de tuerca científica a lo que antes se había considerado sobrenatural”. Resumiendo, “la vida es un reino de muerte”. Se centra en la saga Quatermass, cita la obra de Ballard (El mundo sumergido) y ya comienza a referirse al 2001 Una odisea en el espacio de Kubrick. Cita la novela Red Shift, de Alan Garner y asegura que “no leemos la historia como una serie de acontecimientos aleatorios, sino como un brazado de sucesos traumáticos”. Refiriéndose a Margaret Atwood y Jonathan Glazer (De dentro afuera, de fuera adentro), no lleva a la novela de la primera de 1972, Resurgir, hablando del enigma del padre perdido y en la que “lo que nos acecha no son los espíritus de la historia, sino los espacios exteriores o que se encuentran en las lindes de lo humano”. Añade Fisher sobre la novela de Atwood que “podría leerse como un amargo despertar tras la euforia militante de los sesenta”. En cuanto al film de 2013 de Glazer, Under the skin, “la contribución final de la película es recordarnos la sensación de lo espeluznante que es intrínseca a nuestras inestables concepciones de sujeto y objeto, cuerpo y alma”. Hablando de huellas alienígenas se refiere a Kubrick, Tarkovski y Nolan, aunque “lo espeluznante sea, para nuestra decepción, uno de los grandes ausentes de la mayoría de obras de ciencia ficción”. De estos autores habla sobre 2001, El resplandor, Solaris, Stalker e Interstellar, asegurando que esta última “consigue la posibilidad al amor espeluznante”. Para acabar (... lo espeluznante permanece: John Lindsay) analiza la novela de 1967 titulada Pícnic en Hanging Rock, poniendo énfasis en unas desapariciones que dan mucho que pensar. En definitiva, un libro para volver a recrearnos en escenarios de ficción que nos llevan a esos momentos que meten el miedo en el cuerpo.
sábado, 15 de junio de 2024
Amarilla
Amarilla toma la excusa de la literatura para hablar de uno de los temas fundamentales de la vida contemporánea: los celos. Los celos por lo que tienen los demás, la envidia de comprar cosas que no necesitamos, pero no tenemos dinero ni para necesitarlo. Y el mundo editorial, retratado tan a menudo por una élite caprichosa, es descrito por Rebecca F. Kuang como un nido de víboras, como un pozo del que pocos se salvan dentro del agua insalubre. Anguilas para todos. Elitismo, postureo y sobre todo, Twitter cuando se llamaba Twitter. Kuang escoge la red del pájaro como escenario del escarnio, de la persecución, del señalamiento. Escribe RFK que “los celos para los escritores se acercan más al miedo”. Al miedo al descubrimiento. Al robo, al ocultamiento, al momento en el que te ponen en una diana y eres foco de ciertas miradas, aunque tú creas que eres el foco de todas las miradas. Pero en este mundo en el que todo es objeto de suspicacia, todo étnicamente estudiado, todo perfilado por mentes ajenas llenas de envidia, nada queda fuera de sospecha. Puestos a vender basura, “los superventas son elegidos de antemano”. Apostilla Kuang: “Da igual lo que hagas”. Y en ese escenario, “no hay mejor venganza que tener éxito”. Reflexiona la autora sobre la mentira de la nueva diversidad “porque la diversidad se vende muy bien ahora”. Pum, pum. Añade: “Los editores se desviven por las voces marginadas”. En esa gran mentira que es el mundo editorial (como todo en la vida), “cuanta más popularidad gana un libro, más popular se hace el hecho de odiar dicho libro”. Pero como decía al principio, en este nuevo mundo de redes (anti)sociales, en estas sectas de perversión, todo es meme, todo es risotada, todo es nido de buitres, todo es objeto de burla, todo es ataque desmedido: “Que te pongan de vuelta y media en internet es una especie de rito de iniciación que todo escritor debe vivir”. Y en ese hábitat, en ese digisistema, sentencia Kuang: “Nunca puedes doblegar a un trol racista por medio de argumentos”. Retrata también la autora a los grupos que intentar dogmatizar el asunto desde posturas que no son realmente altruistas porque “Twitter nos convierte a todos en ávidos jueces no cualificados”. Y respecto al autoritarismo, también encuentra su espacio que subraya con bolígrafo rojo: “No era una verdadera marxista, sino que era, como mucho, de la izquierda caviar”. Ya puestos a señalar, se recrea en la nueva persecución que acaba con la bajada de la persiana, con o sin motivo aparente: “Mi bonita cara anglosajona y yo nos hemos convertido en la víctima perfecta de la cultura de la cancelación de los fascistas de la izquierda”. Pero como todo es canción de Pink Floyd ($$), siempre hay que verle el lado económico a la disputa, siempre hay que ver lo positivo en la desgracia: “¿No deberíamos celebrar el hecho de poder sacarles los cuartos a los paletos racistas siempre que surja la oportunidad?”. Una buena novela para entender el nuevo escenario contemporáneo en el que nos movemos, el de sospecha continua.
Under the Bridge. Primera temporada.
El grupo Biznaga en su canción Una ciudad cualquiera nos dicen que “la soledad es una hermandad, el único amor posible”. Esas nueve palabras podrían resumir una parte de la primera temporada de Under the Bridge, una serie que cuenta el horror de un asesinato juvenil, investigado por policías que han pasado por esa orfandad de las casas de acogida, relatado por una escritora que perdió a su hermano, visto por familias inconexas, fuera de contexto, con desamor y odio. Under the Bridge nos muestra, sobre todo, desazón y un terror visceral por unos jóvenes que deberían ser simplemente jóvenes y no monstruos. En este ejercicio de pirotecnia que es UTB (no es fácil disfrutar de fuegos artificiales estando de luto), los personajes tienen muchos claroscuros, no sabemos nunca lo que esconden más allá de lo que, poco a poco, vamos intuyendo, vamos creyendo intuir. Y en esa atmósfera de ciénaga, de secretos y errores, de juicios mediáticos y de ira profunda, el cuadro que nos queda es de desazón, desazón incontenible y sin medida. No ahorra imágenes para disfrazar a unos personajes malvados, los que llevan a cabo el desastre y los que, desde la atalaya, ven lo que pasan y no dicen nada, o actúan como si no pasara nada, como si una víctima siempre tuviese un merecido final. De esta dureza, esfuerzos como el de UTB son de agradecer, porque no es nada fácil no caer en lo sentimental, en lo azucarado, en lo que no queremos caer hasta que caemos.
martes, 11 de junio de 2024
Realismo capitalista: ¿No hay alternativa?
Leyendo el inicio del libro Realismo capitalista: ¿No hay alternativa?, de Mark Fisher, creo estar escuchando aquellos primeros programas del Videodrome de Gregorio Parra en Radio 3 con Luis Alonso en la narración. Disfruté muchísimo con aquellos programas que grababa en cintas de cassette y que todavía conservo en una vieja caja de zapatos. Aquellas relaciones entre música, películas, libros y series sobre el posmodernismo eran novedosas en una radio que estaba anquilosada en los viejos postulados pero que musicalmente era brillante. En el prólogo, Peio Aguirre subraya el contexto en el que fue escrito este primer libro de Fisher (finales del 2009), e indica que “Fisher presta una especial atención a la cultura musical, pues para él la música es el lugar donde los principales síntomas del malestar cultural pueden detectarse”. A lo largo del libro se hacen referencias constantes a su trabajo en Further Education (Formación Profesional tras la Secundaria), y Peio Aguirre incide que ese trabajo le vale a MF para definir “con precisión las patologías de los desórdenes del hiperactividad juvenil dentro del capitalismo en relación con lo compulsivo de la cultura de consumo”. En ese contexto, partiendo de los 60’s como movimiento pictórico, PA afirma que “el realismo capitalista se afianza con el fin de la temporalidad y el presentismo”. Y apostilla, a continuación: “La certitud de que el futuro nos ha sido prohibido y el pasado se repite una y otra vez bajo la forma de la nostalgia y la retromanía”. La crisis de 2008 fue un golpe de realidad (otro más, seguimos esperando continuamente más y más golpes), y en ese sentido, el prologuista indica que “este libro rezuma el malestar y la rebeldía ante un escenario de cierre sistémico en el que el fin de la historia anunciado al menos desde 1989 condujo a la asunción casi generalizada de que no hay alternativa al capitalismo”. ¿Hay vida más allá de Thatcher y el capitalismo? Y desde el prólogo, vemos que la enseñanza se ha convertido en papeleo, en un Everest de papeleo sin fin: “El otro gran frente por combatir es la burocracia en la educación, ese sistema donde el profesorado mismo es cómplice del régimen de autovigilancia que la mercantilización de la educación promueve”. En el primer capítulo, MF afirma que “es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo” y que “no existe la coartada de las generaciones futuras, ya que no hay ninguna a la vista". Mientras cita El show de Truman, V de Vendetta, Hijos de los hombres, Heat, Batallón de limpieza, Uno de los nuestros, ¡Olvídate de mí!, El padrino, El último testigo, la saga de Bourne Trabajo basura, Sed de poder o Memento, intenta explicar lo que para él es el realismo capitalista: “La idea muy difundida de que el capitalismo no solo es el único sistema económico viable, sino que es imposible incluso imaginarse una alternativa”. Añade, que “el ultraautoritarismo y el capital no son de ninguna manera incompatibles”. Citando a T.S. Eliot y Harold Bloom, a Deleuze y Guattari, a Adorno y Fukuyama, a Jameson y Frank Miller, a James Ellroy y Zizek, a Ursula Le Guin y Michael Schudson, a Christina Marazzi, Wendy Brown o Campbell Jones, va dejando pildoritas para que nos traguemos lo que vivimos y lo que nos queda por vivir: “Los campos de concentración y las cadenas de café coexisten perfectamente”. Habla de “peste de la infertilidad” y de que, en ese escenario, debemos preguntarnos: “¿Qué ocurre cuando los jóvenes ya no son capaces de producir sorpresas?”. El pastiche posmoderno, con su impermeabilidad hace que “la tradición pierde sentido una vez que nada la desafía o modifica”. Y martillea con su simbología: “Una cultura que solo se preserva no es cultura en absoluto”. En este particular, para seguir definiendo el RC, añade que “ese giro de la fe a la estética y del compromiso al espectáculo es una de las virtudes del realismo capitalista”. En ese final del cuento sin Sergio Algora, MF asegura que “la posición de Fukuyama es la imagen especular de la de Frederic Jameson. Jameson afirmó que el posmodernismo es la lógica cultural del capitalismo tardío”. Y remata MF sobre FJ: “Según él, el fracaso del futuro es constitutivo de una escena cultural posmoderna que, como correctamente profetizó, se llenó de revivals y pastiches”. Con la comparación del mainstream y Nirvana, aseguró: “Nadie encarnó y lidió en este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana”. Y clava la púa en la cruz de los Seattle mezclando, como aquel video, sangre y hospital: “Nada le va mejor a la MTV que una protesta contra la MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo eso incluso era un cliché”. Y tras Nirvana, la mezcla: “Lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna”. Pero la sangre fue al Tíber, y todo se vio más claro: “La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista”. Y el Live 8 de 2005 como síntoma, como tantas otras cosas, de que “el capitalismo es una estructura impersonal, hiperabstracta que no sería nada sin nuestra cooperación”. En ese apocalipsis, (no solo el de la novela de Ursula Le Guin [La rueda celeste]) en el que nos encontramos, la comparación queda de la siguiente manera: “El capital es un parásito abstracto, un gigantesco vampiro, un hacedor de zombies; pero la carne fresca que convierte en trabajo nuevo y los zombies somos nosotros mismos”. Para MF, el realismo capitalista “es algo más parecido a una atmósfera general que condiciona no solo la producción de cultura, sino también la regulación del trabajo y la educación, y que actúa como una barrera invisible que impide el pensamiento y la acción genuinos”. Desde el tercer capítulo, Fisher hace referencia a la problemática de la salud mental: “En el Reino Unido la depresión es hoy en día la enfermedad más tratada por el sistema público de salud”. Añade: “Frente a la enorme privatización de la enfermedad en los últimos treinta años, debemos preguntarnos: “¿Cómo se ha vuelto aceptable que tanta gente, y en especial, tanta gente joven, esté enferma?”. Y con su experiencia en los institutos, sentencia: “Ser adolescente británico en la actual etapa del capitalismo tardía podría ser sinónimo de enfermedad”. Y con esos zagales del centro de enseñanza, solo queda la realidad, ese espejo en el que se encuentran y que muestra la “incapacidad de hacer otra cosa que no sea buscar placer”. Y en esa cárcel que es para muchos alumnos ese mismo centro, el aburrimiento es el único recurso del alumno: “Aburrirse es carecer, por un momento, de la gratificación azucarada a pedido”. Ajustándose al tiempo mecánico de reloj, pone una fecha citando al economista marxista Marazzi: “El giro del fordismo al posfordismo tiene una fecha precisa: el 6 de octubre de 1979. Esa jornada la reserva federal aumentó la tasa de interés en veinte puntos, y así preparó el camino para la economía centrada en la oferta, que constituiría la realidad en la que hoy estamos inmersos”. El cambio hace que “el periodo de trabajo no alterna con el del ocio, sino con el del desempleo”. Y en esa alternancia, “lo normal es pasar por una serie anárquica de empleos a corto plazo que hacen imposible planificar el futuro”. Y entonces, catacrac, catacrac y “muchas mentes simplemente colapsan bajo las condiciones de intensa inestabilidad del posfordismo”. Y ya puestos a rizar el merengue de la tarta sin cumpleaños que es la marketinización de la educación, Fisher nos pregunta: “¿Los estudiantes son los usuarios del servicio o su producto?”. Desde el capítulo siete, aparecen las menciones concretas al estalinismo de mercado, “lo que el capitalismo tardía toma del estalinismo, para repetirlo, es esta primacía de la evaluación de los símbolos del desempeño sobre el desempeño real”. En cristiano sin fútbol, resultados: “La evaluación no apunta a las capacidades docentes de un profesor, sino a su diligencia burocrática”. Resultados: “El resultado no es otra cosa que una versión posmoderna de confesionalismo de Mao: se le pide a los trabajadores una especie de autodegradación simbólica constante"p. Resultados: “La recomendación a los docentes de ser más astutos en vez de trabajar más duro”. Nos falta llorar, porque “nuestra cultura es excesivamente nostálgica, proclive a la retrospectiva, incapaz de generar novedades auténticas”. La farsa siempre escoge rostro, ya sea el de Blair o el de Brown. O directamente, el Nany state, porque antes o después, caemos en la conspiración: “ Es obvio que “es la estructura la que genera vicios, y que mientras permanezca, los vicios se reproducirán”. Viva el Principio de Peter y que no caiga en el olvido el desastre de Hillsborogh. En el capítulo nueve, hablando de la Supernany marxista televisiva de Gran Bretaña, se refiere a Spinoza, y el “estado de abyección” de esos niños, si es que pueden considerarse niños. Aunque en la diana, la flecha llega a los progenitores: “Más bien, el problema son los padres. Son ellos los que siguen el principio de placer, el camino de la menor resistencia, y que así causan las mayores desdichas al interior de la familia”. Bájate los pantalones y tolera, padre, tolera: “Para facilitarse las cosas en el cortísimo plazo, los padres acceden a todas las demandas de los niños, que se convierten cada vez más en pequeños tiranos”. Y en esa gran marioneta, nos hacen llegar a momentos indeseables pero quizás, todavía, quede esperanza: “La larga y negra noche del fin de la historia debe considerarse una oportunidad inmejorable”.Antes del apéndice, asegura sobre la crisis financiera de 2008 lo siguiente: “Los rescates a los bancos se convirtieron en la garantía brutal de la insistencia típica del realismo capitalista, a saber, que no hay alternativa. Permitir que el sistema bancario se desintegrara pasó a ser impensable; la solución fue, por ende, una gigantesca hemorragia de fondos públicos hacia el sector privado”. Ya en el apéndice repite el lema thatcheriano de “No hay alternativa” hablando del estrés posfordista y sus múltiples formas, incidiendo que “el monitoreo inagotable y la precariedad van de la mano”. Y con el control de la situación total, asegura que “el trabajo nunca termina: el trabajador debe estar siempre disponible, sin derecho a una vida privada ajena al tiempo de trabajo”. Y todo es negocio, porque “el capital enferma al trabajador, y luego las compañías farmacéuticas internacionales le venden drogas para que se sienta mejor”. ¿Motivos? Es evidente: “Es más fácil preescribirle una droga a un paciente que efectuar un cambio rotundo en la organización social”. En la última entrega del libro, Deseo postcapitalista, escribe: “La aparición de los bienes de consumo electrónicos ha permitido al capital confundir deseo y tecnología al punto tal de que el deseo por un iPhone se vuelve automáticamente idéntico al deseo de capitalismo a secas”. Y en ese espacio, deja otra frase para reflexionar: “Necesitamos construir aquello que se prometió tantas veces pero que nunca se hizo efectivo a lo largo de las sucesivas revoluciones culturales de la década de 1960: una izquierda antiautoritaria efectiva”. Y terminando de joder la marrana, en la 148, nos pregunta MF: “¿Qué nos impide pensar, en definitiva, que el deseo de Starbucks es el deseo reprimido de comunismo?”. Hasta de las fotografías de Fréderic Chaubin habla MK en DC: “Edificios que se parapetan en el colapso de un mundo con otro, en los que los que el futurismo y la ciencia ficción se chocan con el monumentalismo en una especie de cripto-pop casi psicodélico”. En definitiva, una lectura que motiva para hacernos, repetidamente, preguntas y más preguntas sobre lo que podemos hacer cada uno de nosotros para hacer el mundo mejor.
Ursula Le Guin, La rueda celeste
domingo, 2 de junio de 2024
Marbella. Primera temporada.
Parece que ese principio volpinístico que tanto repito (“El diablo es un agente doble al servicio de la Providencia”) es el motor de la primera temporada de Marbella. Todo es mentira, no te puedes fiar de nadie, con o sin uniforme, con o sin metralletas, con o sin púas que te claven el asfalto a las plantas de los pies (¿o era al revés?). Ahora que, después de Narcos, todo Cristo parece reverenciar a las mafias (da igual la procedencia), no está mal quitarle ese barniz de buenrrollismo, de beatitud, de ayuda al pobre necesitado. Y un pijo. Marbella nos muestra a tipos sin escrúpulos llegados desde distintos lugares y que se encuentran en ese agujero de oro mezcla de maldad y cuento de hadas con bengalas. Y en esa gran mentira edulcorada, no hay ninguno que se salve, porque hasta los policías mal pagados tienen su lado oscuro, tienen sus entrañas podridas. Todos. Y los peores, los abogados, esa estirpe mezcla de carroñeros y caimanes que se hacen de oro a costa (soleada, por supuesto), de lo que sea. Un buen retrato que utiliza el lenguaje animal para demostrar que hasta los mayores bestias tienen sitio de oro en el mejor lugar a escoger.
Donde caiga la flecha
El mismo día de la decimoquinta acabé la lectura de Donde caiga la flecha, ese libro en el que encontramos referencias a Paquirri, al Edificio Hispania, a La historia de Nastagio degli Onesti, al zanahorio de Bobby Axelrod, al Macallan sin hielo, a Robin y Marian y a un montón de asuntos más. La excusa, como siempre con RB y EL, es el periodismo, o se utilizan otros asuntos para hablar de periodismo. ¿Importa? Tal vez, no. Lectura fluida, en la que se ríen de los nuevos convencionalismos de la lengua (“subnormal, retrasado -ella tendría que escribir neurodivergente”), de la “paridad cosmética”, de todo aquello de lo que deberíamos reírnos y no nos reímos en público. En esa falsedad de lo que queda en el periodismo de papel (viva la tinta en las manos), y del otro (“como había dicho su padre, que había muerto hacía veinte años, a ver si se pasaba ya la maldita moda de internet”), se encuentra las autoras como oliva en vermú. Para todas esas mierdas del nuevo periodismo disfrazado de clics, las alforjas no deben ser grandes (“reunión y pérdida de tiempo eran sinónimos”) y los egos ombliguísticos de los que lo dirigen tienen frases (“en la prepotencia del mínimo poder, la que tienen los examinadores de autoescuela”) que no siempre debemos recordar. Y en ese mundo de prisas y compromisos, de estrictos horarios y jodiendas con vistas al editor de textos, podemos referirnos a Pedro el Cruel y a Enrique de Trastámara, o a Francisco Yañez de Almedina, ya que siempre se puede sacar tiempo para eso. Y el campo, en vez de la playa de la anterior aventura de Socorro, se muestra como el escenario de la ruina de seres que disparan a animales pero que desearían poder hacerlo a personas (o creemos que podrían hacerlo, que a fin de cuentas es lo mismo). También se habla de reliquias, de maquinitas de tirar balas, de perdices y cochinos, de comparaciones con las llegadas desde Venezuela a La Florida y de que “las mujeres no son bobas, se ponen bobas porque piensan que eso es lo que les gusta a los hombres”. Y en todo ese revoltijo, en toda esa quimera de inseguridades, aparecen ofertas que no se pueden rechazar y se realiza lo que más uno quiere: “Por fin volvía a lo que más le gustaba del periodismo. Tratar de saber”. Y en esa acumulación de pobrezas que es la vida (“solo la gente sin dinero se compra cosas que no quiere”), RB y EL nos aseguran que “es duro pensar que un imbécil puede causar tanto dolor”. Y apostillan: “Parece como más injusto que si lo hace alguien realmente inteligente”. También reflexionan mucho sobre el desamor, sobre un trabajo con posibilidades varias, sobre los secretos de los matrimonios. Hasta que dejan de tener secretos, hasta que dejan de ser matrimonios. Donde caiga la flecha suena a libro de verano, de granizado de limón, pero con un chorrito de Anís Salzillo, que los buenos libros hay que disfrutarlos sin prisa, aunque pensaba que, en algún momento, se iban a acordar de Greg Lemond. Pum, pum.
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