viernes, 30 de diciembre de 2022

Crashing. Primera temporada.

Hágase querer por un ukelele; hágase querer por un viaje en autobús; hágase querer por un viejo hospital; hágase querer por un hospital reconvertido; hágase querer por una oficina llena de secretos; hágase querer en una fiesta de cumpleaños; hágase querer por una entrada triunfal, por algo no consumado, por algo por descubrir, por alguien al que, realmente, conocer. Con velocidad de vértigo comienza Crashing, nexo de personajes diversos pero que aceleran en sus vidas, que hablan rápido, que viven al día y que buscan un motivo por el que sobrevivir en este asqueroso mundo. Pero en Crashing también hay silencios incómodos, que no solo los hay en Pulp Fiction. No. Hay vida más allá de Tarantino y Phoebe Waller-Bridge es un ejemplo de ella, con o sin ukelele, con viaje en autobús o sin él, con reencuentro con el amigo “de toda la vida”. Aunque a veces se pasa de cafre, está bien que sea mordaz y lenguaraz, cortante y distinta a todo, porque todo ya huele demasiado a naftalina. Nada como trabajar pensando que algún día tu vida no seguirá siendo una ciénaga. ¿Y todo para qué? Para retrasar las decisiones realmente importantes, las que nos cambian la vida. Al final todos fingimos, todos vendemos una mentira para no dejar escapar a alguien aunque realmente no lo necesitamos porque solo nos creemos necesarios nosotros mismos. Y nos lleva, bajo esa apariencia de superficialidad y carreras, de descontrol y dudas continuas, a la pregunta de la formación del átomo, a la de la posibilidad de elegir y a la del razonamiento más simple de todos: ¿Me estoy preguntando realmente si me están utilizando?

jueves, 29 de diciembre de 2022

Infiniti. Primera temporada.

“El universo es una enorme guerra. Y en la guerra debes luchar”. Infiniti desconcierta al principio, pero también llama la atención y atrae a partes iguales. Los asuntos del espacio nos desbordan la imaginación, ponemos etiquetas a botellas y errores, ponemos tildes innecesarias y no resaltamos lo realmente increíble. Cuando hay temas pendientes entre países, cualquier chispa nos monta un tsunami de sangre y venganza, de pesadillas del pasado y órbitas de descontrol. Pero Infiniti nos muestra dinero y miseria, nos muestra dolor y parafernalia, nos muestra delirios y personajes que son incorruptibles hasta que dejan de serlos. Traición al poder, disparos en mitad de ningún sitio y cuando hay rusos, hay distintos tipos de medición de la justicia. Pesca de arrastre para todos, vodka propio para el mal de todos los días. Dos meses y un día después de ver los dos primeros episodios, volví a Infiniti como el que vuelve a un lugar que busca, pero no encuentra, después de una noche de duermevela pero sin cirios, que eran interiores. Los cirios siguen al final, en la serie y en la vida, porque “una bomba atómica no es más que un sol pequeño”. Infiniti también es alianza contra natura, en las que hay que saltarse las normas porque no hay otra opción. Y más preguntas: “¿Por qué siempre tienen que ganar los rusos?”. El hombre de la camisa verde hubiese dicho, se hubiera preguntado el motivo por el que no deben ganar siempre los rusos. Todo es sabotaje en la vida, todo bomba por explotar, todo traición familiar, aunque “es mejor olvidarse de los muertos”. O no. Y el gato de Schrödinger, y muertes necesarias, y realidades paralelas (casi como nuestros llantos) y búsquedas que hacemos aunque nos dé miedo aprender: “Me asusta lo que vamos a descubrir y que la historia se repita”. Siempre se repite, como siempre salimos perdiendo. Y en esta Persia particular que es Infiniti no falta la cara b, no falta el zoatar con rostro quemado, no falta la bruja y los que no son los que dicen ser. Arena para todos porque “el desierto recuperó lo que era suyo y siempre gana”.En Infinti, con sus zonas radiactivas y sus viajes a lugares con cadena, a 400 kilómetros de altura y a 40 kilómetros dentro del infierno estepario, hacen falta pastillitas para el corazón y el ADN, pero debemos observar lo que no hemos visto con atención, o no hemos querido ver: “Mira el cielo. ¿Has visto alguna vez alguna vez un negro tan negro? ¿Has visto alguna vez alguna vez un blanco tan blanco?”. Y frases que creemos que podemos enmarcar, o debemos enmarcar, o simplemente ponerlas en un lienzo para que pensemos en ellas: “Todos sabemos que el infinito existe fuera de nosotros. Pero he descubierto que también hay un infinito en nuestro interior y que está lleno de estrellas. Pero todas esas estrellas son, en realidad, una sola estrella. Son como las hojas de un árbol, cada hoja es única y, a su vez, es idéntica a todas las demás, cada hoja está conectada a un tallo, cada tallo a una rama, cada rama a un tronco. Las ramificaciones representan los numerosos rumbos que nuestras vidas podrían haber tenido. Por cada ramificación de nuestras vidas existe una nueva versión de nuestra existencia, tantas versiones como las hojas de un árbol, tantas hojas como universos, tantos universos como estrellas en el firmamento. Pero todas esas estrellas, al final, solo forman parte del mismo árbol y forman al único e inigualable sol”. Lo dicho: “Solo tenemos una opción: mentir”.

miércoles, 28 de diciembre de 2022

martes, 27 de diciembre de 2022

No me gusta conducir. Primera temporada.

Nada como los putos regaladores de consejos. Sácate el carnet. ¿Qué haces sin carnet? “No soy buen alumno porque soy profesor”. Y un 850 blanco dando saltos, y montarte en el coche con las alumnas, y creer que la universidad es más de lo que es. O lo que es. No me gusta conducir va a lo sencillo de lo macabro, a las preguntas sin respuesta, a las esperas porque hay que esperar. No es para pirotecnia de San Juan, ni de Mahón, pero de vez en cuando, viene bien. 22 años sin presentarse a un examen. O no. “Con 18 años todo es más fácil”. Aunque no sabes si JDB está un poco ido, mareado o drogado sin saber si estuvo o no casado, si firmaba papeles con derecho a algo. O no. Y esas alumnas ejerciendo de alumnas lumbreras sin puerto. Dante para todos, que no va a ser todo el Marqués de Santillana. Y un profesor para prácticas que parece García Albiol, y encima, dando lecciones: “No se conduce con las manos, se conduce con los pies”. Con el pijo le hubiera contestado yo. 45 años y que te den lecciones. Las lecciones os las podéis meter por el pijo. Por el agujerito, concretamente. Viva Enya. Vivan los profesores, que no es lo mismo ser profesor que nostálgico. Y el profesor con sus faldones por dentro, y su camisa abierta dejando ver la camiseta interior. Vivan los perfiles. Y leer en los autobuses, y que te miren raro por leer y por ir en el autobús. Nada nuevo bajo el sol. Vivan los antisociales. Y escribir para las nubes, porque nadie te lee. Y nada nuevo bajo el sol. Vidas lexatinizadas en un mundo de relojes y prisas, de honores oscuros, de errores continuos y viajes de turismo porque no sabemos hacer otra cosa que no sea turismo. O no. Empieza bien No me gusta conducir, pero alarga demasiado una historia agridulce que podía ser más redonda con una horita menos. Pero si nos hacen recordar a Astrud,o al Sr. Chinarro lo perdonamos todo. O casi todo. El infierno sigue lleno de buenas intenciones.

lunes, 26 de diciembre de 2022

Un reino oscuro

Otra historia de Alejandro Hermosilla sin nombres aunque los nombres son reconocibles, tanto o más que los perros enfebrecidos en Casi famosos. Siempre están ahí, siempre aprovechan sus entreguerras para ocupar su lugar predestinado, su trono sin rey, su ascenso divino a una sociedad de reemplazo. Porque la historia de Un reino oscuro va de cambios y huidas, de reemplazos y abandono, de exilio y muros en los que enclaustrarse en una clausura autoimpuesta, porque no siempre es mejor esconderse que morir. O sí. Siempre he tenido dudas sobre la clausura y el exilio, sobre el silencio o la escapada, sobre si pisar cadáveres o salir corriendo del cementerio. O quedarte en él. Empieza Un reino oscuro con una cita de Chateaubriand: “Casi todos los crímenes que castiga la ley se deben al hambre”. Están los estómagos vacíos y los otros, pero los otros no nos interesan, los dejamos al margen, porque como indica bien UR, “no existe un reino más poderoso sobre la tierra que el cementerio”. Siempre podemos inventar un motivo, una excusa, para mirar para otro lado cuando nos viene mierda, cuando gobiernan los que no queremos, o nos imponen que gobiernen otros que no queremos, o son los que queremos, pero no gobiernan como esperábamos. No es lo mismo. También cita AH a Maquiavelo: “Es menester ser príncipe para conocer a fondo la naturaleza de los pueblos”. Yo creo que es mejor no conocerla al 100%, porque siempre salimos asqueados, siempre corriendo, siempre huyendo. Siempre. Me choca lo de la lluvia de inverno (¡malditas latitudes!), me choca el trabajo con los artistas, pero no me choca leer pasajes bíblicos a cualquier hora. ¿Alguien no lo hace? Y volvemos a empezar, porque nada como remodelar una casa, aunque sea de personas desequilibradas, de personas con rémoras, de personas extravagantes (al fin y al cabo, sin gata, todos lo somos, que decía el hombre de la camisa verde). También cita a de Nerval: “El odio es el más resistente escudo de los monarcas”. Hablando de escudos siempre le digo a mis alumnos, entre susurros, que nos hacen falta más tipos como Vic Mackey en nuestras vidas, reyes desgraciados en un mundo pequeño y muy particular, con cúpula incluida, porque en todas las abadías nos encontramos alguna. Pero amigos de paletos aparte, en URO vemos reyes y sombras, personas rodeadas de personas maliciosas pero necesarias, como ese marchante en torno al paisajista que es descrito como el mal en persona, pero como buen parásito de envidia, necesitamos. O creemos necesitar, o creemos recrear. Ayer, hablando de arte con un tipo nacido en mayo de 1936, nos recreamos en Botticelli y en cuadros de mujeres del renacimiento, en la tentación de Santo Tomás de Orihuela y en menipos velazqueños, en tipos muertos en explosiones de Delft y en violines ingresianos, porque al final el arte nos lleva a la abstracción pero también a la perversión. Escribe Hermosilla sobre “el fracaso absoluto de Occidente, el delirio total, la extinción de la naturaleza, la destrucción religiosa y la angustia divina” mientras reflexiona sobre los reyes y sus vástagos, ya sea Gustavo I de Suecia (y su hijo Erico), o Carlos VII de Francia, o Luis XV, o Felipe IV, o los bizantinos Constantino VI o Justiniano II. Como con mi conversación con el de 86 años, pintor para más señas, nos obsesionan los retratos, aunque ya no estén de moda. En la página 56 de Un reino oscuro, leemos: “No había pasado, sin embargo, más de veinte años desde su fallecimiento y el retratista de la corte parecía ya un vestigio del pasado. Un fantasma. Su concepción del arte y la educación se encontraba completamente aniquilada. En nuestro reino, la pintura había dejado de existir. Era una sombra”. Pensemos en La esclusa, en La vicaría, en el arte como elevación, hasta que deja de serlo: “La pintura ya no era pintura y probablemente no lo sería nunca más. Ahora era una mancha. Una bruma. Un apagón interminable porque ninguna de aquellas bestias que estaban dispuestas a destruir el arte a cambio de unas monedas, pintaba. Ninguno de ellos veía”. Apostilla Hermosilla: “Un oscuro colegio donde no se enseñaba más que a escupir en la tradición”. Empiezas con un cuadro, con una imagen, con un pensamiento, y acabas con toda la política y la tradición de un tiempo. Subraya el autor palabras como locura y deterioro, y el amor por los conflictos, y los violines salvajes, y el ocaso y el vicio, y la ausencia de barba y la búsqueda de lo que se perdió entre las pamplinas del día a día: “El paisajista admiraba a esos hombres capaces de convertir la guerra en un banquete sangriento, el trabajo diario en un venerable placer y su honor en un vendaval”. Y cuando hay dejadez, llega el desastre, el arrastre, una pesca de bajura en la que solo quedan piedras en las redes y no hay San Pedro que arregle la llegada al puerto: “Los reyes modernos se habían convertido en marionetas del pueblo. Animosas muñequitas que no se imponían. No alzaban su voz como los antiguos. No se atrevían a romper los protocolos o a quebrar alguna regla porque querían ser reyes de novela. Príncipes de cuento. Reyes perfectos. Por lo que ya no estaban interesados en reinar. No sabían, de hecho, reinar. Desconocían qué era reinar, para qué reinar, para quién reinar”. Y en su lecho, marionetas con zapatillas de marca: “Las reinas modernas no se vestían, se perfumaban. Las reinas modernas no dormían, se perfumaban. Un delirio moderno que obviamente, había provocado que muchas de ellas enloquecieran”. Ya lo decía el hombre de la camisa verde: ¡Viva Sarajevo! O no. Quizás la doble efe fue solo un error, una piedrecita en nuestro zapato histórico, un desnivel antes de una autopista perfecta. Escribe AH: “Los reinos modernos se habían llenado de hijos bastardos de arañas y nadie sabía ya si existían tan siquiera los reyes, si los reyes eran margaritas, pétalos de rosas o arañas”. Y en nuestro particular viaje a Éfeso, con viento y acompañados, encontramos calvario y más calvario: “No buscaban lienzos para reflexionar sino para distraerse y abstraerse, para huir de la realidad y no para afrontarla”. Subraya la palabra crepúsculo el autor, porque “como consecuencia de esa inmensa tormenta crepuscular, todos los integrantes de nuestro reino nos habíamos convertido en suicidas potenciales, ciudadanos sin orgullo, carácter ni sentimiento religioso que podíamos acabar con nuestra vida en cualquier momento por los motivos más superficiales”. Viva la superficialidad y los himnos de John Cipollina. También enfatiza el autor la conversión del ocio en religión, y del placer en un deber: “Cualquier cosa por huir de esa odiosa atmósfera que no más que remitía al crepúsculo, invitaba al suicidio y anunciaba el ocaso total de Occidente”. Y como todo es mentira, podemos llegar al Barroco, o a Madrazo, o a La mujer barbuda, o recrearnos en Carel Fabritius, o en La Inmaculada de Murillo, o a lo que escribe Hermosilla: “Durante el Barroco, en los palacios reales, era frecuente que alguien pronunciara una palabra y se interpretara lo contrario. Cuando alguien decía la verdad se pensaba que era mentira y si se mentía se solía creer que había dicho la verdad, porque nadie estaba seguro de nada de lo que se decía. Nunca se sabía si una afirmación era verdadera o falsa, ni tan siquiera si existían la verdad o la mentira”. Y entonces, en el paisaje vemos personajes oscuros que nos dominan, o que hemos dejado que nos dominen entre la crueldad. Y de los pintores a los duques, y tiro porque no me toca y me salto el turno: “Una absoluta abominación que llevaba al duque a considerar profetas de la miseria a quienes despreciaban o minusvaloraban a nuestro rey, como era el caso de los sátrapas ilustrados”. Añade MH: “Los ciudadanos ilustrados y demócratas eran completamente crédulos. Eran muy fáciles de engañar”. Y en esa tragicomedia, casi como Conte en el Tottenham, llegamos a lo que no queremos: “Eran seres medianos. Víctimas que se creían moralmente superiores al resto de sus semejantes. Eran individuos átonos y abúlicos que no se atrevían a incinerarse para defender a un rey ni tampoco a traicionarlo”. Todo mentira, como el día a día: “Un enorme engaño ilustrado. Una gigantesca comedia ilustrada que no escondía más que crueldad”. Y entonces, la venta de lo que los aguafiestas ahora llaman relato, la compraventa de una narración ficticia que nos mete con calzador una moraleja con la que martirizarnos y llevarnos al caos: “Habían convertido la existencia en una fábula destructiva, una fábula emergida de una pesadilla”. Y en la artificiosidad de esa mentira, escribe el autor: “Hablaban maravillas de la vida moderna, aunque el mundo se había convertido en un manicomio ateo, un oscuro convento ilustrado”. Reflexiona también el autor sobre la confusión entre puntos de vista y perspectiva, sobre la mentira de la falsa igualdad: “Porque para los nobles demócratas e ilustrados lo de menos eran los argumentos, lo de menos era el contenido de las ideas, la razón que había en ellas, la verdad que exponían. Lo importante era la igualdad y estaban, desde luego, dispuestos a defenderla e imponerla de la manera que fuera”. Y la figura del verdugo, siempre al acecho. Y el pianista que “creía al rey capaz de todo”, y que nos muestra una opinión sobre lo que se analiza y se recrea: “Pero si existe una mano peligrosa es la de nuestro rey, ya que nunca se sabe si cuando roza o apunta a alguien lo hace como señal de amistad o de enemistad. Esa mano no es cálida ni fría. Es incolora. Desprende hedor, pero no huele concretamente a nada”. Y la desconfianza, y la mediocridad, y el suicidio colectivo, y Wagner, y la delegación y los alarifes convertidos en otra cosa, y Nietzsche, y Celine, y Musil, y Kafka, y Canetti y las referencias a Hitler y a Stalin, y Edipo rey, y Alexis de Tocqueville, y Cioran, y los buitres que acechan nuestra quijotera y las quijoteras de todos. Escribe AH: “Según Canetti, Adolf Hitler y Iósif Stalin eran la viva imagen de los nuevos monarcas de Occidente anunciados por Nietzsche. Reyes nihilistas, reyes negros, reyes oscuros, reyes asesinos educados entre la plebe cuya enorme sombra permitía rememorar la figura de los viejos soberanos míticos y ancestrales”. Un reino oscuro nos describe un pasado reciente, una contemporaneidad que no debemos olvidar porque cada día se repite, y como repetía más de una vez Ginés Caballero refiriéndose a los Balcanes, “tenemos la guerra a un viajecito corto de avión”. No sé si la vida es una manzana como decía el personaje que escribió dos novelas y un ensayo (“Un fruto que siempre acaba siendo mordisqueado o cayendo de una rama”), pero si que “la existencia se había convertido en un eclipse continuo”. Y Un reino oscuro nos viene bien para tener presente que todo es un eclipse continuo y que todo es mentira.

"Hazte un Nuevas sensaciones"

Hazte un “Nuevas sensaciones”. No sé el nombre (bueno, sí lo sé, pero no quiere nunca que l o diga) de la persona que, en determinadas situaciones, decía que hiciéramos un “Nuevas sensaciones”. Ante mayor responsabilidad, mayor pasotismo; ante mayor indignidad, mayor pasotismo; ante mayor mierda, mayor pasotismo. Lo que hizo Jota, consciente o inconscientemente, en aquella grabación en playback de Nuevas sensaciones, es memorable. Un ejemplo a seguir, un modelo, equidistante, pero modelo a fin de cuentas, y si sumamos esas cuentas (las de la vida, la del paripé, la de la jodienda con vistas a la bahía en la que vivimos) siempre salimos perdiendo. Y como siempre salimos perdiendo, mejor hace un “Nuevas sensaciones” que seguir viviendo como borregos, como rebaño camino al matadero que nos merecemos. Nos lo merecemos, pero no de ahora. No. De hace mucho tiempo. ¿Qué fue de la rebeldía? ¿Qué fue? ¿Qué?

lunes, 19 de diciembre de 2022

14 (de Jean Echenoz)

No tenía conocimiento de 14 de Echenoz hasta que el amigo Sergio dijo que se lo mandaba a sus alumnos para que se lo regalaran por Reyes. Un buen regalo para algunos; lo de siempre, para la mayoría. Salvo una ínfima parte, esa es una guerra perdida, y no solo la del catorce, no solo en la que llaman a rebato las campanas de un sábado, no solo por el recuerdo de tallas ajustables únicamente para los primeros. Nada como recoger tu mortaja, tu ropa de muerte, tu cuadro sin lienzo, tu gran mentira sin mentira. Volví el jueves 17 a poner en clase los primeros minutos de 37 días, pero los bostezos del personal eran indicativos: ni Francisco Fernando, ni Sarajevo, ni telegramas desde los Balcanes, ni embajadores con bigotito. Nada les interesaba. Vuelvo a 14. Bigotitos de una generación que murió con su bigotito generacional. La guerra del ruido se llevó a los bigotitos. Con fotos, pero se los llevó a casi todos. A muchos. Habla Echenoz de velocidad, de reservistas viejos (de los 34 a 49 años), Resaca, bebida y disfrute de una noche por si es la última noche. O la penúltima. Precoces todos antes del infierno, desfilando todos como en un acto de sumisión valiente, como un árbol podrido que se resiste a caer pese al viento y las inclemencias. Tiza e himno nacional, ingenuidad hasta el tuétano. La confianza, ese asco del que todos nos enorgullecemos y nos lleva a la barbarie: “ Pero en general la gente sonreía confiada, pues a todas luces aquello duraría poco, regresarían enseguida”. Hágase querer entre Nantes y las Ardenas, o entre unas vías demasiado estrechas, o con un rictus de felicidad más falso que el penúltimo cómic de moda. Y la burguesía y sus cuitas y sus libros y sus cuadros y sus preocupaciones sin necesidad: perfumes y medias que tienen su utilidad hasta que dejan de tener su utilidad. Cartas que se esperan, en paralelo, para aumentar la mentira de la mediocridad burguesa. Y sale un jardinero, cojo y sordo y riegue aunque no pidan agua esas plantas, como bebemos sin sed y respiramos sin motivo aparente. Todo es un otoño eterno, y hay demasiada hoja muerta en el suelo. Demasiada. Patriotismo y objetos perdidos, simbolismo de una guerra que dura hasta hoy. Y el tiempo, siempre medido con irregularidad, con prejuicios, siempre mirado por encima del campanario, aunque no sea sábado: “También todo está más tranquilo porque hay menos gente, sobre todo hombres jóvenes en la calle, o muy jóvenes, pues estos, convencidos en su mayoría de que el conflicto será muy breve, lo ignoran y no quieren preocuparse”. Hace Echenoz un listado de los lisiados y miopes que, temporalmente, se escaparon de la barbarie porque la barbarie física ya estaba en ellos de alguna manera. Pero todo era cuestión de tiempo, de que los reservistas viejos cayeran entre estruendos, de que los jóvenes de bigotito cayeran entre estruendos, de que las fábricas de ataúdes se quedaran sin madera y sin ataúdes. La oscuridad de los enchufados y la soledad de las cervecerías y las promesas de capitanes que se quedan en el camino, o en Las Ardenas. Y frases para repetir antes del frente: “Si mueren hombres en la guerra, será por falta de higiene. Lo que mata no son las balas, sino la falta de aseo, que es nefasta y que es lo primero que deben ustedes combatir. De modo que lávense, aféitense, péinense y nada tienen que temer”. Y las preocupaciones cotidianas, las de toda la vida, las que no salen en los libros de Historia pero son Historia porque no hay otra cosa que lo nos pasa por la garganta: “Algunos se quejaban ya de que no encontraban nada que comer, ni cerveza ni siquiera cerillas, y de que el vino que vendían los lugareños, quienes habían pillado al vuelo la oportunidad de aprovecharse de los acontecimientos, estaba a precios imposibles”. Y zapatos para todos, porque no entendemos la vida sin zapatos. Y la medicina y la concejalía, casi como un concejal de Deportes en Murcia llevado al cambio, o a la dimisión, o a nada de ello porque todo se confunde. O casi todo se confunde. O todo es confusión. Y hay asuntos de nueve meses que pueden solucionarse en quince días, si es que no queremos que los nueve meses sean cuarenta y tantas semanas. Pero esas preguntas, con o sin mano en el vientre, son infiernos personales, en 1914 y en 2022, que los siglos solo entorpecen las cosas. Y los meses pasan, y llega el frío y la lluvia donde todo era sol y calor. Y ciruelas para todos. Y la sed, ese invento bíblico para tiempos postapocalítpticos: “Aquello no podía seguir así, el estado mayor no tardó en comprender la ventaja que suponía saciar la sed de unos hombres, toda vez que la ebriedad aletargaba el miedo, pero todavía no se había llegado a ese punto”. Trueque, pueblos abandonados, cartas en el suelo, perros enfebrecidos (¿o eran abandonados?) y todo tipo de bazofia al alcance de todo tipo de gentes. Me quejo, últimamente, demasiado sobre la falta de comodidades, sobre las incomodidades, sobre lo que no es cómodo en general (y no solo en Gladiator), y me llegan otras indicaciones sobre lo que en realidad no es cómodo, sobre la falta de comodidad, en sermones de un cura que no parece un cura o en 14.Y las mochilas y el aguardiente, y lo que es necesario y lo que es superfluo, peso y más peso sobre lo seco y lo mojado, multiplicando el dolor y el pesar, la ausencia que no terminaba de desaparecer. Y la descripción del vuelo y de la observación, del insecto y el calor, y las novedades con nombre y apellido, máquinas para hacer daño en un momento en el que todo suponía hacer mucho más daño. Bayoneta y Marsellesa, aunque a veces el orden nos da igual, aunque cuando se unen en una misma frase esas dos palabras la tercera en la asociación es sangre. Campo de avena y enemigos se funden con el fuego amigo, el propio, deseos de acabar con todo lo que se movía. Orquestas reducidas. Y de ahí, a la robotización del soldado: “Aquel recorrido se prolongó durante todo el otoño, al cabo del cual pasó a convertirse en algo automático; los soldados acabaron no siendo casi conscientes de que andaban”. Y la paralización, peones contra peones, ajedrez macabro bajo una lluvia que no paraba y un frío que se hacía eterno noche tras noche. Palas y picos que pasaron de mochila a tierra, que las funciones tienen una función. Y las barrigas y sus frutos, y las mentiras que, con la ausencia, son más mentira. Y las elecciones, y las preferencias equivocadas, y nunca se sabes si el aire o el suelo son más peligrosos que la vida cotidiana. Quejas, censura, cartas. Y la distancia entre los que sabían y no sabían leer, clasismo lector antes que real, que la guerra casi todo lo iguala. Viva el boche. Proyectil, gas, infierno. Y túnel e infierno. Y más infierno. Y no hay nariz rota que no se mantenga firme ante el infierno nasal: “Los soldados se aferran a su fusil y a su machete, cuyo metal oxidado, empañado, oscurecido por los gases, apenas reluce ya bajo el fulgor helado de las bengalas, en un ambiente corrompido por los caballos descompuestos, la putrefacción de los hombres caídos y, en la zona donde están los que se mantienen más o menos derechos en medio del lodo, el olor de sus orines, de su mierda y de su sudor, de su mugre y de sus vómitos, por no hablar de esos pegajosos efluvios a rancio, a moho, a viejo, cuando en principio están en el frente y se hallan al aire libre”. Escribe Echenoz que quizás no tengamos que pararnos en esta “apestosa ópera”. Pero si hay que hacerlo. Una y otra vez, que no se olvide, que no se repita, que no quede al margen de un videojuego que ahora todo es historia de red social pero no Historia. Las palabras que utiliza exactamente Echenoz son las siguientes: “Además, quizá tampoco sea útil ni pertinente comparar la guerra con una ópera, y menos cuando no se es muy aficionado a la ópera, aunque la guerra,como ella, sea grandiosa, enfática, excesiva, llena de ingratas morosidades, como ella arme mucho ruido y con frecuencia, a la larga, resulte bastante fastidiosa”. Y pasó el sol, y la lluvia, y llegó la nieve, juguete natural en época de juguetes sangrientos. Y ya sabemos el párrafo en el que Nick Hornby encontró la inspiración para su frase del pop y la tristeza: “Ya, pero lo peor, insistió Padioleau, es que no acabo de saber si me siento abrumado porque me duele la barriga (estás empezando a tocarnos las narices, observó Bossis) o me duele la barriga porque me siento abrumado, no sé si me explico”. Y la carnicería preparada para la explosión de casquería, sangre, vísceras y trozos variados. Y el manco y Verdún, y el carricoche y las preguntas incómodas. Y los subsidios, y la sustitución fraternal (once, ni más ni menos), y la erección perruna, y los años sumando años de par en par, y 500 días de mierda y asco, y mentiras desde los despachos para que los del barro y el avión comieran el polvo, porque poco más había que comer: “...embriagar al soldado contribuye a incrementar su valor y, sobre todo, disminuye la conciencia de su condición”. Y el hambre haciendo nuevos amigos en las tripas, o en las mascotas, en el desbarre, aunque dice Echenoz que “no todo es comida en la vida”. Piojos y ratas todos, o casi todos, que en los palacios presidenciales se comía de lujo, se bañaba uno con agua caliente. Y en la locura, en la mediocridad del error de una guerra, la automutilación que a veces acababa en traición (aunque la frase del JFK stoneano siempre nos vuelve a la cabeza), aunque Echenoz lo describe muy bien: “Algunos han intentado administrarse por sí mismos la benéfica herida, sin llamar mucho la atención, disparándose una bala en la mano por ejemplo, pero por lo común han fracasado: los han descubierto, juzgado y fusilado por traición. Ser fusilado por los propios, mejor que asfixiado, carbonizado, despedazado por los gases, los lanzallamas o los proyectiles del enemigo, podía ser una opción. Pero también podía fusilarse uno mismo, dedo del pie pegado al gatillo y cañón en la boca, una manera de irse como cualquier otra, podía ser una segunda opción”. Pum pum, que diría el amigo Andrés. Y reflexiones sobre la amistad, o la falta de amigos, o lo irreemplazable de ciertas actitudes, de ciertos axiomas convertidos en humo sobre una superficie en la que solo hay muerte. Y los enemigos, muchas veces (incluso antes del matrimonio), están en casa. Y la inspección inquisitorial siempre juega de local en un campo infernal donde la palabra ultra se queda corta. Cortísima. Y siempre ganan los mismo, aunque no suene Que no sea Kang, por favor. Y la pregunta del millón: ¿Cuánto pesa un brazo? ¿Por qué no pensamos las preguntas antes de realizarlas? ¿Por qué empeñarnos en mentirnos ante ese ventilador que nos aleja constantemente de la realidad? Y los actos vacíos pero reconocibles, y el olvido en lo más extraño de nuestro ser, y la jodienda de reescribir en la mente el origen de la escritura bíblica, porque hace falta un Mesías para salvar a los vivos tras una guerra, que con los muertos ya cumplió de sobra. Y el recuerdo como único punto en común de unos supervivientes que, alejados de la guerra, ya no tenían nada en lo que sustentarse, porque después de una guerra el abismo es enorme. Y los finales, ya sean agonías vitales o epílogos de guerras, arrasan con todo, con la carne fresca del reclutamiento y la ropa que la envolvía. Una buena recomendación la del amigo Sergio Belmonte García, pero no hay esperanza con parte de esta generación del XXI porque como me decía hoy una de mis alumnas de 4º de ESO, “no me he leído un libro en la vida”. Pues eso, sigan el camino de la hierba, introdúzcanse en el bosque a la espera de que tres esbirros, secuaces del ministerio de la mentira de turno, arrasen con todo. O quizás sea mejor que los sigamos aprobando y que lleguen a ingenieros. Y que la mentira siga triunfando.

Entre el segundo y el tercer toque

Siempre hay que saber encontrar las palabras adecuadas.

domingo, 18 de diciembre de 2022

El jardinero

Llevaba mucho tiempo sin sentarme en mi sala de estudio, usurpada por la distancia y el trabajo, males no solo bíblicos aunque la Biblia sea todo. Siempre busco, tardomedieval siempre, escapes a esta vida sin solución. Llevaba, digo, mucho tiempo, sin empezar del tirón un libro con el que buscar una tierra libre, exenta de cargos, cuyo titular (el conde) pueda venderla, alquilarla, legarla y llegué, entonces, a la obra titulada El jardinero, de Alejandro Hermosilla. En esta historia, de escaleras y jardines, de seres condenados y condenas que no acaban, hay confusión y locura, hay creencias falsas y lenguas que no se entienden, personajes principales sin nombres y herramientas que, utilizadas en su justa medida, nos salvan del manicomio o nos llevan a él. Con una portada sugerente, El jardinero nos lleva a un mundo cerrado y de reclusión, aunque nos advierte el autor al inicio que va dedicada la obra “a aquellas personas que han levantado falso testimonio en un juicio”, y la hace extensible a “todos los frustrados y vanidosos”. Después, se inicia el libro con una cita del Libro de las Lamentaciones (1: 1-10), y se recurre al Génesis para el epílogo (15: 3-4). Ahora que tanto recurrimos al Génesis en el cubo, no está mal subrayar que EJ nos muestra relaciones familiares especiales y perversas, aunque hay relaciones especiales que son más perversas que especiales. Pero de todo hay en el jardín del condado, en la viña del señor, en la cualidad del obrero y en la objeción del que lee. En esa cualidad del jardinero, valora tanto la narración que sepa Historia Antigua (viva 1º de ESO), y esgrima, y tarot, y pintura, y que tuviera disponibilidad total. Ahora que estoy recluido en tierras alejadas donde escucho campanas solo las mañanas de quietud, son más necesarios que nunca estos personajes, siempre personajes. Pero no nos centremos en el hoy ni el Génesis, centrémonos en esta joyita llamada El jardinero. ¿Más cosas sobre el jardinero? Más. En la página 20, podemos leer: “…y en lo posible, que tenga un hijo, porque su paternidad permite prever que no desviará su trabajo, cuya remuneración, por otra parte, no será más que la estrictamente necesaria para su mantenimiento, dado que es importante que sea dependiente de sus señores”. Estamos casados con nuestras mujeres y con nuestras profesiones, recordando a Montes ahora que estamos en jardines. Pero no solo hay referencias a la Historia Antigua, también a la Baja Edad Media gracias al rastrillo, que también nos lleva a la Revolución Francesa, como lo hace la raedera con la Revolución Industrial. En El jardinero también debemos fijarnos en los simbolismos (la flor de malva lo es del condado), y en las orgías, o en las reuniones de nobles que acababan en orgías (y podríamos pensar en Jacques de Molay, y en las explicaciones que dio la profesora Martínez Carrillo al respecto, pero no estamos en la latitud correcta, ni se ha incendiado la biblioteca, ni se han perdido mapas ni pergaminos). El jardinero nos lleva también a reflexionar sobre la esterilidad, pero todo es mentira, como lo fue la muerte del infante don Carlos que salpicó de mierda a Felipe II. Pero como nos da igual, y disfrutamos con las preguntas que continuamente nos hace la narración, y disfrutamos subiendo y bajando escaleras una y otra vez, porque el infierno es así: “No he engendrado jamás un hijo ni lo engendraré. ¿Cómo hacerlo mientras ese horripilante ser siga vivo?”. No nos preguntamos, y deberíamos, si estamos viviendo una vida acorde a lo pensado: no nos vemos desde fuera (o no queremos vernos, o nos fastidia vernos y nos damos asco): “Toda relación tiene defectos, incluso la nuestra”. Nos deja también AH en EJ pildoritas para nuestra salvación temporal, invitaciones a futuras lecturas de Francis Bacon, de Pierre Le Lorain de Vallemont y otras más, y nos lleva a tener presente la azada y sus funciones, el estiércol y sus funciones, los contratos y sus funciones. Nada como atarse en un papel, nada como caer en la herejía, nada como confundir padre, hijo, paloma, espíritu santo y dogma convertido en chiste ambulante. ¿O era al revés? Más frases en las que mirarnos: “Sé que goza aplastando e hiriendo gusanos. Probablemente porque eso es lo que nosotros seamos para él: larvas a las que aniquilar”. En este espejo de grillos kafkianos que es El jardinero, la sequía se hace presente, como los perros y sus aullidos, su servilismo y su docilidad hasta que dejan de serlo. Y en esas relaciones, entre padres que no se desean y hermanos que desaparecen, entre amigos olvidados y relaciones recuperadas, nos perdemos en la brújula de la jardinería. Hay veces que es un poco caótico todo en El jardinero, pero bendito caos: “¿Qué son, entonces, el bien y el mal? ¿Son la misma cosa, por medio de la cual testimoniamos con rabia nuestra impotencia y la pasión de alcanzar el infinito, incluso por los medios más insensatos? ¿O bien son dos cosas diferentes? Sí. Es mejor que sean una misma cosa, pues de no ser así ¿en qué me convertiría el día del Juicio Final?”. Y nos da igual el condado, el jardinero, el odio de una persona a otra, porque todo es mentira: “Cuesta ahora encontrar a dos personas dialogando o una tienda abierta, pero si uno insiste y es persistente puede lograrlo. No resulta extraño, de todas formas, hallar en las tabernas a varias personas reunidas. Aunque, generalmente, se encuentran en silencio. Con el ánimo bajo. Ahondando en el vacío. Pendientes de sí mismos”. Somos ombligos andantes, en busca de enemigo cuando somos el enemigo, en busca de una muerte ajena cuando es la nuestra la que desea la mayoría. Y, a veces, nos siguen con o sin motivo, sean perros o soldados, sean nubes con ánimo de tormenta o soles que martirizan: “No existe un solo signo que confirme que la noche cerrada vaya a abrirse y que este eclipse continuo vaya a finalizar”. ¿Quién nos guía? ¿Quién nos muestra el futuro? ¿A quién escuchamos? Tenemos muchos problemas, y nos buscamos más problemas: “Hoy ha vuelto a pronunciar un discurso. Una de sus habituales arengas proféticas que hablan de la llegada de un elegido que cambiará el destino de estas tierras, gracias al cual volverá a salir el sol, los pastos reverdecerán y el orden se restablecerá en el condado”. El jardinero nos lleva a buscar salida del Luis Valenciano y del Román Alberca, pero luego nos damos cuenta que allí dentro estábamos más seguros, entre la oscuridad y el desánimo, entre las tinieblas y la falta de luz, que la poda de la tortura no solo era en la Edad Media. No. Cada uno encuentra las suyas, sea en las muertes de los familiares, sea en las luchas por una herencia, sea en el enfrentamiento por una mujer, sea en las cuestas de la escalera, sea en el cuadro sin mujeres, sea en los tragos de anís: “No sé a veces si mi esposa es real o simplemente un ensueño fabricado por mi mente cuando bebo anís y aspiro el aroma de las plantas que los criados traen a manos llenas de los jardines”. Y en ese panorama, la guerra, la batalla eterna, y la luz después de la oscuridad, y la destrucción y creerte más que nadie cuando eres el último de los últimos: “Al fin y al cabo, soy el conde y todo me está permitido”. Y los ejercicios espirituales, convertidos en aquelarres y en bodas, en atenciones desatentas, en criados que ocupan puestos que no son los suyos, en creencias convertidas en herejías y perseguidas por yugos con forma de raedera: “Sé que he nacido para poner el castillo bajo mi yugo, doblegarlo, porque todos hablan de ello. Todos saben que yo, únicamente yo, soy el elegido. Yo soy quien dotará de descendencia a su estirpe”. En mitad de las mentiras, en mitad de los libros sagrados que da miedo tocarlos (no digo leerlos), siempre podemos buscar equivalencias, y no solo en El jardinero: “Me fascinan las historias en las que los santos son torturados enfrente de sus opresores y están a punto de renegar de sus creencias pero, finalmente, resisten. Y me seducen también los libros sagrados en los que egregios profetas vaticinan los futuros castigos de los seres humanos si estos no corrigen su comportamiento”. Elegidos todos, entonces. O ninguno. O la negación, o las ramas como instrumentos de castigo, o las citas de Francisco Fariello, y las llamas y la continua decepción: “No he podido derramar una lágrima en el entierro de mi padre. Pero no sé si ha sido de tristeza o de alivio”. En definitiva, El jardinero no es un libro fácil, pero está muy bien tenerlo presente en estos días en los que todo parece oscuridad y, de tarde, muy de tarde en tarde, sale el sol en nuestro condado particular.

sábado, 17 de diciembre de 2022

Ya falta menos para la hora de misa

Paris Police 1900. Primera temporada.

La división de Francia. “El antisemitismo es una causa sagrada”. Y los leños, también. Libertad y salir libre y vender mierda, y contar mierda, y encontrar la diferencia entre un 15 y un 13. Lugares equivocados en el país equivocado. “Es más que decepción: es derrota”. Claro que sí. “El cielo nos ha salvado. Lluvia: apaga incendios y calma disturbios. Si hubiera llovido en julio de 1789, Francia seguiría siendo una monarquía”. Beber mucho para enjuagar las palabras propias, creo recordar que nos dicen al principio de Paris Police 1900. Buenas historias, buena ambientación, buenos fármacos, buena prensa para una serie que aspira a mucho y, quizás, eso sea demasiado. Muchos gallos en el corral. También hay zorras, desde el principio y arrodilladas ante el presidente Faure, pero como ahora los empoderamientos que se ponen en valor son otros resaltamos a la abogada de la portada y ponemos altavoz a alguna de sus frases: “El control: esa cualidad masculina que me falta para ser abogada”. Y el teatro, y los periódicos con matices, y la justicia, y la corrupción policial, y l a droga, y las palizas, y los judíos financiando la anarquía según algunos. Y la movilidad fronteriza tras la guerra de francoprusiana del 70, y los alsacianos que un día fueron franceses y al siguiente, alemanes. Paris Police 1900, al principio, desconcierta por ese exceso, por tanto argumento de sopetón, por el affaire Dreyfus y la burguesía con vicios, y el antijudaísmo y las familias numerosas, y la prostitución como hecho cotidiano. Todo de golpe. No valen ni las recetas de Chef Pacuco para frentar el ímpetu inicial. Poco a poco, conforme pasan los capítulos, el desconcierto sigue pero la niebla, poco a poco, va desapareciendo mientras nos muestran fogonazos a la luz de las fotografías con las que soborno (lo del soborno empezó mucho antes de las redes sociales y los videos comprometidos). Y con pretensiones no solo está la abogada, están policías y políticos, vanguardia convertida en retaguardia (ahora también toca mucho espabilado esa tecla) y los hijos bastardos que viven aislados de la alta marejada que los sitúa en el centro del tsunami de la historia, Entre incestos y achuchones, entre heridas mortales y de las otras, Paris Police 1900 es una serie compleja, llena de ambición aunque quizá es misma ambición la lleva a la dispersión. Pero bendita dispersión.

Una jirafa /Undécima mancha

jueves, 15 de diciembre de 2022

The White Lotus. Segunda temporada.

Empezamos, para acabar, con dos frases del séptimo capítulo de la segunda temporada de The White Lotus: “Cada uno debe hacer lo que sea necesario para no sentirse una víctima de la vida. Utiliza la imaginación”. En la segunda, seguimos con la reflexión junto a la Sicilia de olas y cruces con flores en los islotes: “No hace falta saberlo todo para querer a alguien”. Esta segunda temporada es distracción y sospecha, es utopía y prostitución, es piano forte y aullidos caros, es champán y viaje, es decepción familiar y oportunidad perdida, es capitulación matrimonial y excusa, es cambiar de vida para volver a la rutina. A veces, cuando nos escapamos creemos que latitud y longitud cambiantes hacen olvidar. Nada más lejos de la realidad. Se puede estar muy lejos sin separarte un momento de alguien que, en teoría, lo era todo. En época de vacaciones morales, siempre recordamos la frase de Casi Famosos: “La gente guapa no tiene valores”. Siempre salimos perdiendo cuando nos hacemos preguntas profundas, cuando nos creemos por encima del mal y del peor. Salimos del dormitorio habitual para meternos en otro que sigue siendo otro infierno. Mismas situaciones, distintos problemas, jodiendas eternas. Y tenemos el mismo ventilador de ideas, seguimos siendo, como escuchamos en el sexto episodio, “demasiado jóvenes para ser tan viejos”. Este escape, esta huida, esta desesperación, esta canción sin melodía ni acorde que nos atormenta es lo que vivimos: la mentira de un naipe sobre otro, de otra casa sin cimientos, de gente que convive solo porque hay que tirar el ancla en algún sitio después de una travesía sin rumbo. Lugares raros, gente perdida, lugares cálidos para gente con el alma fría. Y si nos despistamos está Tapia de Veer para sacarnos la cera de los oídos y un gato sobre una columna romana nos mira desafiante, y sale Michael Imperioli, y el mar es una constante y todo se enturbia ante un Jónico. O no. Todo mentira en esta vida.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

Natalia dice

martes, 13 de diciembre de 2022

Himno de brasas

El Geniecillo de las Tentaciones

Me dedica el amigo Jesús Manuel García Gómez su última obra, El Geniecillo de las Tentaciones, en la que me habla de “esta historia crapulesca” para que tenga “siempre muy presentes los peligros de la tentación”. Nos lleva a la villa romana de Los Cantos, en Bullas, en el siglo III d.C. Me gustan estas letras mayúsculas escogidas para EGDLT, aunque al principio las viñetas hablen del trabajo de algunos (no de todos, que siempre hay un Fulvio en nuestras vidas). El hambre y las ganas de comer, las tentaciones y los altares, la comida fresca y la eternidad: “Asume con resignación el castigo que te han impuesto los dioses y cúmplelo, hasta que de alguna manera los agrades y llegue el perdón”. Los saqueos bárbaros son siempre un aditivo, una historia con la que meter miedo o ilustrar con mentiras nuestra triste existencia: “No es robar, sino realmente guardar en un lugar mejor las cosas. Por momentos, en la huida del personaje, el tebeo parece un videojuego, un Super Mario Bros o un Wonder Boy intentando escapar… y todo por un asunto de monedas. Y los saltos en el tiempo, y los hallazgos, y las catedrales atemporales, y la avaricia del coleccionista, y las típicas tabernas, y los golpes de suerte, y los papeles del divorcio, y las ciudades de los dioses convertidas en esclavitud eterna: “Me niego a aceptar esta condición, son seres estúpidos, que solamente trabajan para pagar facturas”. Menos mal que tenemos siempre a mano algún divertimento, como la lectura de la penúltima aventura de Megacuarenteno. Menos mal que no todo es pagar facturas. O casi.

sábado, 26 de noviembre de 2022

Verbolario

Empieza Verbolario con un número escrito con palabras: “Dos mil quinientos días de Verbolario”. Yo empiezo, o termino, algunas clases, hablando de curiosidades y casualidades: “Curioso, que no casual, que las casualidades no existen”. Rodrigo Cortes, empieza diciendo en Verbolario: “Casi todo es fruto del azar, responda a un plan o no”. También me refiero yo mucho a los planes be de la vida, pero no estamos hablado de Los años extraordinarios. Ocho, sin Katherine Neville, y es recurrente, y la profesora está muerta, pero lo repito mucho. Y pasamos a De la Serna y Neville, y muchos más. Regalos y ayuda. Primera definición del 1 de agosto de 2015. Nada de sentido. En su manual de uso habla el autor de inopia, de la que, de tarde en tarde, también hablo a los alumnos. De Verbolario me gustan las definiciones y los dibujos, pero no el tamaño de la letra, demasiado pequeña. Quiero más. Según este libro tan pequeño, hablaba el autor al principio de Neville y de Ramón Gómez de la Serna, de cosa nos podemos. Y muchas. El suelo, el cielo, el abismo. Difícil empezar así. No sé si el desierto se merece merendar (yo, muchos días, no). La de aborrecer, también está bien. No estoy de acuerdo con lo que pone del absolutismo. No. La abstención no se queda en el decoro, ni la higiene ni el agotamiento. No. Va más allá. Como dirían Los Acusicas, soy abúlico, y esa definición si me gusta. Y entonces, en la página 20, los dibujos, y el abrigo, y todo lo demás. En abyección hace referencia a la burguesía (debería referirse a más grupos). Sobre el hueso de la oliva debería probar las que me regalan Manolo y José Manuel, y cambiaría la definición (antes y después de la propaganda). No sé si tristeza y comprender van bien una misma frase, ni si aceptar es recelar. No lo sé. De los pianistas y de los pianistas de bar, hay para muchos ensayos (de los planos, también). De los futuros supervillanos hay muchos en la ESO. Muchísimos. Luego, a Bachillerato, menos. Pero nadie puede hacer de la irresponsabilidad ajena virtud. O no debería. Uff. Acostumbrarse. No sé si ese menos vale. No. Del adanista dice que tiene mejores intenciones que memoria. Tampoco lo sé. No. Y adicción no siempre es bien entendida (pero me gusta). Lo que escribe sobre la admiración RC es comprensible. Luego vienen las decepciones. Y la adolescencia no es eso, o por lo menos yo no entiendo así estando en un instituto. En adular falta material de más grados. Un afiliado no es un fan, sino alguien que, a veces, necesita ayuda. La afonía para los que trabajamos todo el día hablando es dolor, no solo eso. Y el afroamericano en ocasiones, también es muy negro. Ahora que en el fútbol dudamos si decir tiempo añadido o descuento estaba en la definición de agonizar. Y el ahondamiento no es solo vale para el idiota. No. Uff. Y luego el dibujo sobre la ambición. Da para un ensayo, sobre todo para los que pasamos mucho sobre ese trampolín. Y las sienes, y el tiempo, y el ajedrez. Y escribir alambique y verdad, cuando todo es mentira. No uso despertador, pero anoto esa alarma. Y las alianzas no son siempre francesas. A veces son eternas, como esos mismos enemigos que las financian. ¿Amar es odiar sin mirar? Otro ensayo. Sobre el mar escribe RC que es “cordialidad fuera de control”. Y entre líneas no solo leen los analfabetos. Yo quiero ser analista, pero no quiero cortar muertos. Los ancianos son extranjeros en todos los tiempos muertos, no solo en el presente. La angustia es mucho más. Y quizás Animal es una de las mejores canciones de Pearl Jam y también lo que pone RC. Ansiedad, clavada. Antifascista… Muy difícil. Se podría analizar. Mucho. Apadrinar estaría en lo cierto si todos los padrinos ampliaran sus obligaciones bautismales. Y el Apocalipsis llega a lo estructural, no solo lo convencional. Un afiliado no es un fan, sino alguien que, a veces, necesita ayuda. Y abajo ballestas, y hay manzanas, y hay certeros errores que no conectemos por imprudencia. Y esa chusma que aplaudía en el Zalacaín sigue estando ahí, en sus casas, al acecho de los que somo otra gente no incluida en la definición de chusma. La de clásico para RC: Que no es moderno siempre. Y la de codicia también es buena: hambre del ya saciado. El almacén de niños ya es aplicable a institutos y universidades. De la comedia podríamos discutir mucho, seamos miopes o no, o tengamos la vista cansada, o, simplemente, perezosa. La segunda de comisión es perfecta: Forma que el banco tiene de recordarle al cliente para quién trabaja. De comodidad hay que reflexionar sobre las tres aportaciones hechas por RC. Y yo que me espanto de los regaladores de consejos, apunto lo del asunto en cuestión: Aquello que uno cree medir cuando en realidad busca permiso. Estas primeras impresiones las vimos en Murcia desde un décimo con apariencia de noveno, pero la B ya la empezamos en Totana. No todas las babosas están desahuciadas, doy fe entre Alhama y Lorca, entre sierras y ramblas, entre bicicletas arregladas y arreglos sin cesar en una casa que se cae a pedazos, pero por partes. De los bancos solo hubiera dicho tacos. Muchos tacos. Muchos insultos. Muchos. De barbarie hablo mucho, no solo en clase. Hablo con la barbarie. Comparo lo que éramos y lo que somos, el insulto a la docencia y el desprecio de los distintos bacanales y no solo los ministeriales. No todos los beatos son viciosos, y muchos beatos (no solo los quemados en la guerra) sí que aguantaron al empuje hacia la muerte. La biblioteca y las musas cas siempre van unidas, con y sin jaula. La siguiente, no sé si con Clint y con dólares a puñados, empieza con cabalgar. Me gusta la calefacción, que ha sido mi apoyo aun siendo muy caluroso. Abrigo que procuran los libros cuando arden y cuando no arden. También me gusta la de calma como primer síntoma de la mala comprensión de un problema. Y cambiar sí que es escarmentar y, algunas veces, a sopapos de vida. Y yo que soy Lunes de carnaval me sumo a esa reunión de las empresas. O no. Quizás no me uno, pero me apunto a la definición. Ahora apenas veo películas, y leo menos libros, y cato pocas series, pero esos minutos más de una vez tienen bola extra o premio de repetición para mí, cual indulgencia postluterana. Y el yogur es una caducidad eterna, con y sin azúcar, con mentira edulcorada o miel de repetición. A la de cementerio, los viejos del lugar, lo llamábamos cóctel formado por absenta, mezcal y Strol 80. Luego, en mis apuntes distópicos, leo definiciones sin concreción como crear, creyente (ateo cuyo avión atraviesa una zona de turbulencias), cuerdo (loco que se sabe loco). Recordamos a Manuel Alcántara, siempre, todos los días en su ausencia en el periódico, y en ese recuerdo sabemos que no hay locos que corten billetes de 50 euros o se den con dos piedras en los testículos. La cultura sí que es imitación, y si que se hace en cadena, cada vez más. Debatir no es solo poner caras al escuchar. Conforme avanzo en el libro me voy dando cuenta que se podría hacer una colección de crónicas periodísticas de política con las definiciones que nos hace RC, incluyendo las que subraya de declive, demagogia, dictadura, gobernar, guillotina, democracia (gobierno de la opinión y apoteosis del descarte), desquiciar, democratizar y demoscopia (estudio que confunde la verdad con la temperatura ambiente). No me gustan las que hace el autor de depresión y desamor, aunque quizá, en algún momento, yo mismo las firmaría. Nos dice que el deseo es una aspiración incompatible con la felicidad. ¿Pero hay algo compatible con ella? El tipo test de los desposorios, me lo apunto. La devoción no es solo a la madera y el diez de mis alumnos muchas veces se queda en el cinco. La unidad de tiempo de la que habla RC en las cenas familiares (yo ampliaría ese espectro) la define como discusión. De las cinco de dolor me quedo con la siguiente Consecuencia de llevar un vacío demasiado rápido o demasiado pronto. No estoy de acuerdo con ninguna de las de educar. En efecto, leí “casa nueva” en vez de lo que ponía, no sé si por el cansancio o el abatimiento o la falta de todo. Para ególatra yo prefiero la de la religión de Glen Rice padre, que hablaba de él en tercera persona, aunque la de RC está resaltada en mis apuntes: Sacerdote, dios y creyente de su propio culto. Emprendedor, dinero, padres en una misma frase si me suena bien. Lo del subidón final no va solo con epitafio, pero se entiende. Experiencia: Aquello que se consigue en lugar de lo que se quiere. De fascista podríamos hablar, y escribir varios verbolarios al respecto. De las tres de felicidad me quedo con desmemoria y estado de plenitud que acaba al despertar. Frustración va de acariciarse y de la ausencia de acariciarse, va por guetos. En los funerales también hay bromistas que dicen que el muerto se ha movido, y hay todo tipo de sorpresas de las que, según RC, se hacen para evitar esas sorpresas. Quizás la radio generalista sea un gran invento, y no solo un invento vaciado de contenido. O sí. El historiador es en Verbolario un cronista que narra el pasado como si de verdad hubiera sido. No sé si entran héroes en esta historia, o, para RC, carnicero que está de nuestro lado. Para humillación un poco de baloncesto no viene mal, pero es que ahora todos los grandes tiran de lejos. Ilusionista también entraría en la lista de la crítica periodística y la incompetencia, aunque parezca que no, también. Indicios varios. Y la de infeliz, infierno, inteligencia, jubilado, jugar, juventud. Karaoke para todos. En la de 121 me gustan las cuatro de madurar, aunque veo que asumir la propia vulgaridad es adecuada. Y la de manía, y la de mayordomo, y la de mercenario, y el oscurantismo (fragmentación del saber). Y la de paternidad (rendición sin condiciones) siempre viene a cuento. O a novela. Reinfección siempre hay que tenerla a mano, y posverdad, y resentimiento. ¿Anarquista con poder vale para tirano? Puede ser, lo pondré en un tuit, pero sin gritar esta vez. Una buena selección la de Verbolario.

martes, 22 de noviembre de 2022

domingo, 20 de noviembre de 2022

The English. Primera temporada.

Un retrato. Diferencias. Los ingleses. Pistolas. Palabras que acaban con todo. Caballos. Joya. Luto. Hijos muertos. Tierras robadas. “La diferencia entre lo que queremos y lo que necesitamos era algo que aún teníamos que aprender”. Era, y lo sigue siendo. 1890. Y más disparos. Indios. Crestas. Matar y seguir. Escribir relatos sobre historias de un pasado sin cimientos. Lo que merecemos y lo que nos oscurece. La verdadera América es un pájaro muerto y una diligencia en mitad de la nada de Kansas. Y Ciarán Hinds transformado, si que es que alguna vez no va transformado. Cuerdas colgantes. Sangre en las mangas de las camisas. Acordeones fuera de contexto. Acabar para intentar terminar, que no siempre es lo mismo. Inventos caseros y testosterona. Planes que no salen bien, o salen de la forma equivocada. Nada como pensar antes de morir. Menosprecio llevado a expresiones equivocadas. Criadillas para cenar. “He visto el infierno y lo creado. Y lo llevaré conmigo hasta el más allá”. Títulos que son cargas y no valen en el día a día. “No se pregunta si el resultado es dudoso” Y preguntas sobre el enemigo de los individuos y pensar en la respuesta autoimpuesta y que lleva a perfectos y pluscuamperfectos perfectos. Y frases sobre apocalipsis y éxodos: “Los ingleses escriben La Biblia, pero no dicen la verdad”. Con The English pasa lo que últimamente se repite demasiado: un inicio prometedor, un frenazo en seco, conclusiones varias sobre lo que pudo ser y no fue, sobre lo que se quedó entre Oklahoma y otros estados que cuesta escribir con el teclado de un móvil. Y de pronto, cuanto menos te lo esperas, un equipaje inesperado con el que cargar o huir, con el que aprender idiomas o creen en fuerzas y escorpiones, en harinas y cabezas de búfalo, en muertos en vida y vidas que acaban demasiado pronto en la muerte. Los caminos de la sífilis están en todas partes, como bien decía el hombre de la camisa verde. Los de la sífilis, los del chantaje, los de los lobos, los de las salas bonitas que se convierten en traumas y en mentiras que viajan por océanos y vuelven a ser símbolo de dolor. Pianos para todos en los que torturar y torturarse, melodías preciosas que suenan en los peores momentos en ese paisanaje nuestro de todos los días compuesto por asesinos y ladrones. Pero las venganzas no siempre son completas: “Esto no es el destino. Solo un montón de disparos y algún día fallaremos”. Y, quizás, acertaremos. Nunca se sabe. Al final se endereza en el último episodio, pero no roza la perfección The English, pero como esto va de derrotas, siempre hay que recrearse en ellas, en el lamento ajeno y en la aculturación nuestra de todos los segundos, mientras recordamos frases que van de indios, pero podrían ir de nosotros en nuestra falsa cotidianidad aguantando cosas que no hubiéramos aguantado hace unos años: “Les lavo la mente. Ya no veo otro camino para la supervivencia de los indios”. Vivan las derrotas.

sábado, 19 de noviembre de 2022

La forma del agua

Empieza La forma del agua de Andrea Camilleri haciendo un retrato de la Sicilia de mitad de los 90 y nos valdría para cualquier región europea del sur desde entonces hasta ahora. Una descripción de tres páginas en las que resumen los males y el funcionamiento de las sociedades supuestamente avanzadas pero que no siempre avanzan con sus mecanismos de corrupción y supervivencia, que al final de cuentas viene a ser lo mismo. Regiones con problemas que llevan de la mano a otras gentes venidas del este europeo (buena alusión al comunismo nada más empezar) y de distintos lugares de las distintas Áfricas, que son muchas y ninguna igual a las otras. Y, cuando las cosas se ponen feas, y suele pasar demasiado a menudo, llegan ideas políticas que, en vez de solucionar, agravan lo malo y lo peor que está por llegar. Retoma todos estos asuntos al final del libro, después de una explicación que podría por ser cualquier otra igualmente. ¿Qué más da cierto relato cuando lo que aquí nos interesa es el retrato que nos pinta Camilleri? ¿Qué más da un BMW verde, las cabinas telefónicas y un muerto? “El comisario era de Catania, se llamaba Salvo Montalbano y, cuando quería entender una cosa, la entendía”. Aunque la mayoría de veces, con y sin Van Morrison de fondo, o con Wilco y sin Pearl Jam, da igual lo que entendamos. La forma del agua va de mafias, de las de toda la vida y de las que tenemos en nuestra familia, la de los secretos que no confesamos y que al final, como no puede ser de otra manera, se saben, salen a relucir, y te salpican lleves los calzones del derecho o del revés. Pero siempre es importante saber donde está la etiqueta, en las botellas y en los boxers, en el pasaporte de Suecia y en la familiaridad nos siempre bien entendida. Subraya AC el papel del cuarto poder, teles locales contraladas por mafias de todos los sitios en los que la mentira reina en esa república de corrupciones. Y las ruedas pinchadas de la policía regularmente, y los recuerdos de antepasados de la Baja Edad Media, y las referencias a Sciascia (siempre en nuestro equipo) y si hay que citar la Historia de la muerte en Occidente, se cita. O no. Y las reflexiones sobre legislativos y ejecutivos: “En política, todos son como los perros. En cuanto se enteran de que no puedes defenderte, te atacan a dentellada”. Y obispos que citan a Pirandello y mujeres que preparan comida como los ángeles y cuadros que observar y la hipocresía y la Iglesia y sus pastiches. Todo mentira y todos cerdos que comen cerdo: “La mafia ha subido el precio, pide cada vez más y los políticos no siempre están en condiciones de satisfacer sus exigencias”. Y no siempre uno caga bien, ni es perspicaz, ni se cree lo que cuentan por la tele, ni las causas de los asesinatos. Aquí, la muerte primigenia y los asesinatos posteriores, quizás sean algo superfluo, un poco de polen en mitad de la selva, un diurético con el que mear sangre de distintos colores. Y la familia, siempre heredando y construyendo un futuro que no se sabe pero que hay que construir, siempre controlando y corrompiendo, siempre chantajeando y estancando al que hay que hacer lago, porque “cuando uno no tiene el viento a favor, no navega”. Y en ese lienzo lleno de óleos sagrados y de los otros, de los de casa para putas y lugar de encuentro clandestino, salen las “fuerzas vírgenes”. Y no, todavía no sé decir impostergabilidad, aunque no sé si existe. Y más frases sobre las que creer en el mañana, aunque solo tengamos viento y arena en los ojos: “Montalbano, yo soy rojo por dentro y por fuera. Pertenezco al grupo de los comunistas malos y rencorosos, una especie de vías de extinción”. Y en esa fauna de gentes de isla y supervivencia, algunos destacan y no solo por su inteligencia: “Se trata de un espléndido ejemplar de gilipollas, de esos que se dan donde haya un padre rico y poderoso”. La forma del agua, sin ser nada para tirar pirotecnia valenciana, ayuda a pensar en las apariencias, en la poca duración de los himnos que parecían universales, en la confusión entre machos, hembras y hermafroditas en la oscuridad, en las costumbres antimonacales, en las pompas de jabón convertidas en detergente, en el dolor ajeno y en el de todos los días que nos lleva a lo elegir lo incorrecto, en las frutas prohibidas que desechamos pensando que la original, la del pecado, es la buena. Todo, en este cuadro, resalta porque es cotidiano, porque nos entra fácilmente por los ojos y porque lo necesitamos: “Y esta vez fueron no sólo el olor y el habla de su tierra los que lo atrajeron como un imán; también la estupidez, la crueldad y el horror”. Y puestos a creer, nos montamos nuestra propia religión, con dioses como Montalbano, aunque sean de tercera división. Pero somos mucho de panteones. Y lo seguiremos siendo, antes y después de Montalbano.

domingo, 13 de noviembre de 2022

El cuento de la criada. Quinta temporada.

Y dale con la primera carta a los Corintios. Y con el resto. Sigue la serie del recreo en los primeros planos, ya sea en una violación o en un atropello, en una fuga o en una captura, en un asesinato o en el escape (que nunca es definitivo). No sabemos si la siguiente judiada con pe será peor que las anteriores para las protagonistas de El cuento de la criada, aunque en esta temporada alguna de las protagonistas también toma de su propia medicina en plan Obélix. Y si es la serie de los rostros, aún más de la sangre, con las mujeres convertidas en Gilead en simples vasos, como si en una clase de Historia Medieval de España el amigo Francisco de Asís nos estuviera contacto la vida de las mujeres en el occidente de nuestro medievo particular. O medioevo. Porque al final de todo, El cuento de la criada es un retorno al pasado para intentar cambiar una política, una huida que, pese a los intentos de barnizado, sigue siendo el enclaustramiento de épocas oscuras, de justificaciones sin justificación, de pequeños destellos de lucidez en una noche que es eterna. Pese a que hay veces que creemos que esa noche pasará, no es así y lo negro se impone al resto, por mucho que las mariposas muten y parezcan bichitos encantadores. Nada de nada. Todo mentira en esta vida y en la sexta temporada de ECDLC, más todavía. Nada como recuperar una historia con entierros y secuelas, con recuerdos y brillos endemoniados, con cuerpos mutilados e iluminaciones hechas plan. El cuento de la criada se recrea, por momentos, en lo macabro: la venganza del herido no nos sorprende, pero nos hace pensar sí seríamos capaces de llevarla a cabo nosotros. El daño, y no solo el genético, no consiste en cambiar de modales o de comportamientos. En esta temporada se pasa de lo melancólico a lo salvaje, de lo sanguinario a lo evocador, de lo que nos parece imposible pero que ilustrado con imágenes se hace sombra y claroscuro. Nada como hacerse preguntas en el funeral de un traidor. Sacrificios, milagros, bazofia. Lugares insospechados. Políticos de hule viejo que dominan el miedo. Nada como el miedo y la censura para atemorizar al personal. Cambio de cromos. Embarazos que parece que protegen y no lo hacen. Venenos al poder. Que no falten vinagres en nuestras vidas. Y el púrpura lo fastidias todo. Oficinas para el duelo. Ejemplos para el trauma. Decisiones en las que es imposible acertar porque cualquier respuesta es un error, o una estación sin salida, o con sorpresa. Resistencia. Escapar para volver, volver para resistir. Esto no va de pescadillas que se muerden la cola, va de océanos infectados. Bálsamos para coléricos intentos de sugerir el apocalipsis. Lo que se ve y lo que se ve, lo que se podría evitar y lo que siempre se repite.

sábado, 12 de noviembre de 2022

Revolución. Una novela.

Empieza Revolución, una novela, con una cita de Conrad en la que se habla de un camino y de un desierto sin senderos (nunca he estado en un desierto, no sé los senderos que me podría encontrar). “Esta es la historia de un hombre, una revolución y un tesoro”. Méjico, Zapata, Villa. Conozco a otro Zapata, del que quizás debería hablar otro día. O no. Se habla de 15.000 monedas de oro, se habla de un banco de ciudad Juárez, se habla de un 8 de mayo y se habla de 1911. Se habla de un hombre llamado Martín Garret Oritz. Se habla de un disparo. Se habla de un ingeniero de minas llegado de España y del presidente Porfirio Díaz, del opositor Francisco Madero. Escribe AP-R que “para cualquier mexicano de las clases medias y bajas, la palabra gobierno era sinónimo de enemigo”. O de muchos enemigos. Leyendo Revolución, desde el principio, te das cuenta de que aquello era una jaula con muchos bichos y que no podía acabar bien. O acabar. Gente equivocada en los sitios equivocados. Hambre y mierda y moscas y motivos por los que luchar, pero todo el mundo cambia al igual que esos motivos y sus circunstancias. El libro deja desazón, da aire de lucha estéril, por no decir inútil. Tampoco sabía de la existencial del sotol, pero son tantas las cosas que desconocemos que no prestamos ya ni atención. De la revolución mejicana sé apenas nada: un Videodrome de Radio3 en el que Gregorio Parra y Sandra Urdín no hablan de Los profesionales y resumen muy bien aquella historia con tres pinceladas y buena música. Escribe el autor de “meros desgraciados contra desgraciados”. Todos tenemos la desgracia encima, o varias desgracias. Les puse hace poco a mis alumnos de la FP Básica la definición de revolución que recoge la RAE. Aquí, en la novela, se dice que “nosotros hacemos la revolución pa que a los pobres no nos chupen la sangre los hacendados capitalistas…que las tierras se repartan a quienes las trabajan y las minas sean par pueblo que se deja en ellas la vida”. Ojalá fuera todo tan fácil. Pero no lo es. Tengo pendiente la lectura del libro de Rafael Rojas, El árbol de las revoluciones, pero estos intentos americanos no siempre salían, o nacían ya con síndromes o rémoras. Gachupines todos, el recelo al español y lo que dicen de nosotros las etiquetas. En la esterilidad de esta historia, siempre ganan los mismos y el resto solo ve, observa o mira para otro lado. Repite Pérez-Reverte la idea de la marcialidad, de perseguir a los que bebían en las otras, la importancia de los filibusteros, la prensa extranjera que contaba o mentía como casi siempre, los duelos de honor, el olvido en la batalla. Ya lo hemos leído antes, pero siempre es bueno recordarlo, o creer recordarlo. “Los puercos de antes no pierden el olor, son los puercos de siempre”. En esa derrota infinita, hay que preguntarse los motivos de la lucha, la diaria y la perenne. Quebrantos para todos. Sobre Villa se lee en Revolución: “Una mezcla de genio intuitivo y canalla peligroso. Hace la guerra a su manera y no hay modo de disciplinarlo”. Y, como siempre, cambian cosas en la fachada, pero el edificio sigue siendo el mismo: “De qué revolución me habla. Ésa se disuelve en traiciones y mentiras. Los ricos son los de antes; y los pobres, también. Se lo dice a usted uno que la hizo”. Y más frases sobre la mentira de siempre: “Me enamoré de la democracia, ¿qué le parece?…Pero es una mujer que paga mal”. Vaya negocio ese de la democracia: “Confiar a trece millones de indios analfabetos la elección de un presidente es como pedir a una clase de escolares que elijan a su profesor”. También nos lleva a pensar desde el otro lado, desde la poltrona y la finca, desde el que tiene bestias de todo tipo a su cargo: “La revolución consiste en que muchos que no saben leer ni escribir se adueñen de las propiedades de los pocos que sí saben leer y escribir”. La pregunta que siempre le hago a mis alumnos es si nos están utilizando. O nos dejamos utilizar. No lo sé. Más frases: “Ni los principios son absolutos ni los pueblos son tan ciegos para suicidarse por respaldar una doctrina que los lleva al desastre”. Pues podría ser. El arrastre y la bajura: viva la pesca. Y Méjico, esa escuela “para alguien que mira”. La muerte, la revolución, los errores y más sotol, y más tequila en ese “perpetuo sobresalto”. Claro y meridiano, al más puro estilo de Jota y Manuel Ferrón: “La revolución les importaba sólo mientras estuvieran abajo; una vez arriba, se pondrían cómodos”. Este libro no va de creencias, va de hechos y, casi siempre, de fracasos. Incluso, hasta la supervivencia, a veces se hace cuesta arriba. En definitiva, una novela en la que recordar que muchas victorias parciales en batallitas no llevan a la victoria en la guerra. Y en Méjico, como en tantos otros sitios, la herida sigue abierta. Y la revolución, también.

martes, 1 de noviembre de 2022

Un tal González

Una de las últimas frases que leemos en Un tal Gonzalez de Sergio del Molino es la siguiente: “Para que nosotros seamos niños grandes a los cuarenta, los tales González tuvieron que ponerse corbata y fingirse más adultos y experimentados de lo que eran”. Cuando me preguntan los alumnos, a la hora de elecciones, sobre mis preferencias electorales, les comento que llevo mucho tiempo sin votar. Demasiado tiempo desencantando. Y por gente como González y Aznar, por personajes como Rajoy y Zapatero. De Sánchez no hablo, porque es un tipo a estudiar, y todavía quedan muchos asuntos en su agenda y no solo del 2030. También escribe SDM: “Se trataba de logros colectivos y desiguales, unos más acabados que otros, pero todos bien madurados”. Me da la impresión (y mis impresiones son siempre, o casi siempre, equivocadas a posteriori) que SDM pone a González como el mejor presidente posible en esos años de aceleración y caos, de atentados de distinta índole, de crisis y apogeo, de olimpiadas y exposiciones, de guerras intestinas y críticas periodísticas, de alianzas nacionales y vuelos por una Europa que crecía a la vez que nosotros. Pero he empezado por el final, que me ha dejado un resquemor. Tengo demasiadas dudas sobre si fue el mejor posible en esos años, y con Suárez me pasa lo mismo. No sé si yo hubiera escrito lo que escribió sobre FG el autor: “El país que hizo Felipe es mi país, el que me ha hecho a mí contando esta historia, me estoy contando a mi y charlando con Felipe, me siento, de algún modo pueril, rumbo a Ítaca”. Se pregunta al principio del libro sobre la definición de Un tal González el autor. Va tachando géneros y escribe que “la memoria es frágil y está hecha de ficciones tanto o más que la literatura”. Pero entonces sale a relucir El hormiguero (reconozco que no lo he visto nunca, me pasa como con las secuelas del Padrino) y dejé el libro por unos días. A veces se habla tanto de la transición, de la concordia perdida, de pactos que ya no se firman que cansa la política a algunos que nos encantaba. En este respecto, SDM también da su opinión: “Ya tenemos pasado, culpa y remordimientos propios, pero seguimos obsesionados con el pasado, la culpa y el remordimiento de los que hicieron la transición”. También es un reflejo UTG de los cambios conforme pasan los años, de los periodistas muertos y de las amistades que quedaron en ese inestable camino que es la política. Desde la clandestinidad al yate, aunque no recuerdo leer la palabra yate mucho por UTG. Las puertas giratorias tampoco aparecen mucho. O hubiera puesto en el espejo el coche de Anguita, la casa de Anguita, el instituto de Anguita antes y después de la política. No lo sé, me equivoco demasiado con todo esto. En ese recuerdo aparecen los nuevos aires que llegaron en los 70’s al PSOE todavía clandestino, con esos vascos curtidos en batallas como Redondo, Rubial o Enrique Múgica, junto a Guerra y González frente al viejo Llopis. Escribe SDM: “La mejor forma de conllevar la militancia y la vida es confundirlas con una sola cosa”. A veces lo confundimos todo. O casi todo. Y no solo la militancia. Y en ese tránsito desde la clandestinidad al triunfo electoral, nos muestra SDM una radiografía del cambio de seres y Estado, de personajes y conciencias, de ideas y extrañezas. Y ese cambio empezó por el PSOE, que como indica el autor “no podía seguir sometido a la voluntad de quienes llevaban treinta años sin cruzar Los Pirineos”. Se nos olvida enseguida el nombre, incluso el alias, o los apellidos, o el cariño de los que nos ayudaron o dieron sus sueños por los de otro. Algo así retrata SDM con Nicolás Redondo y su relación con Felipe González, antes y después de Suresnes, antes y después de la huelga general, antes y después de desencuentros y traumas. UTG también es una correlación de idas y venidas, de falsas retiradas y farsas que se alargan en el tiempo, incluso antes de llegar a ser nada y con Franco todavía respirando: “Había que tener mucho temple torero para hacer planes democráticos en aquellos días de final de verano. La dictadura hacía tanto ruido en sus estertores que parecía infinita e invencible”. Ahora que enseguida intentaré que mis alumnos definan falansterio, aparece aquí con un símil que no todos entienden, o quieren entender: “Si hay algo en Francia parecido a un falansterio es Suresnes”. Y de ahí, al cielo, aunque como escribe SDM, “las vidas solo tienen sentido cuando se han vivido, no mientras se viven”. Añade sobre ese falansterio particular: “Hoy es un lugar común decir que en Suresnes el PSOE dejó de ser un club de debate masónico de exiliados para convertirse en un aparato de poder”. Me gusta del libro como narra el acercamiento entre Boyer y González, y no veo tan lubricante esa cena con Fraga. Quizás ya sea hasta exigente con ese personaje al que un día le pregunté (a Fraga) y me dio una respuesta de 5 minutos sin responderme y con su asistenta mirándome ejerciendo de Torquemada [y solo le pregunté por la sucesión a la Corona]. Y los militares, y las elecciones del 77 (la mejor cosecha) y aquellos 118 diputados y la amistad con Omar Torrijos y las del 79 con 3 más. Todo eso está en los libros y suena como mucho más lejano en el tiempo. Y los recuerdos en casa de Pedro Altares (tengo todavía por ahí, o debo tener en la antigua residencia catastral, los artículos que salían en La Verdad de PA), y la etiqueta de comanches y la amistad con Javier Pradera (y si no era amistad, era algo así). Sobre lo que escribe SDM sobre el primer presidente de la democracia, me quedo con frases tópicas pero que siempre se utilizaban y que retratan muy bien la mentalidad española: “Tal vez tenían razón los del búnker, y el hijo de un rojo acaba siendo rojo, como una fatalidad genética”. Y habla de los quinquis, y de la droga, y de la delincuencia de los 80’s, y aquella dimisión de Suárez de enero del 81, y el 23F, y la victoria de Felipe del 28 de octubre de 1982 y aquella Moncloa que ilustra con palabras SDM: “Como en un guion de Rafael Azcona, abundaban los personajes recién salidos del imperio austrohúngaro, pero faltaban oficinas, mobiliario, líneas de teléfono, telecomunicaciones e incluso seguridad”. Y ese binomio convertido en personajes de Ibáñez de una política que para algunos fue superlativa y para otros tomadura de pelo, pero que para el autor de libro era una amistad hecha sobre entendimiento. Y Solchaga, y más Boyer (mi padre sigue diciendo que fue el mejor presidente que tuvo en el Banco Exterior), y la devaluación de la peseta y la subida de un quinto del precio de la gasolina. Nos suena a anteayer pero hace tiempo, pero es que veíamos muchos telediarios a la hora de comer y, aunque no quisieras, te enterabas. Y, que no falte con SDM, un poquito de historiografía, o de clase de historiografía, que no se enfade el profesor Ruiz Ibáñez: “Hay muchas escuelas de historiadores. En 1982 dominaban los marxistas y sus primos hermanos esotéricos, los estructuralistas, que no creían en el individuo, sino en las corrientes de la historia”. Hay que leer UTG para recordar aquellas historias sobre Balbín y Calviño en RTVE, sobre Sotillos y Cebrián y Pedro Jota, y El País, y Diario 16 y esas palabras que hacen pensar: “Las quejas decepcionadas de los periódicos amigos transmitían una desilusión tan sincera como incrédula”. Y los asesinatos de ETA, y las historias de alcaldes y sindicalistas perseguidos, y los GAL y el acero de Sagunto y la falta de competitividad de la vieja industria y las reconversiones vendidas como otra cosa y comparadas por SDM con lo ocurrido en Gales o el norte de Francia. Y Helmut Kohl, y la historia del OTAN SÍ, OTAN NO y los entresijos en premios literarios y la llegada de E.P.Thompson a Madrid y Krahe y el Cuervo Ingenuo y todo lo demás (una de las partes del libro que más me gusta). A veces nos quedamos con las etiquetas o las anécdotas, como con los bonsáis de González. Quizás fueran un síntoma, o quizás algo más: una alarma, un quiste sin sacar, o una rémora de un futuro incierto. Vaya usted a saber. Escribe al respecto SDM: “A veces, un presidente se aficiona por los bonsáis para escapar unas horas de toda la gente que quiere saber qué diablos significa que un presidente se aficione a los bonsáis”. Y después trata SDM el asunto Hipercor. Yo no sé el modo de redactar algo como de Hipercor en algo tan indeterminado como UTG. Quizás, a pesar de ser un libro (o quizás por eso) hubiese utilizado tacos. Muchos tacos. Todavía recuerdo en Murcia lo que ocurrió con Ángel García Rabadán en febrero del 92. Fue un asesinato de alguien de Murcia, y en Murcia todo el mundo conoce a todo el mundo, o por lo menos todo el mundo conocía un poco a todo el mundo en el 92. No fue ayer, pero también nos acordamos de aquel coche bomba, y de La Tigresa, y de Urrusolo Sistiaga, y el estruendo de aquella noche se escuchó en kilómetros a la redonda. No sé muy bien el tratamiento de estos asuntos. Y con el GAL tampoco sé las palabras que tengo que utilizar. Ni los tacos y Jorge Semprún y vuelta en el 88, y la boda de Boyer con la Preysler y Leguina y el Plan de Empleo Juvenil, y el asunto con Pilar Miró, y el poder de la tele. Escribe SDM: “El despacho de Miró se cubrió del polvo de una batalla entre socialistas y no había sala ni corredor en todo Prado del Rey donde no le pusieran zancadillas”. Y el éxito no se vendió bien, o el falso bienestar del que habla SDM: “Había una clase media expansiva con dinero para pequeños lujos burgueses”. Y el sindicato del crimen, y FILESA, y los debates electorales en Antena 3 y esos 90’s de éxito hasta el crack, hasta IBERCORP, hasta Mariano Rubio, y la fuga de Roldán, y la intervención de Banesto y la España del pelotazo y la figura de Garzón y Belloch al que llamábamos el chófer de Drácula porque se parecía mucho al chófer de Drácula. Y las entrevistas de Gabilondo, y el recuerdo del señor X y Gregorio Ordóñez y Puente de Vallecas, y hasta el Cojo Manteca y la Cartagena en llamas del 92 que ahora muchos recuerdan por El año del descubrimiento. Escribe SDM: “La España de 1995 era un país aburrido y soleado que no estaba mal, y buena parte del mérito correspondía a ese presidente agotado, que se defendía con obstinación y no se atrevía a irse porque había empeñado su palabra”. Un buen libro, con un estilo sencillo y directo, entendible para todos. Pero yo sigo pensando que la España que nos hubiera dejado Anguita hubiera sido mucho mejor que la que nos dejó González. Muchísimo mejor.

The Split. Tercera temporada.

The Split se pone sensible, pero saca una sensibilidad de lujo, de marca, de final bien hecho aunque no siempre perfecto. Pese a sacar mala sangre cuando hay que sacarla, y la lágrima cuando toca, cierra las tramas de forma correcta, busca soluciones donde no se ven, encuentra un rayo de luz donde solo se ve infierno. Esta tercera temporada, aunque deja una incógnita pendiente nos lleva a escuchar latidos propios en cuerpos extraños, nos hace reconocer a personas extrañas como propias, nos invita a una reflexión sobre lo importante, sobre no dejar los asuntos para después, sobre cumplir cuando hay que hacerlo y eso no es después de una prórroga. O de varias prórrogas. Y también nos lleva a separar lo no deseado de lo indeseable, lo despreciable de lo que debemos incluir en nuestra referencia diaria. Siempre somos utilizados, unas veces desde el desconocimiento propio, otras desde la maldad. La virtud nos hace equivocarnos a pesar de estar acompañados de la persona perfecta en los momentos perfectos. Y esos errores nos acompañan de por vida, aunque pensemos que podemos recuperarnos. Y nunca nos recuperamos.

The Split. Segunda temporada.

Deja ese poso amargo de decepción la segunda temporada de The Split. A veces intentamos reflotar El Sirio, y salvar a sus muertos, e iluminar un poso que es imposible que se queda en el paladar, y te llega a las entrañas. Con sus altibajos, The Split vuelve a dejar heridas abiertas, vuelve a hacernos pensar en los errores cometidos y en las consecuencias de esos errores en las personas que nos rodean. Quizás seamos errores con piernas, pero esas deficiencias nos llevan a meternos en cebollas imprevisibles, en imágenes repetidas hasta la saciedad, en la utilización por otros y por terceros y por un universo que se desvanece cuando menos te lo esperas. Quizás las equivocaciones nos parezcan mortales en épocas de heroínas fallidas, en etapas en las que se nos cae el castillo de naipes (¿o era casa?) y nada es lo que parece. Incluso las catedrales arden pese a las oraciones de los fieles, pese a las velas encendidas, pese a las decepciones acumuladas en una cera que se te pega a la suela del zapato, o a la rueda del coche, para no saltar nunca. O quizás nos hemos creado un ente imperfecto del que nos creemos el sol y que los demás giran a nuestro alrededor. Y nuestra órbita está muy jodida. Y no tiene arreglo.

sábado, 29 de octubre de 2022

Fartblinda. Segunda temporada.

Fartblinda nos vuelve a llevar al drama del fin de la suerte y de sentirse especial en su segunda temporada. Pérdida y números, saltos que llevan a más drama ya más cirios y a preguntas sin respuesta. Titulares ambiguos. Nuevos comienzos, llevando lo racial y lo personal a la venganza. Desahucios y chinos, deudas que no paran de crecer, cambios que nos llevan a un abismo que se nos escapa las de las manos. El tira y afloja de las relaciones, las demandas por difamación, las disculpas y errores que nos involucran a todos. Dirección prohibida. Influencias que nos llegan, aunque no queramos. “La cerveza tibia y ningún millonario a la vista”. Y en mitad del riesgo, porque siempre hay que arriesgarse, nos sale el espía que vamos dentro y que sale a relucir, aunque no queramos. Siempre. Hay momentos en los que Blinded, o Fartblinda, o como queramos llamarla, tiene la pretensión de ser una Succession de serie B, de familias que todavía no se han formado o ya están destruidas, de hijos que dan problemas porque los padres eran un problema aún mayor. O quizás es todo una impresión equivocada, un error continuo, una constante situación de desequilibrio. Y como en Dopesick, la perversión se va extendiendo, se nos escapa de las manos, alcanzando límites insospechados. Sistemas en los que vivir, aunque no sean los deseados. Y ya se sabe que “esto es lo malo de los nuevos ricos, que se lo toman todo muy a pecho”. Y el infierno sigue lleno de buenas intenciones.

viernes, 28 de octubre de 2022

The Old Man. Primera temporada.

“No podemos controlar lo que sentimos”. Nada como un berrinche un y un plato de comida, nada como interpretar papeles equivocados, nada como meter al villano en la historia de turno. “Debes fingir, al menos, que aspiras a algo más en la vida”. O no. Y preguntas sobre el dinero, porque el dinero son muchas cosas. Y las cosas que desaparecen, y las batallas perdidas, y la familia, y las hijas que no son hijas, pero se comparten, o se raptan, o se usurpan. Nos apropiamos de las personas y de sus sentimientos, de sus llantos y sus pecas, de sus cargas y sus prejuicios. La defensa siempre nos lleva a una trinchera personal, a un infierno del que no podemos salir indemnes. Islamabad, giros, oscuridad. Se escucha en The Old Man la frase que nos pesa a todos: “Si llegas a mi edad en este negocio, tendrás algo personal con casi todo el mundo”. Y lo personal se confunde con tu necrológica preparada con antelación, que siempre hay que ser previsores. O muy previsores. The Old Man es una serie lenta, con historias de décadas pasadas que vuelven al presente, de perros fieles convertidos en Sanchos que siguen a un Quijote que se niega a morir, de asesinos de traje y oficina que bajan al fango porque todo en la vida tiene consecuencias. Y aunque abandonas, y pasas al plan B, todo puede fastidiarse. Desenterrar un asunto de treinta años solo tiene un hedor que nos inunda la mente, nos provoca el vómito, nos lleva a una arcada que nos trae momentos que quisimos olvidar pero que siguen en nuestra retina. Opiniones varias. Protección y familia. Y entonces te vuelves a preguntar sobre el titular de tu necrológica, sobre la incomodidad de hablar de dinero, sobre la confusión entre lo que hemos vendido que somos y lo que realmente somos. Y al final solo somos mentira.

domingo, 23 de octubre de 2022

Irma Vep. Primera temporada.

La primera impresión, o pregunta, o cuestión, o duda que te entra empezando a ver Irma Vep es si estás dentro de alguna mezcla de El Séquito, de un nuevo cóctel, con el que, como con aquel programa de Jorge Albi, había que dejarse besar. Es así. ¿Es la versión guay (cool dirían otros) de Entoruage? ¿Cuándo sale Tortuga? ¿Cuándo la familia? Aeropuertos, aviones, hoteles, presentaciones, gira promocional, exnovia… ¿Seguro que no es un elemento distópico de Entourage? Pero es más complicado, porque la niña protagonista, o la actriz que tiene pinta de niña protagonista, da un paso más que aquellos cuatro locos. Esta niña protagonista, o actriz que tiene pinta de niña protagonista, se hace querer, aunque saque las garras, aunque empiece con mal pie, aunque no quiera ir a una piscina a las dos de la mañana. Nada como un bofetazo (¿o las leyes de género nos obliga a escribir bofetada?) de realidad en un país extranjero y con un director extranjero para hacer una nueva versión de una obra hecha en 1916 siendo musa de vampiros. Y eso en la primera media hora. ¿Y qué te puedes esperar después? Pues después comienza una sucesión de dependencias, personales y adictivas, de sumisión y de llamadas de atención que merecen reflexión. ¿Por qué ciertas personas se aficionan a lo tóxico en lo sentimental? ¿Hay algo de bueno en eso? Y en ese cine dentro del cine, siempre hay que tratarlo con mimo, con cuidado, porque los deslices desvirtúan el asunto. Pese a sus lagunas (mantener el nivel de los primeros capítulos es imposible) y a la imaginación que hay que ponerle, Irma Vep nos traslada a aquello que soñamos con plasmar y no nos atrevemos. Irma Vep es una obsesión hecha realidad, una utopía realizada, un salto al vacío con éxito, un ejercicio iluso de creer que los buenos van ganando. Irregular, como somos nosotros, pero por momentos, mágica, y capaz de destilar una ambición que les falta a la mayoría de los capítulos de las series actuales. Merece mucho el tiempo que hay que dedicarle y verla sin prisa enriquece aún más. Un buen intento de alcanzar la lucidez cuando todo son tinieblas e impedimentos.

martes, 18 de octubre de 2022

The Bear. Primera temporada.

No hemos sido educados en la altivez de muchas cosas, ya lo advertía don José Perona con lo que empieza por ese y acaba por o. El problema es que estamos educando al personal, les vendemos una película: todo perfecto. Y nada es perfecto. Todo se desmorona en un momento, tengas vírgenes junto al fregador o no tengas. Pero hay facturas que pagar, hay ejercicios que realizar, videojuegos que pasar, fuegos que encender, personajes que elegir, carne que trocear. Ternera para todos. The Bear nos pone un ritmo trepidante, fotos y aceite, tragaperras y mandiles, y más fotos con una camiseta de Jordan, que para algo estamos en Chicago. Todo el mundo sabía del asunto del cobre desde la II Guerra Mundial. ¿O no era el cobre? Las herencias peligrosas son para aprovecharlas, aunque no siempre tengamos angus de calidad. Regalos que ofrecer. Camisas blancas que ensuciar. Cambios en una vida: pasar de jefe de cocina del mejor restaurante de ese momento (sea el que sea, si es que existe la palabra) a hacer bocadillos. O a empezar a hacer bocadillos. Tenemos miedo a los cambios, pero no hay más que arrestos que apechugar, suene Wilco o Sujfan Stevens. Y a casi todos nos gusta la pechuga. El espíritu de Aaron Sorkin está vivo, aunque desde el primer episodio vemos diálogos imperfectos porque la vida no es perfecta. Y escuchamos discusiones sobre la familia y los cuchillos, sobre el respeto infundado y las semanas que lo cambian todo. “Los espaguetis tienen éxito porque no tienen gusto”. Incluso, si no lo proponemos podemos cocinar hormigas, al son de Radiohead o del Animal de Pearl Jam. Nuevos ruidos aunque ya no nos gustan los funerales. Usamos tiritas para los dedos cuando las necesitamos para el corazón. Buscamos llamadas ene l móvil cuando solo nos recreamos en la desesperación. El correo de Dios no es una simple metáfora culinaria. No. Es mucho más. ¿Por qué nos dedicamos a hacer cosas que no nos gustan? ¿Por qué no seguimos escuchando a Pete Doherty y a Carl Barat continuamente? Estamos bien en el caos, o creemos estar bien. Pero lo que no tiene arreglo es imposible. Bendecir la mesa dando gracias por los gatos y por Philip K. Dick: “Feliz navidad, lagartijos”. Todos lagartijos, aunque no siempre escuchamos a Antonio Arias. Y el pasado siempre nos lleva a un año antes, a un infierno anterior aunque estuviera aterciopelado de perfección. Pero no es el terciopelo lo que nos engaña, somos nosotros. Estropajos para todos. Siempre es el momento. The Bear nos lleva a mostrar la dificultad de la convivencia, sea con Van Morrison de fondo intentando alegrarnos el día. Pero no siempre lo consigue. Y no siempre es fácil pedir ayuda. Y no sabía el tiempo que estaba sin escuchar a los Countig Crows, porque quizás hemos perdido la memoria definitivamente. Y siempre podemos ir a terapia, o recrearnos mirando ese chiste ambulante que nos mira desde el espejo del cuarto de baño. Y perritos calientes y camisetas: “Un mordisco a una rosquilla trae mucha alegría; dos mordiscos, traen tristeza”. Y buscar el plan alternativo en fiestas de cumpleaños y ver a Oliver Platt convertido en un señor mayor. Y alguien lee algo sobre la microbiota y la lectofermentación, y sobrevivir al COVID con un plan alternativo, y plomos que saltan porque no tenemos Casanova que lo resuma mejor, y ese momento que nos lleva del infierno a la felicidad hecho fogón. Ceres. O historias sobre Ceres. O recuerdos sobre historias sobre Ceres, que no es lo mismo. Y el cierre de negocios, gota a gota, extintor tras extintor, cristales rotos y balas perdidas que buscan su cristal. Y siempre pasa algo malo, aunque siempre hay un recurso al que llegar, una lata que abrir, un fraude que asumir. Y preguntas sobre la clase obrera, de la que todos somos portavoces hasta que pasamos por el cuartelillo: “Es un negocio, no una carcasa vacía en la que proyectar tus fantasías moribundas sobre lo que sea”. Vivan los estados fallidos, viva Somalia, vivan las cartas y las despedidas, y monólogos sobre lo que sentimos o creemos sentir, y sobre lo que escribimos en libretillas, y entender, que solo tenemos derrota y que siempre salimos perdiendo.