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martes, 18 de octubre de 2022
The Bear. Primera temporada.
No hemos sido educados en la altivez de muchas cosas, ya lo advertía don José Perona con lo que empieza por ese y acaba por o. El problema es que estamos educando al personal, les vendemos una película: todo perfecto. Y nada es perfecto. Todo se desmorona en un momento, tengas vírgenes junto al fregador o no tengas. Pero hay facturas que pagar, hay ejercicios que realizar, videojuegos que pasar, fuegos que encender, personajes que elegir, carne que trocear. Ternera para todos. The Bear nos pone un ritmo trepidante, fotos y aceite, tragaperras y mandiles, y más fotos con una camiseta de Jordan, que para algo estamos en Chicago. Todo el mundo sabía del asunto del cobre desde la II Guerra Mundial. ¿O no era el cobre? Las herencias peligrosas son para aprovecharlas, aunque no siempre tengamos angus de calidad. Regalos que ofrecer. Camisas blancas que ensuciar. Cambios en una vida: pasar de jefe de cocina del mejor restaurante de ese momento (sea el que sea, si es que existe la palabra) a hacer bocadillos. O a empezar a hacer bocadillos. Tenemos miedo a los cambios, pero no hay más que arrestos que apechugar, suene Wilco o Sujfan Stevens. Y a casi todos nos gusta la pechuga. El espíritu de Aaron Sorkin está vivo, aunque desde el primer episodio vemos diálogos imperfectos porque la vida no es perfecta. Y escuchamos discusiones sobre la familia y los cuchillos, sobre el respeto infundado y las semanas que lo cambian todo. “Los espaguetis tienen éxito porque no tienen gusto”. Incluso, si no lo proponemos podemos cocinar hormigas, al son de Radiohead o del Animal de Pearl Jam. Nuevos ruidos aunque ya no nos gustan los funerales. Usamos tiritas para los dedos cuando las necesitamos para el corazón. Buscamos llamadas ene l móvil cuando solo nos recreamos en la desesperación. El correo de Dios no es una simple metáfora culinaria. No. Es mucho más. ¿Por qué nos dedicamos a hacer cosas que no nos gustan? ¿Por qué no seguimos escuchando a Pete Doherty y a Carl Barat continuamente? Estamos bien en el caos, o creemos estar bien. Pero lo que no tiene arreglo es imposible. Bendecir la mesa dando gracias por los gatos y por Philip K. Dick: “Feliz navidad, lagartijos”. Todos lagartijos, aunque no siempre escuchamos a Antonio Arias. Y el pasado siempre nos lleva a un año antes, a un infierno anterior aunque estuviera aterciopelado de perfección. Pero no es el terciopelo lo que nos engaña, somos nosotros. Estropajos para todos. Siempre es el momento. The Bear nos lleva a mostrar la dificultad de la convivencia, sea con Van Morrison de fondo intentando alegrarnos el día. Pero no siempre lo consigue. Y no siempre es fácil pedir ayuda. Y no sabía el tiempo que estaba sin escuchar a los Countig Crows, porque quizás hemos perdido la memoria definitivamente. Y siempre podemos ir a terapia, o recrearnos mirando ese chiste ambulante que nos mira desde el espejo del cuarto de baño. Y perritos calientes y camisetas: “Un mordisco a una rosquilla trae mucha alegría; dos mordiscos, traen tristeza”. Y buscar el plan alternativo en fiestas de cumpleaños y ver a Oliver Platt convertido en un señor mayor. Y alguien lee algo sobre la microbiota y la lectofermentación, y sobrevivir al COVID con un plan alternativo, y plomos que saltan porque no tenemos Casanova que lo resuma mejor, y ese momento que nos lleva del infierno a la felicidad hecho fogón. Ceres. O historias sobre Ceres. O recuerdos sobre historias sobre Ceres, que no es lo mismo. Y el cierre de negocios, gota a gota, extintor tras extintor, cristales rotos y balas perdidas que buscan su cristal. Y siempre pasa algo malo, aunque siempre hay un recurso al que llegar, una lata que abrir, un fraude que asumir. Y preguntas sobre la clase obrera, de la que todos somos portavoces hasta que pasamos por el cuartelillo: “Es un negocio, no una carcasa vacía en la que proyectar tus fantasías moribundas sobre lo que sea”. Vivan los estados fallidos, viva Somalia, vivan las cartas y las despedidas, y monólogos sobre lo que sentimos o creemos sentir, y sobre lo que escribimos en libretillas, y entender, que solo tenemos derrota y que siempre salimos perdiendo.
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