jueves, 31 de marzo de 2022

Anne (Justicia). Primera temporada.

Con Anne (Justicia) no hay término medio. Una muerte: Kevin Daniel Williams, que no llegaba a los 16 años. Un partido de fútbol. 1989. Y una madre que lucha por saber la verdad. Anne (Justicia) es una de esas obras que hacen los ingleses que ilustra una impotencia, pero con matices. ¿Luchar por saber la verdad? Tenemos la imagen del hooligan borracho y luego tenemos la del fan que va a ver partidos a cualquier sitio con su equipo. En Italia, muchos padres dejaron de llevar a sus hijos a los partidos porque en las inmediaciones de los campos, o en los aledaños, se daban de palos. Pero aquí fue una serie de errores lo que llevó a aquella muerte de casi cien personas. Y esa persecución de la verdad supone un continuo desgaste que lleva a la locura, a crear grietas en unas vidas ya destrozadas. Y nada es casual. Todo es un horror, todo es dolor, todo es evasión sin victoria, porque después de aquel desastre no había triunfo posible. Y esa reconstrucción del caos, del infierno, de las ambulancias que no podían pasar, de los espasmos de los moribundos había de realizarse. Y en esos años, sin dormir, una madre debe intentar seguir hacia adelante, pero sin dejar de mirar atrás una y otra vez, buscando esos segundos o minutos finales de la vida de su hijo. ¿Hubiera podido sobrevivir? Es complicado, es arriesgado, pero es necesario. Hasta Margarita sale. Esos 96, más los heridos, todos deben ser recordados. ¿Y olvidar? La justicia y sus falsos mitos. Hágase querer por una venda en los ojos, hágase querer por una balanza, hágase querer por una injusticia. Esas 42 ambulancias fuera del campo que no entraron porque la policía no lo permitió. Carteles publicitarios hechos camillas. Muertos sobre anuncios. No hay un 105x70 que olvide todo eso. Y el papel de la prensa, la búsqueda los que ayudaron a las víctimas. Y las imágenes que lo cambian todo. Y los nombres y apellidos de los hombres que intentaron salvar a Kevin. Da miedo por momento Anne (Justicia). Da pavor. ¿Podía haberse evitado aquella tragedia? Pero no hay redención, no hay segundas oportunidades, no hay premio de consolación. Y luego, el decepcionante Tony Blair, esa farsa de laborismo disfrazada de falsedad. Y de la máquina de escribir a la impresora, y del cansancio a la desesperación. Y la Champions de Benítez de 2005, y Steven Gerrard. Y los veinte años, los aniversarios que no deberían celebrarse o hacerlo todos los días, en eso las opiniones son variadas. Y más gobiernos de mentira subvencionado, en ese número 10 que es, simplemente, un chiste interminable te llames David o Theresa. ¿De qué sirve el consuelo si no hay consuelo?

miércoles, 30 de marzo de 2022

El corazón del imperio. Primera temporada.

No conocía la existencia de Santiago Posteguillo hasta la presentación de El corazón del imperio. Muchas veces hablamos de Roma de forma general, hablamos de hechos que son conocidos, pero no profundizamos en ellos. No sabía de Livia hasta Domina, ni de sus tejemanejes, de sus jodiendas, de sus conspiraciones, de sus traiciones. Roma es traición, Roma es locura, Roma es continua reinvención. Personajes como Fulvia, como Livia, como Cleopatra, como Julia Mesa, como Heliogábalo, merecían una revisitación. He visto con mis alumnos de 1º de ESO algunos fragmentos de la serie y a la mayoría les ha ayudado a entender ese contexto, esa sociedad corrompida hasta el tuétano pero que construía teatros y acababa con imperios, esas costumbres agrietadas pero que llevaban una severidad innata. He escuchado críticas y leído comentarios sobre el protagonismo de Santiago Posteguillo y sus intervenciones en la serie, si sobran o rompen el ritmo narrativo, pero la intención didáctica que tiene El corazón del imperio la hacen necesaria. Un buen ejercicio que se queda corto, que pide más duración y más capítulos, que pide más revisitaciones.

lunes, 28 de marzo de 2022

Yellostone. Cuarta temporada.

Después de la quietud, la tempestad y los cuervos. Hágase querer por una venganza que disipe el humo y las entrañas. Apocalipsis en Montana. Con un primer capítulo que deja sin resuello, de principio al final, de preguntas sobre la derrota y de cuestiones que hacen pensar si el camino más rápido hacia el final es seguir respirando. Un disparate. Se centra también esta cuarta temporada de Yellostone en el control de lo narrativo, en las personas que luchan para hacerse con el discurso político y de la historia, lo que ahora los cursis y el resto llamamos el relato. La importancia del relato, que subrayan los ivanredondistas. Y esa convivencia dañina, esa envidia de lo que pudimos ser y no fuimos, esa salida de prisiones mentales y física, esa jodienda que se extiende como metástasis maligna. Y en ese pequeño trozo de la tarta de Montana, se multiplican las redes de intereses: el padre que se queda con una gran casa vacía, el sustituto de la paternidad, los hijos pródigos, las últimas oportunidades, las conjuntivitis de las vacas, la masturbación de los caballos. Ríanse, de nuevo, de parábolas bíblicas, de los hijos pródigos que siguen jodiéndola, de las visiones mironianas después de cuatro días sin comer, de lo freudiano de querer matar al padre y escapar a verlas venir desde el riachuelo, a jugar con dos barajas, de sustituir a la familia por el clan vaquero, la tribu por la convivencia con el enemigo, la lujuria política por la inexistencia familiar. Todo es posible en Yellowstone.

sábado, 26 de marzo de 2022

viernes, 25 de marzo de 2022

Servant. Tercera temporada.

Puñales y mentiras, o jodiendas y lápices naranjas, o páginas en blanco esperando respuesta en una ducha con pelos que hay que estirar. Debemos decir, o debemos obligarnos a decir que Servant, pese a sus manías, es una serie coherente. Sigue a su bola desde el principio hasta ahora: parece que la realidad les da igual. Y está bien. La realidad no existe. Es todo mentira. Sobre todo, la convivencia, lo de llevarse bien, lo de limpiar cristales, lo de cambiar pañales. Todo es una puta mierda y mentira. Popularidad y abandono, dientes que rompen y tres meses que no pasan tan rápido como deberían. Dedos, anillos, vuelta atrás, mendicidad, nitrógeno líquido, autosuperación, sobriedad sin decencia, sangre en el cuello, corazones rotos. Dibujos, sueños rotos, imágenes que ilustran el peor de los sentimientos. Y siempre se desborda ese líquido blanco que hace llamar la atención, que hace que el zanahorio se ruborice, que hace que la ambrosía sea necesaria en nuestra vida. Gusanos somos y en gusanos nos convertiremos. Gran temporada la tercera de Servant.

Capacitación

Himno para el tercer viernes de la Cuaresma de 2022

Lo cotidiano vuelve a ser motivo de himno escuchado en bucle. Decía Diego A. Manrique que Un buen día de Los planetas era "una canción de desamor disfrazada de vida cotidiana". Extraterrestres de Mediapunta ilustra en forma de himno distintos elementos de lo cotidiano, de lo que cansa y desespera, de lo que deberíamos cambiar y de lo que no deberíamos ni plantearnos.

jueves, 24 de marzo de 2022

Yellowstone. Tercera temporada.

En esa sucesión de caos que es Yellowstone, incluso en mitad de la peor de las tormentas, siempre hay un pequeño halo de esperanza, de ilusión, de huida hacia adelante. Pero dura poco la calma, dura poco la quietud y vuelve la marejada, vuelve ese barco abandonado sin rumbo en ese océano que da vida y muerte. Pero el valle de la Y se vuelve terco una y otra vez, se vuelve potro indomable, se vuelve río en el que ahogarse y novillo al que marcar. Y sale lo peor de la política y el comercio, de la Bolsa y el análisis corporativo, de la mierda con corbata y con traje bien planchado. Y si no hay problemas, se buscan: lobos, gobernadoras, moteros. Aeropuertos, nieve, indios y casinos. Heridas como catarsis, tintes como novedad, fracturas como epifanías. Y la educación como escapada y las víboras que muestran, de vez en cuando, su corazoncito. Y la tenacidad y esas frases que ponen al roble y al sauce juntas. Y los enemigos que se alían, otra vez, contra el común de los peores. Y el tiempo de verano, y los cambios de rutina y los soñadores que se quitan de en medio porque no recuerdan la última vez que soñaron. Pero la familia no siempre reza unida, o, directamente, no reza: sufre, busca una salida, una escapada, una razón para no vender, una razón desenterrar e iniciar nuevas andanzas, nuevas experiencias, nuevas conversiones sin transfigurarse en nuevas entidades. Deja para después interrogantes que no siempre se pueden entender o dejar de aprovechar. Una temporada más lenta pero más reflexiva, más equitativa en el dolor y en la desesperanza que, como en cualquier vida, puede eternizarse.

Nunca llegas

miércoles, 23 de marzo de 2022

La chica de antes. Primera temporada.

La chica de antes juega con cartas marcadas. Va de pretenciosa, pretende ser más de lo que es. Es una búsqueda imposible, una jugada imposible, una resurrección de Ronaldo Nazario cuando ya estamos acostumbrados a Mbappe (o como se escriba). Busca en un espacio temporal lo que había en otro espacio temporal, busca repetir situaciones matrixiescas pero no vemos al gusto que creímos ver en otra ocasión. Muertos en vida hablando de muertos de otras etapas. Flores que antes o después se marchitan. Aunque cuando las pretensiones parecen ser altas, luego llega la decepción, luego llega esa canción de Airbag que escuchas poco pero que siempre tienes en la cabeza. Siempre. Y como quiere quedar bien, siempre hay un malo que parece bueno, y un bueno que no lo es tanto. Y la etiqueta de lo que fue o no pudo ser. Y el comodín de Joy Division. Siempre llega la decepción.

domingo, 20 de marzo de 2022

La unidad. Segunda temporada.

Hágase querer por un infiltrado, por un padre de un hijo, por un pañuelo blanco un día de luto, por un caza haciendo su trabajo. Me desconcierta el principio de la segunda temporada de La unidad. No sé si quiere llevárselo a un terreno pantanoso, o hacer chistes en azoteas (sin gracia, sin Beatles) o buscar cuotas femeninas en grupos de responsabilidad. Objetivos que cambian como la calima de marzo de España. Y luego se marcan un ratito en un patio de vecinos en busca del narcopiso típico que te hace volver a la realidad. Esta es la España de la Carretera del Palmar y de cualquier barrio. ¿Qué hemos hecho para llegar aquí? ¿O qué no hemos hecho para llegar aquí? Nada como escarbar en la mierda para encontrar mierda, que decía el hombre de la camisa verde. Y cuando escabas, salen topos. Será por topos. Ríase usted de la época de Mou. Pensar da miedo, casi tanto como ir a clase algunos días. O muchos días. Pero al final del primer episodio ya te das cuenta de que esto no es una broma, que el ventilador alcanza de alfa a omega y todos los putos abecedarios del mundo. No solo el gas de Argelia y el Sahara y Marruecos saltan por los aires el mismo día del estreno. Curioso, que no casual, que las casualidades no existen. La España que tenemos es la que nos merecemos: nos importa más el 8M que el 11M, como también decía EHDLCV. Así. Con un par. Y hablando de cosas que importan, de las que subrayamos con bolígrafo rojo, La unidad se centra en el retrato y en el relato. No duda en retratar esa sociedad anclada en un Medievo, pero con teléfono móvil, con costumbres que ya no se pueden llamar modas envejecidas porque dan mucho asco. Demasiado. Y si el retrato de ese islam anquilosado como un régimen obsoleto es importante (y no solo en la poliginia y la pluralidad de cónyuges, en la Guerra Santa, en las jodiendas con vistas a mentalidades a extinguir), lo es aún más el relato. Y en ese relato, en ese cuento, no podemos sacar moralinas de todo a 100 sino cuentos tristes en los que siempre salimos perdiendo si no somos constantes y eficaces en la lucha contra el mal. Y el mal siempre trabaja para hacer más mal. Si reconstruimos la cara del mal contemporáneo, curiosamente muestra un mal emparentado con una ideología o una religión determinada, aunque cierta prensa y cierta superioridad moral nos impida, otra vez, llamar a las cosas por su nombre. Una gran segunda parte la que han confeccionado en La unidad, porque, a veces, ilustrar el mal nos ayuda a entenderlo.

Queen of the South. Quinta temporada

A diferencia de otros momentos alargados sin motivo aparente, Queen of the South ha sabido terminar cuando ya no tenía más que decir. Se cerró la historia, más que previsiblemente, pero se cerró. La lista de cadáveres es como la de cualquier partido político: infinita. ¿Qué las pretensiones iniciales eran otras? Da igual. Casi nunca conseguimos todo lo que deseamos, o ni la mitad de lo que queremos. O nada. La historia de Teresa Mendoza ha ido cambiando pero el espíritu, la supervivencia por inercia o escapada, seguía ahí. Justo ahí, en esa sucesión de nuevos problemas que evitan la tranquilidad, que hacen que te desesperes porque nunca sale el sol o si sale es un espejismo. O una tragedia. Y no se puede aspirar a lo que no se es: eso de la eternidad es una patraña. Queen of the South es una maratón que parece no acabar nunca, llena de sufrimientos e impedimentos, llena de huesos cadavéricos que pisar y paranoias que ocultar, llena de padecimientos. En la vida, como en la zona 2-3 en baloncesto, eso de la paciencia es una patraña. No hay que tener paciencia. Eso es, sin duda otro truco de marketing. Y Queen of the South ha sabido terminar cuando había que hacerlo. Lo de longevidad de Ley y orden es una excepción, como lo de muchas personas en vida. Lo raro es que nuestra especie no esté extinguida, lo raro es que Teresa Mendoza llegara a los veinte años, lo raro es que nos sorprendamos de que los viejos sigan siendo viejos. Pero, de vez en cuando, hay erratas que merecen la pena, o, al menos, pasar el rato con ellas sin mayores pretensiones. Y ese Pote es inolvidable.

La memoria del alambre

No sé el tiempo que llevaba sin escuchar al Zurdo aquello de Para ti. Hubo un tiempo que ese video, con aquellas gafas de sol, aquel jersey azul, aquella camisa blanca se repetían en bucle. O no. O quizás no fue tanto tiempo. Quizás aquello de encerrarse en castillos en cartón era todo mentira, como siempre. La memoria del alambre, de Bárbara Blasco, nos lleva a recuerdos del pasado y a preguntas que no siempre queremos hacernos, nos lleva al asco que tenemos sobre alguien conocido, nos lleva a identidades suplantadas y nos lleva al dolor de vivir, al dolor de no beber desde bien temprano, nos lleva a pensar que cuando teníamos trece años todavía quedaba imaginación. No se puede comparar la segunda mitad de los 80’s con nada. Escribe BB algo que siempre nos preguntamos, como “qué distinto se ve el siglo XX desde el siglo XXI”. Pero mientras que el XXI es mierda de redes (anti)sociales y reguetón, concursos televisados y lágrima rociocarrasquera, el XX cambiaba mucho más rápido: tribus que se sucedieron en un trono de odio y reacción. Blasco se centra en la Valencia prebakalao, predroga generalizada. Pero con ese paisaje de adolescencia no siempre entendida, de rebeldía, minifalda, pinturas y caza en discoteca, nos lleva desde el principio de la novela a preguntarnos sobre la muerte de una adolescente que parece que lleva maquillándose desde la guardería. Nos lleva a preguntarnos si esa muerte fue accidental o autoinflingida, si se escogió una vía como escape o llegada, si la mentira o la suposición tienen algún atisbo de sospecha. O no. O es todo un espejismo. Escribe Blasco que “la felicidad se mide en unidades de extravagancia”. No sé yo. Llevo diecisiete años currando con adolescentes y cada día es desconcertante, no siempre viene por un padre depravado o por una madre loca, por un vecino psicópata o por un hermano seguidor de Paul Thomas Anderson, por una prima seguidora de Marilyn Manson o por tío acérrimo del Betis. Vaya usted a saber el motivo por el que un loco, o alguien que se dice loco, no se da con dos piedras en sus genitales y si hace otras cosas. Da Bárbara Blasco porcentajes sobre niñas que sufren abusos, sobre los jovencitos que tienen ideas suicidas, sobre las muertes en las vías de tren. Al final todo es abuso de estadística, pero le damos otros nombres, siempre eufemizando lo que no queremos llamar por su nombre: decimos autolisis para no decir suicidio. Siempre poniendo barniz, siempre pintando lo viejo para renombrarlo, para etiquetarlo. La cabeza del Bautista y Salomé y todo lo demás. Hace recordar BB que antes el dinero eran pesetas con las que soñar, que Jorge Albi ponía buena música (aunque algunos ya lo conocimos con su Déjate besar y descubrimos los Sundays y Pizzicato Five), que había niños que bebían mucho vodka con limón (siempre con Schweppes, nada de Fanta), que la rutina cansaba, que la imaginación era irrepetible), que los caprichos tienen un precio y que, como bien indica BB, “la música aún podía salvarnos”. Porque La memoria del alambre nos lleva por el recuerdo de las canciones, o, mejor dicho, las canciones nos llevan a recordar, aunque no siempre nos viene bien recordar. No es bueno recordar, porque te metes en líos, o buscas respuestas cuando lo único recomendable es el olvido. Y en mitad de esa rutina que nos tortura, que nos agobia y desmotiva, a veces caemos en la debilidad de hacerlo. Y en mitad de todo esas preguntas, Blasco reflexiona sobre la amistad, el porno, la familia, el valor de las mentiras, sobre Dios y el cristianismo, sobre la memoria y sobre lo cíclico de las crisis, sobre la estafa de futbolistas y folklóricas, sobre ese tiempo cíclico que es asquerosamente repetitivo. Si no cayera en el ñoñería en algunos matices, podría ser una novela perfecta para hacernos creer que no debemos hacer caso a la primera frase de Sed de champán de Montero Glez. Coda: Recuerdo que mi madre había días que me cambiaba la toalla de manos de mi cuarto de baño porque no sabía el número de veces que la utilizaba hasta que chorreaba. Un día, por curiosidad, las conté: 27. No llegué a sangrar como Larkin, pero casi.

lunes, 14 de marzo de 2022

Yellostone. Segunda temporada.

Hay veces que no solo un versículo nos sirve. Proverbios 17, 17. Con los versículos pasa como con la vida, que la traducción nos pierde. Deberíamos volver a Borges. A leer a Borges, o a leer lo que Bioy Casares escribía sobre Borges. Con la segunda de Yellowstone nos pasa algo como con las traducciones de la Biblia, depende de la perspectiva con la que queramos describirla. Sigue con la historia del hijo pródigo, aunque no siempre es el mismo en Yellowstone. El listo no lo es tanto; el borde sigue siendo cafre con ánimo de bronca pero tiene su corazoncito; la hija de un Satanás zanahorio será siempre una hija de Satanás zanahorio. El pasado y la muerte siempre presente, sea del hijo de un loco o de 347 vacas envenenadas con trébol maligno. Incide esta segunda temporada en las muertes que no se esperan, en los huecos que los muertos dejan en el alma, en la posibilidad de reincidir y de no olvidar. El asunto de los indígenas no sé si tomarlo como una concesión o una irrealidad, como un vestigio de principios olvidados o un momento de debilidad en el guion: realmente me desconcierta. O quizás queremos sustituir cromos sin brillo por otros nuevos que no contaminan, cambiar lo rancio por lo brutal, lo espeso por la lúcido. Quizás deja menos frases que apuntar que la primera temporada, pero los malos siguen siendo bestias, sigue el enfrentamiento en un valle en el que no siempre vale ponerse un sombrero porque siempre hay deudas que devolver y señales de una cuerda en un cuello que pende de demasiados hilos. Yellostone nos muestra que todos somos prisioneros, que buscamos cárceles aunque no las necesitemos y que la venganza no es solo infernal sino que da vitalidad. Infiernos en vida, como todos los días. Buena reflexión para tener en cuenta que nada es eterno pero que podemos, aunque sea por un tiempo, eternizar el dolor en todos los sentidos.

sábado, 12 de marzo de 2022

Pam & Tommy. Primera temporada.

Las facturas siempre están ahí y tienes que pagarlas. Antes o después, siempre vuelven en forma de desgracia o de aventura, de chantaje o de nueva factura. Martes y 13 tenían una jodienda en una de sus secuencias de Nochevieja, diciendo que la compañía telefónica simpre estaba jodiendo. Jodiendo a base de bien. El monopolio de la motivación no es exclusivo de nadie, nos decían los colgados de Casi Famosos. Pam & Tommy empieza como una montaña rusa, con un primer episodio muy explicativo, muy de señalar al personaje de la mansión que tiene el dinero por castigo de ruido pero que es rata hasta las cejas, que es lo único que no lleva tatuado (y ya hacen tatuajes hasta en Aljucer, el Apocalipsis si que está al llegar). Nos presenta a este mariachi, porque Tommy es un mariachi de finales del siglo XX, un cafre que se encuentra con una venganza que es una mezcla de recluta frío de anteayer y que deja el estómago destrozado. Y luego siempre vienen las moralejas de las resacas y toda esa bazofia existencial. A la neumática chica la pintan como lo que es, neurona arriba, neurona abajo. Y después de dos capítulos de presentación, la marabunta, el deseo de ganar dinero a toda costa, la desesperación, el mundo del revés. Siempre nos equivocamos, pero algunas veces más que otras. Y del cero al infinito, de no tener para pagar el cable (la tortura contemporánea) al invento del internet, del fútbol americano al zapping de la chica del bañador rojo, del buda enfarlopado a las jodiendas con vistas al chalé. Embarazos y cintas de video. El trecetianismo decía que el 90% de internet era porno, un 9% spam y el resto, un poco de todo. Y como todo en internet, todo, al final, como en la vida, tiene un precio.

Un verdor terrible

Empieza Un verdor terrible de Benjamín Labatut con una curiosa concatenación de creación y situaciones que entrelazan guerra e invención, drama y locura, perfección en el odio y dolor por la muerte de una esposa o una hermanastra. Y en ese inicio pone a Göring en la palestra, pone énfasis en el rojo de sus uñas, subraya (en rojo, como debe ser) su adicción a los venenos (dihidrocodeína) de la que dice Labatut que tomaba más de 100 pildoritas al día, consiguiendo con ello un subidón como el de la heroína. Pero según Labatut, este procedimiento no solo se utilizaba en la élite nazi, sino que era repartida la metanfetamina a los chicos de la Wehrmacht bajo el nombre de un medicamento llamado Pervitin que los convirtió en adictos y zombies, hombres que no dormían durante jornadas enteras y que aguantaban en el frente en el mayor de los delirios. Con este énfasis comienza BL Un verdor terrible. Ese fenómeno que nos asusta y no para de atraernos desde el punto de visto histórico como fue el régimen nazi, es usado por el autor para darle hilo a la cometa del terror y la locura, con el recuerdo tantas veces repetido del último concierto para esos jefecillos nazis de abril de 1945 en Berlín (12 de abril) en el que tras, piezas de Bruckner, Beethoven y Wagner, niños pequeños entregaron a los bestias que quedaron canastillas con cápsulas de cianuro para que pusieran fin a sus vidas antes de que llegara el fin a manos de los rusos. Enfatiza el autor que muchos no se fiaban de las pildoritas y usaron sus armas, fueran reglamentarias o no, para quitarse de en medio (como lo hicieron miles de alemanes al final de la guerra, poniendo los ejemplos del Berlín de abril de 1945 [3800] o del pueblo de Demmin antes de la llegada del ejército rojo). Muchas veces, solo recordamos a Blondie, la perra de Hitler (el animal, me refiero, que tuvo muchas perras a su servicio, y con distintos nombres), cuando hablamos del cianuro, pero es que esa mezcla de nitrógeno, carbono y potasio mató a muchas personas. Y con el título de Azul de Prusia, empieza Labatut este libro, y subrayando el valor del Zyklon A, que, como otros muchos inventos, depende de los que los utilizan. Recordando al tío Manolo, respondo cuando alguno de mis alumnos me dice que Hitler o Stalin estaban locos: “No conozco ningún loco que se dé con dos piedras en sus genitales”. De locos, nada: asesinos. Pero como no todo es guerra, Labatut nos lleva a la pintura, nos lleva a un cuadro, El entierro de Cristo de Pieter Van der Werff, para recordar el primer cuadro documentado con el que se usó el azul de Prusia en 1709, que fue sustituyendo al azul ultramarino que vemos en tantos cuadros renacentistas. Y empieza a hablar de gusanos, y moreras alemanas, y del cianuro usado desde 1782, y de la habitación verde de Napoleón en su destierro final, y de la resistencia de Rasputín y del suicidio de Alan Turing, todo relacionado o todo sin relacionar pero que nosotros debemos relacionarlo. Y de ahí, al gas, al sarín, mostaza y cloro usado por unos y otros en la I Guerra Mundial, de efectos devastadores, desde su primer uso en Ypres el 22 de abril de 1915, y en el que tuvo un papel principal Fritz Haber. El tipo que hizo público el modo de extraer el nitrógeno del aire, que luego se utilizó en fertilizantes, pero que tras su colaboración en la I Guerra Mundial no es recordado simplemente por el nitrógeno sino por su fundamental papel en los ataques con gas. Recuerda Labaut que antes de los fertilizantes industriales, se recurrió a extraer los huesos de los cuerpos de los muertos (pone ejemplos de las bandas inglesas que fueron por Europa desenterrando cadáveres de batallas, o que llegaron a Egipto) para después llevarlos a Hull y luego a su trituración en Yorkshire… Suena a ciencia ficción. Pero el Zyklon, usado primero para despiojar barcos y submarinos, acabo usado en las cámaras de gas nazis, y cuenta que fue una justicia familiar que acabó con parte de la familia de Haber. ¿Poética? Para nada. La segunda parte se titula La singularidad de Schwarzschild, un científico que era mucho más que un científico, que era mucho más que la curiosidad hecha persona. Y empieza esta segunda pildorita con una carta, con Einstein, con respuestas a preguntas sobre ecuaciones y jodiendas curiosas de la teoría de la relatividad general. O algo así. Si vamos a lo sustancial, este tipo de apellido impronunciable (ríanse del de Zweig), pudo librarse de ir a la guerra, pero no lo hizo. Labatut habla de honor, habla de un tipo que en la guerra fue diagnosticado de pénfigo, seguramente provocado por ataque de gas en la batalla (vaya usted a saber de cual de ellos), pero que según dice Labatut también era relativamente común en los judíos askenazis. Cuando he visto con alumnos Hijos del Tercer Reich alguno me ha preguntado el motivo por el que el motivo por el que el padre del sastre, también judío alemán, había luchado en la I Guerra Mundial para luego ser perseguido por Hitler. Por honor. No todo el mundo esperaba que Hitler hiciese lo que hizo aunque muchos lo preveían. Ahora que todos somos expertos en putinejas cuestiones sobre Ucrania, hay algunos que reivindican a Chamberlain con aquella pantomima que hizo antes de la II Guerra Mundial, y apaciguando al personal. Podemos creer en las estrellas y su estudio, como lo hacía este Schwarzschild, en su pasión por todo lo que veía, y no solo en el cielo, pero sobre todo en el cielo. De ese mismo cielo del que caen bombas, aunque a él le hacían trabajar para calibrar disparos y cañonazos y mierdas varias, aunque subraya BL que acabó, mientras lo enfermedad en el frente lo corroía, descreído con los mandos militares. Acabó hasta los mismísimos de la cadena de mando, del politiqueo, de avanzar en la ciencia para seguir matando. Vaya puto desperdicio. Un tipo que se preocupaba por la estabilidad de los anillos de Saturno y que acabó de la forma en que acabó. El tipo que llegó a ser en su día el profeso más joven de Alemania en su día con 28 años, el tipo que se dañó las retinas observando a tope un eclipse total. Un personaje, pero que en la segunda parte de esta narración aparece desdibujado con tanta ciencia. O quizás sea yo el que lo desdibuje desde mi percepción. La tercera parte del libro se titula El corazón del corazón y empieza con un japo y un problema matemático: a+b=c. 2012. Un blog. Un tal Mochizuki y la maldición de Grothendieck. El padre de Grothendieck, de padre ucraniano de origen jadísico, y las cárceles rusas, y el régimen de Vichy, y Zyklon B en Auschwitz; la mdare, la Segunda República en España, la lucha anarquista. Vivan los apátridas, sean de Nansen o de donde sea: vivan los refugiados sin Estado. El peligro de las matemáticas y las ciencias. Esos científicos, que indica JL, antes o después tendrían que ver con la guerra, con Hiroshima y Nagasaki. Ecolología. Pacifismo. Viva la pobreza, la juventud, la marginalidad. Degenerar en anomia. Totalidad y meditación. Viva la negación. Una pieza manifiestamente mejorable. La cuarta parte se titula Cuando dejamos de entender el mundo. Nos lleva de primeras a 1926, nos lleva a Schrödinger, físico entre físicos, va a tierras bávaras como si de una estrella del pop se tratara a presentar una ecuación. Qué distinto a todo lo de ahora. Los átomos y su interior. Heinsenberg y su viaje a Munich para escuchar a Schrödinger en más absoluta de las miserias. Intentar refutar ante Schrödinger en una pizarra y delante del personal que no eran las ondas las que mandaban en el funcionamiento de los átomos. La marcha de Heisenberg a la isla alemana de Heligoland, huyendo del polen. Y el recuerdo de su mentor, Niels Boher, que no era un tenista melenudo nórdico sino el mayor físico de la primera mitad del siglo XX, solo comparable a Einstein. Un aislamiento de alucinaciones y ceguera, de lucidez eterna para volver a la universidad de Gotinga, a la rutina de las rutinas. Y por Navidad de 1925, la publicación de la primera formulación de la mecánica cuántica. Y escribe BL: “Las ideas de Heisenberg causaron estupor”. Y pasando por Einstein, el autor llega a Louis-Victor Pierre Raymond, séptimo duque de Broglie, al que describe encerrado estudiando “encadenado a una rutina repetitiva e inflexible”. La guerra llegó a él tras alistarse en el cuerpo de ingenieros en 1913, siendo telegrafistas en la Torre Eiffel intentando cazar mensajes de los oponenetes y donde se enamoró de su compañero de torre, Jean-Baptiste Vasek, un multiartista que iba recogiendo obras de arte de todo tipo de chalados y locos. Hasta que Vasek se suicidó, no sin antes pedir a su amigo que continuase su obra. Y entre la mierda, Louis terminó su tesis en 1924, llamada Investigaciones sobre teoría cuántica. Y las ideas de De Broglie llegaron a Schrödinger, otro que tras participar en la I Guerra Mundial con una tropilla de artilleros austrohúngaros por tierras venecianas se fue a la ruina entre I y II Guerra Mundial. Pinta Benjamín Labatut la Viena Post I Guerra Mundial como un escenario terrible: miseria, hambre, frío, bloqueo de ingleses y franceses, imperio convertido en república, una joya convertida en mierda. Cuenta BJ que Schrödinger malvivía dando clases en la Universidad de Viena y leyendo a Schopenhauer. Y la boda y la decepción y coger la maleta de país a país hasta llegar a la Universidad de Zúrich, donde pilló la tuberculosis, y de ahí a otra de esas montañas mágicas, donde volvía año tras año, empeorando tras mejorar, Subraya BJ una de las secuelas de la tuberculosis, ahora que todos somos expertos en secuelas COVID: hipersensibilidad auditiva. Suiza y las infidelidades, las suyas y las de su esposa (una de ellas con el físico de su facultad, Peter Debye), y todo lo demás, incluida su pasión por todo tipo de arte y todo tipo de alcohol. Y de ahí, al estudio exhaustivo de De Broglie. Y en la montaña, con la hija de su médico, conoció el azul de Prusia, utilizada para matar pulgones. Y entonces aparece la diosa Kali, aquella que utilicé en el número 4 de Campos de morsas esféricas, allá por junio de 2003 en un engendro titulado “Los adoradores de Kali (o la muerte de la región universal)”. Schrödinger aprovechó una cojera temporal para enfrascarse en su ecuación. Y la huida de la montaña, y Bohr y su pupilo Heisenberg en Copenhage, y la complementariedad, y sus fuertes discusiones, y la bohemia y el hachís, y las paranoias y las frases que nos hacen siempre volver a cuestionarnos muchas cosas: “Hoy nadie tiene tiempo para la eternidad”. Luego se recrea el autor en frases einstenianas, en la quinta conferencia de Solvay en la que aparecen varios protagonistas de este libro, y acaba con un epílogo, El jardinero nocturno, sobre un tipo que admiraba a Grothendieck, sobre perros envenenados, sobre cianuro y limoneros, sobre preguntas acerca de la fertilidad y el crecimiento exagerado. Un verdor terrible es un libro que va de más o menos, que se diluye cual disolución de un laboratorio que empieza brillando y acaba, simplemente, en una habitación limpísima que huele demasiado a lejía.

lunes, 7 de marzo de 2022

The Sinner. Cuarta temporada.

Me ha desconcertado la cuarta temporada de The Sinner. La he dejado, he vuelto después de tres meses. Esas islas que, en su aislamiento, aunque sea de estancia corta, te cambian y te transforman por completo. Dramas heredados que pasan por estirpes enteras, hijos que dan disgustos y nietos que sacan los peor y lo menos bueno. Desencuentros y jodiendas con vistas a un pescado que se pudre y se vuelve a pudrir. Acantilados y cruces en el pecho, huidas y reflexiones, fotografías y retiros que no son retiros sino castigos. Hay veces que no vale la pena entender: solo queda mirar, aunque el reflejo que nos da el agua no nos guste, no nos valga la paranoia, no nos valga el resultado porque el partido nunca se tuvo que disputar. Clavos para todos, secretos para todos, mierda para todos. La barca se hunde y no hay remedio. Y el pecador lo quiere saber todo. Siempre. Pero al final, todo no es tan complejo como pensamos, todo tiene explicación, todo es leña para llenar la chimenea y arda el infierno, aunque sea en esa maldita isla aislada, esa isla que te cambia y te vuelve a cambiar y te hace sacar tus más bajos instintos. Al final, todo es personal, todo es traficar, todo es disparar al que se lo merece. Y se mezcla la envidia y la familia, y se jode todo. Siempre se jode todo. Una pequeña decepción, como tantas otras que te llevas en la vida. Una más.

Yellowstone. Primera temporada.

Montana y pasar un rato pensando que estás viendo El hombre que susurraba a los caballos, o El hombre que domaba a los sementales. O la puta que te lo explica en un consejo de administración. O una de indios. Pero todo tiene un precio, y todo se puede comprar, seas indio, lechoso o mediopensionista. O probador de cebollas. La caza, la pesca y los daños colaterales. Vacas para todos. Lindes y jaleos. Fronteras no escritas. Deseo y ambición. Y, por encima de todo, la política, en todos los sentidos. Y la familia, como la sangre española de los caballos, con las revoluciones a tope. “La lista de cosas que no quiero es infinita”. Y claro, “la penitencia se gana; la paz, se encuentra”. Y claro que la juventud era otra cosa. Y los ladrillos, jodiendo la marrana. Y el Juicio Final es todos los días. La sucesión de dramones que se intercalan en Yellowstone no tiene fin, uno detrás de otro hasta el infinito. La pregunta siempre es que será lo siguiente, que golpe recibirá esta persona o aquella, o que jodienda con vistas al río o a la montaña o al rancho toca ahora. Plagas, hijos pródigos y la Biblia ranchera. No falta de nada den Yellowstone.

domingo, 6 de marzo de 2022

Donde dejé mi alma

En época de guerras, o de ruidos, de falta de silencio (cada uno llama a las cosas correlativamente o sin principios), nada como buscar refugio en frases, en historias, en guerras pasadas que también trajeron mierdas varias. Vuelvo a Jérôme Ferrari, en este caso a Donde dejé mi alma, para recrearme (y descartar) frases que no siempre consuelan pero si ayudan a entender lo que hacemos los hombres (perdón, ministra, perdón por existir) cuando el carajo se vuelve realidad y no queda otra que mirar la lluvia en el marzo de Murcia. Sí, he dicho lluvia, y van dos días seguidos. Hablando de líderes, y del Principio de Peter (aunque no sé si eso es caer constantemente en la condescendencia), nos dice JF que “la imbecilidad de este hombre da vértigo. Es absolutamente perfecta”. Hacemos continuamente un error a la vida, pero es que los trabajos, la mayoría, nos hacen peores. Y te acostumbras a ver, si pones la tele, niños de meses muerto de zambombazos y aparte de apagar el bicho no haces nada más. ¿De qué vale tanta mierda? Escribe Ferrari: “No teníamos ya fe en otra cosa más que en la belleza inútil del sacrificio”. ¿Pero no somos todos enemigos de la humanidad? ¿No eran los piratas los hostis humani generis (o algo así)? Vaya usted a saber si entre lealtad y verdad nos perdimos en mitad del charco radiactivo de esta lluvia de color extraño. Añade Ferrari: “Cada mañana hay que volver a vérselas con la vergüenza de ser uno mismo”. Y entonces, como en el politeísmo católico, la más politeísta de las religiones monoteístas, salen a relucir los mártires: “Un mártir es mil veces más útil que un combatiente”. No siempre, pero JF acierta en lo sustancial, en lo importante, en lo que no se queda en los márgenes. Y entonces te pones la música, para evitar un rato la tele, y suenan Airbag, y suena Ahí llega la decepción. Ahora que todos recuerdan a Zweig, toca hablar de decepción, y curiosamente, Ferrari nos deja otra frase para hilar en un cojín, como cuando comprobamos que la OTAN no es la chica que imaginamos que era. Pero volvamos a la decepción y a Ferrari: “La decepción no es dolorosa, al contrario. Lo vuelve todo más fácil de soportar, sobre todo a uno mismo”. El problema luego es mirar el espejo y ver lo que ves, o reflexionar en posición horizontal, o, simplemente respirar. Y la cuaresma, como síntoma de que no son doce meses los que nos ponemos medallas de buen cristiano, o el Ramadán como símbolo de consumismo, que al final, entre tanto mártir y tanta guerra, todo se confunde en este mar revuelto de dioses en el que nadie se acuerda ya de aquellos pescadores de barco gallego que se fue a la mierda no hace tanto. Recemos entonces, cada uno con sus latinejos o con su árabe de todo a cien: “El Dios al que se insiste en rezar o es más que un ídolo tiránico y bárbaro del que no se espera ya otra cosa que poder escapar un poco más a su ira sin fin ni razón”. Y creíamos, en nuestro eterno error, que nos podemos acostumbrar a lo que sea que salga por la tele, pero no es así: “Nos equivocamos al decir que uno se acostumbra a todo. La sabiduría popular no vale gran cosa”. Cero. Pero tenemos ejércitos que son sustitutos de la inacción, del mirar para otro lado, de la ineptitud de la mierda embotellada y vendida como ecosostenible. Escribe JF: “Este ejército de cobardes, este país de lacayos que renunció a su memoria y desvió la mirada vergonzosamente”. Y todo es mentira mientras los países se convierten en mataderos (aquí le sacan las vísceras que no cumplen con la estricta religión a los jabalíes antes de meterles el colmillo) y cárceles. Y no sé lo que es peor, si el matadero o la cárcel. No lo sé. “Menuda comedia y menuda vergüenza”. Pero los políticos y los militares, los de ahora y los descritos por Ferrari en Donde dejé mi alma, dan asco. Apostilla Ferrari: “La imprudencia reina hasta el punto de que una mentira ya no tiene que revestir los atributos de la verosimilitud, basta con afirmar con un guiño cómplice”. Y eso nos lleva al miedo, al pavor, y a convertirlo todo en chiste macabro y repugnante: “El miedo abyecto que se ah apoderado de los hombres ha acabado por hacerles amar la mentira”. Y mientras caen bombas o te introducen un cuchillo por cualquier sitio, no puede uno recrearse en la eternidad. No. “No se puede ser leal sin memoria”. No. Y no aprendemos, y nos da igual lo que pasó anteayer, y el año pasado, y antes de ser nadie ni nada. Escribe Ferrari: “El pasado se relega al olvido y nada puede comprarlo”. Quizás la terapia sea equivocada, y, siempre “el mundo es un pedagogo mediocre”. En fin. Donde dejé mi alma no es alentador ni optimista, pero es tan real que asusta y da miedo pensar en que nos recreamos en la belleza de la maldad. ¿O era al revés? Sentencia Ferrari: “El perfecto aplomo es un insulto insuperable”. Y yo no tengo aplomo para poner la tele hoy.

Dirge en bucle

sábado, 5 de marzo de 2022

Putin: de espía a presidente (documental)

Putin: de espía a presidente es un documental que mezcla gente envenenada, gente extorsionada, gente engañada, gente frustrada. Y con el hilo común de Putin, el chico rebelde del judo, el chico que se fue a Alemania a espiar, el tipo que ayudaba al alcalde de San Petersburgo, el tipo que nunca sonríe, el tipo que te pide que sigas preguntando, el tipo que llegó al KGB para quedarse, el tipo que no esperó a las pruebas a por ir a por los chechenos, el tipo elegido por Yeltsin para que siguiera la mierda rodando, que no todo son alcantarillas. O si. Y una vez en la cumbre, imposible sacarlo. Ni con agua caliente. Ni Trump ni leches. Teorías de la conspiración y todo lo demás. Fuerzas especiales y mierdas varias. ¿O es que ya no nos acordamos del asalto a Chechenia? Orgullo, amor propio y mentiras disfrazadas de persecución al terrorismo (o desnazificar Ucrania). Servicios de seguridad y gánsteres de la mano. Y más envenenados. Viva la venganza. Y marketing y publicidad y submarinos que se hunden y te dejan con el culo al aire. De Don Nadie a Dios. Viva la televisión. “No hay piedad para los traidores”. Claro que sí, “los perros mueren como perros”. Un buen documental en el que la estela de cadáveres es tan larga que no deja títere con cabeza. Menudo personaje el de Putin en todos los sentidos.

Argel Confidencial. Primera temporada.

Argel Confidencial nos muestra los jaleos, los líos de la política llevada al fango, a la jarana de la venganza. Lo feo se muestra mezclando justicia que nunca llega y odios del pasado, lo complicado del presente, la incertidumbre del futuro. En ese tablero de ajedrez que es el norte de África, Argel Confidencial nos lleva a recrearnos en dolores ajenos, pasando por relaciones personales difíciles y cuestiones que no siempre nos preguntamos pero que están ahí. Ahora que todo es geopolítica, esta serie también nos hace reflexionar sobre lo que pretende Occidente de unos países que solo interesan por el interés y el dinero. Un buen intento aunque no redondo.

viernes, 4 de marzo de 2022

miércoles, 2 de marzo de 2022

Euphoria. Segunda temporada

Bajo esa apariencia de videoclip que no acaba nunca, Euphoria se vuelve a preguntar en su segunda temporada por el amor y la pérdida. La apariencia de ejercicio emeteuvístico no acaba nunca, pero al introducir desamor y lucidez, venganza y desilusión, te lleva a creer que es un parábola sobre el mayor de los desprecios. ¿Es todo mentira? ¿Por qué no acaba nunca esta sucesión de imágenes y sonidos? El problema es que vuelven a meter la palabra patriarcado por todos lados con calzador, y el empoderamiento y toda esa bazofia que nos pretende gobernar desde el Ministerio de la Desigualdad. Y entre visita a Narcóticos Anónimos y fiesta de fin de año y vuelta al instituto en el enero con supercuesta, nos muestra a jauría de personajes que viven una depresión permanente. Y si se pusieran algo de ropa, incluso a veces iría mejor. Hágase querer por una yonki, por una loca, por una pandilla de locas, por el manicomio entero. No sé si es una buena opción tirar por la calle del final, la de la esquina oscura, la de la mierda enlatada, la del mono y los celos sempiternos. Será por jaleos, será por pedir camisetas en casas ajenas, será por joder la marrana. Y se pone, con demasiada moralina, a hablar de perdón, de “perdonar con generosidad”. ¿Qué pijo es eso del perdón? ¿Acaso otro truco de marketing? ¿Acaso fruta de colores de la que nadie quiere del roscón? ¿Perdonar en mitad del subidón? No hombre, no. El perdón no existe. ¿Catarsis? Y al final, teatro, porque todo es mentira y tiene que subir y bajar el telón, que siga el espectáculo aunque caigan vidas y niños, cristales rotos y jodiendas con vistas a la ficción. Viva la mentira videoclipizada.