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jueves, 24 de marzo de 2022
Yellowstone. Tercera temporada.
En esa sucesión de caos que es Yellowstone, incluso en mitad de la peor de las tormentas, siempre hay un pequeño halo de esperanza, de ilusión, de huida hacia adelante. Pero dura poco la calma, dura poco la quietud y vuelve la marejada, vuelve ese barco abandonado sin rumbo en ese océano que da vida y muerte. Pero el valle de la Y se vuelve terco una y otra vez, se vuelve potro indomable, se vuelve río en el que ahogarse y novillo al que marcar. Y sale lo peor de la política y el comercio, de la Bolsa y el análisis corporativo, de la mierda con corbata y con traje bien planchado. Y si no hay problemas, se buscan: lobos, gobernadoras, moteros. Aeropuertos, nieve, indios y casinos. Heridas como catarsis, tintes como novedad, fracturas como epifanías. Y la educación como escapada y las víboras que muestran, de vez en cuando, su corazoncito. Y la tenacidad y esas frases que ponen al roble y al sauce juntas. Y los enemigos que se alían, otra vez, contra el común de los peores. Y el tiempo de verano, y los cambios de rutina y los soñadores que se quitan de en medio porque no recuerdan la última vez que soñaron. Pero la familia no siempre reza unida, o, directamente, no reza: sufre, busca una salida, una escapada, una razón para no vender, una razón desenterrar e iniciar nuevas andanzas, nuevas experiencias, nuevas conversiones sin transfigurarse en nuevas entidades. Deja para después interrogantes que no siempre se pueden entender o dejar de aprovechar. Una temporada más lenta pero más reflexiva, más equitativa en el dolor y en la desesperanza que, como en cualquier vida, puede eternizarse.
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