martes, 31 de mayo de 2022

La ciudad es nuestra. Primera temporada.

“Si se utiliza la fuerza es para ganar”. Joder, yo quiero eso. En la vida, en el instituto, en el de la puerta de la iglesia. “Pegar porque quieres”. Derecho, placa, brutalidad por la placa. No es el sermón de la montaña el primero de La ciudad es nuestra. Añoramos sermones sin montaña, montañas sin sermones, juzgados sin cargos, alborotos y mierdas varias. Tomen apuntes, drugos. O mendrugos. No han llamado a Molina Foix para traducir esta naranja que no arranca y no es mecánica. Ni The Wire era tan buena ni La ciudad es nuestra tan mala. No hay término medio en mitad de la tormena: o tornado o arcoíris después de la granizada. Aplicar . “Comprender la propia autoridad”. Casos (y en lengua Montero), casas y cases. Caña, caña, caña. Todo mentira. Toda instrucción es necesaria, pero es demasiado tiempo el que se pierde al nacer. Y al respirar, también. Aquí es que somos de Treme, siempre de Treme, antes y después del Katrina, antes y después del pinchazo y del expediente, del reloj de hora y de la verja que escuchamos más allá de la verja. Todo mentira. Y limpias, muy limpias las zapatillas del personal. Demasiado barniz en el parqué , demasiado limpio el sofá del cuchitril. Si quiere mierda de verdad, decía el hombre de la camisa verde, vaya a la vereda de Aljucer. Y verá siempre una chimenea encendida, sea verano o cualquiera de las estaciones que parecen verano en Murcia. Todo mentira. Naloxona y opio de mierda para gente de mierda. Pastillitas para todos. Secar de neuronas para que nadie piense, para que en una esquina se monte el Belén, pero la mula y el buey siguen estériles, y además, han tomado un color muy oscuro, y todo es televisado y ahora un móvil te hace cómplice, o culpable, o cuñado, o ahumado imitando a los legionarios con un tipo sustituyendo a un Cristo. Todo mentira. “Una ciudad se conoce por su comida”. Hay cobardes y luego gentes uniformadas, y miedo al miedo. Caras reconocibles y jodiendas con plaza reservada. Cicatrices. Vacíar los bolsillos, pastillas, Excel como mentira. Papeleos y formación. Gran eufemismo eso de la formación. “El malo debe ser perfecto a todas horas”. Claro que sí. Los telefonitos, las escuchas, los números que coinciden y todas esas mierdas. El rap convertido en pesadilla. Hágase querer por unos mangantes con uniforme de policía. El agua sucia, el cubo, la fregona y todo lo demás. The Wire era una gran serie, pero ha sido idealizada en exceso. La ciudad es nuestra pretende mostrar otra imagen de esos barrios, pero como el listón ya no se mide desde el desconocimiento, las exigencias son máximas. Quizás el problema es que no disfrutamos de las series, les sacamos pegas continuas, buscamos errores, aunque no existan. O creamos que existan. O creamos que todo es mentira. Pero esa brutalidad, porque esta serie muestra brutalidad policial, no siempre es bien entendida. Aquí se mezcla politiqueo del peor, sindicato policial del peor, policía dentro de la policía en busca del tesoro de la corona. Pero ni hay tesoro ni corona ni premio de consolidación: en esto todos salimos perdiendo. Limpiar la calle no es agradable pero siempre han hecho falta barrenderos. Y quien dice barrenderos dice cirujanos de la calle. Detener después de escupir, después de beber en la calle, después de, simplemente, nacer, o existir. Vivan las estadísticas. Uno de cada seis negros, o mendigos, detenido. Una buena estadística. Hasta el factor Trump. El puto factor Trump. Y al final, todo se resume en una guerra continua a las drogas, como dice uno de los policías metido ahora a profesor: “Y en una guerra hacen falta guerreros. También hay un enemigo. En una guerra, hay civiles heridos y nadie hace nada, y en un guerra se cuentan los cadáveres y se les llama victorias”. Y esa, en Baltimore y en otros muchos sitios como La Vereda de Aljucer, es una guerra perdida. Y apostilla el personaje de La ciudad es nuestra: “¿Es que no hemos conseguido nada más que cárceles llenas, brutalidad en las calles y pérdida de confianza entre los cuerpos de policía y sus ciudades?”. Vivan las guerras perdidas. Estadísticas que mejorar, sueño imposible. Y LCEN pone énfasis en el hartazgo de la burocracia, del papeleo, del aburrimiento ante una administración carente de sentido (la novedad sería lo contrario). Y al final, la desgana, y la subida de los homicidios y reflexionar sobre la frase que tanto se repite: Siempre salimos perdiendo.

domingo, 29 de mayo de 2022

Missions. Primera temporada.

De 1967 solo me suenan los Beatles. Podría ser una frase del hombre de la camisa verde. Pero no lo es. Nada de nada. Missions empieza con ese año, con un ruso perdido, abandonado, casi o tanto como aquel delantero del Sporting de Gijón. Hágase querer por un ser multimillonario, por un bezoniano experimento, por un octavo pasajero en una misión a Marte en un presente prepandémico. Eso del presente prepandémico lo escuché hace unos días en la radio, y ya está por ahí en la quijotera. Cruces temporales, que no todas son florales en los mayos que empiezan y que se acaban. Hacer la cama es un símbolo de urbanidad y de muchas cosas más. 240.000 millones no es nada para un ricachón, se puede gastar eso y más, y en banderitas para los monos de trabajo y en juguetitos escondidos y en lo que haga falta. Y siempre, como en la canción de Lagartija Nick, tenemos versiones. Muchas versiones. Diez meses de viaje a un infierno compartido, a un infierno por redescubrir, un infierno para analizar lo que hay hacer o no para aterrizar en un planeta rojo con equipaje rojo. Pero nadie se acuerda del capitán Scott, que los primeros siempre son los primeros, antes y después de las canciones de Mecano. Ni un viaje espacial es una democracia ni muchos países (de España hablaré otro día, que he citado a Lagartija Nick y Mecano en un mismo texto). Fracasos que adelantan novedades increíbles. “Los sueños de una generación son la realidad de la siguiente”. Claro que sí, salvo cuando estás en una clase de 1º de ESO y piensas que las pesadillas del presente son fruto de los errores de cuatro mamarrachos de hace unos años. Y la peña no se acuerda de Apolo XIII ni de aquella riña porque la culpa era de Paul por la disolución de los Beatles. Siempre los Beatles. Todo está relacionado. Siempre. Y los fantasmas de la navidad del pasado, aunque los ruskis de la CCCP no creyeran en la navidad. 1927. Y nada cuadra, porque esos animales en granja ajena se mezclan y todo es mentira. Aniversarios de una revolución que torció muchas cosas. Viva Marte y la kinoa. Nada como estar a 57.000.000 de kilómetros de la tierra. Que te retraten, una y otra vez. Vivan los desempates. “Si no entendemos algo, nos mantenemos al margen”. Viva el número de oro, y el dórico, y Méjico con jota. Todo es inspiración mutua, todos copiamos, todos somos una réplica. Oricalco para todos. “El rigor camufla la dulzura”. Y la catarsis de la hipnosis. “Los hombres sueñan con lugares lejanos cuando son incapaces de ocuparse de su planeta”. Vidas breves y momentos que deberían ser eternos. ¿O era al revés? Alma, clichés y juicios de valor. Y Hermes, siguiendo las palabras homéricas, y las hormigas, y todo lo que queremos ver y no vemos. “Hay que pensar las cosas al revés”. Los ricos también enferman y lloran, y si es en Marte, más todavía. Deja una buena impresión Missions en su primera temporada, pero hay que ponerle bastante imaginación.

Primera salida del sol tras la 14ª Copa de Europa del Real Madrid

sábado, 28 de mayo de 2022

Bosch: Legacy. Primera temporada.

Vuelve Bosch padre sin placa, porque la que lleva la placa es la hija. Y hay patinetes por las calles. Forzados, pero parece al primero plano de Terminator 2, y Bosch Jr parece la mala. O quizás siempre tuvo un punto de mala. Bosch es viejo en un mundo que va demasiado rápido, pero sigue haciendo su papel, sigue funcionando como un reloj de agujas de los que ya no utilizamos. Preguntas que cambian de bando, principios que romper, historias que recuperar. Historias del pasado, que setenta años es mucho y el dinero es más que un legado. Terremotos y cambios, sirenas y música que hace pensar, o meditar, o reflexionar. Cimientos que antes o después ceden. Rutinas que recuperar. Pasado que redescubrir. Pero ese pasado tiene demasiados claroscuros, como la venganza tiene demasiados intereses, como el día a día tiene demasiadas trabas. Gasolina para todos. Hágase querer por dos señales de balas en su cuerpo para conseguir la redención. Todas las ratas se juntan, y si hay que montar el Dream Team de la oficina del pasado, se monta. Piscinas esclarecedoras. Dolor ajeno. Ayudas imposibles. Bosch: Legacy nos vuelve a meter en vereda aunque no queramos, nos muestra lo peor de cada uno de nosotros, de lo que llegamos a hacer en situaciones de emergencia y estrés, de lo que no queremos que se vea y escondemos de todos y cada uno de nosotros. Pero a veces pensamos en soluciones complicadas, en teorías de la conspiración, en esencias imposibles y al final todo es más sencillo, todo es simple y pura codicia, la más sencilla pero cruel de las codicias. Y en otra de las tramas, vuelve a salir el tema del fin y los medios, el mal necesario y las jodiendas que los poderes intentan esconder: “La luz vuelve a ser el mejor desinfectante”. Aunque no siempre no funciona, no siempre airear los asuntos tiene la solución perfectamente. Los viejos maestros siempre enseñan, siempre nos dejan lecciones con las que aprender. Aunque el factor familia puede enturbiarlo todo, que los genes son lo primero hasta que dejan de serlo. Basura en la reventa, que todo es dinero en la vida. Vuelve Bosch, y como en Afganistán allá por 2003, se ensucia las manos, cruza los límites y eso siempre es una buena noticia.

Paseos por el Albaicín

miércoles, 25 de mayo de 2022

Better Call Saul. Primera parte de la sexta temporada.

Hágase querer por unas corbatas de colores y estampados imposibles, antes y después de ser fabricadas en China, en Egipto o en el lugar que se hagan las corbatas de Saul. Porque si algo tenía Saul en Breaking Bad eran corbatas y teléfonos, desechables y únicas, que todo no iba a ser en Better Call Saul el destartalado coche amarillo. Y si hace falta un retrete dorado, pues se tiene, que no pasa nada. Las vidrieras son hijas del señor, tanto o más que las monjas de clausura. Todo se acaba, pero todo principio debe ser recordado, que aunque aquel coche amarillo fuera sustituido por un Cadillac, el ADN seguía siendo el mismo. Como siempre, cuesta arrancar, o recordar, pero una vez que la arena y los tiros y las cabras y los dientes salen a relucir, vuelves al universo sauliano, vuelves a las andadas, vuelves a sentir lo que sentías aquellos lunes por la mañana cuando tocaba la doble B. Y nada como los móviles, las gasolinas, el banco que multiplica letras de Saul y acaba en Argentaria. Hágase querer por una pesadilla, por una fachada naranja, o roja, o por un pivote, o por una gran mentira. Sobre todo, por una gran mentira. Los hijos torcidos, los sueños rotos, el pelo injertado. Y un despacho con meódromo, y una madre que no es, y un camino que parece. Todo mentira, hasta el último de los complots, de las conspiraciones de las llamadas perdidas, de las veces que escuchamos, hasta el final, las cosas que no merecen la pena. Y luego toca hablar. Y si toca hablar, pues habrá que hacerlo.

lunes, 23 de mayo de 2022

¡La Bestia ha Muerto!

Un lobo, con la esvástica en la suela, y en el brazo, y una sombra que parece un águila. Jesús Egido lo prologa con un título que es significativo, Antes que Maus. No es una broma ¡La Bestia ha Muerto! La guerra mundial de los animales. Ninguna broma. Una chimenea mágica acompaña al índice, con velas y ardillas, con seres animados en objetos inanimados, con fuegos y migraciones, porque antes de la tempestad no siempre hay calma. ¿O era al revés? ¿Cómo era eso de etiquetar a los nazis? ¿Vale lobo? ¿Vale chucho (bulldog) para los de la pérfida Albión? ¿Y los franceses conejos? ¿Por qué conejos? ¿No funcionó aquello de bajarse los pantalones con los lobos nazis? ¿Seguro que no? ¿Y los rusos como osos? ¿Qué dibujo equivaldría hoy a los putinejos? ¿Lobos con piel de cordero? ¿Quién fue el primero que dijo lo de lobos con piel de cordero? Y hablando de animales y de Edmond-François Calvo, escribe Egido: “No hay que ser un lince para imaginar qué hubiera ocurrido si el tebeo llega a caer en manos del enemigo”. La primera parte, La bestia se desata, es de 1944. El segundo fascículo, La bestia es derrotada, de 1945, pero los aliados se quedaron en Francia y no bajaron los Pirineos. No tocaba. Antes del fin ya había intermedio, que decía el hombre de la camisa verde. Pionero, llama Egido a Calvo, del cómic europeo. Y apostilla: “La salidad del armario de la obra de Calvo ha permitido apreciar la gran influencia que tuvo sobre este artista Walt Disney y en el general el cómic norteamericano”. Y la historia empieza con una pata de palo, la del “glorioso Paticojo”, ese “pequeñísimo accidente en la tremenda tormenta que sacudió nuestro pobre mundo durante más de cinco años”. Delante de su medalla colgada en la pared, fumando y junto a la chimenea (otra vez), los tres nietos escuchan epopeyas generacionales, luchas que hubo que hacer después de la chamberlainada de mirar para otro lado (y todavía lo siguen reivindicando). No valía tomar el sol, había que reivindicar tomar el sol. Viento en popa a toda… hasta que la tormenta perfecta llegó. Antes de esa tormenta, “eran los tiempos en los que, sin miedo al lobo, el bebé cordero podía saciar su sed en la corriente de agua pura…”. Y que tengas dulces sueños, pero el sueño es pesadilla perpetua. Y hasta el ladrillo, tan idolatrado al sur de los Pirineos, se muestra como esplendoroso, como símbolo de progreso: “Cuando la construcción va, todo va”. Claro que sí. Todo es esplendor, hasta que se pudre. Y una copita después del trabajo, claro que sí. La clase media siempre gana, o cree que gana. Tertulias y garras, pero sin recordar los viejos consejos del viejo jubilado (llámese Raminagrobis o ponga la etiqueta que quiera). “Los menos ricos podían alimentarse por poco dinero”. De ilusión también se vive, que diría Ginés Caballero. Y podemos vivir bajo setas, o bajo grandes raíces, o bajo el paraguas de papá o mamá (siempre queremos ser el orgullo de mamá, con o sin falsete de Summers), siempre “vivíamos felices sin ser muy conscientes de ello”. ¿Alguien recuerda 1992? ¿Y 2007? ¿Y 1939? ¿Y 1936? Ni Dios. Y mientras hay paz, o ausencia de guerra, la palabra patria no tiene significado, o deja de tenerlo: “Éramos tan felices que esa palabra (patria) no significaba nada”. De mañana en mañana nos recuerda Rosa Belmonte La Marsellesa y Casablanca, y todo ese blanco y negro del que tampoco se acuerda ni Dios, ni el Dios de los rusos ni el de los ucranianos. Ninguno. Del patriarca ruso podríamos hablar, pero hubiera sido mejor que estuviera por aquí Don Manuel Alcántara. Habrá que imaginárselo. Hay que pensar en las oportunidades perdidas que hay tras una guerra, tras una batalla, tras la derrota de las ideas. Y más allá de selvas negras, siempre hay una Barbarie, una idea de celos y envidias, de complejos de inferioridad intelectual y de superioridad moral. Tanto va el cántaro a la fuente que al final te quedas sin agua, Caballero dixit. Siempre hay que esperar a los Juegos Olímpicos, de verano y de invierno, que esos soldaditos y sus guerras no traspasaban fronteras hasta que si traspasaron fronteras. ¿Pero qué son las fronteras? ¿Han existido alguna vez? ¿Quién quiere un juguete ajeno teniendo el propio? Y siempre hay un enano rumbero que lleva la voz cantante, y al que siguen como pastor sin Orihuela. Y seguir mirando, siempre, a otro lado. Y los cómplices, y la radio queipodellanista que diría EHDLCV. Siempre hay cómplices pero como le digo a mis alumnos, hay que preguntarse si nos están utilizando. ¿Ha habido alguna vez que un político no intente utilizarte? Y no importaba que a otros vecinos los trataran como felpudos, porque la frontera propia no era la ajena. Y, de pronto, aparece “la Gran Matanza”. Y me gusta esa etiqueta de los cómplices, de “falso profeta” y de “bufón condecorado” y ese sueño de creerse dueño de todo el bosque que parecía que se hacía realidad con falsas treguas y apaños entre bestias. Y entonces, con el grito bunburyzado, ¡Avalancha! Que no falten las avalanchas. Desfiles a los que acudir y ausentarse, dolor multiplicado por jauría incontenible. Desánimo y complicidad tóxica al poder. Huida, exilio, traición. Éxodo y clemencia. ¿De verdad que hay espacio para el consuelo en mitad del horror? Llanto y consternación, pero también reflexión sobre el más asqueroso de los colaboracionismos. Eso sí que no se puede olvidar, esa complicidad con la maldad que no tiene perdón ni olvido. Pero hasta en la peor de las situaciones, oposición y espíritu. “La razón sola no puede andar contra la fuerza bruta”. En la segunda parte, La bestia es derrotada, el abuelo sigue contando a sus secuaces la historia en la que “la mayor parte de los pequeños pueblos de animales pacíficos que rodeaban Barbarie fueron ocupados y esclavizados”. Y el general invierno, y el cambio de rumbo, y el agotamiento, y la reacción, y el contraataque y todo lo demás. Reuniones, conferencias, palabras que solo alargaron más el asunto. Y más palabras para hacer pensar, o para creer que no todo lo que se escribe debe verse desde ópticas fuera de contexto: “En un mar en el que se creían seguros, probablemente porque llevaba el nombre de un antecesor del Gran Lobo -igual de bárbaro, pero de una clase completamente diferente-“. La barbarie, las etiquetas, los juicios de valor y todo lo demás, pero que a veces hacen de la reflexión una obligación: “¿Acaso pueden hacerse grandes cosas sin un poco de locura?”. La locura no siempre funciona o puede derivar en otros aspectos de difícil definición: “Los ataques masivos a Barbarie, que seguíamos con reconfortante alegría…”. Ese hecho, el de la destrucción de ciudades enteras por los aliados, se olvida, o se quiere olvidar, o no se quiere subrayar en libros de texto, ni en conferencias. No. Parece que no existió ese afán, esa venganza, esa forma de aniquilar a poblaciones civiles que, aunque colaboraron con el horror, en muchas ocasiones se vieron desprovistos de capacidad de elección. ¿Cuál hubiese sido el precio exacto de la liberación? Es difícil cuantificarlo (da pavor solo pensar en las cifras), pero desde un punto de vista cualitativo quizás no se escogió de forma selectiva. Y como todo es mentira, “cuando no teníamos buenas noticias, nos las inventábamos en lo más profundo de nuestro corazón”. Y hemos recreado en nuestras retinas, antes y después de Salvar al soldado Ryan, el Desembarco de Normandía, pero la imagen de ese infierno de salvación, de ese día D, de ese Mickey Mouse, es bestial en las páginas 82 y 83 (solo por esas dos páginas merece la pena el libro). Y vuelve a insistir, en su locura, en esa “libertad de respirar”. Y el recuerdo de personajes del cuarto poder, como Jean Hérold-Paquis, que muestran esa vieja teoría del viento y la bandera, del agua sucia que siempre acaba en la acequia, que decía el hombre de la camisa verde (y enterarte por esto de la existencia de algo llamada Bandera Juana de Arco en la Guerra Civil Española). La pregunta debe enfatizar sí nosotros hubiéramos hecho lo mismo, o hubiésemos sembrado el terror siendo ordenados para ello: “No creáis a los que os digan que eran lobos de una clase especial. ¡Eso es falso! Creedme, hijos míos, os lo repetiré hasta mi último aliento, no hay lobos buenos y lobos malos; existe Barbarie, que es un todo y tiene una sola raza, la de los monstruos, los verdugos, los sádicos, los asesinos”. Un libro imprescindible.

domingo, 22 de mayo de 2022

Rapa. Primera temporada.

Viva la Guardia Civil. Y los caballos. Palabras ininteligibles. Nada como matar entre brumas. Nieblas y gritos. Ver lo que no ves. Chubasqueros verdes (ya nadie se acuerda del chubasquero del Capitán Pescanova). Partidas de ajedrez y partidas podridas. Hágase querer por una alcaldesa. Hágase querer por un profesor de Secundaria (ni más ni menos, y encima de Literatura). Hágase querer por unos alumnos (antes, durante y después). ¿Qué pijo es el realismo? ¿Tenía algo de especial Madame Bovary? “Nadie puede esconder sus deseos por mucho tiempo. Se acaba sabiendo”. Y más: “Hay quién se deja llevar”. Roll with it, que cantaban los hermanísimos Noel y Liam antes de convertirse en lo que diablos sean ahora (todo menos aquella rabia incontenible de Oasis, evocadora y problemática a la vez). Y se llama costa de las muerte, o de la muerte, o de lo que sea, pero por algún motivo, no solo por las hélices. La prensa. Los libros. Pulsaciones (vaya invento del demonio lo de los relojes inteligentes [a falta de inteligencia en muchas otras hermosas cabezas pero sin seso]. Inspectoras de educación metidas a política (nada como desertar del PTI, si el Sahara no va a ti búscalo por tu cuenta). A diferencia de Crematorio y de otras series y películas, aquí si se cita al charrán o gaviota. Y como en Dos crímenes, siempre hay una mina por medio. Pajarracas que vuelan libre. 11 de 13 concejales (casi inconstitucional debería ser). Hágase querer por una viuda. Y por un buen plato. Hágase querer por unos hijos distintos. Sin siglas sí puede existir el paraíso. Factor ecologismo. Movimientos bancarios que, como el charrán, chirrían. Nada como un velatorio y escuchar eso de “lo siento mucho”. Hágase querer por una yonki: “Como si lo que hacen los yonkis tuviera algún sentido”. El hombre de la camisa verde decía que lo mejor que puede hacer un yonki es quitarse de en medio. Métase a concejal y escupa mierda (“cacique de libro”). Hágase querer por el rezo de un rosario. Cromita. Monte en mano común. Todo es de todos, como si fuera una frase de Carmen Calvo. Hágase querer por una orla, por un jefe de un instituto, por varias orlas. Viva la esquizofrenia y el loco que cuida camelios en invierno (nunca es tarde para aprender botánica). Sillas grandes. Herencias al poder. Mirar para otro lado. No robar para dejar que otros roben. El cuarto poder jodiendo la marrana. “Esperar es no hacer nada”. Y la enfermedad, y la cuenta atrás, y las oportunidades perdidas que aparecen siempre. Hágase querer por un perdedor. Nada como los cementerios y las flores para reflexionar un rato, para darle a la quijotera sin freno. Farolas para todos. Muertes sin recordatorio, sin nombre ni placa, como está enterrado el hombre de la camisa verde. Vacaciones obligadas. Daños colaterales (otro eufemismo de mierda). Rastrillo sobre sangre. Alargar una historia que debería ser estrecha y corta. “De paisajes y costumbres no se vive”. Comuneros todos. Que no falten las modas envejecidas, ni leer, todos los días, un párrafo de Espejos de mi biblioteca. Tijeras y esquiladora, violación del pasado, terremoto del presente. Desparasitar para volver a empezar. Pero en política no todo funciona así, no todo es tan fácil. Verbenas pleistocénicas. Recortes de periódico. Iniciales. Y adjetivar ya no está de moda. “Es más fácil leer que escribir”. Vaya un negocio. Pero no todo el mundo intenta leer ni escribir. Y elecciones a la vista, que siempre está bien gritar algo sobre Cuba. Y siempre está bien recordar la voz de Karra Elejalde encarnando a Miguel de Unamuno, aunque aquel experimento o invento amenabariano no saliera del todo bien (o del todo). Las malas rachas y sus consecuencias. Y siempre hay un Colombo de serie B, un House calvo que se apoya en un bastón. Y si hay que inventar que las pupilas lo dicen todo, se inventa. Enfermar o ser un enfermo. ¿Qué es lo peor? Vaya usted a saber, porque hay que ordenar historias que explotan porque solo pueden explotar. Curioso, que no casual, que las casualidades no existen. Libertad, que todos somos bandoleros, bandoleras, bandoleres. Chic, chac y cuello arriba, cuello abajo, y todo lo demás. Nos son buenos tiempos para leer a Dickens con tanta tragedia. ¿Dickens es la tragedia antes de la tragedia? Descuajeringar. Viva el verbo descuajeringar. Vivan las apariencias. Y el Gran Hermano te sigue vigilando. Siempre. Rapa es un muy buen intento de remover las arenas que no se quieren denunciar (porque es así, porque no siempre todo el mundo se atreve) los poderes abusivos en los ámbitos rurales. Y la palabra cacique, definida en la frase anterior, se queda corta. Muy corta.

miércoles, 18 de mayo de 2022

martes, 17 de mayo de 2022

Chef Pacuco

En esas que estamos cenando y sale a conversación el Jiménez de la Espada, y me acuerdo del gran Paco Solana, un verdadero hombre del renacimiento, y resulta que también es cocinero televisivo. Un figura el Chef Pacuco.

lunes, 16 de mayo de 2022

Facendera

La primera frase de Facendera me ha transportado, con la tripa vacía y sin pizza de queso, al Nathan de las primeras temporadas de Misfits, y a aquellas preguntas que nos dejaba enfundado en aquel mono tan peculiar: “En una pelea entre un oso y un tiburón... ¿quién ganaría?”. Preguntas que nos hacemos, de forma recurrente, aunque no siempre con motivo aparente. Empieza Óscar García Sierra haciendo referencia a la mutación del “pringao”, del perdedor siete días a la semana pero que durante unos segundos ganaba reputación con chunda chunda, con música ratonera, gracias a sus altavoces. ¿Qué hubiera sido de toda una generación sin unos buenos altavoces en el coche? Estoy recordando, visualizando ahora mismo mientras pienso en esos altavoces, en aquel Renault 5 Copa Turbo que tenía uno de mi pueblo, y con el que casi se mata. Otros se mataron y no llevaban aquel Renault 5 Copa Turbo, pero es que ese coche estaba muy guapo. Guapísimo. Y entre la página 10 y 11, OGS te pinta el asunto leonés de cierres de minas, de térmicas y de fábricas varias y el modo en que eso afectó a todo Cristo. Un sindiós. En el verano de 2010 pasé unos días en Cacabelos en casa del compañero Juan Carlos García Barba y Ana Belén Raimóndez Yebra, y toda esa ilustración que nos hace OGS de muertos de hambre y personajes con miedo a convertirse en muertos de hambre, es la que vi allí entre el río y los bares, entre los cortos y las cervezas, entre la noche que no acaba y la persiana que se cierra contigo dentro. ¿Cuándo llega el momento en el que te das cuenta que has perdido sin ni siquiera jugar? Algunos se dan cuenta desde siempre, porque no han vivido otra cosa. En ese himno que es Pizza de queso, escuchamos: “No tengo la fe y tengo la D de la derrota en mi piel, en mi piel...”. Derrota infinita. Y de eso, desde el principio, te das cuenta de que va Facendera. De la puta derrota. En unos sitios les sale El año del descubrimiento y en otros Facendera. Cacabelos era provincia de León pero no León, era el Bierzo pero no Ponferrada. Es una jodienda esto de marcar territorio, de poner banderitas, de contar torres y castillos en emblemas, y cruces de Covadonga y mierdas varias, porque luego todo eso se sataniza, todo eso se corrompe y te sale Muerte en León, o te sale una torre torcida, o una vidriera que se jode porque ponen la música muy alta en la plaza de Belluga en un programa llamado Murcia, qué hermosa eres. Todo mentira esto de las banderías, y las taifas, y las parias solo las pagamos los de siempre mientras otros se ponen camisetas de Ayuso, Puigdemont y Lambán. Vaya tropa. Pero no me quiero distraer, que la mascarilla me ha salido demasiado barata, o cara, o Feria sin Ana Iris. Pero todo eso (he repetido Pero para empezar dos frases seguidas, será por algo), ese ánimo por describir el follisqueo en las fábricas cuando te miraban, da igual. Es prescindible. Es de tercero de primaria, pero en cada sitio y en cada lugar pasaba en unas fechas y momentos. No digo que el relato, los coches y los dueños de los coches, sea perecedero. Quizás lo es para los que lo vivimos en primera persona; para el resto, quizás (no lo sé) a lo mejor no. O sí. Tampoco veo despectivo escuchar bacalao después de comer, o escuchar a Hans Zimmer a las nueve de la mañana o hacer el himno fundamental de Morricone (¿no sé cuál es?) himno generacional. Todo es mentira, y en la música, más. Es una opción personal, un odio o una adicción, que decía el hombre de la camisa verde. Y las Pumas (sin atar), como todas las modas: mentira, modas envejecidas, escoria sobre un Mar Menor que quiere definitivamente morir pero no muere. Aunque no me gustan muchas frase de OGS, me gusta eso de “sincronizar su felicidad”. Lo describe bien, y mira que no me gustan las descripciones. No es fácil, no. Y nada como vomitar con ruido. Y va a ser verdad que eso que “la percepción del tiempo es caprichosa”. Muy caprichosa. Mucho. Y que buenas están las pipas, sean Tijuana o no. Y nada como meter en una lista a “carlistas declarados”. ¿Quedan carlistas declarados? ¿Dónde? Y luego hay frases de esas que resumen una situación estructural, una época, décadas de mierda “Había tanta gente en paro que los viejines del pueblo, con los ojos inyectados en sangre y con la cara que parecía que estaba derritiéndose, tenían que madrugar para coger sitio en la barra”. Madrugar para eso, joder. Y esos bares, inconfundibles, donde los sabores se confunden, los olores se mezclan y los relojes no se miran porque no hay prisa por salir, porque no hay una mierda que hacer: “El café sabía más a tortilla que la propia tortilla, que no sabía a nada”. Pero luego, el cuerpo sabe: “Las cervezas, a medida que se acumulaban empezaban a saber a cerveza”. Y estar triste, “aunque ni Dios lo reconoce”. Ni Dios. Y aunque el principio es importante, no siempre es lo más importante. Facendera tiene imperfecciones al principio, pero luego se endereza, aunque no sé si reescribir los principios es importante o prescindible, es escupir en el mar o escuchar a Led Zeppelin en bucle: “Como quien reescribe el comienzo de un relato pensando que es la parte más importante”. Y cuando no crees que todo sale como debería salir, piensas y si eres OGS escribes: “El cielo parecía el suelo de un bar de viejos”. Y coger, como todos hemos hecho, perras del monedero paterno, o materno, o del que sea. Y el gris de todo, y el verde de lo demás, o del resto, o de lo que no sea gris, que todo en la vida es gris, antes y después, durante y mientras tanto. Y cuidar el césped de un campo en el que nadie juega… por si acaso, o por si Feijóo, que hubiera dicho el hombre de la camisa verde. ¿Alguien sabe el nombre completo del sucesor de Feijóo? ¿Y su nombre? Pues eso, todo mentira. Y luego va el cabrón, y describe la rutina y buscas un espejo y tu careto: “Esa semana los días pasaron como un vendedor ambulante un sábado por la mañana”. Y los gatos. Hay personas que me censuran que tirara gatos con la tita Isabel, porque había que tirarlos. Hágase querer por regaladores de consejos y censores de hechos pasados. Y amortajar, después de beber o no. “Solo la primera muerte es una herida, las demás son tiritas”. Y si no hay que pensar, o no querer pensar, o no querer mentir, siempre queda un plan B: “En eso consistía una relación, en escuchar al otro para no tener que escucharse a uno mismo”. Y las obligaciones que pensamos que eran obligaciones, cuando simplemente eran una mierda: “Con la tranquilidad del que hace los deberes de inglés justo antes de que llegue la profesora a clase”. Y en ese retrato, el de las mentiras y estirar el chicle, el de vender historias que trufamos con una carne que huele mal, el de volver al lugar del crimen, en ese momento es en el que Facendera se hace una gran novela. No hacen falta saltos de circo, sino un día a día cruel e hijoputa, de lugares comunes y de ese último minero que “pasaba droga en el piso de protección oficial de su madre”. No hay tiempo para los errores porque la vida es un error. Escribe OGS: “Las mudanzas son a nosotros lo que las matanzas eran a nuestros abuelos”. Pero todo fin llega, sea el del carbón (suena todo a chiste macabro con la actual crisis energética, preámbulo del gran cebollón que nos espera el invierno próximo) o el de una historia que se alarga en el tiempo, y ya lo define el autor como nadie: “El tiempo es como un chicle que recupera su sabor de vez en cuando”. Y a toda persona, como a toda central térmica y a sus tres chimeneas cincuentonas, le toca su San Martín particular. Pero lo jodido sigue ahí, siempre ahí, porque “todo es reemplazable excepto el dolor”. Y únicamente queda la derrota, la del partido de ayer, la del equipo de fútbol y sus secretos y la de mañana, que será derrota infinita: “Son mucho más nítidas las imágenes de las peleas futuras que los recuerdos de las peleas pasadas”. Lo dicho, Facendera merece mucho la pena. Una gran novela.

Himno para el frío de mitad de mayo de 2022

domingo, 15 de mayo de 2022

Dos crímenes

Llegué a Dos crímenes de Jorge Ibargüengoitia gracias a Olafo. El problema de las recomendaciones es que, como en la canción, luego llega la decepción. No digo que no sea Dos crímenes una buena novela (que lo es), sino que las expectativas eran tan altas que no he llegado a ellas. No siempre los libros funcionan bien en la mente del lector. A veces, por diversos factores, estamos más predispuestos a unas andanzas que a otras, a unos saltos al vacío, a unas historias tan viejas como el mar pero que se pueden presentar atrayentes. Dos crímenes pone en danza a una serie de personajes en torno a una futura herencia que los va a hacer mutar y retratarse a ellos solos. Pero Dos crímenes también es enfermedad y desamor, es envidia y avaricia, es necesidad y complejos, es veneno de agua zafia y remordimientos. Y deja buenas frases: “Empezó a decir sandeces: que los socialistas tienen dogma, que el marxismo es una doctrina política inválida porque no tiene en cuenta la ambiciónd el poder que es una fuera innata que se encuentra en todo ser humano…”. Aquí, sobre todo, es el deseo y el interés, y “lo que es difícil es erradicar del hombre el instinto pequeñoburgués”. En definitiva, no siempre somos bien tratados, o no tratamos a las historias como se merecen, no siempre damos “las atenciones combinadas de paciente rico y pecador arrepentido”. Pero no me arrepiento de la lectura de Dos crímenes.

sábado, 14 de mayo de 2022

Russian Doll. Segunda temporada.

Si algo empieza con el Personal Jesus de Depeche Mode ya nos pasa a su bando. Al bando de 1990, al bando de las zanahorias, al bando de los que tienen heridas en la cara, duermen poco, al bando de las enfermedades mentales. “No se puede elegir la genética, si no hubiéramos elegido ser Nadia Comaneci”. Claro que sí. “La inmortalidad es el gran engaño que se tiene en la juventud”. Todo a la mierda, incluida la juventud. Sigue con su buen ritmo la segunda temporada de Russian Doll. 1982. Otro salto al vacío, con o sin Sofía, con o sin decisiones. Y el Bela Lugosi’s Dead de la Bauhaus, sonando entre niebla, entre opiniones sobre religiones y dinero. Del Wifi al Bourbon, y tiro porque me toca. ¿Dormir es la respuesta? Salto y más saltows, nazis en Nueva York e intentos para huir del Muro.Y el Budapest de 1944, y escaleras y más escaleras, y requisas nazis y todo lo inimaginable hecho serie. ¿Un película de Spielberg o el primer capítulo de Colombo? O no. Todo es mentira, salvo que “la culpa es una emoción malgastada”. O demasiadas emociones, o trenes de escape y salto, de cloaca e inundación. Desconcertante y llamativa a partes iguales, Russian Doll no deja nunca indiferente. Coda: Vivan las ficciones.

martes, 10 de mayo de 2022

Tokyo Vice. Primera temporada.

Tiene muchos altibajos, pero en líneas generales Tokyo Vice cuenta una buena historia. Quizás tenemos idealizado el mundo de la mafia, sea en el lugar que sea. Con la Yakuza japonesa pasa un poco lo mismo. Pero en Tokyo Vice hay más aparte de mafia, hay prensa y policía, hay familia y desesperación, hay dinero y trenes que se escapan, hay compañerismo y usura, hay responsabilidad y venganza. En Tokyo Vice todo el mundo huye de algo, o de alguien, o de sí mismo. Policías taciturnos, ambientes oscuros, tabaco en interiores: algo que parece lo que debe ser. Y sobreentendidos. Pero no sentimos el dolor hasta que rabiamos, decía el hombre de la camisa verde. Ríase usted de los pueblos celtas, que ya están los japoneses para superarlos. Aquí institucionalizan todo el ritual mafioso. Todo, como con Franco, atado y bien atado. Y nada como reflexionar sobre el negocio de los suicidios en Japón. Seguros de vida con plan b: el suicidio triunfante, la máquina de hacer dinero. Todo mentira en esta vida, hasta el último aliento. Y los problemas de las hetairas contemporáneas, que siempre hay cortesanas en la corte del emperador. Y en ese negocio, tampoco es fácil la emancipación. El sueño americano convertido en pesadilla japonesa. No es fácil conciliar costumbres libres con rigidez oriental, pragmatismo empresarial con iniciativa zen. Y la libertad, como la democracia, es una utopía. Todo mentira. Y no es fácil coger la bolsa, o la maleta con ruedas (gran invento contemporáneo la maleta con ruedas, hasta que te mueves por España y las escaleras mecánicas no funcionan, o como en la estación de Murcia, directamente no hay escaleras mecánicas). Pero en la historia de Tokyo Vice también tiene importancia el valor de la investigación. Y la paciencia. A veces nos enfrascamos tanto en un particular que nos olvidamos del resto. No es fácil desconectar, no es fácil aislarse de un mundo que da mucho asco. Pero te reconcilias por momento, viendo a ese policía leyendo cuentos a sus niñas por las noches después de darle galletas a un detenido en el cuartelillo. Gomina, trajes anchos, huidas imposibles. Siempre cuesta arrodillarse, siempre hay que pensar en el futuro aunque no estemos. Vivan los testamentos y los maletines, la costura y las casas ajenas, el precio de la libertad y las derrotas infinitas. Y todo por escapar, o por ascender, o por meter miedo. No es redonda, pero la historia, con sus sombras y desvíos, merece la pena.

Escape

Escape tiene momentos de lucidez y momentos en los que parece hacerse largo. Yo lo hubiera resumido con 150 páginas menos, pero no soy nadie para decirle nada a una autoridad como Enrique Rubio. Empieza dejando buenas frases para ir marcando territorio: “El pasado es una jaula tranquila y el futuro solo es una ventisca soplando en todas las direcciones”. Se hace preguntas sobre la existencia, sobre la supervivencia, sobre el día a día: “El inconveniente más grande a la hora de vivir es que nadie me lo ha ordenado”. Ordena y mando, que diría el otro. Quizás Escape no sea digerible para todas las retinas porque tiene momentos desagradables, momentos de preguntas incómodas, de situaciones tragicómicas pero que, visto lo visto en el siglo XXI, están a la orden del día. Escape habla sobre etiquetas, las que nos imponen y las que deseamos, las que vienen dadas y las que no queremos. No es fácil asumir un rol en la familia. Somos lo que somos, por la familia o, como decía el hombre de la camisa verde, a pesar de la familia. Pero hay que escribir bien (y atreverse) a decir lo que nadie se atreve, a criticar lo que ER critica en contra del buenrrollismo, en contra de lo que marca tendencia, en contra del ministerio más desigual del mundo que es el de Igualdad. Queremos barcos que transporten champán, viva el espíritu de La Costa Brava. Infortunios antes y después de la Revolución Industrial. Tipos amargados por padres amargados, por gentes con miedo, gentes que desafían la ley y te dejan al margen, sin preguntar. Hay que meditar si es positivo o no la existencia de figuras paternas, de dogmas inviolables hasta que dejan de serlos. Escribe Rubio: “Me gustan las iglesias porque no están muy iluminadas y son silenciosas cuando no hay una misa molestando. No me gustan las religiones porque no hay nadie vigilando para obligarte a cumplir los mandamientos. No me gustan las religiones porque sus instrucciones son confusas y demasiado generales”. Casi nada. ¿A alguien le apasiona que le digan lo que tiene que hacer? ¿Verdad? Se montan los padres del encerrado, un diccionario particular de uso propio y que hace descripciones veraces y realistas, nada alejadas de un día a día en el que no hay medalla de consolación, de jornadas en las que solo vale triunfar: “Colegio m. Cárcel muy violenta para niños incultos y analfabetos no instruidos por unos padres desestructurados y negligentes donde se cometen abusos, maltrato y humillaciones”. El problema es que se queda corto. La realidad, esa en la que todo es mentira, va mucho más allá. Esa realidad, entre velas y noches de redes antisociales, llevan al personal a hacer el zascandil sin cortarse a la mínima. Más definiciones, de las de verdad, de las que no hacen falta televisiones en las que salir haciendo el jarra porque ya eras jarra en el proyecto de padre y madre. Y con la tele grande, más todavía: “Cine m. Sala con una pantalla y varias filas de asientos donde se proyectan películas y a la que acude toda clase de maleantes y maleducados a molestarte con sus sonidos del móvil, palomitas, toses, conversaciones en voz alta y hasta ronquidos”. Y como siempre decía, o escribía, o gritaba el hombre de la camisa verde cuando escuchaba a los Killers, vivan las etiquetas, el rasero indie sobre el que reflexionaba Jam Albarracín: “Queríamos que nuestra educación fuera auténtica. No queríamos interferencias ni prejuicios de ningún tipo. El nombre es una etiqueta contaminante. Un mismo nombre lo llevan cientos de miles de personas y, sin embargo, una persona es única e irrepetible. Un ser humano es inabarcable y no cabe en un nombre”. Aunque no siempre tiene porque estar castrado o bautizado: “La religión solo es fanatismo y opresión, cosa de ultraconservadores arcaicos”. Y hace bien Enrique Rubio en recordarnos, continuamente, que vivimos en una farsa, que hay que oponerse, que hay que violentar lo que no tiene nombre y que hay romper lo viejo para crear ruinas: “Este planeta es una cárcel sin techo. La fuerza de la gravedad nos mantiene pegados a él como si fuéramos chinchetas. Piénsalo bien. No hay escapatoria posible. Ahí fuera la gente se cree libre, pero van insertados en raíles, están secuestrados en sus casas y presos en sus trabajos”. Hágase querer por una mentira. O no. Pero el infierno sigue lleno de buenas intenciones.

lunes, 9 de mayo de 2022

Albert Speer, un día

Soy peatón miserable, que diría Alfredo Díaz. Mi vida es una sucesión de caminatas, muchas de ellas sin motivo aparente. O sin motivo. O sin. O. Me costó escoger Albert Speer, un día. Andaba yo (otra vez, en mi sucesión de caminatas, en mi momento Led Zeppelin del día, con escualos o sin ellos, Ugo), buscando un libro de una rabina (no hay que hacer comentarios sobre rabinas, rabinos, rábanos, rúcula ni canónigos, dentro o fuera de la catedral) y acabé en Los libros salvajes. El libro lo dedica JRA a su padre que “concibe la caminata y la narración como una sola maniobra”. Y empieza la caminata de Albert Speer en la Europa que va de entre 1954 y 1956, una Europa de mentira, como la de ahora, como la de antes y después de Merkel, como la de siempre. Todo mentira. Vaya puto continente el viejo, para quemarlo de norte a sur y de océano a mar, para volar catedrales y quemar al templario de turno. La reconstrucción, como la reinserción del asesino, imposible. En ese intervalo de los cincuentas, todavía le quedaban 12 años de condena al nazi etiquetado como bueno. Otra frase de mentira, la de poner nazi y bueno en una misma frase, en una misma etiqueta, casi como poner agua y saludable. No me gusta investigar sobre la gentuza porque dan más asco después de dar con sus fechorías. Y fechoría se queda corta como palabra. Albert Speer es un viejo encantador de serpientes y de inglesas jóvenes, de guardias cuarteleros y de arquitectos de mal perder. Y comparo Albert Speer, un día, con otras lecturas porque todos tenemos nuestra cárcel particular. No hace falta ser nazi para ello. Escribe JRA en la página 11: “Podría pensar en su condena como la medición de un día”. Como un puto día. A un nazi habría que desearle una diarrea continua, una silla eléctrica sin compasión. Pero no. Siempre se puede engañar al personal, en la cárcel de Spandau, en Berlín, o detrás de un pupitre, o trajeado tras un traje. Habla, o escribe, JRA sobre los siete presos de Spandau, esa cárcel que cada mes administraba uno de los vencedores de la guerra, si es que a eso se llama victoria. Chamberlain, levanta de tu tumba y pide paz, que no te oímos bien. ¿Dijiste paz? ¿De verdad? Esa administración, pasa de rusos a yanquis, de galos a británicos, cada uno con sus costumbres, cada uno con sus modas envejecidas. Altos cargos, el edificio de Hitler, que todo es arquitectura en esta vida, todos cimientos que crear y tejados que destruir. Tras Nuremberg y su equidistante juicio, algunos pasaron a la sombra, pero no a la tumba o al crematorio que merecían, de forma temporal o perpetua. Todos tenemos un número, una etiqueta, una jodienda con vistas a un patio. O sin patio. Y escribe, que no habla, JRA sobre AS como un agente libre, alguien que iba a su bola, un tipo que habla con su mujer en la cárcel con distancia, un lector voraz: “Tenía un hambre insaciable de lectura. Tan solo en los tres primeros años de encarcelamiento devoró 500 libros”. Yo desconfío de la gente con estudios y principios. Son los peores. Ahora que hemos reflexionado sobre nuestro confinamiento pandémico, este libro nos hace pensar sobre el orden de las cosas (leer por épocas, escribir por épocas) y el gusto por los castillos, sobre todo los abandonados. Y frases para subrayar, aunque yo no subrayo los libros: “El palacio presume y el castillo defiende, y eso las hace construcciones de diferentes universos”. La escasez y la peor calidad de los alimentos en los meses de la administración rusa de Spandau (viva la carne de perro). Anécdotas sobre Sisí y su primo Ludwig II. La ayuda del exterior a la familia de AS. “Construyeron extravagancias hasta la derrota” Y más frases que deja JRA: “La palabra clave era trascendencia”. Y dice JRA que esa palabra es clave, tanto si vas a la iglesia o al frente de batalla. Yo voy bastante a la iglesia, y cada vez reflexionó más sobre otras cosas, y no son precisamente trascendentes. Pienso en jugadas imposibles de JA Morant cuando las homilías no son trascendentes, porque JA Morant solo hay uno, y no sé si tras la lanza quedó huella. Vivan los descreídos. Viva la derrota y muerte a la mentira. Y Albert Speer, era una mentira andante, un tipo que engatusó a esos tipos que interpretaron la ley, o esa ley obtusa que hay tras las guerras o los divorcios: “La esperanza era silenciosa porque las cosas frágiles están siempre más seguras en silencio”. Ahora que vemos banderas y no sabemos actuar ante ellas (piensa en lo que quieras si sabes pensar, que ya lo dudo todo), JRA nos deja frases que pensar, o repensar, o volver a hacer banderas, o pulseritas de colores para concienciar al personal sobre el asunto ucraniano pensando que eso vale para algo: “Había pasado más de una década desde la última vez que había visto una bandera sin indiferencia”. Y va adelgazando la cárcel, van saliendo prisioneros y hay más frases sobre castillos: “Los castillos son las construcciones europeas por excelencia”. Y hablando de Europa, y de castillos, de mierda disfrazada de edulcorante, nos apostilla el autor que “quizás Europa era un castillo en ruinas”. También reflexiona este libro sobre los valores sobre los que luchamos, sobre nuestro desconocimiento de lo que nos rodea: “Uno tiene que conocer la tierra sobre la que va a pelear”. El segundo viaje imaginario de este despojo humano lo sitúa JRA entre 1957 y 1959, y lo manda a Asia, y encima pone un momento de buen rollo entre guardián de la fiera y fiera: “Los prisioneros estaban encerrados en un país que no era el que habían soñado; los guardias, en un país extranjero arruinado”. Y sigue el autor: “Los guardias padecían por degeneración y los prisioneros padecían por vejez”. Y encima sale a relucir otro figura, más escombro que trajo escombro, Rudolf Hess. Y sigue utilizando la arquitectura el autor para analizar el papel de esos escombros: “Los edificios viven más que los arquitectos, sin excepción”. Y reflexiona sobre esas minas saltarinas que acababan con todo, que eran un eufemismo en mitad de aquella locura, de aquella guerra, de todas las guerras. Y antes de caer, construir, para que todo se vaya a hacer viento fresco: “La arquitectura es la voluntad del hombre en pleito con el tiempo”. Y crear una falsa opinión, o creencia, sobre la burguesía, sobre la superioridad moral que creía tener en la época de entreguerras (como ahora cree tener la izquierda, o ese sucedáneo que se hace llamar izquierda socialdemócrata). Y preguntas filosóficas, antes de las redes antisociales, antes del derrumbe, antes de las paredes del cuarto de Segundo premio. No vale rezar por mucho que lo cante Jota. Y siempre salimos perdiendo (joder, no sé las veces que he repetido esa frase). “Intenta razonar si es más sencillo encontrar a una persona en una ciudad deshabitada o en una sobrepoblada”. Y en ese marco cronológico de un cuadro lamentable, pone el autor el recorrido mental de un tipo que entró a trabajar con los nazis en 1931, y que luego mutó, transformó su caparazón en plan “yo no sabía nada del exterminio judío”. Se puede mirar para otro lado y para otro océano, que decía el hombre de la camisa verde. Escribe Rivera Arroyo: “Albert Speer calificaba su obra arquitectónica en dos categorías igual de funestas: lo derrumbado y lo no construido”. Me gusta eso de igual de funestas, aunque suene como a escupir en el mar, como a inutilidad, como a tiempo perdido, como a vida infrautilizada, como escoria en una orilla de un Mar Menor convertido en vertedero político. Y despertarse con la noticia de la construcción de un muro que dividía Berlín, y que cambió algunas cosas, pero no todas, y que JRA lo describe a la perfección: “Sonaba más como una hechicería que como una medida política. Berlín dejó de ser una ciudad en singular”. Y reuniones que lo cambian todo, y vuelos que caen y hacen trueques de cargos, y ser ministro de armamento para crear más (pero sin brillo), para matar más (pero sin disparar en primera persona masculino singular). Los culpables siempre son los otros. Y cambiar las palabras en voz alta, los pensamientos traducidos, los lamentos interpretados de otra forma: “Nadie murmuraba en alemán, idioma oficial del olvido”. Y leer, incluso después de dormir a la sombra, e interpretar asesinatos ajenos como el de JFK (el hombre de la camisa verde decía que fue encargado por Oliver Stone para luego montarse sus teorías de la conspiración y vender humo que olía a incienso): “Para matar a cualquiera solo se necesita una pistola y determinación”. Y este Speer, engaño entre engaños (vaya barniz fue el nazismo), se vendía como fachada guay de algo cruel. Un gran libro para entender que, aunque no lo creamos, el mal se viste con un buen traje y suena con buenas palabras, que huele al mejor perfume y que te engatusa como el primer amor adolescente.

Vamos vamos, Carolina

Petit Paris

No tenía ni idea de la existencia de las obras de Justo Navarro. Ni de su persona. En esas que estás en un lugar extraño, o diferente, o fuera de casa (si que es tienes casa, hogar, o paredes en las que buscar Refugio sin Bazooka), y, después de un rato en una librería en la que no te conocen, y se preocupan cuando llevas veinte minutos dando vueltas con tus pintas grunge, coges Petit Paris. Y te lo lees, en ese lugar extraño, o diferente, y muy fuera de casa, Petit Paris. ¿Por qué cogí Petit Paris y no otro? Pues no lo sé. O, quizás, sí. Porque aparecían la palabra Gestapo, o SiPo, o esos conglomerados de letras que ahora solo utilizamos para citar a los bancos que, como nazis y estalinistas, nos sangraron y nos sangran. Tenía en mis manos Petit Paris cuando ayer vi a unos tipos disfrazados (Me sobra carnaval, como a Los enemigos) con vestimentas del Ejército Rojo y haciendo arengas por el 9 de mayo. Con un par. “Aunque los platos pagues…”. Y sí, “de nuevo carnavales”. Petit Paris es un carnaval de personajes, de supervivientes, de gente que vivió en una época convertida en tobogán pero sin La granja y sin Mallorca. El París de 1943 era un París cambiante, en el que la contestación ya era evidente por parte de algunos franceses, aunque no de todos. No todos fuimos paracaidistas en Argelia, que me dijo un día el hombre de la camisa verde hablando de Juan María. Y eso es verdad, aunque en Petit Paris todo es mentira, como en la vida. “Las apariencias son lo único que en principio ofrecemos”. Nos lleva a una investigación, a una búsqueda, a un carnaval del que “de aquí se entra pero no se sale”. Pero aunque vayamos vestidos (de barbaridad), al final, nos pillan. Un comisario de lado oscuro es llevado contra su voluntad (como casi todo en la vida, viva el matrimonio), a ese Paris para buscar a un tipo que juega siempre con muchas barajas, ya sea en los negocios o en el sexo, ya sea en las escapadas o en los refugios en los que no te ponen ni Bazooka ni Súbete al árbol. Ese París, lleno de gestapistas (esa palabra es adictiva, suena bien aunque defina a estiércol andante) y de buscavidas, es un escenario ideal para ese tablero de ajedrez de peones y reyes de serie B, de restaurantes para gente que viste bien (envidia) y gente de uniforme (depende de la hora, odio o envidia), de gente que va al boxeo, a un velatorio o al descubrimiento de un cadáver que parece lo que no es. O la persona que no es. Y ahí, como dice Justo Navarro, aparecen personajes con “la autoridad de un niño caprichoso”. Vivan los caprichos, vestidos de harapos o con traje caro, o con corbata cool o perfume caro. Siempre se puede discutir sobre los sábados o los domingos, sobre cadenas, o sobre nombres de programas de radio: “Los judíos contra Francia” o “Francia contra los judíos”. ¿Éramos más de Bulver o de Disco grande? Pues ya no nos acordamos, porque ahora Radio 3 no es radio, es otra cosa. Viva lo público. Y aunque no me gustan las descripciones en los libros, Justo Navarro hace algunas para enmarcar (ese momento en el que describe los floreros y el agua de la iglesia, me ha hecho recordar cuando cambiaba los gladiolos podridos de la iglesia de Aljucer). Y como si de la nieta de Franco, o de sus exnovios, siempre sale la chatarra en mitad la conversación y de las iglesias: “Qué desagradable los candelabros de iglesia que no están en la iglesia”. Muertos y corbatas, y cajas de pistolas vacías (ya hablaremos otro día del tío de la pistola, del padre de mi madrina), y tipos que forman pandillas y sobreviven a la guerra y a las persecuciones hasta que dejan de sobrevivir a la guerra y las persecuciones. Y calles de Granada que parecen embajadas. Nada como celebrar aniversarios (ayer era 9 de mayo, pero podía ser un sábado 6 de marzo de 1943 y habría que celebrar la llegada de Hitler al poder, que no todos los días llega un vegetariano al poder). Síncopes y oro que encontrar, aunque no tengas que encontrarlo. O la mujer ajena. O el pianista ajeno. O el amigo, socio o contrabandista de turno. Repetía Alfonso Azuara, muchas noches (ya no escuchamos radio deportiva nocturna, porque ni es radio ni es deportiva ni es nada) que se puede ser imbécil en muchos idiomas. Pero también todo lo contrario. Escribe Justo Navarro en Petit Paris: “¿Cuántas lenguas sabía aquella Babel humana? Todos los idiomas civilizados, dijo un día. Los mismos que un apóstol en Pentecostés, dijo una noche”. Petit Paris también es un eje cronológico que da saltos, una línea temporal que deriva en raya de Benzedrine y Pervitin, de misa por los muertos de los bombardeos aliados en el Paris ocupado (¿por qué no se habla de ellos en los libros de historia?), de mujeres que te utilizan y se olvidan de ti, de metales preciosos que pesan en el alma y en la mochila. Y hay frases que hay que subrayar aunque yo no subraye los libros: “Carcajada de taberna de cazadores en pleno zafarrancho alcohólico”. Y hágase querer por la bofia, quiera ser el orgullo de mamá en el entierro de la madre de mamá (vulgo abuela, o estorbo). Y piense en esos tipo que cuando va a poner una denuncia, preguntan por la calle y le dicen aquello de “Alfonso XIII…el Sabio”. Y ya se sabe que “un policía no es nada sin sus soplones” y que “cada uno tiene la compañía que se merece”. O la soledad, que decía Ginés Caballero. Pero no es el día de hablar del hombre de la camisa verde, porque aquí estamos para reflexionar sobre los secretos que esconde hasta el final Petit Paris. Y a veces, solo le damos carrete a la farmacia y “no pensamos la mayoría de las cosas que hacemos: solo obedecen al sentido del deber o al capricho del momento”. Vivan los caprichos, y el oro, sobre todo el oro: “El oro es como ciertas personas, que animan y aceleran la vida cuando aparecen”. Leo acelerar y pienso en Julio Iglesias, deformación musical. Petit Paris también es un espejo, un reflejo de tipos que nos hemos encontrado en muchas ocasiones y que se repiten, como la pregunta en Utopía sobre la chica: “Era uno de esos hijos que causan preocupaciones en las familias bien”. Muchas veces pensamos que vivimos en un Matrix alternativo, y siempre viene bien que alguien nos diga que esto o “aquello no era el cine”. Pero con Franco o sin él, con república o sin ella, “los españoles nos son malos siempre, pueden ser peores”. Petit Paris nos cuenta un relato, una parte de esas millones de historias que fueron las ciudades ocupadas por ajenos, y que cambian y mutan su piel y su zoológico de personajes día tras día, asesinato tras asesinato, bala tras bala y tren tras tren. Petit Paris también nos recuerda que no hay mejor invento que el silencio: “Si con toda seguridad decir una palabra va a dar problemas, lo mejor es no decirla”. Y apostilla Navarro: “Se habla lo menos posible en la oficina, o solo se habla si se baja mucho la voz”. Petit Paris también nos hace meditar sobre la fragilidad de las alianzas, de las personales y de las coyunturales, de las que parecen eternas y que luego son azúcar en el café. Siempre le digo al personal, en plan regalador de consejos cafre, que no hay que hablar de futuro en posición horizontal, que después de joder todo se jode. Pero no siempre es así, aunque hay que recrearse, como bien indica Navarro en “los encantos de la humillación y la derrota”. Y ya he decidido, desde hace un tiempo, no contestar al teléfono si no es nadie conocido, aunque en 1943 era un poco más difícil, sobre todo si eres el comisario Polo, el protagonista de esta historia (o mejor dicho, el hilo conductor ahora que hablamos de teléfonos, al que JN llama “ese conductor de noticias intempestivas”). Y antes y después del Pegasus, todos sabemos, o por lo menos los que creemos saberlo, que “también los periodistas son en nuestros días agentes del Estado”. Y no sabía que existía el Dubonnet, ni que se podía mezclar con enebrinas como el agua y el vino en misa, y que se puede estar en el limbo o a medio camino de él. Y lo mejor, muchas veces es ese silencio: “No tenían nada importante que decir y no abrir la boca, una demostración de sensatez”. Hacía tiempo que no veía la palabra sensatez en un libro, la verdad. Petit Paris también habla sobre la posesión personal de hombres y mujeres, y “todo el mundo sabe que los viejos son celosos” y que “la salud exige olvidar”. Gran verbo ese de olvidar. Me gusta esa distancia que marca Navarro en la novela entre dueños y siervos, entre señores feudales y vasallos (decía el hombre de la camisa verde que la II Guerra Mundial era una guerra de señoritos feudales), entre gente que no renuncia a lo que fue (“fui rojo, luego soy rojo”), entre los que van a misa y los que no, entre los que siempre ganan y siempre pierden, entre los que alargan el día y los que se pierden en la noche: “Era la hora de la misa, del paseo de antes y después de misa, del sagrado aburrimiento dominical en el cuarto de estar insoportable”. Y Petit Paris es todo menos una obra insoportable, es una pequeña joya que habrá que releer con el tiempo, aunque no siempre somos fieles a nuestros principios y “la personalidad es inestable y uno se descubre haciendo cosas que no pensaba”.

28 años (y pico)

Esa bandera me sigue obsesionando...

lunes, 2 de mayo de 2022

Olafo

Vivan los algoritmos, el pasado, la relación con los libros. Olafo apareció en ese viejo móvil que utilizo para escuchar cuando pinto, cocino y hago las tareas propias de mi sexo (todas). Olafo da para mucho. Arturo Lezcano nos cuenta el origen de todo (incluso antes del libro). América, gripe aviar, 2009, autores con apellidos raros. Jorge Ibargüengoitia. Un libro: Dos crímenes (que me estoy leyendo, entre PTI y llamadas para propuesta de FB Básica o Diversificación, o mierdas varias). Accidentes. 1983. Vuelos que no salen de la forma que deberían. Pero al final, después de novelas inconclusas, de muertes inesperadas, de jodiendas con vistas a Mejorada del Campo, con el recuerdo de un accidente, entre voces de Enric González y libros y ensayos que debemos leer, hay una buena recomendación. Y Olafo es una buena escucha, dura pero real, de esas que hacen pensar en las esperas de los viajes, en el tiempo ganado y perdido, en aquel discurso del hombre de la camisa verde que nos perdimos en el Triángulo.

Apuntes para una película de atracos

Con esas sorpresas que tienen las redes sociales, o antisociales, o cafres y simpáticas a veces, un enlace me llevó a Apuntes para una película de atracos. Estaba empezando a escuchar Olafo, y de ahí empezar a leer Dos crímenes, y surgió buscar información sobre Olafo y todo se unió. Y fue ver León Siminiani, aunque no a Mona, y seguir avanzando en la trama. Y Apuntes para una película de atracos empieza con una voz en off de un tipo que dice que desde que tiene uso de memoria su obsesión era rodar o grabar una película de atracos. La mía, durante un tiempo, fue dar un golpe. Pero no hubo golpe. Imágenes, para empezar, de pelis de atracos en blanco y negro, y de un telediario de Pilar García Muñiz de 2013 presentando una noticia sobre atracadores, detenciones y butrones. Y sale un portavoz del 091, porque hay que decir 091 y no policía nacional, ni grises, ni leches, y sale el nombre del Robin Hood de Vallecas. Aunque siendo estudiante en Murcia, no sé el motivo por el que el director no buscó al Dioni de Aljucer, pero del Dioni de Aljucer ya hablaré en Oficio de tinieblas. Sigue la voz en off diciendo que el Robin Hood vallecano era a la vez ladrón y pescatero, porque se dice pescatero y no pescadero. El pescatero de Aljucer no es ladrón pero si rockero, tenía banda, y se casó con la nieta de la tía Carmen la Pereta. Pero de eso también hablaremos otro día. Y hay carta y buzón amarillo, porque la voz en off, el tipo de la voz en off (me sale al escribirlo vozzff), quería conocer a Robin sin bosque. Y en la espera, vozzff se pone a investigar, y de los siete golpes, busca dos de los lugares, concretamente uno en el barrio de Salamanca, ese mismo que Franco no bombardeó no por buen samaritano, sino porque el cuerpo diplomático pedía que no cayesen regalos del cielo. Y no cayeron. Y otro en Usera. Una oficina del Santander en el barrio de Salamanca y otra de Bankia en Usera. Pobres y ricos unidos por las oficinas que solo te atienden hasta las 11. O dicen que atienden. Y uno del 091 de antirrobos diciendo que el Robin Hood es violento pero que no robaba por dependencia económica. Robar por placer como aquel tipo de Jugadores de billar que comulgaba después de fusilar. O antes. O entre fusilamiento y fusilamiento. Y entre medias y calcetines, vozzff se entera por su media cerveza vozzffera que viene un vozzffbebé. Y las vozffes se ponen a leer los sumarios de los juicios de los atracos. Y el arte epistolar. Nada como una respuesta epistolar. Y en el mejor mes de 2014, en mayo, allá se va vozzff a la cárcel de Estremera, la Sangonera de los Madriles, los Campos del Río del sur madrileño. Y el relato de la primera entrevista a Robin Hood. Y Robin Hood pasa a ser el Flako. Y libros subrayados y planos del Madrid subterráneo, y Alberto Spaggiari y 1976. Y por un curioso fenómeno de ósmosis butrónica, dice vozzff que el método Spaggiari llega a España, a la Barcelona de 1985 y al Banco Hispanoamericano, aquello que se inventaron para traer capitales tras perder Cuba y Puerto Rico y todo lo demás. Y también en plaza Cascorro, un Santander antes de la fusión con todos los bancos que se fusionó. Pero también hay fallos en Matrix antes de que los dos hermanos fueran hermanas, y cuenta vozzff el palo que sale mal en una joyería de Serrano, y aparece un Zoilo por allí que no es nuestro filósofo Zoilo Miguel, ese filósofo que no explica Filosofía sino Zoilosofía. Pero ya hablaremos otro día de nuestro Zoilo Miguel. Al Zoilo del documental lo llama vozzff “el Macein”. No Mazinger Z. No. Macein. 65 tacos. Y otro de 38, “el Quino”. Viva Mafalda, pijo. ¿Hay una película que se llama Rififí? También habla vozzff de la caída de don Arturo, el rey del butrón, en 1994. Pero cambian los métodos, y llega la violencia y las armas, y otros nombres como el Pechi y el Rifi y el Peque y el Niño. Y resulta que el Robin Hood de Vallecas es el Niño, ahora llamado el Flaco o Flako. No me acuerdo bien. Flako, con kilates, o quilates. Y un 20N, sin José Antonio ni Francisco ni elecciones como las de 2011, más látidos y la vozzffera y la vozzffbebé que se llama Laura. Y el Flako y su novela con Bic y hojas de libreta cuadriculada. Y el trabajo de campo. Y lo que sale bien, lo que sale regular, los partos de sietemesinos y todo lo demás. Y Bambino, escuchar Bambino y La pared. Yo hubiera resumido el final un poco más, pero está bien. Muy bien. Y todo lo demás, también.

domingo, 1 de mayo de 2022

Inspector Venn (The Long Call). Primera temporada

Hágase querer por una serie de detectives, con camisetas blancas de tirantes como si fuéramos todos Tony Soprano. Inspectores, como Inspector Venn, no vamos a encontrar siempre, pero pueblos raros siempre habrá. Hubo y habrá, aunque esas vistas no lo tienen todos. Y esas olas, menos. Nos quejamos mucho del ritmo de las series, la cadencia, la velocidad. Quizás es que vemos las series, las películas, los libros, como un cumplido. Estamos pensando en lo siguiente en vez de recrearnos en lo actual. Ríase usted del Carpe Diem. Familias raras, entierros con plegarias, sudarios blancos, peticiones por Facebook. Nada como volver al pueblo, nada como rebelarse ante el pasado, nada como creerte superior a los demás. Los solitarios y los suicidios y lo que creemos, o creemos que sabemos, sobre el resto. Ombligos propios y ajenos sobre los que nos creemos el origen del universo. Cuartos vacíos. Alcohólicos con principios. Preguntas de difícil respuesta. Vivan los albatros, aunque no siempre sean visibles. Vivan los fracasados. Todos tenemos una opinión sobre el Santi Abad de turno, sobre el hombre de la camisa verde de turno. Madres que te aíslan. Círculos de terror. Hermandades fallidas. Y esa línea que va entre el delito y el pecado, entre el error y la confusión, entre un pasado disfrazado de gilipollas y un presente que no se entiende sin la equivocación. Aunque caer entre elecciones (Abraham, Isaac) o escoger Dios o el mundo, no siempre sale bien en la tele. El infierno sigue (no lleno) desbordado de buenas intenciones. Y no hay plegarias para aguantar lo inaguantable. O sí.

Ozark. Cuarta temporada. Parte 2.

Antes, cuando tenía ánimos, o ánimo, o lo que sea eso que llaman ánimo o ánimos, leía mucho a Borges, y a Bioy Casares. Y tenían opinión sobre los prólogos. Ahora nadie tiene opinión propia sobre nada. Ahora todo es historicismo, todo es refrito, todo es algo recauchutado, algo pensado o dejado de pensar por otra persona. Y se copia. Y se dice como propio, en plan guay Indomable Will Hunting. O Caja del diablo de Los Planetas, que todo el mundo intenta copiar, pero no le sale igual. Nunca sale igual. No era necesario explicar muertes anteriores, ni a padres que buscan respuestas que saben, ni alargar agonías ni buscar vocaciones tardías. Con el último episodio, Ozark lo hubiera solucionado todo, que las cenizas eran claras, no eran un diamante en un anillo de una madre a la que nadie interesa. No digo que no habría que hacerlo, pero tampoco digo lo contrario. Nada como estirar un chicle de buen sabor para acabar masticando saliva. La risa te hiela el alma, pero esa risa era de Los Planetas. O no. Pues ni prólogos largos ni epitafios extensos. No hacía falta estirar tanto el velatorio.