martes, 10 de mayo de 2022

Escape

Escape tiene momentos de lucidez y momentos en los que parece hacerse largo. Yo lo hubiera resumido con 150 páginas menos, pero no soy nadie para decirle nada a una autoridad como Enrique Rubio. Empieza dejando buenas frases para ir marcando territorio: “El pasado es una jaula tranquila y el futuro solo es una ventisca soplando en todas las direcciones”. Se hace preguntas sobre la existencia, sobre la supervivencia, sobre el día a día: “El inconveniente más grande a la hora de vivir es que nadie me lo ha ordenado”. Ordena y mando, que diría el otro. Quizás Escape no sea digerible para todas las retinas porque tiene momentos desagradables, momentos de preguntas incómodas, de situaciones tragicómicas pero que, visto lo visto en el siglo XXI, están a la orden del día. Escape habla sobre etiquetas, las que nos imponen y las que deseamos, las que vienen dadas y las que no queremos. No es fácil asumir un rol en la familia. Somos lo que somos, por la familia o, como decía el hombre de la camisa verde, a pesar de la familia. Pero hay que escribir bien (y atreverse) a decir lo que nadie se atreve, a criticar lo que ER critica en contra del buenrrollismo, en contra de lo que marca tendencia, en contra del ministerio más desigual del mundo que es el de Igualdad. Queremos barcos que transporten champán, viva el espíritu de La Costa Brava. Infortunios antes y después de la Revolución Industrial. Tipos amargados por padres amargados, por gentes con miedo, gentes que desafían la ley y te dejan al margen, sin preguntar. Hay que meditar si es positivo o no la existencia de figuras paternas, de dogmas inviolables hasta que dejan de serlos. Escribe Rubio: “Me gustan las iglesias porque no están muy iluminadas y son silenciosas cuando no hay una misa molestando. No me gustan las religiones porque no hay nadie vigilando para obligarte a cumplir los mandamientos. No me gustan las religiones porque sus instrucciones son confusas y demasiado generales”. Casi nada. ¿A alguien le apasiona que le digan lo que tiene que hacer? ¿Verdad? Se montan los padres del encerrado, un diccionario particular de uso propio y que hace descripciones veraces y realistas, nada alejadas de un día a día en el que no hay medalla de consolación, de jornadas en las que solo vale triunfar: “Colegio m. Cárcel muy violenta para niños incultos y analfabetos no instruidos por unos padres desestructurados y negligentes donde se cometen abusos, maltrato y humillaciones”. El problema es que se queda corto. La realidad, esa en la que todo es mentira, va mucho más allá. Esa realidad, entre velas y noches de redes antisociales, llevan al personal a hacer el zascandil sin cortarse a la mínima. Más definiciones, de las de verdad, de las que no hacen falta televisiones en las que salir haciendo el jarra porque ya eras jarra en el proyecto de padre y madre. Y con la tele grande, más todavía: “Cine m. Sala con una pantalla y varias filas de asientos donde se proyectan películas y a la que acude toda clase de maleantes y maleducados a molestarte con sus sonidos del móvil, palomitas, toses, conversaciones en voz alta y hasta ronquidos”. Y como siempre decía, o escribía, o gritaba el hombre de la camisa verde cuando escuchaba a los Killers, vivan las etiquetas, el rasero indie sobre el que reflexionaba Jam Albarracín: “Queríamos que nuestra educación fuera auténtica. No queríamos interferencias ni prejuicios de ningún tipo. El nombre es una etiqueta contaminante. Un mismo nombre lo llevan cientos de miles de personas y, sin embargo, una persona es única e irrepetible. Un ser humano es inabarcable y no cabe en un nombre”. Aunque no siempre tiene porque estar castrado o bautizado: “La religión solo es fanatismo y opresión, cosa de ultraconservadores arcaicos”. Y hace bien Enrique Rubio en recordarnos, continuamente, que vivimos en una farsa, que hay que oponerse, que hay que violentar lo que no tiene nombre y que hay romper lo viejo para crear ruinas: “Este planeta es una cárcel sin techo. La fuerza de la gravedad nos mantiene pegados a él como si fuéramos chinchetas. Piénsalo bien. No hay escapatoria posible. Ahí fuera la gente se cree libre, pero van insertados en raíles, están secuestrados en sus casas y presos en sus trabajos”. Hágase querer por una mentira. O no. Pero el infierno sigue lleno de buenas intenciones.

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