domingo, 1 de mayo de 2022

Inspector Venn (The Long Call). Primera temporada

Hágase querer por una serie de detectives, con camisetas blancas de tirantes como si fuéramos todos Tony Soprano. Inspectores, como Inspector Venn, no vamos a encontrar siempre, pero pueblos raros siempre habrá. Hubo y habrá, aunque esas vistas no lo tienen todos. Y esas olas, menos. Nos quejamos mucho del ritmo de las series, la cadencia, la velocidad. Quizás es que vemos las series, las películas, los libros, como un cumplido. Estamos pensando en lo siguiente en vez de recrearnos en lo actual. Ríase usted del Carpe Diem. Familias raras, entierros con plegarias, sudarios blancos, peticiones por Facebook. Nada como volver al pueblo, nada como rebelarse ante el pasado, nada como creerte superior a los demás. Los solitarios y los suicidios y lo que creemos, o creemos que sabemos, sobre el resto. Ombligos propios y ajenos sobre los que nos creemos el origen del universo. Cuartos vacíos. Alcohólicos con principios. Preguntas de difícil respuesta. Vivan los albatros, aunque no siempre sean visibles. Vivan los fracasados. Todos tenemos una opinión sobre el Santi Abad de turno, sobre el hombre de la camisa verde de turno. Madres que te aíslan. Círculos de terror. Hermandades fallidas. Y esa línea que va entre el delito y el pecado, entre el error y la confusión, entre un pasado disfrazado de gilipollas y un presente que no se entiende sin la equivocación. Aunque caer entre elecciones (Abraham, Isaac) o escoger Dios o el mundo, no siempre sale bien en la tele. El infierno sigue (no lleno) desbordado de buenas intenciones. Y no hay plegarias para aguantar lo inaguantable. O sí.

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