miércoles, 22 de abril de 2020

Better Call Saul. Quinta temporada.

Han vuelto las metáforas visuales del mejor Breaking Bad y de Better Call Saul. Quizás hemos debido esperar más de la cuenta. Vaya manera de estirar el chicle del señor Vince Gilligan (o como se escriba). Nada como un helado en una acera durante horas para derretirse y llenarse de hormigones. De muchos hormigones. De muchos hormigones que dan mucho miedo. La quinta temporada de Better Call Saul es el final y el principio del Saul que conocimos en Breaking Bad: el Saul de las camisas amarillas y lilas; el Saul de los cientos de móviles desechables en el cajón; el Saul hijueputa malnacido que por dinero hace casi todo. Casi todo. Todo no, pero casi. ¿Entrañas a estas alturas de la serie? No. No hay motivo para ello. La casquería, antes, durante y después del coronavirus, seguirá siendo casquería. Nos gusta recrearnos en los higadillos calientes, en el aceite y el vino blanco de la salsa de los riñones. Siempre. Antes, durante y después del final de Better Call Saul. La pregunta es, metáforas visuales aparte (¿quién no recuerda la muñeca en la piscina una y mil veces durante un puto sueño? ¿quién no recuerda Breaking Bad cuando ve un avión en el horizonte?), si realmente se necesitan tantos capítulos, tantas temporadas para llegar aquí. Siempre le digo a mis alumnos que si les cuesta leer una novela (yo he empezado nueve veces el ladrillaco de David Foster Wallace y solo llegué una vez a la página 134) pues que empiecen con un plan B: un cuento de Borges. Better Call Saul es un cuento de Borges muy muy muy largo. Pero es una joyita que no todos los paladares pueden saborear. No. Hay días que cuesta. Recuerdo ver una de las temporadas en pleno estado febril y viendo las estrellas con el famoso antibiótico de los tres días que te deja en la lona hecho una toalla sucia y vieja y sudada. No todos los cuentos son de 17 páginas. No. A veces, de vez en cuando, hacen faltan novelones largos de David Foster Wallace para cerrar una historia y volver a recrearnos en ciertos personajes del pasado. Hagamos del bioycasarecismo una ideal. O no. Tampoco quizás sea para tanto. Quizás idealizamos a personajes, a historias, a situaciones, que no hay que idealizar. O sí. Vaya usted a saber. También pensamos que Illa era la cuota del PSC en el gobierno de España menos mala y ha sido mala. Muy mala. Lo peor. Y hablando de metáforas visuales: viva el zumo de naranja. Nunca un zumo de naranja, recién hecho, trajo a la memoria semejante chorreo de fluidos. Y esa catártica estancia en el desierto, camino de un norte que nunca llega, bebiendo lo propio y lo ajeno, buscando una solución a un mal infinito. Y todo lo demás, también.

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