martes, 14 de abril de 2020

La valla. Primera temporada.

Tiene una idea que ahora está de actualidad la primera temporada de La valla. De vírica actualidad. Pero es esa idea, que si hubiera sido llevada a la ficción de una manera más esquemática, la que se les va de las manos. Postguerra, o posguerra, según el día esté con té o café el Presidente Cum Fraude, muy muy larga. Nos ponemos en lo peor: Tercera Guerra Mundial, pasan dos décadas, España está hecha unos zorros (otra vez, cíclicamente), hay una refundación, hay nuevo país con los mismos colores de bandera, una Nueva España tras un gobierno de concentración, hay zona A y zona B, hay gente que vive en chalet con piscina y hay gente que pasa hambre, como antes y como ahora, como siempre y casi siempre. ¿Novedad? Un bicho, un virus, una prueba, unos ministros con problemas, unos hijos de ministros con problemas, unos buscavidas que quieren salir hacia adelante, unos sacamantecas que quieren perpetuarse en el poder, unos niños perdidos (otra vez suenan violines). Por recordar, hasta recuerdan a Federico García Lorca. Lo dicho, una idea muy buena pero muy difícil de llevar a la práctica aunque el resultado aprueba en su intento. La valla pretende llegar a extremos revolucionarios, a cambios radicales, a situaciones de banderías en las que hay que elegir lo menos malo o lo peor, lo necesario y lo imprescindible. En el centro del caos, todo es posible. Incluso, ver la primera temporada de La valla en mitad del confinamiento por el coronavirus. Curioso, que no casual, que las casualidades no existen.

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