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domingo, 26 de abril de 2020
La Maravillosa Señora Maisel. Tercera temporada.
De vez en cuando, de tarde en tarde, toca escuchar diálogos electrizantes y huidas hacia Florida o a un encierro en casa de los consuegros. O no. Pero es lo que tiene tener ministros como Yolanda Díaz o Salvador Illa, o presidentes y vicepresidentes como los que tenemos (y vicepresidentas, que no se nos olvide la igualdad). Hemos acabado siendo igualmente gilipollas, gilipolles y gilipollos. Me estoy poniendo distópico y estoy imaginando que diría la Señora Maisel si en vez de estar en Florida estuviera en un pueblo de ocho mil habitantes, encerrada, sin poder salir a la calle y riéndose de sus procedencia judía. Digo que yo algo habrá sobre plagas en las sagradas escrituras judías. O no. Visualmente, la tercera temporada de La Marvillosa Señora Maisel sigue siendo escandalosamente buena, con ese ritmo incansable, con esa velocidad que no deja descanso, con ese humor que hace sangre pero que hace pensar, con esos errores humanos tan reconocibles en cada uno de nosotros, nosotras y nosotr8s (se me había olvidado la ministra de igualdad pero es que después de lo de los hogares monomarentales no tengo ni pizca de ganas, ganos y ganes de acordarme de su ministerio, o ministeria o ministeria). Hay cambios y no siempre para mejor. Esa es una de las conclusiones de esta tercera temporada. Puedes tener un "buen trabajo", una "buena familia", un buen don de gentes, pero no es suficiente. No. Siempre hay factores externos que te pueden martirizar tu mundo de color de rosa. Rosa y de muchos colores, que siguen los estampados, y los descensos despampanantes por escalera de hotel ante los ojos de los demás. Y el escenario. La protagonista de La Maravillosa Señora Maisel se sale en el escenario. Parece, como si fuera ayer, que no queremos recordar su confinamiento en House of Cards. Otra vez. Curiosidades, que no casualidades. Nunca existen las casualidades, antes durante y después de lo que venga tras la locura de este confinamiento que nunca acaba. Nunca. Pero la vida da golpes aunque vendamos risas y aplausos y arcos de colores sin lazo negro. Sin lazo negro, ese color, ese vestido. De guerra a guerra y tiro porque me toca.
Coda: "Si vas a tener voz, ten cuidado con lo que esa voz diga".
Coda 2: Y no podemos creer en la amistad en los negocios ni en el trabajo. Porque somos prescindibles y nos utilizan. Nos utilizan mucho. Muchísimo.
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