martes, 13 de febrero de 2018

La Maravillosa Señora Maisel. Primera temporada.

¿De verdad este tsunami de premios de la primera temporada de La Maravillosa Señora Maisel está justificado? ¿De verdad está tan bien esta serie? ¿De verdad que hablar tan rápido está sobrevalorado? Monólogos, mujeres abandonadas, hijos que criar, padres locos, bebidas a todas horas, bares, otitis de los niños, ramos de flores en los centros de las mesas, laca de uñas bien relucientes, sofás rojos, pianos y música de fondo. Buen fondo de armario el de la señora Maisel, por cierto. ¿Cuándo fue la primera vez que cogiste un metro? ¿Lo recuerdas? ¿De verdad cuesta tanto explicar un buen diálogo? ¿El objetivo de la libertad de expresión es perder el tiempo? Abogados en plan Trotski y todo lo demás. ¿Controlar la palabra y justificar el fascismo? ¿Qué es lo siguiente? Más cerca de 1960 que de 1950, con saltos temporales y casas medio vacías. ¿O están medio llenas? Y hay más de un Izan en la vida, que no solo los llaman así en Torreagüera. Mudanzas y cojines de colores. Historias de familia, de trabajo, de bares, de 10 minutos gloriosos. Creo que La Maravillosa Señora Maisel tiene momentos buenos, muy buenos y, también, muchos de relleno. De mirar para otro lado. De justicia poética. De salir del nido. ¿Qué se merece el público? ¿Qué tiene el pueblo que se conforma con mortadela en vez de tomar caviar y más caviar? Y Stalin, siempre es buen momento para citar a Stalin. Y todo lo demás, también.