Hace 57 minutos
viernes, 28 de octubre de 2022
The Old Man. Primera temporada.
“No podemos controlar lo que sentimos”. Nada como un berrinche un y un plato de comida, nada como interpretar papeles equivocados, nada como meter al villano en la historia de turno. “Debes fingir, al menos, que aspiras a algo más en la vida”. O no. Y preguntas sobre el dinero, porque el dinero son muchas cosas. Y las cosas que desaparecen, y las batallas perdidas, y la familia, y las hijas que no son hijas, pero se comparten, o se raptan, o se usurpan. Nos apropiamos de las personas y de sus sentimientos, de sus llantos y sus pecas, de sus cargas y sus prejuicios. La defensa siempre nos lleva a una trinchera personal, a un infierno del que no podemos salir indemnes. Islamabad, giros, oscuridad. Se escucha en The Old Man la frase que nos pesa a todos: “Si llegas a mi edad en este negocio, tendrás algo personal con casi todo el mundo”. Y lo personal se confunde con tu necrológica preparada con antelación, que siempre hay que ser previsores. O muy previsores. The Old Man es una serie lenta, con historias de décadas pasadas que vuelven al presente, de perros fieles convertidos en Sanchos que siguen a un Quijote que se niega a morir, de asesinos de traje y oficina que bajan al fango porque todo en la vida tiene consecuencias. Y aunque abandonas, y pasas al plan B, todo puede fastidiarse. Desenterrar un asunto de treinta años solo tiene un hedor que nos inunda la mente, nos provoca el vómito, nos lleva a una arcada que nos trae momentos que quisimos olvidar pero que siguen en nuestra retina. Opiniones varias. Protección y familia. Y entonces te vuelves a preguntar sobre el titular de tu necrológica, sobre la incomodidad de hablar de dinero, sobre la confusión entre lo que hemos vendido que somos y lo que realmente somos. Y al final solo somos mentira.
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