miércoles, 5 de octubre de 2022

Brockmire. Segunda temporada.

“El podcast está bien pero no son las grandes ligas”. Empieza más agria la segunda temporada de Brockmire, con más mala baba y más pesadumbre, con más mala leche y más dejadez taciturna, con más uva podrida y uva a medio pudrir. O no hay uva, solo mierda en un ambiente nuevo pero con la misma mierda de siempre: “Sospecho que en el fondo, aunque no queramos admitirlo, nos gustan los niños con cáncer porque su inminente muerte nos recuerda que estamos vivos. Son ellos los castigados, no nosotros”. O no hay vuelta atrás y todo es mentira, o no buscamos nunca la verdad porque no existe: “No relajarse es el dogma básico del fascismo”. No vale ser el número tres cuando aspiras al número uno. Pero ser el número tres, antes de ser el número uno, te lleva al estrés, a la desesperación, al exilio, a la lentitud dentro de la cámara lenta. Y si no has visto El padrino, tienes un problema. O muchos problemas. O un contenedor de un barco lleno de problemas. Todo mentira en esta vida menos El padrino. “Para los muertos tengo poesía, para los vivos mis disculpas más sinceras”. La familia nos lleva a hacer visitas inesperadas y dolores de cabeza y si es de bebida de cereal, más todavía: “Beber sin parar es el único modo que tenemos de tolerarnos”. No siempre, no. Y está bien recordar cuando descubrimos a Nietzsche, aunque fuera en el instituto. Y el intento de que recapacite, de dar marcha atrás. Esta segunda temporada de Brockmire nos hace pensar en las oportunidades perdidas, en lo que desaprovechamos cuando no nos damos cuenta de lo importante, de lo que vale realmente la pena.

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