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viernes, 3 de septiembre de 2021
Los amnésicos. Historia de una familia europea.
Hacía mucho tiempo que no leía un libro casi seguido, con una escala entre Totana, Murcia y La Manga (salió ganando el silencio de Totana). El libro en cuestión es Los amnésicos. Historia de una familia europea. El libro es de Géraldine Schwarz, y dice Sergio Belmonte, categóricamente, que “ese libro hay que leerlo”. Géraldine Schwarz, desde su perspectiva francoalemana, analiza y reflexiona sobre las responsabilidades y los silencios que hicieron un tipo tan enano como Hitler llegase tan alto. Y en ese análisis, se centra en su familia, en su pasado, en el presente y en lo que viene con ejemplos como orbaniana Hungría (y el anterior caso de Haider en Austria). Es un libro exhaustivo, de datos y cifras, pero que engancha y vuelve a enganchar. Incide GS en una “idea”, la de si las personas que ayudaron a crear el régimen nazi simplemente obedecían órdenes (muchos se libraron después de sus responsabilidad y se sumaron al organigrama de la nueva RFA) o tuvieron iniciativa en la creación del nuevo estado nazi. Habla GS de “amnesia” y de “obsesión”. Cita a Adorno y Horkheimer (al más puro estilo Gregorio Parra, ahora que acaba el Videodrome por otro tipo de historias en Radio 3) y su Dialéctica de la Ilustración, en el que subraya GS que se habla de fascismo como una “racionalización desmesurada la técnica y la burocracia”. Vaya negocio la burocracia. En ese sentido, incide GS en el “asesinato administrativo del Tercer Reich”. Subraya en esas líneas la “organización de las masacres desde las oficinas”. Esas primeras 160 páginas de lectura y relectura. Hay que intentar no olvidarlas, y volver a leerlas. Desde otras perspectivas, surgieron respuestas en la reconstrucción alemana que pervirtieron ese dificilísimo proceso mezcla de venganza e idolatría, y en ese sentido cita GS a la fracción del Ejército Rojo, las Células Revolucionarias, Zora la Roja y el Movimiento 2 de junio. ¿Qué sentido tenía aquella en una Alemania nueva? RAF, IRA, ETA y los puntos suspensivos, aquel esperpento de Munich en el 1972 con los Juegos Olímpicos (ahora resulta que algunos guays o guais o guayanes o lo que sean dicen que no se puede decir Olimpiadas) y la delegación deportiva de Israel. Ese terrorismo de extrema izquierda, ese gran error… Y cinco años después en 1977, asesinato de Siegfried Buback… Y tantos otros que enumera GS. Después, la autora compara otra vez a Francia y a Alemania en cuanto a la interpretación de lo que supuso el nazismo: mientras que la RFA aceptó “oficialmente” esa herencia (o de aquella manera, podría decirse), Francia se vendió como víctima pareciendo que allí nadie colaboró con el del bigotito y que lo de Vichy (ese régimen que no me explicaron en la facultad) fue una imposición alemana y que ningún francés hizo nada a favor del nazismo. Además, la autora contrapone a De Gaulle con su competencia comunista (dice la autora que el Partido Comunista en Francia se autodefinía como “el partido de los 75.000 fusilados”). ¿Quién dirigió la resistencia francesa? ¿Quién puso más empeño? ¿Quién se puso más medallas? A partir de la página 190, añade también el papel para cambiar las mentalidades que tuvo un documental en Francia, titulado La tristeza y la piedad, de Marcel Ophuls, e incide la autora en el “comportamiento ambiguo” de muchos franceses en la Francia de Vichy. Algo mucho mayor fue la repercusión de la serie Holocausto en Alemania en 1978 (serie que venía de fuera), o el libro La Francia de Vichy de Robert O. Paxton en Francia. Siempre los autores jodiendo la marrana, y también refiriéndoles La destrucción de los judíos europeos (obra de 1982). Va soltando nombres de esos ministros hitlerianos como Albert Speer, otro de esos que no se acordaba de nada. Pero lo de Alemania, y también lo de Francia, tampoco era nuevo, y si hay que recordar el Caso Dreyfus, se recuerda (ese sí suele salir en el libro de 1º de Bachillerato). Habla GS de que para Robert Paxton, “a diferencia de los nazis, el antisemitismo de Vichy no era racial, sino cultura y nacional”. Y todo lo hace recordando a sus abuelos y sus familiares, recordando lo que hicieron los cancilleres y los políticos antes y después del régimen nazi, en los discursos de las mentiras y de las reunificaciones, que la caída del muro de Berlín levantó muchas alfombras. ¿Y quién no tiene un pasado? Escribe la autora sobre el libro de Pierre Péan Una juventud francesa en el que se hacía publico las conexiones de Mitterrand con la extrema derecha y Vichy antes de 1943, sobre Jean-Marie Le Pe y la creación del Frente Nacional en 1972, y las leyes de memoria histórica (¿os suena de algo o pensabais que era cosa de ZP, Rajoy y Sánchez?). Pero también tiene el libro su recuerdo para la Stasi y la RDA (habla la autora de 91.000 agentes oficiales antes de la caída del muro de Berlín, más otros 180.000 no oficiales, y de la colaboración de muchos más). Desde otra perspectiva, también intenta la autora ilustrarnos con palabras sobre la arquitectura y los símbolos anteriores y posteriores a las guerras mundiales, y el cambio que hubo en Alemania, distinto del de Francia. Parece curioso todo, que no casual, pero fue caer el muro y salir cabezas rapadas de debajo de ciertas piedras, o de colchones o de todo en general y de casi nada en particular. O quizás nada existió y nunca pasó nada, y que el florecimiento de grupos de extrema derecha (o derecha radical, o yo que sé como hay que definir a esos grupos) y su exaltación llegue un momento que no nos sorprenda. O si nos sorprende pero miramos hacia otro lado, como hicieron con los judíos de Alemania y Francia cuando eran llevados a los campos, y se aprovechaba su vacío para robar la cubertería que habían dejado escondida debajo de una losa en casa, o unas joyas en un armario, o unos cuadros en la pared. Atravesando fronteras, la autora pasa también a Austria y a Italia, y lo que pasó antes y después y lo que pasa ahora. Subraya la autora como después del Anchluss la burocracia se integró en la administración estatal de la Alemania de los nazis. Explica los motivos de la huida de los ganadores de la guerra en Austria (también dividida en 4 tras 1945) tras 10 años, porque había otras preocupaciones, y sobre el surgimiento del FPÖ que empezó siendo dirigido por un tal Anton Reinthaller, un ex SS. Y luego, el Aktion T4, el nombre con el que se definía a ese programa para acabar con locos y enfermos mentales y otras personas que estorbaban. Y de ahí, al papel del partido DÖW y todo lo demás. En Italia, aparte de la relación entre Adolfo y Benito, habla del racismo antieslavo del segundo, con el ejemplo ocurrido en Montenegro a través de las represalias de Prizio Birolina, o en Eslovenia y Croacia con la “italianización del territorio” (pone la autora el ejemplo de Liubliana, que de 360.000 habitantes, unos 70.000 fueron llevadas a distintos campos). Es más, insiste GS que en la zona balcánica los italianos fueron construyendo hasta 200 campos de concentración (pone como ejemplo el de Rab en Croacia, con un mortalidad del 19 por 100). Pero no había que ir a Croacia o Eslovenia, en Italia cita los campos de Goanrs, REnicci, Monigo y Chiesanuova como ejemplos. ¿Y por qué este paso a Italia? Habla de como el cine fue utilizado por el Duce, y después con otro tipo de utilizaciones, hasta que surgen distintos partidos con reminiscencias, ya sean berlusconianas o salvinianas, con Mateo al frente de la Liga Norte y su nombramiento como ministro del Interior. Acaba el libro analizando los peligros contemporáneos en las figuras orbanianas y lepenianas, con un capítulo titulado Los nazis nunca mueren, otro de esos que hay que leer para entender muchaos casos actuales. Un libro muy recomendable.
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