Hace 4 horas
sábado, 21 de junio de 2025
El órgano
El órgano, de Diego Sánchez Aguilar, es una historia de bestias en tiempo de bestias. Pero, sobre todo, es una historia de mentiras, de grandes mentiras. Decía el hombre de la camisa verde que la vida es lo que pasa entre mentira y mentira. Reflexiona DSA en El órgano sobre obligaciones, las que tenemos y las que nos imponen, sobre lugares inhóspitos, sobre tarados en tiempos de taras y sobre campanas que no suenan porque no hace falta pensar en vísceras cuando las tenemos delante. O quizás, todo es una ilusión, un recuerdo borroso: “Cumplir un deber es lo mismo que entender el sentido de una historia”. La historia de El órgano, llena de engaños, está ahí, como esos árboles que vemos en un sueño de velocidad, en la que se confunden árboles y quitamiedos, asfaltos gastados y señales con ciervos donde no hay ciervos: “Cree que está llegando, y no sabe que nunca se llega, solo se pasa”. Solo se pasa, y luego, la reina, la diosa, la mentira: “Escuchará todas las historias y todas las mentiras, porque toda historia es siempre una mentira; porque toda historia tiene un principio, que es mentira; un misterio, que es mentira; y un final, que es la mayor de las mentiras”. Apostilla DSA: “Solo la palabra del hombre tiene sentido para el oído del hombre, porque el oído del hombre solo es capaz de escuchar la mentira, y solo es sordo a la verdad”. Pero entre mentiras, vemos a Dios, vemos iglesias donde solo hay escombros y cenizas, porque “Dios es paciente en la contemplación de nuestro dolor”. Añade el autor: “Y mentía una y otra vez hasta que una mentira conseguía sostener a la otra mentira y así levantó muros de mentiras, pilares de mentiras, arcos de mentiras hasta que estuvo satisfecho con aquella catedral que resguardaba con su imponente arquitectura todo el silencio donde quedó sepultada la verdad”. O no. Y las mentiras, y meter a Dios en las mentiras, llevan al enfrentamiento bélico: “¿Qué habría pasado si no hubiera llegado la guerra? Esa es una buena pregunta. Quién sabe. Quién sabe por qué llegan las guerras, por qué aparecen así de repente, como una tormenta, para llevarse a los jóvenes a morir y luego desaparecen como si no hubiera pasado nada. Y se olvidan, eso es lo peor: tantos muertos, y no recordar ya por qué, qué era tan importante en ese momento como para que tantos jóvenes murieran, ¿sabe? Eso es lo peor, que ya nadie recuerda para qué lucharon, lo único que recuerda son los muertos, y los escombros, y el dolor”. Y después de ese enfrentamiento, nada es igual, ni las cicatrices intactas: “¿Qué poder tiene la guerra, para convertir a la gente en animales?”. Mulas ciegas y borrachas, que también decía EHDLCV. Pero no nos desviemos entre mentiras. Sigue DSA: “¿Será la guerra lo que nos convierte en animales, o es la paz la que viste al animal que somos con un frágil barniz de humanidad, que se derrite en cuanto nos acercamos a algún fuego?”. Y fuego, y gritos, y la locura disfrazada de otras cosas, o, quizás, otras cosas disfrazadas de locura, “porque la locura lo explica todo para las mentes más simples”. Y buscando lo simple en la dificultad, nos podemos perder entre los tres entes divinos e incluso perder “la voz de tanto rezar y de tanto perdonar a cada vecino de este pueblo”. Un buen libro, con momentos alephianos que hacen pensar mucho sobre las consecuencias de los actos en primera persona grupal. Y no hay Dios que perdone, porque “el último pecado es el mayor de todos ellos”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario