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lunes, 7 de julio de 2025
Los sin nombre. Primera temporada.
El teléfono y El principito. Mira que asustan los dos a la vez, metiendo miedo. Porque Los que escuchan mete miedo desde el principio, con algún momento cerdo hanniballectérico incluso. Milagros y desapariciones en una Barcelona sin resurrección. Y hablan en gabacho y no en catalán. Eso sí que es un milagro. En esta Barcelona, hay muchos enfermos y en muchos sentidos. Y muchas mariposas. Y noticias, y esa catarsis convertida en huída o abandono, o en venta, o en alcohol. Hágase querer por lo oculto, hágase querer por la ínsulina, hágase querer por la casa de los horrores, hágase querer por las renacidas, hágase querer por los cabezazos contra la mesa (mi madre me decía más lo de “los cabezazos contra la pared”). Pero al final, todo es mentira, te crees lo que quieres creerte aunque sea una puta farsa, un engañabobos. O lo que sea. Y los pájaros, se choquen o no contra nuestras ventanas, son ratas del aire. Siempre. Hágase querer por la loca de las resurrecciones. Y ese comodín, argentino y desaparecido, que aparece cuando menos te lo esperas. O esperes. O peros (es, manzana para todos). Estafas piramidales que acaban en bañeras, en cuerdas, en disparos, en salas de interrogatorios, fotos y cajas de cartón. O en muchas cajas, repetidas, repartidas por el mundo. Protegidos, locos, paranoias y más mariposas. Todo entre milagros y señales divinas, o nada divinas. Insectos para todos. Volver, volver, volver: “El mundo puede ser muy cabrón para los niños como nosotros”. Y como en la NBA con Guille, tenemos que hablar de Kevin (con o sin lengua). Mariposas y mentiras, y sílabas encadenadas que hacen pensar y preguntarse, en voz alta, como en aquello de San Mateo sobre la búsqueda. Y lo que encontramos. Tiene miga el pan de Los que escuchan y es mejor no tragarlo con el estómago vacío, si es que acaso quedan entrañas cuando llegas al sexto capítulo.
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