domingo, 16 de abril de 2023

1923. Primera temporada.

“La esperanza es peligrosa. Te engaña y te hace ver un mundo que nunca se hará realidad”. Esa frase, del principio del cuarto capítulo de 1923 viene después de la catarsis del tercero, que aquí, a diferencia de otras obras taylorsheridianas, la sangre pasa del uno al tres. Sangre para todos y ausencia de milagros en esa juerga de lugares subterráneos y amaneceres raros, de coches y caballos, de tigres y matrimonios concertados, de enterrar y volver a enterrar y no parar hasta que todo esté encerrado. Deja, desde ese rancho que nadie quiere pero que todos desean, un aliento de tristeza y decepción, porque nunca conseguimos todo lo queremos. Todo es mentira, pero a veces las mentiras cansan. Médicos sobrios a los que es difícil encontrar sobrios. “No me gusta esta fiebre”. Pero leones y tigres, elefantes muertos y restos de hienas siempre nos encontramos por el camino. Lo peor de lo peor, que diría el otro. “Matar al rey no te convierte en rey, te convierte en asesino”. Y la jodida esperanza, y lo que no espera y no llega, y lo que llega y no te lo esperas, y las confianzas de toda la vida. Que no. “La guerra no es vida. Si la locura se pudiera tocar, eso es la guerra”. Cartas, cartas, cartas: “Si quieres que te maten, ansía una carta”. Y las goteras que hacen ver lo que éramos y no somos: “No soporto hacerme viejo y ver que el cuerpo me traiciona”. 1923 cuestiona la irracionalidad de la persecución social, del mestizaje, de la existencia de clases, de la necedad y la huida sin motivo y con motivo, y hasta la misma existencia de Dios: “Si era hijo de Dios, y existe el cielo, seguro que Dios ya lo ha dejado entrar. Pero si usted dice que hay que cavar y hacer un agujero, es que no existe el cielo”. Y en esas estamos, esperando los cielos, con o sin valle cerca.

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