domingo, 14 de agosto de 2022

Viaje alrededor de mi cuarto (Novela desordenada)

Empieza Miguel Sánchez-Ostiz su Viaje alrededor de mi cuarto (Novela desordenada) justificando la creación de este libro, en una situación excepcional como la del encierro pandémico, y, como dice el autor, no poder ir a donde uno le apetece “bajo amenaza de multa”. Pone en relación el título con la obra de Xavier de Maistre de 1794, y dice Sánchez-Ostiz que está “convertido en un anciano por decreto”. Cita a Anthony Burgess, y se refiere a la mesa del escritor, ese “espacio donde más tiempo pasa”. Además pone en una misma frase devoción, oficio y disciplina, que no siempre congenian pero que antes o después se juntan. Estos encierros me hacen recordar, no sé si bien traído, La fuga de Los Plomos. Escribe Sánchez-Ostiz que “nada es ya lo mismo de lo que fue”. Si nos ponemos a recordar esos meses de febrero y marzo de 2020, ahora parece un chiste macabro. Recuerdo en una clase de 2º de Bachillerato que, la semana antes del encierro me despedía de algunos de mis alumnos, y les dije que ya no los vería más, que el curso se acababa. Mi miraron estupefactos, no se lo creían pese a lo que nos venían. O me tomaban por loco. Y hemos cambiado mucho en estos dos años, quizás nos hemos vuelto más pesados, más irascibles. Y nos han cambiado los hábitos. Y las rutinas. Escribe Sánchez-Ostiz que “durante años me ha podido el nomadeo, las mudanzas, la provisionalidad, el desasosiego incurable”. Y es verdad, vamos dando tumbos hasta que frenamos en secos, o nos encierran en un hospital o en un manicomio o en casa, que no siempre son lo mismo pero, en ocasiones, se confunden. Cita El otoño en Crimea de Carlos Pujol, y a Simenon, y a Cabrera Infante, y a Alberto Clavería, a Proust, a Carlos Castilla del Pino, y a Conrad, y a Lao Tse, y a Gómez de la Serna, y a Carl Einstein, y a Valentí Puig, y a Borges, y a Virgilio, y a Bruce Chatwin, a Elizabet Bishop, a Tabucchi, a Patrick Mauriès, a Philippe Jullian, a Paul Morand y pone énfasis en hechos que no siempre tenemos en cuenta, como que “nada te protege del ruido de tu época”. Y es cierto que este estruendo nos ha pillado desprevenidos, muchos sin el testamento hecho y sin pensar en lo que dejaban a los suyos o a los que dicen ser suyos. Me recordó un día mi padre el ruido del agua y de todo lo que arrastraba cuando en Aljucer, en la riada del 73, se desbordó el Reguerón y arrasó con el pueblo. Esos ruidos no trajeron solo cieno, trajeron odio, y como bien subraya el autor “somos peores de lo que pensábamos, los unos para los otros”. Siempre. Y en esa nubosidad variable, se mencionan recuerdos de andadas nocturnas y de Bolivia, y de los últimos 25 años por el barrio y el cementerio judío de Bayona, y de Madrid y de San Juan de Luz y de Pamplona, y la edición de Las pirañas. Se refiere a la muerte de su amigo Alberto, como todos nos referimos a esa fecha concreta en la que alguien desaparece. El cita ese 3 de diciembre de 2012 como otros citamos el día de la romería de septiembre de 2010 cuando encontraron muerto al hombre de la camisa verde (llevaba días muerto, pero su hermana no se preocupaba por él. Me ha gustado mucho la reflexión sobre nuestra relación con los objetos, con esas “cacharrería”, y lo que encontramos en los cuartos diurnos y nocturnos, y esa imagen grabada de la primera vez que visitó el despacho de Gómez de la Serna. Tengo varios amigos que son coleccionistas, y no sé si es perversión o admiración, no sé la forma de definirlo. Escribe Sánchez-Ostiz que “no hay colección que no sea a la postre una autobiografía”. Y el recuerdo de un San Roque me lleva otra vez a Aljucer, donde también tenemos nuestra diablada personal, nuestras máscaras africanas, nuestros fetiches propios. Reflexiona, refiriéndose a Chatwin, sobre el fracaso y la soledad, y deja frase, recordando a Maux Aub y Buñuel: “Eres como te ven los demás”. Y cita a la profesora Yvette Sánchez mientras piensa sobre la fragilidad y su “entrada por la puerta grande”. Esos recuerdos también le llevan a su casa familiar de Pamplona, y la librería que tenía, y se recrea en Un viaje a España de Carlos Pujol. Dice Sánchez-Ostiz que “mi afición a la lectura está ligada a mis enfermedades infantiles”, y se acuerda también de la casa de sus abuelos, y del Lazarillo, de Salgari, y de Robinson Crusoe. Recuerdo que cuando me operaron en mayo de 1994 en la Arrixaca apareció por allí Pepe, un expolicía nacional amigo de mis padres, y me vio leyendo Tormento de Galdós y se quedó perplejo. Y me lleva a mi a recordar los libros de la colección Austral que tenían mis padres, una y mil veces prestados y que algunos no volvieron. Recuerda también el autor las farmacias familiares, y sus reboticas, y los olores que tenían, y la simpatía del abuelo por Niceto Alcalá-Zamora y la ocupación de la botica de las Brigadas de Navarra y el motivo de su supervivencia por asuntos de parentesco, y que lo citaba García Serrano en sus memorias (y hasta del último capítulo de Las pirañas se acuerda). Y de ahí a los sueños, a lo que nos traen los sueños. Al autor se le aparece todavía la casa de los abuelos paternos en sueños, a mí la chimenea de la casa en la que viví hasta los siete años. Y no solo los sueños, sino que también los olores, el ruido, la tarima y la muerte del abuelo y la casa en la que se quedó y el recuerdo de En Bayona bajo los porches. Cinco meses y veinte días después, en un trayecto entre Totana y Murcia, volví a la lectura de Viaje alrededor de mi cuarto, cuando me preparo para otra mudanza temporal, y es que VADMC(ND) va también de cambios de domicilio, de casa, de embalajes de libros y bibliotecas, de libros perdidas, y de cuentos: “De las narraciones vaso en mano y la mirada perdida más allá del espejo de la barra, hay que fiarse lo justo, pero sin ellas, qué aburrimiento”. Se acuerda el autor de Carmen Martín Gaite y de Francisco Briones, y de esos intentos de acumulación de libros: “Nada como intentar ordenar una biblioteca para dar volteretas para atrás”. También hace referencia a Gil de Biedma y se refiere a la quema de diplomas y títulos, y hablando de Ramón Irigoyen indica que “una cosa es la referencia y otra la influencia”. No he leído Moriremos nosotros también ni Cornejas de Bucarest, pero las referencias invitan a ello. Y hablando del encierro, se nos vienen muchas cosas a la quijotera: “Andamos en tiempo de memorias y de recuerdos durmientes que han despertado con el confinamiento”. Aunque no siempre son gratos los momentos que pasan por la cabeza: “Recuerdo aquella época de finales de los sesenta como algo siniestro, sombrío”. Habla de Malcom Lowry, personaje entre personajes, poniendo el recuerdo en Lunar Caustic: “Ese de Lowry es un susurro incallable para el que haría falta más alcohol o más mezcal del que en toda su vida pudo haber bebido”. Y no he probado los churros con anís, pero tendré que hacerlo. Y siguen las imágenes en la memoria: “Durante este encierro he comprobado que el perro apaleado tiene memoria y es de difícil olvido”. También cita el autor a José María Álvarez y su Museo de cera, que tomé prestado y todavía tengo sin leer, aunque no sé si por Murcia, o por Aljucer, o por La Manga, o nunca llegará a Totana enfrente de donde estaba el palacete del militar Aznar. También aparece en la historia un tal Maíz, secretario del General Mola, a propósito de algún escrito suyo. Sobre asuntos laborales, escribe Miguel Sánchez-Ostiz: “Ser sombra de ti mismo es un papel chungo de veras por muy guiñol que sea. Que lo viva otro. No estoy hecho para aguantar jefes laborales ni autoridades de rito”. Muy de acuerdo con esta afirmación. Y más litografías del pasado: “Felices ochenta, tan farloperos ellos…”. Cita el autor a Xabier Eder, del que recordamos Bajo la noche y Perro de prensa. Y poniendo el foco en el pasado y en el presente, se refiere a Pamiela, donde ha publicado más de treinta libros desde De un paseante solitario editada en 1985. Y los años de la depresión. Y las referencias a gurús de la edición de libros, sean o no “cucos de marca”. Y como siempre, marcando líneas de separación entre lo que es y lo que parece ser: “Cuanto antes admitas que los negocios de la amistad suelen ser oscuros y veleteros, mejor… los tuyos y los del prójimo”. Y pone en boca de Bernard Frank un buen principio: “No cerrar la puerta de mi casa, pero no llamar a la de nadie”. Y más frases para el subrayado en rojo: “No tengas amistad con quien puede ser tu enemigo, te conoce…”. Y en lo cotidiano, pone énfasis en lugares físicos, en objetos concretos. Y apostilla: “La mesa de trabajo, teatrillo de sombras en el tiempo de la invención, barca de navegación nocturna, a la deriva de la noche, entre páginas propias y ajenas”. Adoquines de recuerdo, y diálogos de películas entre chulos y cuadros de Fortuny, de Kitaj, de Lucian Freud, de Iturrino. Y siempre “hay lugares en los que siempre hay un embustero de guardia. Viajas para encontrarlo”. Y pone, o saca, a Modiano a relucir, o a la sombra, o debajo de la higuera que sigue dando sombras, y, a veces, higos: “Hace ya más de diez años, los suficientes decía Modiano para olvidar el estado civil de la gente que ha contado en nuestra vida”. Y los lugares que pudieron ser y no siempre lo fueron: “Para mí Valpariso es el escenario de la novela que no he escrito”. Y el viaje a Juan Fernández en marzo de 2003, y un ejercicio que algunos todavía hacemos como es el de los recortes de prensa… Y más noria, que no falte: “Feria de la memoria en el que vamos de un lado a otro”. Y el mundo literario propio, y los buenos enterradores, en este “país de galimatías y del acertijo el nuestro”. Y el ejercicio más difícil, ese que te lleva al espejo: “Para escribir de verdad de uno mismo con o sin lirismo hay que atreverse”. Y esas dedicatorias que te regalan, y que no se te olvidan nunca: “Para que aprendiera a no convertirme del todo en un adulto”. Envidia. Y más pasado que se turbia en el hoy: “Presente zarrapastroso que se ha agudizado durante la pandemia”. Y La sombra del escarmiento, y tener claro que “el tiempo conspira a favor de la desmemoria”. Y los recuerdos de los ausentes, de Javier Reverte y de Juan Marsé, y en el horizonte de la claridad dejar por escrito que “cuando se va gente con la que has vivido mucho, se va también una parte de ti”. Y frases con la que meditar: “Embalar una biblioteca es una tarea arqueológica de la propia vida”. Y también hay verdades como templos, de día a día, de las de todos los amaneceres: “Las librerías se cierran una detrás de otra, unos se echan las manos a la cabeza, pero lo que de verdad le importa a la mayoría es que cierran los bares”. Y como nada es casual, al final del libro aparece la figura de David de Jorge, que fue la persona que me llevó a Miguel Sánchez-Ostiz y a Las pirañas tras leer una entrevista que le hicieron en JotDown Magazine: “Los últimos festines fueron con David de Jorge, hombre de fogones y de libros, antigüedades y arte y vida con el que se puede conversas y reír hasta la extenuación”. En definitiva, un libro que sirve como refugio ante todo lo que se nos viene encima.

3 comentarios:

Miguel Sánchez-Ostiz dijo...

Muy agradecido por esta extensa y generosa nota de lectura. Un saludo muy cordial.

jm dijo...

Buena reflexión veraniega 😉

supersalvajuan dijo...

Muchas gracias y saludos.