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miércoles, 17 de agosto de 2022
Better Call Saul. Segunda parte de la sexta temporada.
No sabía si estaba viendo Better Call Saul o los créditos de Boardwalk Empire en Atlantic City. Pero no. Sonaba música y era Better Call Saul. Otra vez, aunque esta vez para cerrar el círculo, para acabar con todas las paranoias (o empezar otras), para creer que las velas se consumen por algún motivo, para justificar muertes, para buscar asiento en el infierno ante un cadáver todavía caliente desde el final de la primera parte de esta sexta temporada. Pero hay más carreras, y más muerto, y más zanja, y más zapatos lustrados (o lustrosos, o como se diga eso de lustrar) y hay que empezar el principio del final. Limpieza, justicia, venganza. Vinos que no importan a nadie. Pajas mentales y fotos para recordar a muertos que bien muertos están. Padres hablando de hijos muertos. Lo real no siempre parece real. Renuncias que no son solo renuncias. Todo tiene una explicación. Empezar de nuevo. Escapar para poder respirar en libertad. “Que se haga justicia, aunque se hunda el cielo”. Empujoncitos para todos. Recompensas para todos. Mentiras para todos. Trato, tema y cualquier letra que empiece algo. Cronómetros para todos. Ese décimo capítulo de la sexta temporada de Better Call Saul muestra la mentira de Saul Goodman: esconder, morir, retroceder, volver a reinventarse, estudiar, actuar cuando hay que hacerlo. Y la antepenúltima píldora, con WW y JP volviendo a la escena, camionetas para todos, llamadas de teléfono, nieve y cuenta de hilo para mostrar noticias de un pasado que nos incumbe a todos. Todo mentira, todo divorcio, todo tiene una explicación menos lo que no la tiene. Yo hubiera preferido otro final, pero como todo en la vida, una cosa son las expectativas y otra cosa las mentiras. Y en Better Call Saul todo es mentira.
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