domingo, 27 de octubre de 2024
Ropa tendida
Al leer en papel, todo parece distinto. No he contado las veces que escribe Óscar García Sierra la palabra desindustrialización en Ropa tendida. Aunque debería llamarse desasosiego. Empieza RT describiendo al típico desocupado tras la jubilación “temeroso de que le recriminen su tiempo libre”. Recuerdo que cuando prejubilaron a mi padre con 53 hubo compañeros que se quitaron de la circulación, simplemente porque no sabían dónde meterse, ese tipo de gente que “lo único que ha hecho ha sido trabajar y protestar, como si la vida fuese una máquina de caramelos y él llevase años pidiéndole agua y quejándose porque no tenía tiempo para comer caramelos”. Pero aparte de ponernos en situación con la desindustrialización, ÓGS nos mete de lleno en el berenjenal de politóxicomanos y de gente que busca un plan b porque el plan a ya no daba para mucho más, y hay una espiral de fiesta, aunque “hace tiempo que ya es tarde”. Las frases y metáforas que utiliza ÓGS describen a la perfección una situación en la que miles de familias entraron, una dinámica sin solución de continuidad que es como ese edificio viejo que sigue en pie y no sabemos si lo habitan ocupas, o ratas, o ocupas comiendo ratas: “Hay quien piensa que estar destruido hace a uno indestructible, y quien asegura que sucede al contrario, y que cuanto más destruido está uno más se puede destruir. Pocas veces el lenguaje tiene tanta importancia como cuando se hacen juego de palabras con el sufrimiento”. En esta historia de tropezones en la que “cada tropiezo calle abajo parece definitivo, pero al final solo acaba siendo el anuncio de otro tropiezo mayor”, se huele el sudor y la colonia barata, se huele al yonki en primera persona del singular y su rutina (“todas las noches se parecen tanto que es imposible saber cuándo suceden las cosas”), el maltrato y la dejadez, el bar como refugio (“todos los bares baratos se parecen, todas las noches en el bar son iguales) y ese infierno que es personal pero puede llegar a un triple salto mucho mayor aunque no estés en Méjico (“a pesar de que todos los clientes tienen los mismos problemas y ninguno tiene ganas de vivir, todos piensan que el borracho de al lado está peor”). Y en ese paisaje, solo hay tristeza porque “crecer es como una carrera a ver quién se da cuenta antes: tú de que tus padres nunca han sido felices, o ellos de que tú no vas a serlo nunca”. Procuro decir a mis alumnos que pensar te mete en líos, y ÓGS nos dice en RT que “una carretera provincial no es el mejor sitio para no pensar”. Y apostilla: “Conduciendo entre montañas y fábricas abandonadas cualquiera puede acabar pensando que la desindustrialización es un decorado diseñado especialmente para sus problemas personales”. Y entre caminos, pensamientos y pollos varios, “a veces, sobre todo en un pueblo todos los caminos llevan al mismo bar”. Y entonces, ese edificio, el de las ruinas, los ocupas y las ratas, se viene abajo: “Siente que todo se derrumba y que, para bien o para mal, se encuentra a gusto entre el escombro: el escombro es su casa”. Y todo porque la falta de alegría lo ocupa todo, absolutamente todo: “A veces el secreto de la felicidad es ocupar poco espacio en la oscuridad, consolarse con la infelicidad en habitaciones felices en un mundo infeliz”. Y entonces solo queda una, escapar, o bajar al lugar de habitual costumbre: “Los hombres que llevaban siglos picando en la mina o conduciendo carretillas, usando maquinaria pesada o jugándose los dedos cada día en cualquier máquina, ahora estaban a salvo en los bares”. Pero bares aparte, el relato es esclarecedor: es la España que no sabe si madrugar o seguir de fiesta, si abrir la habitación del hijo esperando un saludo cariñoso o un exabrupto, si contestar a las palabras del ex con malas o peores palabras, si desear huir del domicilio familiar sabiendo que cuando todo salga mal tendrás que compartir ronquidos y olor de pies en la misma habitación que la madre. Y ese retrato, aunque duela leerlo, es enriquecedor. Un buen lienzo nos ha dejado, bien lleno de humo atrayente, ÓGS en Ropa tendida.
sábado, 26 de octubre de 2024
The Responder. Segunda temporada
Cuando ya está acabando la segunda temporada de The Responder, allá por el quinto capítulo, escuchamos eso de “ríndete a lo que eres”. Y es así. The Responder está repleta de fatalismo, de un fatalismo del que no puedes escapar y que te persigue, y hace que cada vez los asuntos se retuerzan un poco más y te haga explotar la quijotera. Y con ese fatalismo (¿he escrito ya fatalismo?), se tuercen las cosas en la familia, en el trabajo, a la hora de misa, en el accidente cotidiano, en ese pasado que siempre está ahí para recordarte que tu vida es derrota y encima en el descuento te marcan otro gol, en ese pasado todo puede empeorar. Y cuando todo empeora, sólo te queda seguir o escapar. No hay medias tintas: martillo en la cabeza o precio por ella. Una serie difícil por momentos por su crueldad, por su falta de escrúpulos, por su realidad sin barniz ni fachada edulcorada, por su cinismo en unos personajes llenos de remordimientos. ¿Qué seríamos capaces de hacer en caso de necesidad? ¿Robar a un padre? ¿Quién no ha pensado hasta dónde llegaríamos por lo nuestro? Lo dicho: “Cuida de tus herramientas y ellas cuidarán de tí”.
viernes, 25 de octubre de 2024
La isla de la mujer dormida
Ahora que apenas tengo tiempo para la lectura parece que disfruto más los libros que leo. La isla de la mujer dormida deja buenas frases, y, comparándolo con las últimas obras revertianas, lo pongo en un escalón superior. En esos años treinta, entre guerras y desplomes, tocaba supervivencia y en el caso de LIDLMD, “la misión de un marino de guerra es hundir barcos enemigos”. Pero a lo largo de la novela, parece que hay demasiados paralelismos con el presente, de lo local a lo internacional, desde el voluntarismo obligado de la España nacional a la huída del sombrero burgués en la republicana. Escribe AP-R “que la perspicacia también es una forma de cultura” y en LIDLMD vemos, con detalle, esas situaciones que llevaron al mundo a esa barbarie. La novela ahonda en las ausencias temporales (la familia que está lejos pero tampoco se añora, el matrimonio que convive pero busca un final más pronto que tarde) y en la evasión de las bibliotecas, en la locura de las ideas llevada al extremo y en el escapismo vital de esa lata de conservas que es la vida. Va dejando perlas sobre la normalidad de esa cooperación entre personas que se ven obligadas a la crianza: “A nosotros no nos dotó Dios con ese monstruo social creado por el cristianismo que es la familia convencional”. Y apostilla AP-R: “Se corre mal con un niño en brazos mientras arde Troya”. Sobre las ideas hay lugares comunes que podemos subrayar en un rojo más o menos intenso: “Soy anticomunista; por supuesto, sobre todo ahora, cuando al concepto más o menos sano del pueblo lo sustitueyen palabras como proletariado y populacho”. O un poco más intenso todavía: “La sospecha permanente es el estado natural del buen comunista”. Incluso el concepto de patria (“por confusa que sea la idea que tenemos de ella”) siempre es bueno recordarlo ahora que “hay virtudes que sólo existen en los libros”. Y, hablando de la patria, asegura el autor: “La única forma de amar a España es mantenerse lejos de ella”. Subraya AP-R el poder de los resentidos que acceden al poder y se vuelven más dogmáticos que el mismo dogma, aunque todo es mentira porque, “como cuentan los turcos, quien cuenta la verdad es expulsado de nueve pueblos”. Pero puestos a contar mentiras, “no era tan difícil mentir si utilizabas la verdad para envolver una mentira”. Pero igual que en LIDLMD, el viejo continente con pies de adobe sin pedefeizar, tiembla entonces como ahora: “No concibo que Europa renuncia a ser el faro de la civilización superior que iluminó el mundo”. Se habla en la novela de guerras accidentales, de mucha soledad, de rincones, de libros que salvar si hubiese incendio, de cumpleaños diablescos, de tumbas sobre las que dar vueltas y sobre todo, de esa Europa sin solución: “Hasta los bárbaros son ahora vulgares, reemplazados por anarquistas, comunistas, nazis o fascistas que pretenden sentarse a nuestra mesa”. Un buen recordatorio de lo que nos puede volver a suceder si no enderezamos el rumbo en ese mar endiablado en el que vivimos.
viernes, 18 de octubre de 2024
Como se hizo la guerra de los zombis
“¿Qué hace uno si debe tomar decisiones, aceptar una penitencia y reconstruirse como persona después de que la vida lo haya sometido a un bombardeo de saturación?”. Después de la lectura de Cómo se hizo la guerra de los zombis, de Aleksandar Hemon, uno no sabe si todo era una broma, o la broma era el todo. O quizás esté equivocado en sacar conclusiones, sobre este libro o sobre cualquier otro libro, porque todo es mentira. Escribe AH que “la guerra destruye todos los antes”. CSHLGDLZ es la historia de un terremoto en una vida que, en apariencia estaba bien (o superficialmente bien, que diría el hombre de la camisa verde) y que, de pronto, como suele pasar en los conflictos, degenera y se va al traste. La historia de un tipo y una familia que escribe como evasión o como escape, pero que se pregunta que “escribir no vale nada si no acarrea la agotadora e irresoluble carga de las decisiones sin consecuencia alguna”. Cuando juntas en una frase “acarrea” y “consecuencia”, cualquier asunto es posible. CSHLGDLZ deja una serie de descripciones y oraciones que nos llevan a creer que en la escritura está la salvación (¿acaso no lo está?). En este “proceso de cafeinización”, AH habla de internet como “la red mundial de las tentaciones” o de un porro como de un “inhibidor casero del atrás”. En la retahíla de pensamientos, no solo del gran Baruch, con el que va sazonando la ensalada de papeles de la portada, nos lleva a preguntarnos sobre la inspiración y su ausencia mientras recuerda a la ancianidad (“La señora Alzheimer, de soltera cogorza”) es lo que sobrevivimos, nos encontraremos. Pero va más allá porque “cualquier cosa puede ser causa accidental o del miedo”. Nos hace pensar AH sobre la posibilidad de errar continuamente (“en estos tiempos no se puede hacer nada sin efectos especiales”), de mirar por encima del hombro (“exhalaba un difuso aroma de desprecio hacia todos los débiles”) o sobre no llegar a cuartos de final en la Champions de nuestra vida (“grandes capitanes de empresa de la industria del fracaso”). Con la guerra de fondo (o G.W. Bush, en la tele), se muestra esa realidad, queda claro que “los hombres piensan, también beben y así establecen sus vínculos”. Pero no sabemos aparentar, porque nos preocupamos “mucho de que no se note” esa preocupación. Y también nos equivocamos al pensar un poco más allá en el tiempo de reloj, porque “eso de estar siempre conjeturando cómo será el futuro es una deficiencia humana”. Y entre descripción (“profundamente posmenopaúsicas” y descripción (“El mundo es una pequeña Bosnia”), seguimos avanzando páginas y preguntas: “¿Qué les pasa a los niños? ¿Y cómo es posible que lleguen tan fácilmente y con tanta naturalidad al estadio de superjodidos?”. Y apostilla AH: “Puede que se haya quedado en coma para siempre. Dios tiene mucha paciencia”. También escribe, a su ritmo inconexo, sobre “la suspensión de la incredulidad”. Pero en la mentira pensamos en personas y cópulas, en el envejecimiento de las películas, en la forma en que aburren los profesores a sus alumnos, en el mapa de Israel, en las costumbres adolescentes, en las habitaciones estudiantiles copiadas de ejercicios anteriores, en el infelicidad del mundo, en la forma de chillar de los perros cuando son ahorcados. Todo eso tiene CSHLGDLZ. Eso y mucho más tiene CSHLGDLZ. Aunque, ahora que es época de pinchazos, la pregunta tras CSHLGDLZ, sobre todo, es encontrar la que “lucha contra el sufrimiento y la cordura”. Menuda vacuna sería esa. Pero, siguiendo en esa premisa de lucha contra la verdad, nos encontramos con frases ilustrativamente bien construidas, con o sin música de fondo: “La historia americana: nos reinventamos con el fin de castigar a otros por lo que creemos que hemos sufrido en nuestra versión anterior”. Y en esas, en CSHLGDLZ, vemos diferencias entre pesadillas, porque la vida es una pesadilla. O no.
sábado, 12 de octubre de 2024
Industry. Tercera temporada.
“Ha hecho más daño a este país que los colegios privados”. Con Industry nunca sabes. Nunca sabes nada. Barcos, padres malversadores, fotógrafos, teléfonos y llamadas que no siempre tienen motivo. O quizás, puede que sí la tengan. “Los luditas siempre afilan los cuchillos con los rebeldes”. Quizás pudiera yo también “dormir mejor debajo de mi mesa”. Industry va de resurrección, de vuelta a una jungla en la que todos los bichos sacan el colmillo pero se acostumbran a carne humana demasiado pronto y lo demás sabe a a rancio. Ella, elle, él. Se habla de la carta blanca a la intolerancia, pero no siempre se entiende bien esa carta blanca. Viva el nepotismo. “Nada motiva más que la muerte”. Pero sigue sonando la misma música, aunque “tengamos que hacer frente a la tormenta en un barco de mierda”. Industry nos lleva al casco con traje, a la decisión encorbatada: “Otro día en la mina privatizando beneficios y socializando pérdidas”. (2) Pero como todo es mentira en esta historia de empresas y acciones y perrerías con cadenitas regaladas, el relato se resume así: “Esto es solo gente apretando botones, y apretamos los botones que nos benefician o hacemos que la gente apriete los botones que nos benefician y las personas también son botones”. O botones o humo. O espejos porque en Industry “diseñamos la realidad” porque todo es mentira. Viva Formentera. Pero suenan las campanas, redoblan, y vuelven a redoblar y hay que volver a misa. Siempre a misa, aunque no tengamos aeropuerto para volver y el agujero de la camiseta en el sobaco es, como no podría ser de otra manera, más grande. Y en el río no hay peces bebiendo, están buscando un bar en el Támesis. Ñam, nam: sándwich de queso para todos entre rumor y rumor o, como dicen en Industry, “charla barata protofascista”. Pum, pum, apostillando en el cristal una chinita chinarresca: “Tengo una lista infinita de puntos ciegos”. Y luego, el susto: ”El cáncer es como nuestro negocio, un país con su propio lenguaje”. O no. Frases paternas que siempre se recuerdan: “Si de verdad quieres condenar a un hombre, enséñale cómo se cuenta”. Padres, hijos, muerte, decepción, tratos preferenciales. Pero al final eso es la venganza, “lo que nos hace levantarnos”. Viva el dolor. Viva el dolor ajeno. Viva el disfrute del dolor ajeno: “La nostalgia sólo es útil cuando vendes algo”. Viva el riesgo y la amenaza: “Quizás sea más vergonzoso confiar en los amigos que dejarse engañar por ellos”. Petacas, chivatos y sucesores espirituales. Armonía y dinero, porque “el dinero es el final de la historia y amansa a las fieras”. Pero como todo es mentira, queda sacar tajada (o anillos, o ciervos que cazar, o chalecos) y darle fuego a la prensa con más fuego. Y seguir preguntándonos si nos están utilizando, con o sin escopeta cerca, o lejos, o en ningún sitio escopetable.